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¿Quién soy cuando escribo?

Introspección y teoría general de la certidumbre

10/24/2018

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Introspección y teoría general de la certidumbre
Por Kepa Uriberri
 
Hay una vieja historia que ahora, en medio de esta nada en que estoy sumido, se me viene nítida a la cabeza, aunque no sé si deba decir cabeza o espíritu o qué. Es que ya tengo claro que el pensamiento no es un atributo de la cabeza, ni el recuerdo, ni las sensaciones, ni nada. La cabeza sólo sería un instrumento. Yo ya no tengo control alguno sobre ella de modo que mis reflexiones y recuerdos ya no alojan en ella ni se filtran ahí. Dice la historia, por demás tonta e intencionadamente torpe, para conseguir el efecto buscado, que un entomólogo experimentaba con un escarabajo al que había enseñado a saltar: "¡Salta escarabajo!" le decía, y el escarabajo saltaba según se le instruía. El hombre de ciencia le arranca una pata al escarabajo, y repite la orden: "¡Salta escarabajo!" y el escarabajo con un cierto esfuerzo obedece y salta. Una a una el entomólogo va retirando las patas al escarabajo y ve como aumenta su dificultad para obedecer la orden. Tanto es así que con una sola pata el escarabajo casi parece indiferente a la instrucción. Sin embargo después de reiterarla insistentemente el bicho con gran dificultad logra obedecer y salta. Cuando el científico retira la última, el insecto sencillamente ignora del todo al hombre y permanece indiferente. El entomólogo anota entonces una conclusión en sus notas: "El escarabajo escucha a través de las patas. Claramente al retirárselas queda sordo como una tapia".

Conocí a alguien que sostenía, no sé si seriamente, que un ciego y sordo mudo no pensaba. Al menos no si lo era de nacimiento, y si no lo era, su progreso intelectivo se detenía al momento de caer en aquel estado. Hoy, en medio de esta nada que me envuelve, sé que, sin importar lo que se diga, es todo lo contrario. Creo que la potencia del pensamiento, así como la del músculo se desarrolla y crece con el ejercicio continuo, se hace más y más sólida y fuerte cuando no existe otra actividad que el pensar. Es mi caso y así se ha hecho tan potente mi pensamiento. En este espacio oscuro, donde no existe sensaciones ni comunicación alguna con nadie, que no sea conmigo mismo, sólo se me hace tolerable la vida en el ejercicio del pensamiento, de la razón y la comprensión de todo lo que alguna vez conocí y se me hacía difícil entender. Concebí, pues, una teoría general sobre los desplazamientos virtuales en topología, descubrí una nueva teoría sobre el conocimiento y diseñé un modelo que explica la comunicación y su subordinación a los axiomas de la información. He llegado a elaborar una teoría respecto a la creación de las cosas a partir de los conceptos más tradicionales del ser humano, que consideraban la magia y el mito, y he avanzado lenta aunque no diré penosamente, por las teorías cada vez más complejas, hasta llegar a superar con largueza las más modernas y revolucionarias que pude conocer, y nunca comprender del todo, en aquel tiempo en que no estaba encarcelado en mí mismo, en esta negra espesura.

Imagino que quienes comparten el espacio exterior a mi, que pueden apreciar esa cáscara que me envuelve y llaman cuerpo, dirán con pena o tal vez lástima que estoy en estado vegetal. Quizás querrán que deje de ser una carga inútil y piensen en ese ansiado momento que los libere de la carga de sostenerme vivo, no sé con qué artilugios y poderosas máquinas. A veces, sin embargo, pienso que puede que esté sencillamente muerto y es lo único que no sé. Tal vez en efecto sea que los sordos, mudos y ciegos al menos ya no avancen más en su capacidad intelectiva y yo sólo esté redistribuyendo conceptos ya anidados en mi y en efecto soy un vegetal entubado por fuera. O quizás no. Ése es el desafío, que después de llegar a comprender todo lo demás, incluso la existencia de un solo todo pancósmico del que formo parte, posiblemente como un inútil lunar; me he planteado: Trascender esta oscuridad este insólito estado de la nada, y enseñar a aquellos que, barrunto, aún están allá afuera, todo lo que he llegado a entender y ellos aún no. Sólo no sé si todavía están ahí, o si tal vez yo he muerto y ésta es mi eternidad, o puede que yo sea el único ser aún vivo, aún existente, que floto apacible sobre las tranquilas aguas de la nada y todo lo demás murió, implosionó al inevitable gran colapso del extremo opuesto a la gran explosión.

