Entre la pólvora, la sed de orden y el idilio provinciano
Víctor Manuel Pazarín Josefa de los Ríos —la musa de Ramón López Velarde conocida como “Fuensanta”— murió en mil novecientos diecisiete, fue entonces que el poeta jerezano comenzó quizás su libro más célebre: Zozobra. Durante ese año crucial en el que fue promulgada la Constitución, la que hasta ahora (con supresiones y modificaciones sustanciales al documento original sufridos a lo largo de cien años) se ejerce en nuestro país, es uno de los más importantes documentos en nuestra vida nacional y es, junto a Zozobra (que se publicó hasta mil novecientos diecinueve), obra esencial para entender la vida social y la vida íntima de México. Ambos escritos ofrecen visiones sobre un país que había comenzado su insurgencia en mil novecientos diez y que duraría hasta mil novecientos veinte. La llamada “Decena trágica”, de algún modo abrió uno de los siglos más violentos y vertiginosos de la historia debido a las grandes guerras mundiales y el desarrollo de la tecnología, que junto a la tragedia humana dio origen a manifestaciones artísticas, filosóficas y a nuevas sociedades, como la nuestra en la actualidad. Este siglo veintiuno ha traspasado ya su primera década, no obstante aún mantiene mucho de lo que fue —y es— el siglo veinte. La sociedad y la Revolución Se dijo por muchos años, y con demasiada frecuencia, que el movimiento insurgente que dio origen a la Revolución mexicana carecía de fundamentos ideológicos y propósitos claros. Sí y no. Lo cierto es que ya desde el hecho de que se declarara en contra de la dictadura de Porfirio Díaz, es algo concreto que tuvo al menos un sueño social. Sin embargo, en sentido contrario y para confirmar la falsía en la que se declara la ausencia de sentido social e ideológicos, en mil novecientos setenta y tres el ensayista y jurista Daniel Moreno publicó el libro Raíces ideológicas de la Constitución de 1917 (Colección Metropolitana, 19), en donde afirma: “Para comprender el pensamiento social de los hombres que intervinieron en la formulación de la Constitución de 1917, resultado de asamblea constituyente reunida en la ciudad de Querétaro, del 20 de noviembre de 1916 al 5 de febrero de 1917, es imprescindible una información, así sea suscita, de los principales sucesos, tanto desde el punto de vista material, como del espiritual, más los ocurridos desde principios del siglo XX, hasta el momento de ser lanzada la convocatoria para las elecciones de diputados que habrían de integrar aquella trascendente reunión…”. De acuerdo con Daniel Moreno “buena parte de la base cultural ideológica de los prohombres de la asamblea de Querétaro, había sido formada en el pensamiento combatiente, en su tiempo considerado subversivo, de los hermanos Flores Magón…”, y que fundamentaron las bases en las que surgió la Revolución. El pensamiento de los Flores Magón, del que resulta fundamental Ricardo, dice Moreno que provenía “de una corriente de pensamiento radical, inspirado en los más descollantes luchadores revolucionarios del siglo XIX”, y agrega que fue esencial en los ideólogos de la revuelta de mil novecientos diez la lectura de libros que se habían editado en Barcelona, “en la Cataluña anarquista”, en la que fueron cruciales los autores Bakunin, Kropotkine y, entre otros, Malatesta. Hay, pues, una ideología definida y una postura clara, ya que, además del grupo de los Flores Magón y el que fue llamado Partido Liberal, había otras corrientes de pensamiento como la de Francisco I. Madero, quien históricamente fue el primer candidato a la presidencia de la República que haya hecho una campaña electoral en el orden nacional, y la disidencias políticas imperantes en su tiempo, las que desembocaron “en una abierta resistencia contra la dictadura” porfiriana. Convenciones, planes y documentos que se editaron y se llevaron a cabo en varios puntos del país, son en conjunto el pensamiento manifiesto que da origen a que el cinco de febrero de mil novecientos diecisiete se promulgue la Constitución. Es verdad, por otra parte, que una gran parte de los alzados en la gesta de mil novecientos diez no leyeron los muchos escritos que se escribieron, también es verdad que una élite social estaba enterada de los planes libertarios que lograron que la Revolución mexicana tuviera un efecto en la sociedad, para bien y para mal; dicha decena trágica, fue la primera revolución libertaria del siglo pasado. Ramón López Velarde, quien fue seguidor de Madero, también se mantuvo al tanto de los hechos, primero porque ocurrieron en su tiempo y presencia, segundo porque era abogado y tercero porque quienes se enteraron y sufrieron las balas y los estragos de dicha revuelta, fue el grueso de la sociedad, que si no eran alzados, eran soldados, o bien hacendados despojados por los revolucionarios a lo largo y ancho del territorio nacional. La lucha de la Revolución mexicana para muchos trajo muerte, para otros derrotas, para algunos más fue la realización de un sueño de libertad aplazado. López Velarde, en todo caso, vivió la lucha desde dos bandos: uno fue como abogado y ciudadano que aspiraba a la vida política; otro fue desde su trinchera poética y cuya arma fue el lenguaje. López Velarde a su modo describe esa parte de una sociedad provinciana e ideal, esa que vivía aletargada por el catolicismo y por las costumbres de los pueblos. Lo que hizo fue describir la idiosincrasia nacional y en ciertos momentos describió la lucha armada. Da fe de ello en su poema “El retorno maléfico”: Mejor será no regresar al pueblo, al edén subvertido que se calla en la mutilación de la metralla. Hasta los fresnos mancos, los dignatarios de cúpula oronda, han de rodar las quejas de la torre acribillada en los vientos de fronda. Y la fusilería grabó en la cal de todas las paredes de la aldea espectral, negros y aciagos mapas, porque en ellos leyese el hijo pródigo al volver a su umbral en un anochecer de maleficio, a la luz de petróleo de una mecha su esperanza deshecha... Un país y una sociedad A cien años de emitida la Constitución, es importante recordar que en la actualidad queda muy poco de aquella redacción que se logró, y de la que, dice la leyenda literaria mexicana, Ramón López Velarde fue uno de sus redactores. Su poemario Zozobra cumple también la centuria de haberse escrito, y por fortuna nunca se modificó. En toda la obra en verso y en prosa del poeta zacatecano podemos observar y descubrir cómo era el mundo provinciano de México y cómo era que sentía uno de nuestros grandes poetas; del mismo modo si localizamos la Constitución (de modo facsimilar, sin modificaciones ni enmiendas), podremos ver cómo era el pensamiento de los protagonistas que la hicieron en favor de una sociedad vilipendiada, maltratada, herida por una dictadura porfiriana. En ambos libros podríamos ver los que fuimos y, quizás, lo que somos. En Zozobra y la Constitución (la del diecisiete original) podríamos ver, si queremos, lo que deseábamos como sociedad y lo que —es una realidad— no se cumplió ni se cumple en nuestra actualidad. © Víctor Manuel Pazarín
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