Carmen Alardín
In Memoriam El hombre: caracol sin caparazón expuesto al mundo Sonia Silva-Rosas Para que las estrellas te recuerden,/ colocaré tu imagen esta noche/ mirando a la ventana;/ para que llegue el tiempo de tus pasos,/ haré que con tus ojos simplifiques / y enciendas las mañanas. / Llamaré con tus nombres a los días, / para que todos lleven los distintos / matices que despiden tus palabras. / Navegaré las horas río abajo, / hasta que por las playas del retorno / aparezca el velero de tu canto. / Y al padre olvido escribiré una carta, / diciendo que ya es tiempo, que descanse, / y esta vez deje libres nuestras almas. El anterior, Todo se deja así, es uno de los poemas que la maestra Carmen Alardín nos heredó en su libro Para que las estrellas te recuerden, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León el 2013. Los poemas de la maestra Carmen Alardín buscan consolarnos con sus imágenes y su musicalidad. Aunque nació en Tamaulipas, Carmen Alardín pasó prolongados momentos de su vida en Nuevo León y en el Distrito Federal. Tuve yo la fortuna de coincidir en uno de esos momentos preciosos de la vida con ella, allá en nuestro hermoso Monterrey, en la Casa de la Cultura de Nuevo León, durante un proyecto que se enfocaba a la obra de Alfonso Reyes. Hablar con Carmen era como platicar con una niña eterna: me sorprendía su forma de descubrirme el mundo con imágenes tan puras, ingenuas. La maestra tenía aún el don de observar al mundo con ojitos de niña y eso, sin duda alguna, daba un matiz distinto a sus observaciones pues, entonces, el mundo no era tan feo ni caótico, era un espacio en donde todo era posible, incluso la paz y el asombro del descubrimiento. Fue integrante de una de las generaciones de intelectuales más importantes en Nuevo León, el grupo Kátharsis, una generación en la que podemos nombrar a Isabel Freire, Hugo Padilla, Jorge Cantú de la Garza, Gabriel Zaid, Ramiro Garza, Ernesto Rangel Domene, Ario Garza Mercado, Juanita Soriano, Salomón González Almazán; Horacio Salazar Ortiz, Miguel Covarrubias, Alfonso Reyes Martínez, Andrés Huerta, Gloria Collado, Homero Garza, Juan Leyva y José María Lugo. Con la luz intensa de cada uno de sus versos, Carmen Alardín bajó a las tinieblas y al más oscuro de los abismos para iluminarlo; así, los ojos del amado recibían de pronto esa vida, esa luz que iluminaban papeles y laberintos que veían frustrados sus intentos por confundir o distraer a la poetisa: Descenderé al abismo de tus ojos,/ faros brillantes y procaces,/ donde ni el mar ni el llanto tocan fondo./ Seré vida perpetua en tus papeles./ Serás resurrección inesperada/ a través de mis poros oteando al caracol. La poesía de Carmen Alardín está llena de mar, de caracoles… de ausencias y, del mar también la sal que busca sanar las ausencias y la lejanía de los seres amados. Entonces observamos a los hombres acurrucados en forma de caracoles, así, enrollados en forma de bolita, buscando protegerse con su coraza del dolor de afuera, del sufrimiento y de las diarias tormentas de la vida: Sobrevives a tu diario holocausto para esperar el fin. Un caracol de río. Ese es el nuestro. Seguiremos su cauce dando vueltas A la tormenta y las inundaciones; Mientras los bordadores del rey Prefieren el revés de la costura Para iniciarte en otra vida. (Caracol de río. Editorial Verdehalago, pp 32) Para Carmen, el cuerpo humano requiere la fortaleza de los caracoles que, dentro de su caparazón, logran esquivar la amenaza del mundo y avanzar, avanzar con el Sol de frente, sin temor alguno. Y es que dentro de su caparazón el caracol encierra su universo entero; dentro de su caparazón el caracol es y está, puede lograr esa dualidad sin miedo a ser dañado. Con su caparazón a cuestas el caracol recorre el mundo: No sabemos si el caracol es la concha que lo cubre o el cuerpo blando que esconde como cera litúrgica. Un caracol sí te conoce. Él sabe dónde principia el alma o termina su cuerpo. Él te conduce cada primavera por los viejos encinos. En espiral te va llevando hacia tu cuerpo etérico; mas no sabemos si darás el salto antes de que en tu ascenso reconozcas la canción escondida. (Caracol de río. Editorial Verdehalago, pp 28) Somos muchos los alumnos de la maestra Carmen Alardín, somos muchos quienes la extrañamos y quienes deseamos que el tiempo no hubiera pasado tan aprisa. Añoro una plática más con Carmen: ver cómo se iluminaban sus ojos al momento de abrir sus manos y descubrirme el mundo. © Sonia Silva-Rosas
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