Crónica
Y mientras tanto París a la espera, en suspenso, París clásico desconocido, ¿dónde está tu torre, tus museos?, ¿por dónde el Sena, tu iglesia, tus universidades y centros de moda?, ¿y tus cafés literarios y galerías?, ¿estarán realmente ahí?… ESPERANDO A PARÍS * Por Manuel Murrieta Saldívar [email protected] Lo que impresiona de París no es alguna línea arquitectónica o nueva moda, sino traer a cuestas la sensación de todavía no estar aquí después de una semana de estancia. Las imágenes parisinas hasta el momento son como reflejos en aguas del Sena: aparecen, sí, pero siempre intempestivas, escurridizas, jamás atrapables. Y a veces irreales ante la realidad que no corresponde a la que uno había imaginado. —¿Cómo es eso? ¿Estaremos en París? —aún nos preguntamos Katty y yo, parados en un centro comercial o edificio como en el Distrito Federal. Y esto no es justo. Después de ahorros, suspensión de proyectos y culminación de otros, después de despedidas y promoción de este viaje vital, el sentimiento de no estar en París cunde como ese dolor que brota profundo luego de patear descalzo alguna piedra. Aunque estos dolores son muy efímeros, sigue dominando en mí el París con el que siempre fantaseo y no el que tengo en este instante frente a la “chambre” # 33, hotel “Cinq Diamants”—de cómo conseguimos este espacio es parte de esta historia de estar sin estar. Mi París, construido en el cultivo de las letras, libros de texto, películas de arte y comerciales, más las noticias que llegaron a mi terruño en Hermosillo, es el de todos, el de muchos: un París embrujador e inquietante, tierno y acogedor que aún no logro encontrar allá afuera y que supongo está ahí, esperándome. Mi París era más leyenda, más perfume, más encanto y ensueño. El que apenas se asoma por mi ventana aparece como práctico y despiadado. Mi París era fraternité, égalité, de ciudadanos libres tomando la Bastilla con la imagen de Rousseau al fondo. Era un París imposible de visitar por este “bato” de la colonia La Huerta, París de escritores mexicanos protegidos por Porfirio Díaz, o por Díaz Ordaz, para exaltar el espíritu mientras que en México el hambre, el subdesarrollo, etc. Era, mi París, una ciudad violada por las tropas alemanas en la película ¿Arde París? mientras Hitler, histérico como siempre lo fue, preguntando a sus capitanes si la ciudad luz estaba ya bajo el nazismo. París resguardada por civiles, resistiendo y defendiendo, vino y pan en mano, tal y como se cuida a una madre. Precisamente, mi París, era una cigüeña sonrosada cargándome en pañales hasta el vientre de mi progenitora en el Valle del Yaqui. El París que me dibujó Emilio Zolá y Flaubert en la escuela de letras—¿te acuerdas Lupita y Gerardo?—era de madames, Bovaris o no, seductoras, produciendo éxtasis físicos e intelectuales; París de enormes recámaras y salas semifeudales, decorados y lámparas colgantes de cristal. Era un París de torres como maravillas, de globos aerostáticos y realezas abajo con sus sombrillas y manteles sobre céspedes impecables conteniendo champaña, jamón y queso frente al chateau. Este era el París que todavía creí se venía concretizando ante la atención recibida en la aeronave francesa desde Los Ángeles al aeropuerto Orly: en 11 horas de vuelo nos sirvieron dos veces comida en charolas que incluían, a cada uno de los más de 300 pasajeros, botellitas de vino de Bordeaux—hasta me atreví a solicitar una extra por si las moscas, pensando en hambres futuras, lo cual resultó un acierto. Si así es la cortesía en el avión, el recibimiento y estancia serán más opíparos, imaginé ingenuo. Mi París era atento, rubio, delicado. Mi París era… Sin embargo, los mitos, mis mitos, nuestros mitos comenzaron a desvanecerse, a desconstruirse (diría el teórico con influencia francesa) y surgió hiriente, aguijoneante, la realidad eurocapitalista de esta metrópoli de primer mundo. Todo comenzó con ese detalle banal que se engrandece hasta que uno lo enfrenta: dónde hospedarse para una larga temporada, digamos de cuatro meses. No encontrar el primer día un digno alojamiento al alcance de nuestro razonable presupuesto lo vi normal. Deduje: mañana de seguro, y luego ya me pondré a practicar francés y a escribir (París bohemio). Pero París monetarizado hizo que la búsqueda se extendiera con su monstruoso desgaste psicológico y derroche de recursos que se iban, se iban como el mercurio se desvanece