Por Manuel Murrieta Saldívar
Con permiso del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/en-orihuela.html “En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería” …escuchábamos estos versos, durante la preparatoria en Hermosillo… desde el “Cobach” llegábamos a casa y mi hermana América, quizá luego de una jornada de protesta en el campus de la universidad de Sonora, sacaba el vinil, lo ponía en el tocadiscos rodeado de sus amigos activistas y surgía la voz de Joan Manuel Serrat cantando “Elegía”, “Para la libertad”, “Las nanas de la cebolla”, poemas todos de Miguel Hernández hechos canción por el músico catalán. Quizá yo en aquella adolescencia no comprendía del todo esas letras y mensajes denunciativos, pero debían transmitir ideas serias y profundas puesto que la palomilla de mi hermana, y yo ya contagiado, escuchábamos en silencio y con mucha reverencia. Pues bien, estos recuerdos afloran nítidos ahora que visito, lo que jamás concebí en mis sueños más revolucionarios, la casa donde vivió el poeta Miguel Hernández, en su pueblo, hoy ciudad de Orihuela, España. De cómo llegamos a este lugar se explica con una serie de afortunados acontecimientos que tienen que ver con nuestra participación en “Muros”, un encuentro académico literario dedicado exclusivamente a la historia y letras chicanas, mexicoamericanas, cuya sede es la Universidad Miguel Hernández en la ciudad de Elche, cercana a Alicante. El organizador, Armando Miguélez, un amigo y académico español especialista en el tema, habló maravillas turísticas y culturales sobre la región, para recorrer luego del congreso. En efecto, al explorar a los alrededores, descubrí que tan sólo a media hora por carretera se ubica Orihuela…y entonces la voz de Serrat, como si estuviera fresca en la memoria luego de más de cuarenta años, retumbó..”su pueblo y el mío”, etc. Faltaba solamente, pues, organizar una salida hacia allá porque uno cree que jamás habrá un regreso y hay que aprovechar las oportunidades del momento y de la vida. Al llegar, en efecto, encontramos una Orihuela que recuerda y homenajea a Miguel Hernández cuya casa donde habitó durante su infancia y temprana juventud la han convertido en museo, y enfrente otro recinto similar, con entrada gratuita y guías profesionales que nos atienden con tanta amabilidad que parece que mi amigo Miguélez hubiera llamada para recibir ese trato estilo “vip”. La guía nos acompaña a las salas, da explicaciones con sincero entusiasmo, nos regala posters, poemas y mapas, explica lo que contiene el recorrido, como la higuera y el establo donde el poeta se inspiraba para sus primeros versos surgidos de un origen humilde y popular. La guía ya nos ha contagiado, estamos extasiados, listos para ahora continuar el recorrido en solitario, nos deja a nuestro libre albedrío para descubrir otras maravillas: el dormitorio con su lavatorio y pequeña mesita donde escribía junto a su cama y, en el patio, ¡un gran cactus de apariencia mexicana! mientras en la tapia de arriba nos mira la cara de Hernández desde un inmenso y colorido mural. Y mucho más… placas conmemorativas, otras que informan los nombres de los habitantes de Orihuela víctimas del nazismo, paredes que recuerdan y anuncian peregrinajes anuales desde ahí hasta la tumba del poeta en el Cementerio Municipal Nuestra Señora del Remedio, precisamente en Alicante. Por supuesto, yo estoy admirado de esta infraestructura y actividades que se levantan en torno a guardar la memoria de un autor que supo reflejar el momento histórico de su tiempo y las amenazas del fascismo internacional. Quizá sea un magnífico ejemplo, que debería de replicarse entre los nuestros, de cómo una comunidad reconoce, rescata, eterniza a un poeta que luchó por las causas de su pueblo, que produjo una poesía basada en una vida de compromiso social y de lucha contra las fuerzas dictatoriales, al lado republicano durante la guerra civil española. He de reconocer que nos envuelven escalofríos al ingresar, por ejemplo, a la humilde cocina, la recámara donde dormía y escribía, la higuera donde se inspiraba, el patio rocoso donde cuidaba de sus cabras. O leer en el museo contiguo la decisión de Hernández de tomar las armas y participar en la guerra, su noviazgo conflictivo, la muerte de amistades y familiares por enfermedad o por las balas del conflicto que padeció España a finales de la década de 1930. Esa sensación continúa al enterarse, ya sea en las cartas escritas de su puño y letra o en los afiches y posters que cuelgan enormes, de los conflictos ideológicos entre vecinos, el fallecimiento en la cárcel por tuberculosis después de que Miguel se salvara de ser fusilado por el franquismo. Después de esta visita de unas cuantas horas, uno desea salir corriendo para leer y releer su poesía y adquirir su obra, como “El rayo que no cesa”, en las mismas librerías de Orihuela para continuar la experiencia poética y vivencial del gran “poeta del pueblo”, como ha sido ya catalogado para la posteridad. En efecto, eso hacemos, traemos a Hernández ya refrescado en nuestro registro emotivo y ahora nos disponemos a apreciar los murales en el barrio San Isidro, inundados de consignas, versos y rostros, no solo de él, sino de otras imágenes que denotan la exigencia de libertad para los pueblos oprimidos, la necesidad de continuar las luchas contra las fuerzas represoras que nos victimizan. Nuestra memoria juvenil no solo ha quedado despertada, sino además reforzada, revitalizada como en aquellos años de 1970 y 1980 cuando después de escuchar a Serrat, leíamos sobre revoluciones populares, pero también salíamos a las calles a participar en protestas, grandes o pequeñas, pero nuestras, en nuestra Orihuela, perdón, nuestro querido Hermosillo… Orihuela-Alicante, España, mayo 2023
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Manuel Murrieta Saldivar
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