Revolución
Por Kepa Uriberri Una revolución requiere rebeldía, resolución y reforma. Sin rebeldía o rebelión, que es el acto generado por la rebeldía persistente, no puede haber revolución. La rebeldía empuja al hombre hasta la resolución requerida para iniciar la lucha por los cambios. El anhelo de reformar la realidad, de modo profundo y significativo, inicia la gesta de la revolución. Finalmente, la revolución es un proceso de profundas reformas que nace de la rebeldía y la resolución. Visto de esta manera, la revolución podría tener un germen que le da un inicio difuso en tanto éste madura y eclosiona en el proceso de reformas profundas. Logradas estas, la revolución se extingue, el proceso termina. Los frutos de la revolución se sostienen en un nuevo paradigma estable que ha renovado a la sociedad: La revolución ha terminado. A ella le sigue la restauración del orden en el nuevo sistema y la estabilidad. A pesar de estos conceptos, por demás obvios, los caudillos revolucionarios, quisieran sostener la revolución para siempre. Así sucedió en Venezuela donde la revolución bolivariana de Chávez se prolonga y se sostiene en el empecinamiento de los caudillos revolucionarios, que a pesar de ser Maduro no tiene madurez revolucionaria. Diferente fue el caso de Cuba. Los hermanos Castro, quizás Raúl más que Fidel, perciben, hacia mil novecientos sesenta y cuatro que la revolución ha terminado. Es necesario consolidar sus frutos. Así es posible que lo impusiera Raúl, gran realizador de este enorme desafío cubano, en tanto que Fidel, su gran director de escena, exige que la revolución continúe. Lo que en realidad promueve Fidel es mantener la mística de la gesta revolucionaria, que a la luz de la razón que impone Raúl, al fin entiende terminada. El tercer actor de la revolución cubana, Ernesto Che Guevara, no comprende que la revolución ha concluido y que es necesario consolidar sus frutos y entrar en un período estable, para el cual la revolución y sus reformas sólo han sido el preludio. Guevara no cree que a partir de ese momento, en mil novecientos sesenta y cuatro, hablar de revolución sea sólo un artilugio para sostener una mística ideológica. Para él la revolución no ha terminado: La rebelión, la resolución y la reforma estarán siempre ahí, o el proceso morirá. Su postura, entonces se hace incómoda; ya no hay nada que combatir. Raúl advierte a Fidel que es necesario separar al Che Guevara del proceso que Cuba está iniciando. De esta manera Guevara es enviado al Congo, a la Amazonía peruana y luego a la selva boliviana, donde muere al fin, como mueren los verdaderos revolucionarios, luchando por un ideal que jamás concluye. Fidel Castro fue un caudillo. Los caudillos no son revolucionarios, son guías carismáticos capaces de arrastrar tras de sí a un pueblo, a los intelectuales, a los jóvenes idealistas y a las muchedumbres, en pos de una luz inconmensurable e incierta, que brilla más allá de cualquier horizonte posible y jamás se alcanza; su nombre es Utopía. El caudillo muere en su cama. Raúl Castro es un político. El político es cerebral, es oportunista y es realizador. Las principales herramientas del político son los caudillos que guían la voluntad de los hombres y los revolucionarios que producen las condiciones que el político requiere para impulsar los procesos de cambio. Los políticos no mueren. Ernesto, el Che Guevara, era un revolucionario puro. Era un idealista obnubilado por la luz intensa de la Utopía. El revolucionario siempre cree que puede instaurar la Utopía aquí en la realidad y en todo el universo. El revolucionario muere en la lucha por sus ideales. © Kepa Uriberri
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Lo viejo, lo mozo
Por Kepa Uriberri Hoy todo es desechable. En otros tiempos me decían: "No cambies lo viejo por lo mozo, ni lo cierto por lo dudoso". ¿Sería que mis tiempos de niño eran conservadores, en contraste con los de hoy en que todo se quiere renovar?: Tal vez sí. Parafraseando a los Clinton: "¡Es el progresismo, estúpido!". En fin, la frase le viene a todo el que no es del derechas, o en otras palabras, a todo lo moderno. "Lo voy a vender en la feria libre en cinco lucas" dijo. "¡Estás loco!", le contesté, "me lo dejo para mí". "¿Y para qué lo quieres?". "¡Yo sabré para qué!", en realidad, no sabía. Era la admonición de lo viejo por lo mozo. Lo encendí y encontré, ahí, una carpeta con la primera temporada de "Downton Abbey". Con curiosidad comencé a ver el primer capítulo... A las seis de la tarde terminé de ver la temporada completa y comencé a buscar en internet la segunda. En una semana había visto la serie completa y lamenté que se hubiera terminado. Me recordó "El retrato de una dama" de Henry James, o también "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen. Siempre hay distancias que guardar, no obstante, me produjo nostalgias de aquellas grandes novelas clásicas como "Ana Karenina" de Tolstoi o "Madame Bovary" de