Surrealismo
por Kepa Uriberri Del libro "Ellos son mis amigos" De pronto, de manera inconsciente, sin importar cuánto lo haya buscado, desaparezco de mí mismo: Dejo de existir. A veces mientras leo, por ejemplo, la escena de la lectura fluye por un derrotero diverso al literal y tomando un desvío, tras breves imágenes que no están en la letra pero la enlazan, constituyendo una aventura extraña y continua, me pierdo a mí mismo en la nada del sueño. Otras veces me sucede en aquella última divagación, en la que se elucubra planes absurdos, las más de las veces imposibles de realizar, que quedo atrapado en un instante vago, parecido a esos juguetes de cuerda que de repente topan con una pared y continúan por un momento su torpe movimiento hasta que agotan la energía que los activa, tal vez a punto de triunfar, o de conquistar a aquella mujer hermosa y más; entonces desaparezco, dormido. No puedo dejar de preguntarme: ¿Es también así la muerte? Sí; es posible que así sea. Quizás esta vida, que se imagina como la realidad, sea sólo una divagación que termina al momento de la muerte, en la que, cuando menos para uno mismo, se desaparece; uno se pierde a sí mismo. Nadie lo sabe; nadie puede saberlo si las cosas son como las he elucubrado hasta aquí, ya que nadie existiría, salvo yo mismo que soy el divagador o soñador de mi propia vida, que al perderla es como perder la conciencia cuando caemos en el sueño. Si los otros existen, desaparecen también conmigo, al menos para mí. Tal vez sean pensamientos tontos, quizás absurdos y todavía más: Soberbios. ¿Cómo puedo pretender ser yo el gran soñador? ¿Y que hay de quien lee estas elucubraciones? Pues bien: Puede ser que yo sea este que lee y mi divagación esté construida por mí en la forma de estas letras, en tanto termino mi ensoñación y caigo en mi propia muerte al momento de soltar este texto, o caer vencido por estos pensamientos al estrellarme contra ese último obstáculo. Siendo así, por supuesto que es imposible saber nada de lo que sucede al salir por mi muerte ya que hasta ahora jamás lo he hecho, ni yo, que leo este texto, ni el escritor que he creado, para que escriba sólo para mi, esta reflexión. Quisiera, por un sólo momento, dejarme ir de esta digresión, asumiendo que lo pensado hasta aquí es una visión lúcida de la realidad. Al caer en el sueño, en mi realidad inventada, me desaparezco de mi. Eventualmente vivo, cuando menos, fragmentos de otra realidad: Aquella que sueño. Luego despierto y he resucitado, o reaparecido. ¿Existí mientras dormía? ¿Quién me lo asegura, si es que yo soy el gran divagador que en mi ensueño me he inventado esta vida en la que creo dormir y despertar, y donde, por lo tanto, no hay nadie más? Tal vez he modelado, por la experiencia de gran soñador universal, cómo ha de ser esta vida que sueño, en la que al dormir hay otros que me aseguran que en el intertanto estaba ahí y no había desaparecido. También invento que el despertar inventado me encuentra en el mismo sitio en que me perdí en el sueño. ¿Podrá ser posible que como gran soñador, al caer finalmente en el sueño mayor de la muerte, sólo esté cayendo en el sueño del soñador, que se ha dormido? Quizás éste yo mismo que cae en el sueño de la muerte después despierte y viva otro día de soñador y otro y otro más: Habría entonces vida después de la muerte y otra vida y otra muerte y más. En fin, aquel que lee y soy yo mismo incluso sin serlo en realidad, es posible que sonría al divagar esto que ha creado en una lectura escrita por otro que no deja de ser él. En esa sonrisa encierra sus dudas, así como cuando sueña, porque esta lectura ya lo ha cansado y duerme, y se ve a sí mismo, aunque ajeno, en una aventura extraña y diversa, donde quizás haya poseído a aquella mujer bella, o haya triunfado en su profesión de psiquiatra o ingeniero, o tal vez escritor o poeta, no pone en duda los sucesos ni su realidad en aquel sueño, sino sólo lo vive, tampoco allá, despierto, pone en duda la realidad que percibe y en la que cree