VISITA A UN REINO ANDRÓGINO
Para Darío Galaviz, víctima de la homofobia Por Manuel Murrieta Saldívar I Al visitar tu sangre derramada me recibe una órbita de letras y sonrisas que encanta al pensamiento, y cuando te pregunto dónde estás me dices que tu refugio es la existencia que aparece en cada vaivén del golfo. Ahora entiendo que el puñal que busca eliminarte se disuelve en tu vientre fantástico y en la inteligencia perpetua de tu nuca superior al fugaz mandato de los hombres que en silencio te niegan. También aquí descubro el arma de tu boca diluyendo el sentido antiguo de la muerte, y por eso aún te veo entre los libros, en cada palomilla que sondea la noche y en cualquier aposento de ternura. Además, tu cielo de carcajadas y disfrutes continúa vibrando en la ciudad distante y en el puerto aquel donde bailas y miras el tumulto sin máscaras que desnuda la vida: ¡mentira entonces que estés muerto y que tu historia acabe en polvo!... Afuera no llora el hielo del despido, sino que anda oculta tu pavorosa sonrisa sin dolores… II ¿Tu cadáver es el fin de los respiros? ¿Lo que has vivido no incomoda las calles?: quien no huele tu sombra no sabe de reflejos ni bebe la cátedra que te mantiene vivo, y si no captan el paso de tu filantropía suspenden el rumbo natural de la amistad que en ti reside. Quien no indaga en la democracia del amor ignora la verdad de un beso, te viola en seco y no sabe jugar contigo a la ironía porque el poder lo paraliza, arrasa tu derecho a la vida y se vuelve eternidad de nada... ¿Quién eres entonces y dónde has estado si el mundo se diseña para que tú no acabes?, ahí andas todavía atareado en pendientes, entre escándalos, convocatorias, tugurios, bibliotecas e iglesias eyaculando neuronas sobre la escasa fantasía de los hombres... Ábreme, pues, tus diccionarios que la palabra sin ti es pasión seca, mensaje solitario, botín de aficionados y triunfo de lo efímero, refréscame de nuevo las ideas con tu sol de justicia que incinera lo débil, agítame las musas de todos los géneros y especies aunque sea para hacer de mi cuerpo el último poema… ¡Revélame lo incierto, arrójales la crítica, inspíranos un cuento y vente después a fornicar la noche alcohólica con tu carnaval de sexos! III La universidad de tus días de gloria ahora es un silencio que a veces se trastoca solo para encausar la pena que a muchos nos abruma, pero yo sigo el revuelo de tu lengua creadora y en el hueco que dejas veo pasar opiniones opacas, diatribas que no igualan la lluvia luminosa, el desfile de páginas y las revelaciones despertadas por ti: Son simples alborotos que produce la ira en su afán de olvidarte queriendo silenciar tu libertad de cuestionar el vicio de dioses y señores que niegan tu querida lucidez ... ¿Porque a quién se le ocurre derramar su talento en el vacío ciego de las mentes arcaicas? ¿A quién se le ocurre llevar siglos de sabiduría a la mente asesina que espera tu descuido en el instante mismo de la pasión amorosa? A ti, únicamente a ti, se te ocurre en la edad del patriarca mostrarte femenino y violeta con tu imaginación apuñalada, eres la mariposa entre coyotes que buscan saciarse en cualquier orificio o sentenciar a los débiles, eres el que ofrece una danza de niña, alimenta los pechos y seduce a los desamparados que ruegan por gotas de cariño. Sólo tú anuncias intrépido al Eterno Femenino que subyace feliz en el varón más temible. IV Ahora soy testigo de la fiesta que zumba en tu Pueblo Prohibido donde también combates la conjura, el fácil intelecto y el ardor sin cerebro que te deja en el aire, pero aún revoloteas, espías mi mesa y te sorprende que yo no te despida porque hoy más que nunca me das la bienvenida entre la atmósfera y el plancton. (Pero no mires, por favor, a la Ciudad Legal que impávida te desvanece en pesadillas de féretros, ni a las autoridades que quieren al instante hacerte un mito y darte un homenaje como última palabra; ellos entienden que viajar a tu mundo es temer lo distinto, lo difícil, lo raro y por eso te requieren póstumo mas no muerto de risa). En cambio, yo sigo escuchándote, sé que no existe tu cadáver saliendo del teléfono y ya te inmortalizo en lo tuyo porque, al igual que el cosmos, entiendo al fin que tu reino andrógino es inquieto, no se cansa ni reposa del semen ni del verbo que agitan al planeta de carne en que me dejas, a donde vienes, a donde vuelves, donde ya estás corrigiendo conmigo la eternidad de este poema que no te llevará de Aquí jamás... © Manuel Murrieta Saldívar
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Crónica
