Ars Moriendi y el miedo a morir
Sonia Silva-Rosas Si algo tienen en común la vida y la muerte es, precisamente, ese punto de inconsciencia que tenemos cuando ocurren o, ¿alguien se acuerda cuando nació?; no lo creo, ¿alguien tiene registro en su memoria de ese momento en que se sale del útero materno para comenzar la vida?, de igual manera ocurre cuando morimos, nos invade la inconsciencia, nos invade la ausencia de nosotros mismos. Así como la alegría invade a los seres cuando alguien nace, de igual manera debería alegrarnos el hecho de que alguien muera, de que alguien trascienda y continúe su camino espiritual; sin embargo, nos han inculcado que la muerte es sinónimo de terror, miedo, dolor y desazón. Según la Biblia, el primer muerto en la historia de la humanidad fue Abel, asesinado por su hermano Caín. En la antigüedad, la muerte no tenía –para nada- todo ese sentido trágico que hoy posee. Según el historiador Philippe Aries, hace mil años la muerte estaba “domesticada”, y el fin de la vida nunca se presentó en caída libre; es más, afirma que los caballeros y guerreros recibían su muerte y estaban conscientes del fin de su vida; en ellos el sentimiento de la muerte era una convicción íntima, más que una premonición sobrenatural o mágica. Este historiador afirma que el ritual para recibir a la Muerte postrado en la cama es una creación de la religión católica que terminó por convertir a la Muerte en una “ceremonia pública organizada por el moribundo, que la preside y conoce su protocolo. A esta ceremonia acudían familiares, amigos, incluso niños pues, a diferencia del presente, la muerte no se escondía a la infancia”. La desaparición de una persona, explica Aries, era aceptada y celebrada de manera ceremonial (…) sin carácter dramático ni excesivo impacto emocional. Al respecto, el escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008), en su novela El pabellón de los cancerosos, describe la actitud de recibir a la muerte de manera tranquila: sin fanfarronadas, sin aspavientos, sin presumir de que no iban a morir; todos admitían la muerte apaciblemente. No sólo no retrasaban el momento de rendir cuentas, sino que se preparaban para ello tranquilamente y, con antelación, designaban quién se quedaría con la yegua, quién con el potro… Y se extinguían con una especie de alivio, como si sólo tuvieran que cambiar de isba”. Para Phillippe Aries, la muerte domesticada es muy contraria a la que nosotros conocemos. La vieja actitud –dice- en la que la muerte es a la vez familiar, próxima, atenuada e indiferente, se opone demasiado a la nuestra. La muerte da miedo –explica- hasta el punto en que ya no nos atrevemos a pronunciar su nombre. En la Edad Media, “el hombre experimentaba en la muerte una de las grandes leyes de la especie y no procuraba ni escapar de ella ni exaltarla […], simplemente la aceptaba con la justa solemnidad que convenía para marcar la importancia de las grandes etapas que toda vida debía franquear siempre”. Este autor destaca también la aparición de un nuevo concepto de muerte. Los libros y grabados de los siglos XV y XVI muestran una iconografía sobre el “buen morir” o las Ars Moriendi. Fue entonces –continúa el historiador- cuando apareció la creencia de que un individuo al morir ve pasar su vida en un recorrido relámpago, esta idea se extendió entre las clases más cultas hasta el siglo XIX. “El hombre de fines de la Edad Media tenía una conciencia muy aguda de que estaba muerto aplazadamente, de que el plazo era corto, de que la muerte, siempre presente en el interior de sí mismo, quebraba sus ambiciones y emponzoñaba sus placeres. Y ese hombre tenía una pasión por la vida que nos cuesta entender hoy, quizá porque nuestra vida se ha vuelto más larga”, añade Phillippe Aries. Para el siglo XIX y XX, la forma de llorar las muertes se transforma. El sentido solemne al que se había acostumbrado, pasa ahora a lo que se ha dado en llamar la muerte romántica y retórica: un enardecimiento del recuerdo del ausente. Entonces la emoción agita a los dolientes. Lloran, rezan, gesticulan. Los vivos ya no admiten la idea de la muerte. Ni la ajena ni la propia. La sola idea de la muerte conmueve. “Quiere decir que a los supervivientes les cuesta más que en otro tiempo aceptar la muerte del otro. La muerte temida no es entonces la muerte de uno mismo, sino la muerte del otro”, comenta Aries, y agrega que fue cuando nació el culto a las tumbas y los cementerios. © Sonia Silva-Rosas Sígueme en Facebook: Sonia Silva-Rosas (Escritora) Sígueme en Twitter: @magaoscuratempo dsoniasilva@hotmail.com
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Sonia Silva-Rosas