en aquel universo que habita. Y si soñara que es sueño y dudoso que aquella mujer es su mujer y es prójimo y no prolongación de sí mismo, en su sueño lo juzgaría absurdo y lo desecharía. En la vigilia desechamos el sueño por irreal, mientras que en el sueño nunca juzgamos la vigilia: ¿Quizás porque el sueño es la realidad verdadera y no requiere de aquel juicio? Estoy de vuelta: Ya me he encarnado en mí mismo y dejo las divagaciones. Todo lo anterior quizás sólo lo soñó o lo elucubró en las puertas de una ensoñación Guillaume Apollinaire. Tal vez tímidamente o en medio de una tertulia en la que era maestro y André Breton un discípulo lo entregó como cierta fantasía posible y apenas literaria. Es que la literatura es eso: La eclosión del pensamiento profundo, ese pensamiento que no tiene aún juicio alguno y florece en una ficción o una posibilidad y quizás en una fantasía. Por esos años Freud era un fuerte estímulo literario con sus teorías que se movían cerca de las ciencias. Quizás, a partir de ahí, Breton y otros artistas, que por serlo eran libres, divagando concluyeron que el artista tenía derecho, y más aún el deber, de crear no sólo sobre este mundo real que va del suelo al cielo, sino a todo lo ancho del rango de su vida que se desarrolla sobre y más allá de lo que entendemos por realidad y que quedaba al descubierto que también lo era, cuando se lo vivía en los sueños, pero también en lo onírico y en la fantasía y en todo el rango de lo que se podía pensar cuando se baja las defensas del juicio, de la razón, incluso de la intuición, del sentimiento y la pulsión. Más allá y más allá de aquel más allá continúa para siempre lo surreal que no es otra cosa que lo real que hasta ahora se había negado y de pronto aparece y hace luz en todo su esplendor cuando no comenzamos por negarlo. ¿Y si no eran sólo admirables artistas locos? ¿Si eran visionarios? ¿Es posible, entonces, que deba comenzar a tomar más seriamente aquella vida que alterno día a día con ésta en la que escribo ésto? Me viene al recuerdo la sospecha de Julio Cortázar, que lo lleva a relatar La noche boca abajo ¿o es boca arriba?; ahí Julio relata la convivencia de ambos mundos posibles, claro que él debe estrellarse en moto para hacerlo. Uno pasa de uno a otro a través de la barrera del sueño, a lo menos. También con cierto ejercicio de liberación lo lograría traspasando a un estado onírico inducido, posiblemente aquello que llaman regresiones. Tal vez entre el mundo real y el surreal haya una suerte de antisimetría. ¿Y cuál es el mundo real? Para Cortázar, finalmente, el mundo real era el soñado y era un sueño absurdo soñado en la realidad onírica. Pienso que es extraño. Nunca antes había visto que los bancos de madera de una iglesia estuvieran tapizados de felpa roja, menos aún de un rojo tan vivo; pero era así, sin duda. También me llama la atención las tachuelas de cabeza dorada que la sujetan a la madera. Me digo, no obstante, que lo más extraño es que al sacerdote que oficia no le importe que ella esté completamente desnuda y su pelo verde, pero, sin embargo no me llama la atención que yo mismo también lo estoy y mi pecho sangra. Él se acerca, entre las manos trae un balde de bronce pequeño y brillante. De su interior saca un hisopo y nos asperja con energía mientras repite algunas fórmulas incomprensibles. Se acerca a ella y le derrama agua verde en el pecho, que fluye entre sus senos y hasta su regazo. Él dice, solemne: "Ya estas pura y limpia. Él estará contigo" y luego dirigiéndose a mí, me la derrama sobre la cabeza, y corre hasta mis hombros y brazos. Está caliente y su flujo es sensual y grato. Me dice, fijando en mí una mirada severa: "La sangre del cordero es tan caliente como esta agua. Bébela porque ella te pertenecerá". Yo no sé si se refería al agua o a la sangre, ¿o a la mujer?. En el instante en que tuve esa duda, unas gotas de agua cayeron desde mi mano, sobre la felpa roja haciendo una mancha oscura como de sangre. Cuando intento explicar aquella, ella se