Amaranto Arizona
Sonia Silva-Rosas Gustavo Se quedó ahí parado. Había caminado varias calles batallando con el diablito que le habían prestado para ir a buscar trabajo. Pinche diablito, se decía mientras se rascaba la nuca y sentía cómo la mugre de días se apelmazaba en sus uñas, no ta muy bueno que digamos. ¿Qué le costaba a este cabrón decirme que una de las llantas está jodida? ¡Chingados, pinche gacho!, y Gustavo siente, entonces, cómo los rayos del sol comienzan a brincarle en la cara, cómo el sudor le pica en la espalda; cómo el calor baja por su trasero y las piernas y, entonces, percibe su fetidez de días, de semanas; y le pican las horas sin agua en las piernas y los brazos. ¡Chingado!, dice de nuevo, igual y no encontraré algo, y luego con este pinche diablito cojo; y el semáforo pasa de rojo a verde y él no avanza, permanece ahí, ensimismado, aferrado al diablito azul cojo; con la vista resbalando sobre la calle de Jalapa, con la nariz atenta al puesto de tacos de carnitas de la calle de Puebla; con los ojos atentos en las nalgas de una chica que menea las caderas al atravesar la calle. Los autos se detienen. El semáforo en rojo. El olor a carnitas combinado con la hediondez de su carne (y vaya que ese nauseabundo olor se las ingenia para delatar a quien no se ha lavado las verijas durante semanas, para delatar un culo sucio y unas sobacos sudorosos). Se talla los ojos, intenta limpiar el sudor que escurre por su cara; pica, el sudor en sus pupilas, arde. Sudor y mugre en su mirada; fétido aroma en la nariz y en la boca se le hace agua la lengua con el aroma a comida. A su lado la gente camina, cruza la calle… algunos corren, le empujan en su camino, y él ahí, en la esquina de Jalapa y Puebla, apretando los fierros de un diablito azul cojo, descubre de pronto que su zapato derecho tiene un agujero nuevo; levanta la vista y se asegura que nadie encuentre ese abismo que delata su miseria: hoyo irremediable de su pobreza. No, pos no, así menos encontraré trabajo. Esconde el zapato, se aferra al diablito cojo; el semáforo de nuevo en verde y sus ojos ahora corren hacia Insurgentes. No, mejor me regreso, segurito nomás le voy a hacer al pendejo. Mejor me regreso y veo la manera de tapar este pinche hoyo del zapato. ¡Chingada madre, así no le dan trabajo a uno; y luego este pinche diablito…! Semáforo de nuevo en rojo. Indecisión. Voy o no voy. Mira el semáforo que continúa en rojo. Suda. Hiede. Le pica la mugre de su cuerpo. Los tacos de carnitas le entran por la nariz y apuñalan su intestino. Babea. Se limpia la boca y su lengua percibe ese sabor a sal mugre. Voy o no voy… ¡Naaa, ya mañana Dios dirá! Semáforo en verde y, Gustavo, rumbo a la Glorieta de Insurgentes… © Sonia Silva-Rosas
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May 2021
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