Y mientras tanto París a la espera, en suspenso, París clásico desconocido, ¿dónde está tu torre, tus museos?, ¿por dónde el Sena, tu iglesia, tus universidades y centros de moda?, ¿y tus cafés literarios y galerías?, ¿estarán realmente ahí?… ESPERANDO A PARÍS * Por Manuel Murrieta Saldívar [email protected] Lo que impresiona de París no es alguna línea arquitectónica o nueva moda, sino traer a cuestas la sensación de todavía no estar aquí después de una semana de estancia. Las imágenes parisinas hasta el momento son como reflejos en aguas del Sena: aparecen, sí, pero siempre intempestivas, escurridizas, jamás atrapables. Y a veces irreales ante la realidad que no corresponde a la que uno había imaginado. —¿Cómo es eso? ¿Estaremos en París? —aún nos preguntamos Katty y yo, parados en un centro comercial o edificio como en el Distrito Federal. Y esto no es justo. Después de ahorros, suspensión de proyectos y culminación de otros, después de despedidas y promoción de este viaje vital, el sentimiento de no estar en París cunde como ese dolor que brota profundo luego de patear descalzo alguna piedra. Aunque estos dolores son muy efímeros, sigue dominando en mí el París con el que siempre fantaseo y no el que tengo en este instante frente a la “chambre” # 33, hotel “Cinq Diamants”—de cómo conseguimos este espacio es parte de esta historia de estar sin estar. Mi París, construido en el cultivo de las letras, libros de texto, películas de arte y comerciales, más las noticias que llegaron a mi terruño en Hermosillo, es el de todos, el de muchos: un París embrujador e inquietante, tierno y acogedor que aún no logro encontrar allá afuera y que supongo está ahí, esperándome. Mi París era más leyenda, más perfume, más encanto y ensueño. El que apenas se asoma por mi ventana aparece como práctico y despiadado. Mi París era fraternité, égalité, de ciudadanos libres tomando la Bastilla con la imagen de Rousseau al fondo. Era un París imposible de visitar por este “bato” de la colonia La Huerta, París de escritores mexicanos protegidos por Porfirio Díaz, o por Díaz Ordaz, para exaltar el espíritu mientras que en México el hambre, el subdesarrollo, etc. Era, mi París, una ciudad violada por las tropas alemanas en la película ¿Arde París? mientras Hitler, histérico como siempre lo fue, preguntando a sus capitanes si la ciudad luz estaba ya bajo el nazismo. París resguardada por civiles, resistiendo y defendiendo, vino y pan en mano, tal y como se cuida a una madre. Precisamente, mi París, era una cigüeña sonrosada cargándome en pañales hasta el vientre de mi progenitora en el Valle del Yaqui. El París que me dibujó Emilio Zolá y Flaubert en la escuela de letras—¿te acuerdas Lupita y Gerardo?—era de madames, Bovaris o no, seductoras, produciendo éxtasis físicos e intelectuales; París de enormes recámaras y salas semifeudales, decorados y lámparas colgantes de cristal. Era un París de torres como maravillas, de globos aerostáticos y realezas abajo con sus sombrillas y manteles sobre céspedes impecables conteniendo champaña, jamón y queso frente al chateau. Este era el París que todavía creí se venía concretizando ante la atención recibida en la aeronave francesa desde Los Ángeles al aeropuerto Orly: en 11 horas de vuelo nos sirvieron dos veces comida en charolas que incluían, a cada uno de los más de 300 pasajeros, botellitas de vino de Bordeaux—hasta me atreví a solicitar una extra por si las moscas, pensando en hambres futuras, lo cual resultó un acierto. Si así es la cortesía en el avión, el recibimiento y estancia serán más opíparos, imaginé ingenuo. Mi París era atento, rubio, delicado. Mi París era… Sin embargo, los mitos, mis mitos, nuestros mitos comenzaron a desvanecerse, a desconstruirse (diría el teórico con influencia francesa) y surgió hiriente, aguijoneante, la realidad eurocapitalista de esta metrópoli de primer mundo. Todo comenzó con ese detalle banal que se engrandece hasta que uno lo enfrenta: dónde hospedarse para una larga temporada, digamos de cuatro meses. No encontrar el primer día un digno alojamiento al alcance de nuestro razonable presupuesto lo vi normal. Deduje: mañana de seguro, y luego ya me pondré a practicar francés y a escribir (París bohemio). Pero París monetarizado hizo que la búsqueda se extendiera con su monstruoso desgaste psicológico y derroche de recursos que se iban, se iban como el mercurio se desvanece en un dedo. Sin estar advertidos, ingresábamos a una lucha encarnizada por adquirir un espacio entre parisinos nativos, estudiantes internacionales que regresan y turistas acaudalados de prolongada estancia. Lo supimos después, a las malas, pero debimos de haber llegado como para otra batalla del 5 de mayo o desembarco en Normandía. Nunca supuse que París mostrara cierta agresividad al estilo de Norteamérica, sociedad que uno ya aprendió a sortear con alguna frialdad. Órale—reflexioné consolándome—si la hicimos con los gringos, con estos franceses será un juego de perfumes Channel # 5; si así están las cosas, hay que entrarle duro a esta otra competencia de sobrevivir en un París movido también por la ganancia, estos jijos…Y entonces a implementar todo tipo de estrategias porque el hotel económico tipo castillo, situado en la villa de Gif Sur Ivette y a una hora en tren desde