Las muchas Alicias y sus mundos
Víctor Manuel Pazarín Al principio creó Disney los cielos y la tierra en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (en castellano se omiten “las aventuras” que indican el título original), o al menos así lo creímos los niños que acudimos a la matiné de los cines para ver la obra animada que surgiera del imperio de Walter Disney, en 1951. Después, quizás los más curiosos, con los años nos dimos entera cuenta de que no había sido el dibujante quien había dado vida a Alicia y su mundo, sino el profesor de matemáticas Lewis Carroll, en 1865. Luego, entonces, al principio era el verbo y no la alucinante animación cinematográfica, que continuó la tradición iniciada en 1903 por Cecil Hepworth y Percy Stow, quienes adaptaron al cine mudo la historia en Alice in Wonderland para que hasta nuestros días mantenga su vigencia en casi todas las artes, incluyendo una película musical para adultos titulada Alicia en el país de las porno maravillas, que dirigiera Bud Townsend en 1976. La vigencia y actualidad del libro de Lewis Carroll, a más ciento cincuenta años de su publicación, aún repercute en la imaginación de todos los lectores, y logra que músicos como el británico Damon Albarn, quien ha sido vocalista de Blur y Gorillaz, anunciara este pasado veintiuno de enero que iniciará una nueva temporada del musical Wonder.land, de acuerdo a un comunicado de prensa de la agencia EFE, donde reportan que Damon Albarn afirmó: “La Reina de Corazones, la Duquesa, el Conejo Blanco y la Oruga Azul eran algunos de los personajes que más miedo me daban cuando era niño”. Las Alicias de Lewis Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo —como se han titulado las obras de Lewis Carroll (Daresbury, Cheshire, Reino Unido, 1832) al castellano—, se han catalogado, por antonomasia, como cumbres de la literatura infantil o para niños; sin embargo ambas historias, por su desbordada imaginación, también podrían caber dentro de las obras fantásticas o, en todo caso, por su perfecta manufactura en cualquier parte; es decir, no es posible colocarlas en lugar alguno sino catalogarlas como gran literatura. Lo cierto es que no fueron escritas por alguien que enteramente se dedicara a escribir libros —aunque toda su vida escribió poemas y cuentos que enviaba a las revistas de su época a probar suerte, como The Comic Times y The Train, donde aparecieron la mayoría de sus trabajos—, sino más bien por un profesor de matemáticas que intentó “halagar” a una alumna, a la inspiradora de estas dos obras ya célebres por resultar magníficas: a Alicia Liddell. En todo caso, si las ¿novelas? Alicia en el país de las maravillas y su continuación Alicia a través del espejo fueron escritas para la niña Alicia, bien podrían caber en esa categoría de literatura infantil; y si atendemos las palabras de la ensayista española Irene Gracia: “Cada vez que volvemos a Alicia en el país de las maravillas regresamos a ese país la infancia en el que como Alicia también fuimos niños, y podemos deslizarnos con ella en su barca por el río donde se funde con el pretérito y con el futuro…”. Pero también podríamos agregar que la lectura de ambos libros no en pocas ocasiones reproduce las pesadillas contenidas en las dos historias escritas, y que de acuerdo a una confesión del propio Carroll, las redactó a petición de la Alicia real, después de que se las había contado: “Así, para complacer a una niña a la que quería”, dijo. Lo que nos lleva a recordar un texto de Augusto Monterroso colocado en su libro La letra E: “Fue un placer reexaminar Alicia y cuanto encontré a su alrededor; halagó mi vanidad ver otra vez mi nombre, a propósito de espejos fantásticos en el prólogo de Ulalume González de León en su libro El riesgo del placer, que recoge sus traducciones de La caza del Snark, Jabberwoky y otros divertimentos de Lewis Carroll que sólo con gran optimismo podrían considerarse hoy en día literatura para niños; releí otros prólogos y biografías de este hombre extraño y me acerqué a sus juegos matemáticos que no entiendo nada, si bien poco me costó entender su afición a las niñas menores de edad cuando una vez más escudriñé, con curiosidad malsana, sus fotografías de la ninfeta Alice Liddell y sus amigas a quienes el buen Lewis trataba incluso de fotografiar desnudas…”. Como dice Irene Gracia: “Hay muchas Alicias, pero están en ésta. Están las 1001 Alicias contadas aquella tarde. La Alicia real que lo escuchó, la Alicia musa, la inspiradora del cuento. La Alicia ilustrada por el dibujante Tenniel. La Alicia añorada cuando se hizo mujer. Y sobre todo está la Alicia soñada por Carroll, la idílica. La Alicia soñadora, la que sueña el cuento adentro del cuento. Y cuando al final la despierta su hermana y la Alicia contada le cuenta a ésta lo que ha soñado, su hermana volverá a soñar el sueño de Alicia. El sueño dentro del sueño. Alicia dentro del sueño…”. Las múltiples Alicias En todo caso, son múltiples las Alicias, porque son una pesadilla, como múltiples pueden ser las lecturas del texto. Una que se ha evadido —por falta de conocimiento o candidez— es la sexual, pues en Alicia en el país de las maravillas y en Alicia a través del espejo —hay estudios serios que lo sustentan—de metafórica como está dispuesta toda la escritura de Carroll, la sexualidad está presente. Un ensayo de Heloisa Caldas, de la Escola Brasileira de Psicanálise y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, señala en su ensayo “Sexo y lógica en la escritura de Lewis Carroll”: “Lacan cita a Lewis Carroll cuando se dedica a las cuestiones fálicas del sujeto declinadas entre cuerpo visto, la imagen en el espejo, y cuerpo hablado, legislado por el lenguaje. La pregunta de lo que es una mujer despierta en Alicia. Y ella precisa atravesar lo especular, adoptar una nueva imagen. Pregunta sobre su ser objeto que dice respecto a la identificación, diferencia y alteridad. A través de Alicia, Lewis Carroll formula esos impasses, mostrando el agujero en lo previsible del Otro, en la lógica consagrada en donde Alicia se miraba, se oía y se reconocía. Alicia sueña de esta manera, el sueño de su hermana; se encuentra a través del espejo, al mismo tiempo que se aleja de sí misma; construye un pasaje del punto en que fue clavada en el orden familiar, fotografiada en el álbum de familia, para una nueva imagen, ideal que está por venir. Es en ese vacío, en el que Alicia no es, que Lewis Carroll toca en la esencia del ser para el sexo”. De allí que una lectura concentrada, en casi todos los lectores, o bien puede traerles noches de sudores y escalofríos por los miedos primitivos que ambas obras despiertan, o bien pueden lograr noches húmedas, donde el inconsciente se abre y se dispone a soñar de manera abierta y sin tapujos en las Alicias imaginadas, ya que, como afirma Heloisa Caldas, “el carácter irreductible al metalenguaje, característico de la escritura de Lewis Carroll, es ahí donde reside el sexo en su escritura”. Luego confirma: “Extraer de la literatura de Lewis Carroll la lógica del sexo parece que es de esa naturaleza: el lenguaje como condición del sexo, el sexo como existente al lenguaje. Así, ya no importa el deseo de lo lógico, del celibatario, del loco apasionado por las pupilas que hayan funcionado como causa de sus escritos. Su ser no está más en la causa, en la premisa anterior. Él está en el escrito y solamente de allí toma el valor ético de un goce”. © Víctor Manuel Pazarín
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