En julio de 2015 visitamos por vez primera Guatemala. La experiencia fue tan impactante que nuestros sentidos e inspiración nos hicieron escribir una “poecrónica” inspirada sobre todo en la ciudad de Antigua Guatemala. En diciembre de 2016 regresamos a leerla ya incluida dentro de nuestra obra “Poecrónica en las urbes” publicada en versión artesanal precisamente en esa ciudad, la ciudad colonial donde se introdujera la imprenta en Centroamérica y viviera y falleciera el gran cronista Bernal Díaz del Castillo, autor de la crónica la “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. Incluimos aquí el texto completo en exclusiva para “Peregrinos y sus letras”… LA MORADA DE BERNAL (*) Por Manuel Murrieta Saldívar [Antigua Guatemala] Para Esperanza, Hansen y Eynard I Entre la plaza que el volcán me anuncia van mis pasos como un vector de luz en busca de la historia que me niegan pero que ahora brota en cada huella que impregno en la calzada y en los empedrados… Voy en un silencio anónimo cuidando almacenar visiones aunque nadie pose sus ojos sobre mí porque me creen nativo o porque marcho veloz devorando cada signo, cada placa, cada arco del palacio o columnas derruidas por un temblor que nunca perdonó a las catedrales. No importa el riesgo de las curvas que devora un colorido autobús para arrojarme ingenuo a este vendaval de ruinas y reliquias, tampoco el pesar de los insomnios, la comodidad de las habitaciones o la pereza del mundo, no, he de ir a la fuente, a extasiarme en jade, a platicar con los nahuales y artesanos y experimentar cosmos precolombinos que hacen revolotear el corazón, no solo mío, sino también el de un triste novelista o el de turistas de otros continentes que se impactan aquí al verse cuestionada la simple razón de su existir. II Ahora estoy coronado por cúpulas sin techo, recibiendo astillas de rayos solares más puros y más altos que algún dios, halos que atraviesan portales, ventanas de hoteluchos, rendijas de algún bar y restos de murallas que cobijaron al primer cronista, o al terrible capitán, el que asoló pirámides, aniquiló a un fragmento de mi pueblo y que vigila aún amenazante desde su óleo colonial, al tiempo que yo deseo empuñar su espada paralizada, al fin, en esta vitrina de museo… Sí, te estoy hablando a ti, don Pedro de Alvarado, extensión de Cortés, continuador de matanzas, las primeras de un largo genocidio que llega hasta los patios de este Ayuntamiento, a ti, Alvarado, a quien descubro ahora acompañado de mi etnia que, después de todo, supo superarse y trascender porque ahora se conserva pura y más edificante que los chorros de sangre que iniciaste… Pero además te hablo a ti, Bernal, maestro de cronistas, admirable por haber descrito el origen de mi perfil racial, y por eso me brota iniciativa para esculcar la piedra de tu muerte, tu mesa de escriba, tu caserón de gran soldado imperialista donde escribiste relatorías pasmosas, como la de la insuperable Tenochtitlán que te cedió la gloria, Díaz del Castillo, para luego saquearla e imponer tu idioma… Vine, pues, a dar también las gracias y abrazar tu busto como colega del oficio en esta sala solitaria, recóndita, hecha como para mí, donde te conservan y eternizan tu proeza de letras castellanas y las de tus soldados hechos crónica… III Porque no fue en París, tampoco en Nueva York, sino aquí, Antigua Guatemala, donde la sangre y el cerebro se cimbraron saciando identidad, la nuestra, la pesada, la no light, la que recorro y recojo a raudales en menos de dos cuadras sin fortificaciones, donde bebo jugos de naranja más natural que un Tropicana, descubro la imprenta primigenia y el libro artesanal que no aparece en las listas del Amazon.com y me visto de colores, ropajes que escapan de manos imaginativas y que atraviesan el aire del poblado sin el sofoco de alguna pasarela de Milán… O me agito en tus galerías del barroco con la Guadalupana que me cuida a pesar de mis olvidos o la total indiferencia, al frente de volcanes de silencio apocalíptico cobijados por nublados inocentes mientras abajo, en callejones diurnos y nocturnos, un niño se aferra a la vida mercadeando golosinas y cigarrillos sueltos o despierta la alegría de la madre al lograrse una venta aunque sea en mínimos quetzales... IV Sí, es verdad, estoy como estaría un bendecido, no solo por el cielo que cae en mi cabeza y atraviesa iglesias huecas, haciendas sin paredes, sino también por ese olor natural de cacao y café que elegante baja sobre lavas frescas o desde tierras fértiles de indígenas, arropa mi rostro, me envuelve y acurruca como si recibiera un primer soplo de vida o de conciencia matutina… Estoy como sin sueño pero a la vez envuelto de una realidad embriagadora, la que hace vibrar mi cuerpo de mestizo porque mi piel, y las de ellos, son de un color de hermanos olvidados, porque con naturalidad disfruto del maíz, de un plato de pepián casero que excita las pupilas de manera más brutal —supongo—que una dosis de metanfetamina. Estoy así como la hembra que sufre un parto que se le vino encima en solo unos minutos y se queda pasmada, igual que yo, con todo el peso y fruto de este viaje, de este renacer, que se ha gestado, no en meses ni en las centurias de la América híbrida, sino en miles de siglos, esos que los mayas supieron calcular sin requerir jamás de nuestra incómoda presencia aquí, en esta exuberante Quauhtlemallan… ---------------- (*) De “Poecrónica en las urbes” pp 61-67. Antigua Guatemala, Guatemala: Proyecto Editorial Los Zopilotes, 2015. ISBN: 978-9929-707-02-3. Edición artesanal. Más información y para adquirir ejemplares en Amazon: https://www.amazon.com/Poecr%C3%B3nica-urbes-Manuel-Murrieta-Saldivar/dp/9929707026/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1483819589&sr=8-1&keywords=Poecronica+en+las+urbes
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Manuel Murrieta Saldivar
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