Entrevista al Dr. Óscar Cruz Barney: La Constitución de los Estados Unidos Mexicanos celebra este año su centenario y nosotros, como mexicanos, debemos recordar que nuestra Carta Magna delimita y define las relaciones entre los poderes de la Federación, sin embargo, ¿conocen los mexicanos el contenido de su Carta Magna? ¿Tienen idea de cuáles son sus derechos y, también, cuáles son sus obligaciones? En la historia del constitucionalismo universal, nuestra Constitución de 1917 es –sin duda alguna-determinante, ya que fue la primera constitución que agregó los Derechos Sociales: incluye nueve Títulos que contienen 136 Artículos y 19 Transitorios. El Primer Título y sus 38 Artículos abordan, precisamente, los Derechos Humanos, las garantías individuales y la ciudadanía mexicana. Los 98 Artículos restantes definen la estructura del Estado mexicano. Es importante recordar que la Constitución de 1857 es la antecesora de nuestra actual Carta Magna, y que entre los cambios importantes que tuvo ésta última fue la eliminación de la reelección del Presidente de la República y la eliminación del cargo de Vicepresidente. México ha tenido una transformación significativa durante estos cien años, y, con esa transformación, nuestra Carta Magna también ha tenido reformas y cambios; en este sentido, el Dr. Óscar Cruz Barney, Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México en donde es Director de la Revista Mexicana de Historia del Derecho y Coordinador del Área de Historia del Derecho, comentó en entrevista que la Constitución de 1917 se realizó por una sociedad mexicana postrevolucionaria, y que reflejó en su momento la problemática que se buscó resolver a partir del movimiento revolucionario, de ahí la importancia de incluir los derechos sociales, la reforma en materia educativa y reformas en materia agraria. “Es una Constitución propia de un momento histórico específico en México; una Constitución que básicamente reformó la Constitución eminentemente liberal de 1857. Ha tenido más de 600 reformas con el paso del tiempo; en este sentido, es una constitución que se ha ido adecuando a los vaivenes de la sociedad mexicana”, explicó el Dr. Cruz Barney y agregó que, en este sentido, es muy difícil que una Constitución se mantenga absolutamente actualizada sin modificaciones, razón por la cual la Constitución mexicana ha tenido tantos cambios. El Dr. Cruz Barney señaló que existen también otros campos en donde se han presentado modificaciones importantes, entre ellas las realizadas en materia de facultades del Poder Legislativo, en el funcionamiento del Ejecutivo, así como en comercio exterior. Es evidente, argumentó, que la Constitución se ha ido ajustando a las necesidades de la sociedad mexicana del momento. ¿Pero es la Constitución reflejo de lo que la sociedad mexicana quiere ser? Ante esta pregunta, el Dr. Cruz Barney aseguró que debemos llevar a cabo una reflexión para saber si nuestra Carta Magna es un reflejo o una representación de lo que queremos ser como mexicanos en los próximos cincuenta o en cien años. “Estamos ante una responsabilidad de que el texto constitucional responda a lo que esperamos de México, a lo que queremos que sea México y a cómo queremos que funcione y se desarrolle para mejorar la sociedad mexicana”, puntualizó. El también investigador y académico expresó que es desafortunado que haya un desconocimiento de nuestra Carta Magna por parte de la gran mayoría de los mexicanos: “no se ha logrado, y no hemos logrado que haya un conocimiento pleno de los derechos, de las obligaciones, de las responsabilidades que se implican en el texto constitucional”, enfatizó el Dr. Cruz Barney, e indicó que se han llevado a cabo estudios importantes en la Universidad Nacional Autónoma de México sobre el nivel de conocimiento de la Constitución y, ciertamente, es pobre. “Hay una tarea muy importante que tiene que ver con la educación cívica: el conocimiento de los derechos pero, sobre todo, de nuestras obligaciones como habitantes de este país”, enfatizó. El Dr. Óscar Cruz Barney comentó también que las recientes reformas a nuestra Constitución ayudarán a la transformación del país; son, aseveró, reformas de gran calado a las que debemos tenerles paciencia. “El principal problema que ha tenido este país desde la Independencia es su educación, que no hemos logrado organizar y hemos descuidado nuestros procesos educativos. La reforma educativa es una de las más importantes; hay que esperar y debemos exigir la aplicación de la misma a las autoridades”, puntualizó el Dr. Cruz Barney, y añadió que la reforma en materia energética es también importante, pues las condiciones de México –y del mundo- han cambiado radicalmente