en un dedo. Sin estar advertidos, ingresábamos a una lucha encarnizada por adquirir un espacio entre parisinos nativos, estudiantes internacionales que regresan y turistas acaudalados de prolongada estancia. Lo supimos después, a las malas, pero debimos de haber llegado como para otra batalla del 5 de mayo o desembarco en Normandía. Nunca supuse que París mostrara cierta agresividad al estilo de Norteamérica, sociedad que uno ya aprendió a sortear con alguna frialdad. Órale—reflexioné consolándome—si la hicimos con los gringos, con estos franceses será un juego de perfumes Channel # 5; si así están las cosas, hay que entrarle duro a esta otra competencia de sobrevivir en un París movido también por la ganancia, estos jijos…Y entonces a implementar todo tipo de estrategias porque el hotel económico tipo castillo, situado en la villa de Gif Sur Ivette y a una hora en tren desde el centro parisino, extraía tranquilamente nuestro efectivo que, de seguir así, a la vuelta de un mes sumaría unos miles de dólares. ¡Horror inconcebible!, sobre todo cuando habíamos planeado pernoctar ahí máximo 3 días, tiempo suficiente para localizar lugar permanente, supusimos, pero llevábamos ya casi una semana. Rápido, pues, a torear al París mercantilista: el tiempo de las tarjetas telefónicas para el contacto de hoteles y departamentos se consumía a razón de 20 dólares diarios. Los boletos del metro, no obstante las mañas por mí ya descubiertas, se acumularon por montones en las bolsas de la gabardina, seña de la merma incesante de los ahorros. Los departamentitos, minúsculos como la cocina de la casa materna, contrastaban con el tamaño de sus precios: 20 metros cuadrados por 3 mil francos al mes, mínimo—unos 600 dls. o 6 mil pesos mexicanos—sin contar dos meses de depósito y a veces cuota por los servicios, todo pagadero en efectivo. ¿Solidarité?: ¡olvidaté!, la culta dama que se sorprendió cuando le revelé el origen mexicano de Octavio Paz y Carlos Fuentes, y que insistía no le interesaba el dinero, nos enseñó la pequeña recámara confesando que no podía rentarla por menos de 6 meses porque ¡no habría mucha ganancia!.. su desinterés económico lo expresó al invitarnos a comer a su domicilio como consolación, deferencia que nunca pudimos concretar. La embajada de México nos mandó a la calle a comprar revistas especializadas, muy presentables, muy entendibles y prácticas pero a los dos días toda su información era ya obsoleta ante la rapidez de la demanda inmobiliaria. El consulado estadunidense nos regaló su propia revista con anuncios clasificados para… bueno, hasta llamamos a Illinois para un cuartito frente a Notre Dame, nunca contestaron, qué bueno, porque los $ 1,200 anunciados no eran francos, ¡sino dólares al mes! Acudimos a otras revistillas gratuitas puestas en panaderías, cafeterías y restaurantes, caminando bajo la lluvia de octubre que para nosotros es ya de invierno decembrino. Quince llamadas en menos de dos horas y las mismas respuestas: ya se rentó, es corto tiempo para un departamento, su presupuesto es bajo… Y mientras tanto, París a la espera, en suspenso, París clásico desconocido, ¿dónde está tu torre, tus museos?, ¿por dónde el Sena, tu iglesia, tus universidades y centros de moda?, ¿y tus cafés literarios y galerías?, ¿estarán realmente ahí?… Hasta que una cadena de acontecimientos al azar, que algún día reveleré, en donde interviene el mercado negro, un restaurante peruano, el servicio de envíos de dinero colombiano, empresarios mexicanos y editores argentinos, me puso en contacto con la checoslovaca Madame Dicure, la regenta del hotel-apartamento donde al fin estamos, nuestra guarida segura de todos estos meses. Y ya instalado me recuperé: ahora si París, prepárate, sigue ahí, no te me evadas, voy a estar en ti, capturarte, comprobar mis mitos y desmitificarte. Ya te estamos pagando la cuota que nos pides, temor no te tenemos después de lo que nos has hecho con tu prisa monetaria, danos todo lo tuyo, te estamos buscando ya con desesperación…París, espérame, por favor, ya salgo: —Excuses moi, un billet station Champ de Mars Tour Eiffel, s’il vous plait!… -------------------- (*) De la obra: La grandeza del azar: Eurocrónicas desde París http://www.orbispress.com/imagenes/realidad/grandeza-azar.htm
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Manuel Murrieta Saldivar
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