el centro parisino, extraía tranquilamente nuestro efectivo que, de seguir así, a la vuelta de un mes sumaría unos miles de dólares. ¡Horror inconcebible!, sobre todo cuando habíamos planeado pernoctar ahí máximo 3 días, tiempo suficiente para localizar lugar permanente, supusimos, pero llevábamos ya casi una semana. Rápido, pues, a torear al París mercantilista: el tiempo de las tarjetas telefónicas para el contacto de hoteles y departamentos se consumía a razón de 20 dólares diarios. Los boletos del metro, no obstante las mañas por mí ya descubiertas, se acumularon por montones en las bolsas de la gabardina, seña de la merma incesante de los ahorros. Los departamentitos, minúsculos como la cocina de la casa materna, contrastaban con el tamaño de sus precios: 20 metros cuadrados por 3 mil francos al mes, mínimo—unos 600 dls. o 6 mil pesos mexicanos—sin contar dos meses de depósito y a veces cuota por los servicios, todo pagadero en efectivo. ¿Solidarité?: ¡olvidaté!, la culta dama que se sorprendió cuando le revelé el origen mexicano de Octavio Paz y Carlos Fuentes, y que insistía no le interesaba el dinero, nos enseñó la pequeña recámara confesando que no podía rentarla por menos de 6 meses porque ¡no habría mucha ganancia!.. su desinterés económico lo expresó al invitarnos a comer a su domicilio como consolación, deferencia que nunca pudimos concretar. La embajada de México nos mandó a la calle a comprar revistas especializadas, muy presentables, muy entendibles y prácticas pero a los dos días toda su información era ya obsoleta ante la rapidez de la demanda inmobiliaria. El consulado estadunidense nos regaló su propia revista con anuncios clasificados para… bueno, hasta llamamos a Illinois para un cuartito frente a Notre Dame, nunca contestaron, qué bueno, porque los $ 1,200 anunciados no eran francos, ¡sino dólares al mes! Acudimos a otras revistillas gratuitas puestas en panaderías, cafeterías y restaurantes, caminando bajo la lluvia de octubre que para nosotros es ya de invierno decembrino. Quince llamadas en menos de dos horas y las mismas respuestas: ya se rentó, es corto tiempo para un departamento, su presupuesto es bajo… Y mientras tanto, París a la espera, en suspenso, París clásico desconocido, ¿dónde está tu torre, tus museos?, ¿por dónde el Sena, tu iglesia, tus universidades y centros de moda?, ¿y tus cafés literarios y galerías?, ¿estarán realmente ahí?… Hasta que una cadena de acontecimientos al azar, que algún día reveleré, en donde interviene el mercado negro, un restaurante peruano, el servicio de envíos de dinero colombiano, empresarios mexicanos y editores argentinos, me puso en contacto con la checoslovaca Madame Dicure, la regenta del hotel-apartamento donde al fin estamos, nuestra guarida segura de todos estos meses. Y ya instalado me recuperé: ahora si París, prepárate, sigue ahí, no te me evadas, voy a estar en ti, capturarte, comprobar mis mitos y desmitificarte. Ya te estamos pagando la cuota que nos pides, temor no te tenemos después de lo que nos has hecho con tu prisa monetaria, danos todo lo tuyo, te estamos buscando ya con desesperación…París, espérame, por favor, ya salgo: —Excuses moi, un billet station Champ de Mars Tour Eiffel, s’il vous plait!… -------------------- (*) De la obra: La grandeza del azar: Eurocrónicas desde París http://www.orbispress.com/imagenes/realidad/grandeza-azar.htm Manuel Murrieta-Saldívar (Ciudad Obregón, Sonora, México), doctor y maestría en Letras Hispanoamericanas por Arizona State University-Tempe y Licenciado en Letras Hispanas por la Universidad de Sonora-Hermosillo. Ha sido periodista, escritor, editor y académico en Sonora, México; Arizona y California. Premio estatal de periodismo en Sonora por “Crónica en prensa” y ganador en tres ocasiones del “Concurso del Libro Sonorense”. Su obra periodística, cronística, académica, de poesía y narrativa incluyen México, Estados Unidos, Europa, Centro y Sudamérica en obras como: Mi letra no es en inglés; De viaje en Mexamérica; Gringos a la vista; Háblame a tu regreso; La grandeza del azar: eurocrónicas desde París; La gravedad de la distancia: historias de otra Norteamérica. Alejados del instinto; Poecrónica en las urbes(primera obra en edición artesanal). Fue nombrado «Educador del año 2014» por la Association of Mexican American Educators-North Central Valley Chapter de California. Actualmente reside en Modesto, California, Estados Unidos y es Profesor Asociado de Literatura y Cultura Chicana, Mexicana y Latinoamericana y de Español para nativo-hablantes en California State University, campus Stanislaus. Es fundador y editor general de la Editorial Orbis Press (www.orbispress.com) y de la publicación electrónica www.culturadoor.com
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Manuel Murrieta Saldivar
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September 2024
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