en este rubro por lo que –dijo- hay que adecuarse a la nueva situación y a la realidad. El también autor del libro Historia del Derecho Mexicano informó que para la celebración del centenario de nuestra Constitución, el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM abrió un sitio especial que aborda los cien años de nuestra Carta Magna, en donde se incluye información, cápsulas y videos para que la población pueda entender lo que significa la Constitución. En este sentido, el catedrático aseguró que el uso de las Redes Sociales es fundamental, ya que es el medio a través del cual se puede llegar a la juventud y mostrarle la gran importancia que tiene el conocer el texto constitucional. “Se debe trabajar también con los planes de estudio en los centros de educación, desde la enseñanza –civismo- con la inclusión de los elementos constitucionales básicos, hasta la enseñanza universitaria y profesional, con un conocimiento más completo del texto constitucional para aquéllos que están obligados a defenderlo o utilizarlo para valerse de él, como son los abogados”, explicó. El Dr. Óscar Cruz Barney es originario de Chihuahua. Es Doctor en Derecho por la Universidad Panamericana. Fue presidente del Ilustre y Nacional Colegio de Abogados de México durante los periodos 2008-2010 y 2010-2012. Es miembro de la Asociación Mexicana de Historia Económica, y miembro de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa, ANADE. Es autor de diversos libros y artículos publicados por instituciones nacionales y extranjeras. Miembro del Comité Científico Internacional de la Revista de Historia del Derecho que publica el Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho en Buenos Aires, Argentina. Ha sido condecorado como Caballero de la Orden Constantiniana de San Jorge de la Casa Borbón Dos Sicilias; con la Cruz Distinguida de Primera Clase de la Orden de San Raimundo de Peñafort que concede el Ministerio de Justicia del Reino de España; y con la Gran Cruz al Mérito en el Servicio a la Abogacía que concede el Consejo General de la Abogacía Española. Ha sido distinguido con la Cruz de San Ivo, del Real e Ilustre Colegio de Abogados de Zaragoza; Medalla de Honor del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid; y Mención de Honor del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla. Es árbitro de la Cámara Internacional de Comercio de París ICC y del Centro de Arbitraje de México CAM. © Sonia Silva-Rosas Amaranto Arizona
La parte light del eterno retorno Sonia Silva-Rosas Un gran trozo de carne, miradas ausentes y rostros distantes, diversos aromas y terribles humores. Todos los ruidos y todos los silencios en medio del Periférico. Lágrimas entre vagones y esperas interminables, una pareja que discute sobre Avenida Universidad, un hombre que deambula por Insurgentes arrojando su hedor enrareciendo el aire light de la zona. La ciudad es una mujer de largos cabellos motorizados, una puta que paciente espera a que alguno se despida de ella entre los vagones de un metro que vomita carne todos los días; y en cada vagón se marcha algo de quienes desesperados le esperan, seres malditos por el tiempo que escurren por las manecillas de un reloj que nunca se detiene. Decapitados, suicidas, locos e indigentes, mujeres en busca de una migaja de amor, secuestradores que planean el siguiente golpe; políticos y su eterno bla bla bla, el narcotráfico que crece y el pan en la mesa de los pobres que escasea. Las telenovelas y su eterno cuento de la sirvienta que se casa con el dueño rico de la mansión y las chachas del Pedregal soñando que algún día, algún día (sopas), que algún día se verán como Bárbara Mori o como Thalía y el resto tan sólo tan solo que busca a alguien en internet para matar el rato, para cibersexo, para mostrarse desnudo, para sentirse cerca aun estando lejos. La gente sueña pensando que el sueño algún día dejará de ser sueño para transformarse en una realidad que ya no es realidad en estos días, más bien es una especie de burla, una especie de farsa que obliga a todo mundo a representarla, una realidad que tal vez es un mal sueño y de ese mal sueño nadie, absolutamente nadie <<por más gallos que canten, por más despertadores que griten y marchas que realicen>> despertará, porque este mal sueño es toda una realidad y esta realidad es un mal sueño, aunque alguien diga por ahí que la vida es sueño. ¿Será acaso que esto es un sueño y pensamos que es la realidad y vivimos esta realidad buscando alcanzar algún sueño? Alguien me dijo hace poco que esta vida ya la había yo vivido antes y que estaba de vuelta porque tenía que evitar los errores que había cometido en mi otra vida, o