Amaranto Arizona Sonia Silva-Rosas La Muerte Cuando la muerte llega arrebatándonos a nuestros seres queridos, amigos o personas que conocimos y con quienes mantuvimos una amistad por muchos años, sentimos (a la par del dolor que nos deja la pérdida) como si algo o alguien nos estrujara porque – sabemos – que lo único seguro que se nos entrega al momento de nacer es, precisamente, la certeza de que también vamos a morir. La muerte de nuestros amigos o familiares nos obligan a recordar que todos, absolutamente todos, estamos de paso en esta vida y que la fila (nos guste o no) avanza. ¿Qué somos realmente? ¿Quiénes somos en realidad? ¿Es, acaso, la muerte la última palabra para nosotros? ¿Qué hay después de que la muerte nos llega? Se puede llegar a pensar que con estas preguntas caemos en el lugar común y que son tan sólo algunas del montón de cuestionamientos que el Hombre se ha hecho durante siglos; son un misterio sin respuesta aún. Cuando alguien cercano muere, lo primero que me pregunto es de qué sirvió que se esmerara tanto, que se preocupara en ciertas situaciones; que luchara por sus objetivos y que trabajara por ellos. De qué sirvió que sufriera y que supiera de qué manera seguir adelante… Para qué sirvió tanto esfuerzo. Y en este marasmo de preguntas sin respuesta surge una – o más bien, resurge – que me de mi cabeza no sale desde hace mucho tiempo: ¿Es realmente muerte la Muerte? ¿Qué es el sueño si no ensayo de la muerte? ¿No será acaso que el sueño es el corredor secreto por el cual regresamos al origen? ¿Por qué dormir para morir… por qué caer en el sueño eterno; por qué no sólo desaparecer o detener la marcha o el funcionamiento del cuerpo (como las máquinas)? ¿Por qué precisamente dormir? Sor Juana Inés de la Cruz, en su poema El Sueño, describe a Morfeo como imagen poderosa de la muerte; al sueño como una muerte temporal y, al cuerpo que duerme, como cadáver con alma: El alma, pues, suspensa Del exterior gobierno –en que ocupada En material empleo, o bien o mal da el día por gastado -, solamente dispensa remota, si del todo separada no, a los de muerte temporal opresos lánguidos miembros, sosegados huesos, los gajes del calor vegetativo, el cuerpo siendo, en sosegada calma, un cadáver con alma, muerto a la vida y a la muerte vivo, de lo segundo dando tardas señas el del reloj humano vital volante que, si no con mano, con arterial concierto, unas pequeñas muestras, pulsando, manifiesta lento de su bien regulado movimiento. (pp. 187)* Cuando cerramos los ojos al dormir experimentamos una contradicción pues, como bien afirma Sor Juana, vivimos pero morimos pero vivimos; una contradicción que nos conduce y nos prepara para la muerte en serio. Y en este prepararnos para nuestra muerte experimentamos, también, el desprendimiento de la materia (“cadáver con alma”). Es el sueño, entonces, un momento afortunado en el que logramos romper por un momento la cadena corporal a la que estamos condenados mientras vivimos. Es el cuerpo, la materia, prisión que no permite alcanzar la verdadera libertad del espíritu que le habita, esa libertad que sostiene – a su vez – el diálogo abierto con el alto Ser (le llama Sor Juana). Sueño, muerte; espíritu, cuerpo… Altos vuelos que siguen alimentando el infierno de la duda, que no responden ni terminan con el misterio de la Muerte. ¿Será acaso que en realidad estamos muertos y que gozamos de ciertos momentos de lucidez cuando nos entregamos al sueño? ¿Es acaso la vida un concepto erróneo que nos han educado a ver como lo correcto cuando, en realidad, es ésta el infierno o purgatorio que debemos “vivir” para, terminado nuestro proceso, cruzar a la otra orilla, a la de la muerte que no es muerte sino vida, la verdadera realidad? Y es que cuando decimos vida, de alguna manera nombramos también al dolor, a la angustia, a la incertidumbre, a los límites y sufrimientos; a las carencias y a la miseria del ser humano. Cuando hablamos de la vida la situación se complica y hasta la memoria parece que busca aplastarnos; es como si la vida fuera la muerte y viceversa. ¿Y si realmente la vida no es lo que nos han hecho creer, lo que nos han contado? Calderón de la Barca en La vida es sueño habla, precisamente, de dos existencias, una real y otra figurada. Tanto en La vida es sueño como El gran teatro del mundo, Calderón de la Barca afirma que la vida es representación escénica que terminará en el “despertar” de la muerte… Despertar de la muerte. Esta vida es simple y llana representación. Acto tras acto se enumera la historia con su repetición de momentos, de sucesos, de acontecimientos en los que tan sólo cambian los personajes, la escenografía y los espacios. Epícteto y Séneca también afirmaban eso: la vida es tan sólo representación escénica. Todos aparentamos vida. Todos somos actores de la misma puesta en escena… Todos pensamos que esta vida es realidad cuando la realidad se ubica detrás de los párpados, cuando dormimos… cuando morimos. Buscar la respuesta a quiénes somos puede ser ya demasiado ocioso e, incluso, puede orillarnos a la estupidez de la repetición; en todo caso, lo más recomendable sería preguntarnos en dónde nos encontramos en realidad; a partir de dónde, de qué espacio –en qué lugar- nuestra materia teje y desteje nuestras acciones y nuestro proceder en este plano. El quiénes somos o qué somos se ha visto rebasado por esa otra interrogante: Desde dónde nuestra materia conduce nuestros movimientos en este plano. Filósofos, escritores, dramaturgos… pensadores y científicos coinciden en que esta realidad es tan sólo una de las múltiples realidades que puede el Ser experimentar y que, el Sueño es un portal que conduce a esas otras realidades alternas en las que el Ser se desarrolla cada que cierra los párpados para dormir; sin embargo, cómo es que el espíritu tiene conciencia de sí y regresa a la materia de esta realidad, de este plano, de esta vida. El mismo Einstein habla de realidades paralelas, ¿será acaso que, al morir, al despertar de ese otro lado, lo hagamos en una de esas realidades y se cumpla el que la materia se transforme y no se destruya? Realmente, al cerrar los ojos para entregarnos al sueño sucede eso exactamente: se desarrolla el sueño y, en ese sueño, la realidad es completamente real y lo es hasta el momento en que despertamos de este otro lado. © Sonia Silva-Rosas Bibliografía Sor Juana Inés de la Cruz. Obras Completas. Editorial Porrúa, S.A. Colección Sepan Cuantos Número 100. México, D.F. 1992 Sígueme en FB: Sonia Silva-Rosas (Escritora)
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