Aquí se es anticastrista y republicano, y lo decimos con claridad, con la libertad conseguida a base de balsas, tomas de embajadas o marielitos, lo gritamos nítidamente, para que conste, para que no quepa duda: si en La Habana dominan los murales sobre el Che, en la Calle Ocho levantan monumentos a los caídos en el intento de rescate que fue Bahía de Cochinos. Si el Granma contraataca cualquier estornudo del imperio yanqui contra Cuba, los periódicos de la Pequeña Habana, como El Avisador, dan enormes encabezados a cualquier movimiento disidente contra los Castro —¡ahora sí va a morir Fidel!...
mi miami mÍa, BAJO LAS AUTOPISTAS (*) Por Manuel Murrieta Saldívar Veo un solitario clavel rosado, muy fresco en la mañana, sobre la estrella artística de Celia Cruz. Lo entiendo como un combate a muerte contra el olvido, un botón de muestra de lo que encuentro en abundancia: la reiteración de la nostalgia que domina en la Calle Ocho de la Pequeña Habana al sureste de Miami. Los rostros que observo, las pláticas al paso, los letreros y murales, me indican que la memoria ahí es fuerte, el patriotismo alto y el orgullo indiscutible. Entonces comprendo que estas emociones llevan a colocar no sólo flores nuevas sobre luminarias idas, sino toda una colección de escenarios de vida que intentan reproducir lo que brilla allá, a lo lejos, tras las olas que separan. Porque si yo fuera cubano de Florida, mis recuerdos y presentes se magnificarían también a la distancia, lejos de aquella isla sagrada que no he podido sacar de mis sentimientos aunque ni siquiera la haya visitado. No importa que la cuarta generación cubano-americana guste exhibir autos y celulares de alta tecnología en Miami Beach y no en Varadero. Eso es así, ¡caballero!, Cuba en mi mente y corazón, aquí no es “patria o muerte, venceremos”, sino “patria y recuerdos, sobreviviremos” y por ello hay que reconstruir, por ejemplo, a Pinar del Río, instalando un puesto de frutas y vegetales, cocos fríos, yucas, ñames, plátanos, todo en cajas de madera ofertados en cartulinas con un estilo tan pueblerino como el nombre del establecimiento: Los pinareños…Pero es más seductor el restaurante El Pub el cual, a juzgar por los artículos reseñados en El Nuevo Herald, es toda una institución que ha sobrevivido quiebras económicas y remodelaciones. Sigue ahí, ofreciendo el menú cubano con todas las combinaciones posibles de arroz con o sin habichuelas, lechones asados, “tostones” o caldos gallegos sin garbanzo pero con frijoles blancos. Desde las ventanas y el mostrador que dan a la Calle Ocho, el establecimiento sirve el café cargado en tacitas blancas o debilitado con leche en tazones rebosantes de espumita oscura. Y sí, ¡coño!, en su interior también te vence la melancolía ajena, la añoranza histórica o la evocación territorial por haber dejado los orígenes isleños: las paredes centrales de El Pub han sido tapizadas con portadas, páginas y fotos de la revista Bohemia de hace más de medio siglo. Dominan las secciones de béisbol, proezas y dibujos de peloteros cubanos, junto con suplementos culturales declamando poemas románticos de nuestro José Martí, rostro impreso en sepia: pelo corto y bigote puntiagudo mirándome como felicitando mi visita no a “la entraña del monstruo”, sino a la antesala del paraíso donde ahora estoy, la Pequeña Habana, a unos cuantos nados de la madre de todos los cubanos, esa isla disputada y discutida que te espera y espera… Pero este sector es también, entre réplicas de fábricas de puros, duplicados de placitas para el dominó—como la “Máximo Gómez” siempre atestada—un baluarte ideológico, claro y diáfano, que se expresa sin ambages: aquí se es anticastrista y republicano, y lo decimos con claridad, con la libertad conseguida a base de balsas, tomas de embajadas o marielitos, lo gritamos nítidamente, para que conste, para que no quepa duda: si en La Habana dominan los murales sobre el Che, en la Calle Ocho levantan monumentos, estatuas, a los caídos en el intento de rescate que fue Bahía de Cochinos. Si el Granma contraataca cualquier estornudo del imperio yanqui contra Cuba, los periódicos gratuitos de la Pequeña Habana, como El Avisador o el Libertad, dan enormes encabezados a cualquier movimiento disidente contra los Castro —¡ahora sí va a morir Fidel!— llegada de balsero o cambios en Radio Martí que transmite desde cielos floridenses. Además, reproducen cartas triunfalistas de lectores a favor de republicanos, “Bush is real!”, echando pestes contra demócratas liberales, como al cineasta Michael Moore, cuestionando su autoridad por criticar a George W, “nuestro Comandante en Jefe de la democracia en el mundo”. Sin embargo, no todo es Cuba en Miami como no todo es tequila en Jalisco, prostitutas en Tijuana o toros en Madrid. Al final de la Calle Ocho, rumbo al norte, ya casi entrando a la zona de los rascacielos, al sector hotelero y financiero, el gas neón impacta mis sentidos: una enorme taquería, verde, blanca y colorada, con el nombre de “El Mexicano”, se ha incrustado en el reino del arroz y la habichuela como preámbulo a lo que voy a descubrir, anonadado, al ingresar a las otras Miamis que no aparecen en la televisión, en los periódicos o las guías de turistas… Bajo las autopistas A un costado del rascacielos del Bank of