sea que esta vida y mis vidas anteriores han sido todo un pinche fiasco y me niego rotundamente a pensar, aceptar y/o considerar siquiera que no he dejado de ser una pendeja y que en todas mis vidas he sido la misma idiota que comete los mismos pinches errores y entonces me pregunto cuántas vidas me faltan para dejar de ser una imbécil. Esta es mi realidad, una realidad en la que de nuevo busco el sueño porque el insomnio de nuevo es el pan nuestro de cada día, una vida que transcurre en una ciudad como tantas en el mundo, repleta de gente pobre que cada día aumenta en número y que los políticos buscan la manera de exterminar. Esta vida ya no es una vida normal, es una vida light, una vida para uno cuantos, para ésos que pueden pagar, pagar, pagar y el resto, así de jodidos que estamos, pues no encajamos en la forma light que tiene esta vida hecha para niños light, ésos que se pueden tomar la vida más a la ligera, que viajan en camionetas chingonas y no les falta el pan, ésos que escuchan reguetón y ven las relaciones en pareja como la oportunidad de coger, coger, coger, hasta el cansancio y utilizan todo tipo de pomaditas y pastillas para durar y durar más, porque para ellos esta vida light que se les regala es eso, sólo una cogida más que se debe disfrutar pues para eso están los condones, ¿qué no?, para eso está el aborto legalizado, para eso está la libertad que ya no es libertad sino un libertinaje light que se debe aprovechar al máximo. Libertad, coger, aborto, narcotráfico, decapitados; muertos por aquí, muertos por allá, secuestros; personas que de pronto desaparecen del mapa, frialdad, frialdad, insensibilidad, frialdad, insensibilidad, pobres, más pobres, un chingo de pobres; la gasolina que sube, sube, sube y el huevo hasta los huevos, la tortilla, el pan… el PAN… Santa Madre de Dios… ¿Dios? ¿Quién es ese señor? Dios, Dios, Dios… Si vieras cuánta gente muere de hambre, cuánta miseria hay en el mundo, cuántos niños sufren, ¿seguirías siendo Dios? Mientras los pobres buscan resignación y fortaleza en las iglesias, no sólo de los domingos a las doce, los santos sólo les observan silentes desde los nichos llenos de veladoras y de incienso porque ojos tienen pero no ven, oídos tienen pero no oyen, boca tienen pero no hablan… y si hablaran, ¿qué sería lo primero que dirían? Esta es la ciudad en donde vivo, con su tráfico sobre Avenida San Antonio que mienta madres porque no se avanza, con el metrobús hasta la madre transportando a toda esa gente que regresa del trabajo con las ganas quebradas y con la soledad a cuestas, con el metro lleno de personas que se arriman los sexos buscando sentir, sentir, porque eso, señores, hace mucho, mucho tiempo que dejamos de hacerlo. © Sonia Silva-Rosas Amaranto Arizona Sonia Silva-Rosas Extremo Pupilas en mar profundo, a b i e r t o, apenas una gota desata la lluvia, apenas un roce en cada extremo de la cama. Zapatos Debajo de la cama los zapatos, cómplices del andar cotidiano de amores olvidados y deseos reprimidos. Debajo de la cama, los recuerdos. Vacío A través del c o r a z ó n el v i e n t o . Poemas que pertenecen al libro “Detrás del párpado” que se presentará durante el segundo semestre de este año. Derechos Reservados. Ojos de rata
Sonia Silva-Rosas El semáforo se puso en rojo. Ella, de leggins azules y blusa entallada se acerca al microbús para lanzar agua y lavarle el parabrisas. A lo lejos, él la observa; callado, aguzando sus ojillos de rata sin perder detalle. En una ciudad tan grande como ésta, las pasiones se dan el gusto de salir a la hora que se les hincha la gana, y las ganas de ese hombre de ojos de rata habían sido convocadas en ese momento. Por la cabeza del hombre comienzan a correr un sin fin de imágenes... Una tras otra, sin tregua... El tiempo que dura en rojo un semáforo es demasiado corto, justo para cogerse mentalmente a una drogadicta, y darle rienda suelta a las pasiones más oscuras de un hombre de ojos de rata. Él recorre esas nalgas con la mirada, sus pupilas llevan a su estúpido cerebro la imagen de su boca besando esa carne que, no por dejarse llevar por el vicio, se le antoja. ¡Oh, que vasta puede llegar a ser la imaginación cuando de proveer imágenes de cogedera se trata! El hombre con ojos de ratón ha logrado, incluso, fantasear con el olor que pudieran tener esos dos trozos de carne bien torneada que ahora se sientan sobre el cofre de un Tsuru para limpiar el parabrisas. Entonces el hombre da una segunda, tercera mordida y mete su lengua en el ano de la viciosa. Ella, agradecida, gime de placer mientras absorbe el olor de su mona; luego le da un beso largo, largo como el minuto y medio que duró ese semáforo que ahora cambia a verde y que obliga al hombre de ojos de rata a alejar su lengua del ano de la drogadicta para meter primera y avanzar. Más tarde vengo, se dice, igual por unos cuantos pinches pesos la convenzo y me la llevo al motel. ® Todos los derechos reservados Sígueme en Facebook: Sonia Silva-Rosas (Escritora) Sígueme en Twitter: @magaoscuratempo Puedes leerme también en www.horizontum.com El Sol de México