sienta a horcajadas sobre mis piernas y tomando mi mano se rodeó con mi brazo, como si se abrigara o como si dijera "Tenme". Sentí la avasalladora compulsión del deseo. No obstante, la propuesta de Cortázar, por ejemplo, tiene una cierta simetría de reglas de realidad, en el delirio tanto como en el mundo del accidente en moto, lo mismo que en su alternancia: El accidentado, o perseguido de los aztecas, alterna entre las mismas escenas en distintas transferencias de uno a otro sueño, mientras Aragon amparado en lo erótico creo que cae en lo grosero y luego falla en el acuerdo con el lector. Si el narrador está impedido de comunicarse con su universo narrado, porque es parte de él, lo que le permite ser testigo de la vida erótica de su hija y de su nieta Irene, ¿cómo puede relatar a su lector a través de su impedimento? Pienso en el acuerdo del autor con el lector y me argumento que éste no acepta el acuerdo, no obstante que el lector no es único, lo que hace que el autor tampoco lo sea: Yo sólo propongo, en el análisis, a mi autor personal, propio de mi encarnación de lector. En esa instancia Louis Aragon fracasa. Recuerdo entonces algún artículo en que se asevera que renunció al surrealismo y se hizo comunista. Poeta en Nueva York de García Lorca sí es surrealista; hay ahí una surrealidad que superpone a la realidad, propuesta por el poeta. Aragón aprieta los labios contra los dientes y maldice en francés, de manera que no entiendo lo que dice. Viste de gris y su frente es en exceso amplia. Se parece a Véliz. Sí. Le digo que García Lorca logra, incluso en su Romancero gitano, proyectar la realidad a lo surreal y pone las cosas en su lugar. Estira los labios hacia adelante y pega la barbilla al pescuezo para volver a blasfemar en francés. Le sugiero, creo que lo hago, porque no me oigo decirlo, que lea el Romance sonámbulo. Ahí establece claramente, al comienzo y final: «El barco sobre la mar y el caballo en la montaña» que cada cosa debe estar en su lugar y yo acepto el trato con el autor cuando dice: «Si yo pudiera mocito, este trato se cerraba». García Lorca pone cada elemento en su lugar y monta una realidad sobre otra y otra y sobre ellas la surrealidad onírica. Sobre el verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas y ojos de fría plata pone las cosas en su lugar: El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Véliz protesta y dice con su voz lenta y nasal: "Irene y Victoria son relatadas desde el monólogo interior". Él viste de gris y los ojos de color agua son hipócritas. Un cabeceo me muestra el trazado azul de la huella de un insecto que ramoneó sobre la hoja donde escribo y que termina en la punta de oro de la Sheaffer roja que fue de mi padre. Me la regaló al morir; dijo: "Joseba; durante sesenta años administré mi vida con esta lapicera. Ahora es tuya. Quizás te acompañe en el camino imposible de la fama". No sé por qué me dice Joseba, si mi nombre es otro. "¡Eh bien! ¡Qui est le nom!", dice Aragon, proyectando los labios como una trompilla, a la vez que pega la barbilla al pescuezo; "solemente une interjección" concluye en mal castellano. "Monólogo interior" pienso, y vuelvo a ver la traza azul sobre mi trabajo. La lapicera ha caído ahora de mi mano sobre el papel, dejando una salpicadura finísima ahí donde habrá reventado el insecto que caminó sobre mis letras. Véliz desde el fondo de mi pensamiento repite "Es un monólogo interior: Un soliloquio ¿Comprendes?". "Sí" respondo, "sería lícito si el relato, supuesto monólogo, tuviera un objetivo más allá del afán de mostrarse surreal o erótico". Véliz desde el fondo del pensamiento argumenta que el monólogo es siempre válido y escucho los rezongos de Aragon, quizás con los labios muy apretados contra los dientes. Me pongo de pie como una reacción automática, para conservar la lucidez, rondando en torno al monólogo; entonces se produce la sincronía, en el mil seiscientos treinta y cinco. «Yo sueño que estoy aquí destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión...» Es