Manuel Murrieta Saldívar
El amor es un banquete (José Luis López). Con permiso del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/viviendola-de-nuevo.html Sucedió hace muchos sueños cuando cantaban los rostros luminosos en las calles. Sucedió una tarde cuando las miradas abandonaron este mundo y se posaron en claveles. Aconteció en la oscuridad del día cuando los caballos descansan esperando al jinete hambriento. Y ocurrió que caminé acompañado sin la sombra, cubriéndome del frío nebuloso y del vendedor amenazante. Y entonces avancé sin escuchar los ruidos citadinos, rodeado de turistas en aquel heterogéneo pueblo. Y me topé con unos ojos, una gitana falda negra, un pelo suelto como solar cascada y una soledad como la mía. Y como en las cofradías, silenciosamente acompañado, así estuve yo con el fugaz tropiezo mientras el ocaso húmedo invadía al quebradizo río. Y me tomó del brazo y la seguí junto al humeante viento que jugaba con su falda llamando al movimiento. Saltamos entre las callejuelas con un andar veloz, ella robando tiempo a la jornada, y yo escondiendo mi futuro en los paralizados días que me olvidé del mundo. Lindos andares redescubriendo la maravilla de Ias flores entre las estructuras oxidadas y su voz, su voz, esculpía cuentos extranjeros y hacían ecos, ecos de arco iris bajo rocosos puentes que miraron goteando historias sin sol, y allá, a lo lejos, el follaje ribereño cansado de verdear cada verano. Y al trote del carruaje gestador de asfaltos deglutimos las horas como un reloj que se derrite porque la cuerda muera para olvidar el tiempo, y así, nadie supo por dónde el nacimiento de la luz, hasta que la cantarina noche sin estrellada atmósfera comió nuestras tenues sombras y se tornó aún más negra. Noche oscura porque bebes sombras. Y el mestizo espacio nocturnal paladeó nuestro aventurero amor llorando soledades sin astros… y con lágrimas inventamos estrellas, las lanzamos al cosmopolita cielo del hogar y formaron nubes y aires y nieves de cristales y acuíferos collares resbalaron por los ventanales mirando nuestras tibias manos. ¿Olvidaré su superficie evaporada entre mis cobrizos poros? ¿Fallará la hidráulica ciudad negando su cansada mano? ¿Volverán los amigos a esperar y yo escarbando el pavimento aguardando la avanzada de otro tren? ¿Rodaré otra vez sin el desierto topándome con la metálica esmeralda de sus ojos y de las azoteas? ... Y una mañana bajamos. Nuestros inventos los guardé entre la chamarra mientras la nube aún no despertaba. Ella apretó las correas del trabajo y me acordé del mundo al sentir hambre. Y las guerras aún no fallecían y unos jóvenes drogados en las calles o las gentes viviendo por el oro en tanto otra familia se rompía. Y los hermanos del sur flotando en armas allá observando de la liberación de sexos. Y nos miramos como en el origen, borrándole su lágrima invisible. Ella, jinete en la carreta turistas, tomó las 17 horas de jornada señalándome el camino, y yo, esperando por la espera, usé el ferrocarril de la mañana… (*)NOTA DEL AUTOR: Texto originalmente publicado en noviembre de 1983 en el periódico Información de Hermosillo, Sonora, México, rescatado de la versión impresa original.
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Manuel Murrieta Saldivar
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