Letras al Minuto Sonia Silva-Rosas Horizontum, en coedición con la Facultad de Estudios Superiores (FES Acatlán) nos envía El neoliberalismo en México, de Eduardo Rivadeneyra, quien hace un estudio del devenir económico de México y en el que -según Morelos Canseco González, quien escribe el prólogo de este libro-, produce un verdadero tratado lleno de información y sustentación. El tejido de certezas e incertidumbres en torno a múltiples elementos sociales, ideológicos, políticos y económicos resulta harto complejo y se precisa una mirada aguda y sistemática para revelar sus aspectos fundamentales. En este sentido, Rivadeneyra Farrera acepta el reto en este libro sobre la implementación del modelo neoliberal en un país que destaca por sus desigualdades, pese a la abundancia de recursos humanos y naturales. El autor disecciona, en particular, el fenómeno neoliberal mexicano, pero hace partir su análisis desde las fuentes históricas y doctrinarias en otras latitudes. El corolario de sus argumentos incluye un reclamo de justicia social y de mayor balance democrático para definir el destino de la nación. La teoría económica no es un terreno del todo cartografiado; nunca ha sido una esfera de verdades absolutas, a pesar de las frases oraculares que con frecuencia enarbolan ciertos especialistas. En cualquier caso, El neoliberalismo en México se presenta como un aporte al necesario debate sobre el equilibrio de los factores productivos y un acicate para la reflexión acuciosa sobre el futuro en México. “Su condición de experto en Derecho le permite definir y juzgar tanto a teorías como a gobiernos pasados y actuales. Puedo destacar la manera sincera y franca en la que, sin caer en fáciles e inanes críticas destructivas, describe lo acontecido en México a partir de los regímenes revolucionarios, pone el dedo en las llagas que todo ciudadano mexicano ha padecido a consecuencia de un mal calculado desarrollo, fundado en tesis ajenas a nuestros pueblos, tradiciones y costumbres”, afirma Canseco González. México ha tenido –añade Morelos Canseco- breves momentos luminosos, pero también largos y dolorosos periodos de errores, contradicciones y transmisión de responsabilidades y culpas de un gobierno al anterior. Con citas de economistas y estadistas reconocidos universalmente, y oportunas menciones a pie de página, se fortalecen y convalidan las contundentes afirmaciones del autor en cinco capítulos aleccionadores que se encuadran, con sumo cuidado y rigidez, lo que todo mexicano debe conocer en torno a los antecedentes económicos y políticos de nuestra República. Para conocer un poco más acerca de este nuevo lanzamiento editorial, Horizontum invita a los lectores a visitar su página WEB: www.horizontum.com Nos leemos la próxima semana dsoniasilva@hotmail.com Sígueme en Facebook: Sonia Silva-Rosas (Escritora) Sígueme en Twitter: @magaoscuratempo Amaranto Arizona
Sonia Silva-Rosas Señor Millonario El señor millonario despierta, como todas las mañanas, en su cama estilo Luis XV traída desde Francia. Abre los ojos y percibe ese olor de su habitación y se incorpora. El señor millonario se pone sus chanclas costosas traídas desde la mismísima Arabia; se frota los ojos y su lengua ensaliva ese sabor pastoso en su boca; se pone su bata de seda y se encamina lento a su lujoso baño. No decide si meterse a la tina y sumergirse en las sales traídas desde el Mediterráneo, y las esencias de oriente, o darse un baño “normal” con alguno de sus shampoos costosos que esperan la decisión del señor millonario, enfiladitos en el mueble traído especialmente de España para ese su cuarto de baño con jacuzzi integrado. El señor millonario decide por el shampoo energetizante. Será un día movidito, se dice, y siente cómo cae el agua de golpe sobre su cabeza. Le gusta el agua caliente, le fascina que el vapor invada ese espacio; es una forma rápida de quitarse el frío, se dice, y piensa en el traje que se pondrá el día de hoy. Es una ocasión especial, se dice ahora en voz alta, noticias desde Nueva York, desde la Bolsa y, según palabras de su secretario, serían noticias bastante buenas, noticias que hablaban de dinero, de mucho dinero a su favor. Al señor millonario le encanta llegar a la oficina y encontrarse con su