Ojos de rata
Sonia Silva-Rosas El semáforo se puso en rojo. Ella, de leggins azules y blusa entallada se acerca al microbús para lanzar agua y lavarle el parabrisas. A lo lejos, él la observa; callado, aguzando sus ojillos de rata sin perder detalle. En una ciudad tan grande como ésta, las pasiones se dan el gusto de salir a la hora que se les hincha la gana, y las ganas de ese hombre de ojos de rata habían sido convocadas en ese momento. Por la cabeza del hombre comienzan a correr un sin fin de imágenes... Una tras otra, sin tregua... El tiempo que dura en rojo un semáforo es demasiado corto, justo para cogerse mentalmente a una drogadicta y darle rienda suelta a las pasiones más oscuras de un hombre de ojos de rata. Él recorre esas nalgas con la mirada, sus pupilas llevan a su estúpido cerebro la imagen de su boca besando esa carne que, no por dejarse llevar por el vicio, se le antoja. Oh, qué vasta puede llegar a ser la imaginación cuando de proveer imágenes de cogedera se trata! El hombre con ojos de ratón ha logrado, incluso, fantasear con el olor que pudieran tener esos dos trozos de carne bien torneada que ahora se sientan sobre el cofre de un Tsuru para limpiar el parabrisas. Entonces el hombre da una segunda, tercera mordida y mete su lengua en el ano de la viciosa. Ella, agradecida, gime de placer mientras absorbe el olor de su mona; luego le da un beso largo, largo como el minuto y medio que duró ese semáforo que ahora cambia a verde y que obliga al hombre de ojos de rata a alejar su lengua del ano de la drogadicta para meter primera y avanzar. Más tarde vengo, se dice, igual por unos cuantos pinches pesos la convenzo y me la llevo al motel. © Sonia Silva-Rosas
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May 2021
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