Flaubert. Hay algo que remueve fibras en los sentimientos, en el ánimo, que es muy particular e indefinible, que además deja rastros indelebles en algún lugar del espíritu, algo que también cristaliza cuando leemos la "Eugenia Grandet" de Balzac, pero que no ocurre con "El niño terrible y la escritora maldita", de Jaime Bayly o con los cuentos de Alice Munro en "Demasiada felicidad", tampoco en las novelas de Bolaño ni en otras de super venta actuales. No sé si la gente de las generaciones jóvenes pensará del mismo modo. Quizás a ellos les entusiasme algo más inmediato, rupturista, rápido y de suspenso vertiginoso. ¿Cuál es la diferencia esencial de esa literatura decimonónica con la que se produce hoy? ¿Será que en estos días se escribe en un tono desechable? ¿O será que la cultura actual desprecia lo permanente? ¿Tal vez hoy no existe un lector como el que conocimos en el pasado?. Hoy es tal el apremio en todo que nadie parece leer más allá de ciento cuarenta caracteres antes de pasar a otra cosa. La brevedad obligada parece haber estrechado el ancho de los sentimientos, tanto, que ya nadie cree posible una Madame Bovary o una Ana Karenina, locas de amor y pasión. Hoy en día casi no se estila el amor, que ha sido reemplazado por el sexo u otros sentimientos hedonistas. Las pasiones del presente medran en el poder, en el dinero y en el placer. Borges creó un Pierre Menard que intentaba escribir hoy "El Quijote", igual al de Cervantes, pero con un sentido totalmente distinto y actual. Esto debería hacerse sin copiar a "El Quijote" original, pero debería ser idéntico, a pesar de todo, a aquél. La idea es alocada, pero sería igual de absurdo presentar hoy una novela actual idéntica a la "Eugenia Grandet" de Balzac. Hice el ejercicio, difícil, de leer de nuevo esta novela, pensando que su autor fuera, por ejemplo, Javier Cercas o Juan Villoro, o quizás alguien tan al límite de la cordura como Enrique Vila Matas, de manera de convencerme de la realidad de la premisa. A ratos, y con dificultad, lo lograba, pero de inmediato la novela tomaba un tono casi pueril, como si el autor intentara hacerse pasar por un escritor novel, en su primer intento. Tendría que ser, por ejemplo, el primer intento de Vila Matas, cuando aún creía que su literatura sonaba como la de Gombrowicz, aunque en ese entonces nunca había leído nada del polaco. Con todo, el ejercicio fue tan interesante, que lo repetí abusando de la paciencia de Enrique, con algún capítulo de "Madame Bovary", y con otro de "Ana Karenina" y finalmente con "Retrato de una dama" de Henry James. Es curioso que, a pesar del paralelismo que hacía imposible que ninguna de esas novelas llegara a ser de Vila Matas, incluso si el cinismo de nuestro conejillo de indias se esmerara al máximo, hasta lo imposible, pude llegar a imaginar que quizás un primo lejano del escritor en cuestión, en alguna circunstancia se acercara a parecer el autor verdadero. Esto se hizo más factible en mi imaginación, en la medida que avanzaba en el tiempo de origen de la novela; es decir, que podría resultarme más fácil creer que "El retrato de una dama" fuera escrita por Enrique Vila Matas, aun cuando su intención y significado sería muy diverso al de James, que pensar que Bolaño pudiera haber escrito una "Eugenia Grandet", incluso considerando que ambos autores tuvieron algún afán reivindicacionista en lo social en sus obras. Me fue imposible pensar en Vila Matas escribiendo "Orgullo y Prejuicio", a pesar de la libertad con que Jane Austen escribió esta novela, porque me resulta demasiado notoria la diferencia de género, que de paso me hace subrayar mi impresión de que ambos géneros: masculino y femenino; puedan llegar a igualarse jamás, lo que no implica que uno sea mejor que otro o merezca más o menos, es sólo que nunca serán iguales, así como el mar y el cielo pueden verse, en la distancia, igual de azules, pero jamás se unen. Así, entonces, aunque entre ellos no se parecen en nada, excepto quizás, en su libertad literaria excepcional, reemplace a Enrique Vila Matas por Diamela Eltit e intenté imaginar cómo sería un "Orgullo y Prejuicio" escrito ella. Sólo porque me alargo demasiado, le dejo esta tarea a quién me lea. Si no ha leído a Diamela o a Jane Austen, bien provechoso sería que lo hiciera. Ambas son sorprendentes, una en mil ochocientos trece y la otra doscientos años más tarde. Por mi parte no desecho a ninguna, ni vieja ni moza. © Kepa Uriberri |
Kepa UriberriA mediados del siglo pasado, justo al centro de algún año, más frío que de costumbre, en medio de una nevazón inmisericorde, se dice que nació con un nombre cualquiera. Nunca fue nadie, ni ganó nada. Quizás sólo fue un soñador hasta comienzos de este siglo. Fue entonces cuando decidió llamarse Kepa Uriberri y escribir, también, para los demás. Hoy en día, sigue siendo un soñador y aún no ganó nada. Sólo siembra letras en el aire. Archives
August 2021
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