Pedro Calderón de la Barca que viene en mi auxilio, con los monólogos y soliloquios de Segismundo. Con Pedro no llega a ser necesario plantearse el acuerdo del autor con el lector. El último queda de inmediato atrapado por las dos realidades de Segismundo: El prisionero encadenado y la surrealidad, para él, porque duda de ella, como se duda de la de Apollinaire, en la que es el rey que gobierna: «Sueña el rey que es rey y con este sueño vive, mandando, disponiendo y gobernando...» y entonces le pregunto a Véliz: "¿Fue Calderón el primer surrealista o su precursor? ¿Fue un adelantado?". Me responde, casi con desprecio: "El monólogo, el soliloquio ha existido desde siempre. Es el primer recurso de la literatura: Su motor". Por un momento me siento vencido. No alcanzo a pensar que el monólogo nace en voz alta y por lo tanto como una necesidad de diálogo, que a falta de interlocutor, se dialogó con sí mismo para resolver un juicio personal. Así, entonces, ineluctablemente, el soliloquio obedece a una argumentación, a un raciocinio. Con el tiempo, en la literatura moderna se silencia, pero no pierde esta esencia de reflexión. Por su parte, la escritura automática de algunos surrealistas: ¿Cómo podría tener reflexión? Sólo sería un acierto azaroso. Si es así, prefiero quedarme con el surrealismo de García Lorca: «La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña». Aquí nada es automático, todo está en su lugar y puede ser traducido en la razón del lector. Véliz, al verme convencido, me grita en mal francés, como si defendiera a Aragon o a sí mismo: "El barco y el caballo sólo representan a la muerte. ¡Éso se sabe!" Alude a interpretaciones del Romance sonámbulo que él sabe que no comparto. "Ya hablaremos de eso" le respondo y trazo una línea azul al final de este texto, con la Sheaffer que su padre regaló a Joseba. © Kepa Uriberri
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Edificio Costanera Center en Santiago, actualmente el más alto de América latina, clavado entre gases de invernadero.Conferencia de las Partes
Kepa Uriberri Hace ya muchos años, tuvimos en Chile un presidente de la república que sostenía un curioso lema, no por eso menos cierto. Decía que «En política hay dos clases de problemas, a saber: Los que no tienen solución y los que se solucionan solos». Su gran legado a la nación fue un sándwich que lleva su nombre. Cada medio día a la hora de almuerzo, el presidente salía a la Alameda frente a la Casa de La Moneda, palacio de gobierno, atravesaba la ancha avenida y su parque central para almorzar en la Confitería Torres. Invariablemente pedía el mismo sándwich de queso caliente y carne de vacuno a la plancha y una garza. La garza es una copa cónica de pie alto con una capacidad de más o menos un cuarto de litro que se llena de cerveza liviana y rústica. Este almuerzo del presidente se popularizó de tal manera que el sándwich en cuestión es hoy en día, después de más de ciento veinte años uno de los más consumidos en el país. Desde hace no tanto tiempo, sólo un cuarto de siglo, la catástrofe climática que amenaza al planeta puso en marcha cierta preocupación, que me recordó a nuestro presidente: «Hay problemas que no tienen solución; los otros se solucionan solos». Diría que el lema que enunció es un paradigma de la preocupación de las altas elites y otras partes que vienen participando de las llamadas "Conferencias de las Partes" para tomar acción sobre la amenaza del cambio climático. Este año, en diciembre, se celebrará en Chile la versión veinticinco de esta conferencia. Posiblemente las altas autoridades, los grandes empresarios de la producción de energía, vehículos y otros industriales propietarios de potentes chimeneas que se elevan al cielo disparando gases carbónicos, podrán probar un exquisito Barros Luco en la Confitería Torres. Dicen que uno de los mas abundantes gases de invernadero, responsable del cambio climático es el gas metano que liberan los pedos del ganado vacuno, por lo que una de