Para Mireya y Mirita, con mucho amor y nostalgia Por Manuel Murrieta Saldívar Acá, David, reina la sensación de que sigues aquí, como si nada, conmigo, entre nosotros… los pájaros continúan llegando a las buganvilias que tanto te gustaron del patio de mi casa los almendros que recorriste durante tu visita memorable están sanos de verde y de felicidad y el aire fresco desde la bahía me llega suave relajando mi piel como una tarde lo hizo con la tuya… ¡No podría ser de otra manera! Supongo que allá, en tus cercanías, tu ausencia física quizá se note más y tus palabras, con las que narrabas experiencia humana, les hace mucha falta, han quedado mudas las páginas de libros revistas y portales… en cambio, aquí, a la distancia de los años y de las carreteras, sigues vital, tan orondo que hasta veo cómo tu voz busca a mis alrededores nuevas historias que contar entonces me pregunto, David, qué estuvieras charlando y escribiendo ahora junto a mí, ya sea dentro de la cabina de mi auto --cervecita en mano, of course-- en la cafetería céntrica, la habitación de un hotel añejo, o en el bar, sí, la cantina mexicana e incluso, en el centro nocturno de rubias platinadas o el congal de diosas morenas donde también escribimos… ¿Qué cuentos entonces imaginas junto a mí mirando con tus ojos de enorme telescopio, tus dedos regordetes tecleando sin parar? ¿Qué es lo que sigues haciendo a mi lado? Sólo yo sé David lo que estás visualizando y palpando ahora, lo que asimilas reflexionas y vas cazando, David… sólo yo lo sé porque aquí, a la distancia, sigues nítido conmigo, palpable y presente como siempre lo estarás hasta el fin de mi mirada mi mirada que se une a la tuya para seguir convirtiendo en palabras infinitas ese mundo que vemos y que tercamente queremos convertirlo en inmortalidad, David… Keyes, California, junio 2020
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Manuel Murrieta Saldivar
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