America, el edificio más alto que se ve en las postales maimenses, encontré un cansado hotel Clarion entre puentes levadizos, canales por donde navegaban barcos cargueros y carriles elevados para el trolebús eléctrico que adornaba al cielo. Lo menciono porque, en esa lucha por permanecer en el centro de Miami, el Clarion se da el lujo de atestarse de huéspedes como yo, víctimas de ofertas internet, pero sin ofrecer estacionamiento simplemente porque ya no hay espacio. Me queda entonces la opción de pagar 25 centavos de dólar por cada 10 minutos en los parquímetros, 22 dólares diarios en el estacionamiento del banco o 16 al valet parking. Al hacer cuentas, deduzco que estas tarifas harían millonarios a cualquier agente de bienes raíces sin vender propiedad alguna. Y no tengo escapatoria, a menos que me aventure a ingresar a las otras Miamis, esas donde encuentro, a cualquier hora, a dominicanos, colombianos o nicaragüenses resguardando estacionamientos formales o improvisados. En efecto, tras varias vueltas, entre las dos y tres de la mañana, encuentro un parking bajo el nudo de autopistas, entre columnas de concreto, lotes baldíos y enormes recipientes de basura. Es un estacionamiento milagroso, a unos pasos del hotel, ya que los otros, además de costosos, permanecen cerrados, están muy alejados o simplemente nadie los atiende. Entonces sí, al fin, introduzco mi auto blanco y por cinco dólares al día me las arreglo con el guardia quien, para mi buena suerte, ¡resulta mexicano! por lo que de inmediato empezamos la platiquita. Este paisano guanajuatense, se me revela como un experto conocedor del sur de la Florida, luego de más de 30 años de haber emigrado: ahora no canta rancheras sino cumbias caribeñas llegando incluso a componerlas y grabarlas en “demos”. También resulta un buen consejero gastronómico, guía sexual, maestro del “underground” y espía de luminarias a quienes les regala su compact disc “a ver si pego un hit musical”. Mientras tanto, al ir saliendo, me indica cómo esquivar tanto auto acomodado en aparente caos y me aconseja tener cuidado del panorama oscuro que se mueve por una de las salidas: alcoholitos, solicitantes de cigarros, drogadictos desesperados que consumen cápsulas encontradas en recipiente de vitaminas (el portero me informa que ha quedado prohibido, después de la última elección, alimentar pordioseos en la vía pública como lo venían haciendo más de ochenta iglesias que aceptan que la realidad de Miami no es sólo para magnates)… Es verdad, las otras Miamis empiezan ahí mismo, como en los “downtowns” de otras metrópolis léase Los Angeles o Phoenix, al desembocar la Calle 8 donde capto que lo cubano se diluye y desaparece rumbo al norte y al oeste. Porque en esa dirección, a unas cuantas cuadras, ingreso, por sabe qué accidentes de la suerte y vericuetos de asfalto, a zonas industriales, almacenes de químicos y madera o gimnasios de box. Ahí deambulan descendientes de africanos que a simple vista no distingo si son del Caribe o de Alabama, pero salen de tienditas, restaurantes caseros o lavanderías por lo general en solitario y en un silencio muy tenso. Luego penetro a zonas de explícito origen centroamericano, banderas azules con blanco, con lenguajes catrachos hondureños invitando a la compra de pan y envíos de dinero. Atravieso rieles de trenes cargueros o de Amtrak, cruzo puentes sin aguas abajo, cementerios urbanos de unos cuantos metros cuadrados…luego una informante me advierte: –Te vas a encontrar ahora con los más pobres, los de más dificultad al emigrar y los más discriminados. En fracciones de segundo, dada la velocidad del auto que me lleva, compruebo todo lo anterior, pero además se nota que, a pesar de todo ello, a la comunidad haitiana todavía la sostiene en pie un orgullo histórico: los postes callejeros de la gran avenida del barrio francocaribeño cuelgan mantas con la leyenda de que Haití es la “primera nación africana en independizarse en el mundo”. Yo siento estar en una nueva dimensión, encantado de la ignorancia que aún, a estas alturas, me queda por resolver; estoy como que no entiendo, en un enojo conmigo mismo por no saber un poquito más de estos otros territorios que requieren de mí para desentrañarlos. Como un ex marine y ex agente del DEA me lo confesó, durante la suerte de la noche anterior que nos sentó en Coral Gables frente a un par de “mojitos”: —Cuando me mudé de Texas para acá hace unos diez años—lo dice en un inglés perfecto que sale de su piel anglosajona—Florida era un dominio cubano. Ahora ya no, el boom es brasileño y centroamericano y poco a poco mexicano, échate una vuelta por Homestead y lo notarás. Pero el auto blanco me pide más autopista, ya, cansado de no desayunar y de tantas iglesias adventistas y metodistas que aparecen a los costados, con letreros en inglés o francés, en donde entran señoras muy morenas en busca de dioses nuevos, o antiguos como en Haití, no lo sé… ---------- (*) De la obra: La gravedad de la distancia. Historias de otra Norteamérica. http://www.orbispress.com/imagenes/imaginacion/la-gravedad-de-la-distancia.htm
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Manuel Murrieta Saldivar
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August 2023
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