las recomendaciones de las comisiones a propósito, es disminuir drásticamente la ganadería vacuna, lo que afectaría de manera grave el consumo del Barros Luco cuyos ingredientes insignia son productos de este ganado: El queso y la carne. Además ambos son calentados y cocinados al fuego producido por gases de petroleo. Las grandes economías, las más industrializadas y contaminantes se retiran de las conferencias, las otras no cumplen los compromisos adoptados. Es natural que cada parte considere que la responsabilidad es de los otros y no propia. "America first". "La amazonía es nuestra y nosotros tomamos nuestras decisiones". "Tu mujer es más fea que la mía". "Somos un país pequeño, nuestro aporte a los gases es insignificante". "Este es un típico problema que no tiene solución". "Se va a solucionar solo cuando cambie el ciclo climático". Estas y tantas otras razones similares se escuchará en Chile en diciembre. Finalmente, después de beber mucho pisco sour, comer muchos mariscos, tomar buenos vinos, güisqui escocés legítimo, de muchos años, y más, se brindará, quizás, por don Ramón Barros Luco, un político cazurro y hábil. Aquí, en el último rincón del mundo, vivimos durante ciento cincuenta años en la miseria de la oligarquía, donde algunos tenían el privilegio del poder y la riqueza y eso les era suficiente. Los demás medrábamos en torno al servicio de los oligarcas. Lo mismo ocurría en el imperio ruso: El Zar y su corte vivían jugando bádminton en los jardines de palacio o bañándose en pelotas en la desembocadura del Nevá en el Báltico, mientras los campesinos y el pueblo que los amaban, vivían en la miseria. Sólo la violencia de la revolución bolchevique, la mano dura y autárquica de Lenin y de Stalin cambiaron las cosas. En nuestro país, tan lejos de todo, un político y poeta, nacido de la oligarquía, abrazó el ideal marxista, y desde la presidencia de la república pretendió llegar el socialismo de manera pacífica y en democracia. Lo traicionaron los suyos. Creían que el marxismo sólo se impondría en una revolución armada y violenta. Entonces triunfó la violencia de la revolución militar. Salvador Allende subió a los pedestales de la izquierda progresista con su hermoso último discurso, mientras el palacio de gobierno era amagado por los golpistas: «Más temprano que tarde volverán a abrirse las anchas Alamedas por donde pase el hombre libre»; fue una pieza poética que ha inspirado a todas las izquierdas del universo. Así como la mano impositiva y violenta de los comunistas soviéticos impuso una dictadura que cambió la historia rusa, en nuestro país la dictadura militar cambió, a sangre y fuego, los destinos de la nación. No sólo intentó exterminar el marxismo, también acabó con los privilegios de la oligarquía y cambió el sistema empresarial protegido, por una economía de mercado abierta que ha sido la semilla de la que germinó el éxito del país. Sin el impulso de la fuerza autárquica no habría habido marxismo en Rusia y Chile seguiría siendo el país más pobre de entre las viejas colonias españolas de América. Tal vez en algún futuro incierto, se imponga un gobierno global universal que imponga por la violencia y la fuerza, lo que de seguro no logrará la Conferencia de las Partes número veinticinco que se celebrará en Santiago de Chile y logre salvar al planeta del desastre climático, arrasando intereses, avasallando derechos y sacrificando oposiciones. ¿Habrá otra solución? ¿Qué haría don Ramón Barros Luco?. © Kepa Uriberri |
Kepa UriberriA mediados del siglo pasado, justo al centro de algún año, más frío que de costumbre, en medio de una nevazón inmisericorde, se dice que nació con un nombre cualquiera. Nunca fue nadie, ni ganó nada. Quizás sólo fue un soñador hasta comienzos de este siglo. Fue entonces cuando decidió llamarse Kepa Uriberri y escribir, también, para los demás. Hoy en día, sigue siendo un soñador y aún no ganó nada. Sólo siembra letras en el aire. Archives
August 2021
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