secretario. Le da gracia ver la envidia reflejada en el rostro de ése que debe soportar su arrogancia a cambio de unos cuantos pesos. El señor millonario sonríe al ver en su memoria la estampita de la jeta del secretario envidioso; talla su cuerpo y disfruta ese aroma a cítricos. Recuerda entonces la cara de su secretario el día que lo descubrió cogiéndose a la secretaria de Olvera, ésa que tanto le gusta a su secretario, ésa a la que llevaba meses conquistando. Al muy cabrón del señor millonario se le había ocurrido citar a reunión a su secretario, justo a la hora en que tenía empinada a la secretaria de Olvera. Al señor millonario nunca se le olvidará la cara de sorpresa y despecho que se le pintó a su secretario; todavía le hizo la seña de que esperara, de que no se fuera, de que ya estaba por eyacular… Y después de terminar y sacudirse la verga ante el atónito secretario, el señor millonario le propinó una nalgada sonante a la secretaria de Olvera que, sin levantar la cara del escritorio, sólo atinó a bajar del mueble con cuidado, bajarse la falda, buscar su tanga y salir de la oficina esquivando la mirada decepcionada del secretario. El señor millonario sonríe por tanto triunfo, le fortalece saberse invencible, un conquistador, un poderoso. El señor millonario es eso, alguien a quien nada le falta, nada le atormenta, nadie le detiene. Cierra el chorro del agua, respira hondo, satisfecho. Sale y da un primer paso fuera del área de la regadera y, justamente al dar el segundo paso, el señor millonario resbala y espantado busca a qué asirse, sus ojos miran hacia todos lados, sus manos buscan a qué aferrarse; y el cuerpo del señor millonario cae estrepitosamente y su cabeza se estrella contra el suelo, y él siente cómo algo en su cabeza revienta, y cómo el olor a cerebro reventado le llega a la nariz mientras sus ojos buscan grabar alguna última escena y queda ahí, encuerado y tendido, muerto, esperando a que ese secretario al que le embarraba su éxito y sus millones, fuera a buscarlo y hallara su cuerpo. © Sonia Silva-Rosas Sonia Silva-Rosas
Amaranto Arizona El sustituto A Guillermo Samperio El hombre se acerca un poco más a la mujer. —De nuevo por favor, más profundo, así, contenga el aire... bien, ahora suéltelo... No entiendo... —¿No entiende qué, doctor?—La mujer se inquieta y busca en los ojos del hombre alguna señal que le indique su gravedad. —¿Está segura de que siempre lo ha traído con usted?, digo, le pregunto esto porque no tengo explicación alguna para su caso. —¡Pues claro que siempre lo he traído conmigo!... Bueno, hace poco sentí algo extraño que me hizo sospechar...—La mujer se endereza y de nuevo respira profundo; abotona su blusa y contempla el rostro del doctor que no despega los ojos del suelo. —¿Sospechar?, ¿por qué?—Pregunta lleno de curiosidad. —Bueno, todo comenzó aquella noche después de la madr... ¡Ay, perdón, doctor! —Ande, ande, prosiga... —Pues le decía. Mi preocupación comenzó después de la tranquiza que me acomodaron la noche que intentaron asaltarme... —¿Aquí?—Pregunta el sorprendido el doctor, abriendo completamente sus ojos que, de súbito, abandonan el piso del consultorio. —No, fíjese, cosa rara... En Monterrey, antes de decidir venirme para acá... —¿Y qué tiene que ver el asalto con lo que le sucede? —Bueno, en el momento de los golpes sólo sentí mucho coraje... Mi sospecha empezó cuando llegué a casa y le conté a mi madre lo que me había sucedido y ella... sólo me ignoró... Después de eso, sentí como que algo se me había desprendido y, la verdad, ni cuenta me di en qué lugar quedó tirado... —¿Me está dando a entender que fue entonces cuando lo perdió? —Sí... Después de la tranquiza y del desaire de mi madre, quién sabe dónde cayó. No se crea, me preocupa... ¿Palpitará aún?—La mujer suspira mientras su mano derecha palpa dudosa su pecho. —Tal vez, no lo puedo asegurar. Existen teorías al respecto: algunas dicen que puede sobrevivir hasta el día en que el dueño se da cuenta de su ausencia y regresa a buscarlo; otras, no dan esperanza... —¡No me espante, doctor! ¿Qué voy a hacer? —Poco a poco la ansiedad se apodera del rostro de la mujer. —No es que quiera espantarla, pero tampoco puede andar por el mundo sin corazón, como si fuera un trozo de madera, así de hueca... Mire, aunque es la primera vez que se me presenta un caso de este tipo, ya un colega me había platicado algo parecido... —¿Y qué fue lo que hizo? ¿Cómo lo resolvió?—Interrumpe ella ansiosa. —Bueno, pues buscó un sustituto en tanto el dueño encontraba el suyo... —¡Vaya! ¿Un trasplante?—Pregunta, ahora curiosa, la mujer. —No, no... Eso de los trasplantes es muy costoso y, además, es muy tardado; no, yo hablo de otro tipo de sustitutos... El objetivo de mi colega era que el paciente no fuera por ahí sin ruidito por dentro, ¿me explicó?, algo que supliera los movimientos del corazón, sólo los movimientos ¿ya me entendió? —¡Ay, doctor, pues no, no entiendo qué me quiere decir! Si no se trata de un trasplante, ¿entonces qué puede ser? El doctor desvía la mirada hacia uno de los estantes repletos de medicinas. Se levanta y, con paso lento, como queriendo recordar algo, se dirige hacia el mueble. —¿Sabe qué, doctor?, mejor regreso en otra ocasión... Tengo cosas pendientes por hacer...—Dice la mujer ya muy cerca de la puerta. —¡No, espere, no puede irse así! Le repito, no puede andar por el mundo sin corazón... Mire, aquí tengo precisamente algo que puede ayudarla de aquí a que encuentra su corazón... —¿Un reloj?—Pregunta la mujer sorprendida. —Y está nuevecito. Previendo que, tal vez se me presentaría algo similar al de mi colega, decidí comprarlo el día en que él obtuvo el de su paciente...—Contesta el doctor con tono triunfal mientras acaricia la pieza. —Pero doctor, no estoy jugando... —No, si yo tampoco. Esto le ayudará a no andar hueca... a ver, démosle cuerda—El doctor llama entusiasmado a la enfermera --- Rosy, venga por favor, ayúdeme... —¿Y qué semejanza puede haber entre el corazón y un reloj, doctor? La mujer regresa fastidiada a la camilla. —¿Cómo que qué semejanza?, ¡tienen mucho en común! Mire, escúcheme: pum, pum... tic, tac, tic, tac... pum, pum, pum, pum... —¡No entiendo nadita! —¡El ritmo, caray, el ritmo! A ver, Rosy, dele a la señorita una bata... —Pero doctor, ¿cómo lo voy a llevar así nomás?, se verá el bulto debajo de mi blusa... —Usted no se preocupe por eso... Ande, el tiempo apremia... Nadie habló durante la operación, sólo se escucharon las exclamaciones del doctor que medio gritaba ¡Chi hua hua!, cuando se le escapa de las manos alguna arteria o ¡ah! cuando encontraba el cadáver de algún sentimiento en la inmensidad del pecho de la mujer. Después de hora y media de coser, pegar con resistol y ajustar con cinta scotch; el doctor dio por terminada la intervención y preguntó triunfal a la enferma: —¡Hemos terminado! ¿Cómo se siente? —Sigo sin sentir algo...—La mujer toca el reloj que ha quedado justo arriba de su pecho izquierdo. —Claro, claro, seguirá así hasta que encuentre su corazón, lo que quiero saber es si no le molestan la cinta y el resistol. —No, no me molestan, me puedo mover a la perfección. Lo único que no me gusta es este bulto, parece que el seno se quiere salir. —Ja, ja, ja, ¡qué cosas dice!, bueno, al menos ya no andará por las calles sin ruidito por dentro ¡Ah!, pero tenga cuidado... —¿Cuidado de qué? —Tendrá que darle cuerda constantemente, claro está, pero no tanta que vaya a encuerdarlo... —¡Uh, pues salió peor el asunto, doctor!, antes por lo menos me preocupaba el no sentir absolutamente anda, ahora, encima de eso, tengo que cuidarle la cuerda a este... Reloj - corazón... ¿Qué puede suceder si se encuerda? —Pues no se lo recomiendo... ¿Ha visto las películas en cámara rápida? —Mmm, sí... —Bueno, pues haga de cuenta, es exactamente igual... La mujer sale del consultorio después de recibir las últimas adecuaciones en su reloj - corazón. Ya en la calle, es extraño verla caminar a prisa, con la vista clavada en el suelo y protegiendo con ambas manos el objeto que ahora daba ritmo a su ser. En algún lugar de Monterrey palpita mi corazón, pensó, mientras los rayos del sol anunciaban el mediodía y su tic tac hacía voltear a más de uno. © Sonia Silva-Rosas Amaranto Arizona
Sonia Silva-Rosas Rebeca Le gustaba sentir cómo caía el chorro de agua en su espalda. Cerró los ojos y respiró profundo. Comenzaba el invierno y bañarse con agua caliente hacía, de alguna manera, que se suavizara la rudeza cotidiana. Se quedó ahí, sintiendo cómo, ahora su cabeza, recibía el agua caliente para hacerla sentir viva. Eran cerca de las doce del día y la Landin entró por la ventanita del baño. Fue un juego y yo perdí, ésa es mi suerte, y pago porque soy buen jugador. Tú vives más feliz, ésa es tu suerte, qué más puede decirte un trovador… Como era ya costumbre en Rebeca, levantó su cara hacia la regadera y confundió con el agua caliente el correr de sus lágrimas. No le gustaba aceptar que le habían avisado lo que iba a pasar. Se engañaba, se culpaba. Desde un inicio le dijeron lo que se le vendría encima en caso de continuar en su empeño de no ver la realidad; y es que cómo puede uno llegar a pensar en una relación seria con alguien veinte años menor. Suspiró de nuevo, profundo, y contuvo la respiración un momento para calmarse, así como aquella tarde, cuando el accidente. Ese día algo le decía que no subiera a la moto de Román, que mejor se quedara en casa, que no valía la pena pasar por esa aventura. Todo iba muy bien hasta que, ya encaminados y a toda velocidad, justo antes de tomar La Pera, Román se enteró de que nada le había dejado el recién fallecido esposo a Rebeca. No estoy herido, y por mi madre que no te aborrezco ni guardo rencor, por el contrario, junto contigo le doy un aplauso al placer y al amor. Qué viva el placer, qué viva el amor, ahora soy libre, quiero a quien me quiera, qué viva el amor. Román no era tan bueno para andar en motocicleta a toda velocidad. Después de voltear a reclamarle a Rebeca y echarle en cara su “sacrificio”, Román perdió el control y derrapó. El cuerpo de Rebeca salió disparado y cayó en seco sobre el asfalto. Tres días le tomó a Rebeca regresar a este mundo; tres minutos le tomaron en ese momento para recordar que estaba debajo de la regadera. Cerró el paso de agua, tomó la toalla y comenzó a secar su cuerpo: su cabello, el torso… Debía secar bien, que no quedara húmedo. Después de la Landin, llegó Toña la Negra: Ya no podré ni perdonar ni darte lo que tú me diste, haz de saber que en un cariño muerto no existe el rencor, y si pretendes remover las ruinas que tú mismo hiciste, sólo cenizas hallarás de todo lo que fue mi amor… Rebeca puso con mucho cuidado la prótesis en lo que había quedado de su pierna izquierda y, también con mucho cuidado, se levantó de la silla de ruedas. Aún no se acostumbraba a esa parte de su cuerpo. Cada uno de sus movimientos era lento, se concentraba antes de dar cada paso. Así salió del baño, con mucho cuidado. Cerró tras de sí la puerta, y sólo alcanzó a escuchar como un murmullo lo que Toña repetía “sólo cenizas hallarás de todo lo que fue mi amor”… © Sonia Silva-Rosas Amaranto Arizona
Sonia Silva-Rosas Gustavo Se quedó ahí parado. Había caminado varias calles batallando con el diablito que le habían prestado para ir a buscar trabajo. Pinche diablito, se decía mientras se rascaba la nuca y sentía cómo la mugre de días se apelmazaba en sus uñas, no ta muy bueno que digamos. ¿Qué le costaba a este cabrón decirme que una de las llantas está jodida? ¡Chingados, pinche gacho!, y Gustavo siente, entonces, cómo los rayos del sol comienzan a brincarle en la cara, cómo el sudor le pica en la espalda; cómo el calor baja por su trasero y las piernas y, entonces, percibe su fetidez de días, de semanas; y le pican las horas sin agua en las piernas y los brazos. ¡Chingado!, dice de nuevo, igual y no encontraré algo, y luego con este pinche diablito cojo; y el semáforo pasa de rojo a verde y él no avanza, permanece ahí, ensimismado, aferrado al diablito azul cojo; con la vista resbalando sobre la calle de Jalapa, con la nariz atenta al puesto de tacos de carnitas de la calle de Puebla; con los ojos atentos en las nalgas de una chica que menea las caderas al atravesar la calle. Los autos se detienen. El semáforo en rojo. El olor a carnitas combinado con la hediondez de su carne (y vaya que ese nauseabundo olor se las ingenia para delatar a quien no se ha lavado las verijas durante semanas, para delatar un culo sucio y unas sobacos sudorosos). Se talla los ojos, intenta limpiar el sudor que escurre por su cara; pica, el sudor en sus pupilas, arde. Sudor y mugre en su mirada; fétido aroma en la nariz y en la boca se le hace agua la lengua con el aroma a comida. A su lado la gente camina, cruza la calle… algunos corren, le empujan en su camino, y él ahí, en la esquina de Jalapa y Puebla, apretando los fierros de un diablito azul cojo, descubre de pronto que su zapato derecho tiene un agujero nuevo; levanta la vista y se asegura que nadie encuentre ese abismo que delata su miseria: hoyo irremediable de su pobreza. No, pos no, así menos encontraré trabajo. Esconde el zapato, se aferra al diablito cojo; el semáforo de nuevo en verde y sus ojos ahora corren hacia Insurgentes. No, mejor me regreso, segurito nomás le voy a hacer al pendejo. Mejor me regreso y veo la manera de tapar este pinche hoyo del zapato. ¡Chingada madre, así no le dan trabajo a uno; y luego este pinche diablito…! Semáforo de nuevo en rojo. Indecisión. Voy o no voy. Mira el semáforo que continúa en rojo. Suda. Hiede. Le pica la mugre de su cuerpo. Los tacos de carnitas le entran por la nariz y apuñalan su intestino. Babea. Se limpia la boca y su lengua percibe ese sabor a sal mugre. Voy o no voy… ¡Naaa, ya mañana Dios dirá! Semáforo en verde y, Gustavo, rumbo a la Glorieta de Insurgentes… © Sonia Silva-Rosas |
Sonia Silva-Rosas
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May 2021
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