Persistentemente (iba a decir cotidianamente, pero eso ya no es) aunque sólo de modo voluntarioso, pues no tengo materia alguna que me lo permita, o estoy desapegado de ella, intento conectarme y comunicarme con quienes supongo que están en mi entorno. Quisiera decirles que aún estoy aquí dentro en lo oscuro, en lo intangible, y que gracias a ello he logrado comprender las dimensiones que desde los sentidos materiales no se ven, como la multivariedad temporal que nos enfrenta en cada instante a infinitas trayectorias que se abren y de las que la materia sólo puede introducirse en una. No obstante, de alguna rara manera las otras infinitas, o al menos innumerables, siguen estando ahí y otras materias que nos son también propias, siguen cada uno de esos cursos en innumerables y diferentes realidades. Es una red de trayectorias tan intensamente apretadas que hay muchos momentos que se cruzan, se encuentran y bifurcan de manera que he podido ver desde aquí casi todas aquellas cosas que creyendo haberlas creado, fruto de mi imaginación, he llegado a saber que sólo son otras trayectorias paralelas en las apretadas redes de tiempo. En ellas, en muchas de ellas, aunque en otras no; no estoy agobiado por este estado capsular. Desde ahí, donde gozo de plena libertad he intentado gritar, transmitir, predicar y hacer ver estas reflexiones que me benefician gracias al sempiterno encierro. Aún no lo logro, pero a veces creo acertar con ciertas sugerencias a quienes están ahí afuera. Nunca lo compruebo como allá se comprueban las cosas, pero de un modo inexplicable y diferente lo presiento y lo sé.

Cada intento, sin tiempo, que no tengo como percibir sino como una idea intelectual, creo acercarme a esa comunicación. Es posible, jamás lo sabré, que me estén, allá afuera, entendiendo. Puede ser que me hayan recibido siempre y las gentes se maravillen de mis reflexiones o las rebatan con facilidad e irónicas sonrisas. No lo puedo saber porque si bien yo me esfuerzo por ser recibido, no recibo respuesta alguna: No puedo hacerlo por ningún medio. La comunicación es algo físico, aun cuando se refiera a cuestiones altamente intelectuales e intangibles. Es tanto que he llegado a pensar que no existiría nada intangible sino sólo configuraciones materiales. De hecho cualquier idea no existe sino en razón de su sustento y por tanto en su entorno. Véase, por ejemplo, toda esta reflexión que no existe para nadie pues nadie ha llegado a conocerla al no haber un continuo material que la lleve más allá de mi. Es así que para aquellos que viven fuera de mi, esta reflexión no existe. He descubierto de ese modo e intentado enseñarlo, sin resultado para mi, aunque curiosamente y no puedo evaluarlo, podría tenerlo para quienes me reciben, si lo hacen; que así como lo he dicho todo podría ser y no ser a la misma vez, pero siempre material, y como nada y todo es discontinuo, entonces cada cosa, desde la más absurda a la más cotidiana, están sujetas a las probabilidades más inesperadas, salvo cuando su probabilidad siempre desconocida se hace certeza total o bien nula. Me explico: La probabilidad que esto que escribo sea la interpretación de ciertas señas que hago a mi hija que me cuida desde que caí en este encierro vegetativo, y no producto de mi intelecto que quizás esté completamente deteriorado, es, para quien me lee, tal vez muy baja. Quizás me vislumbre vigoroso y gris, de aspecto algo cínico, con cierta tendencia a pasear largamente mientras maduro, en forma estúpida estas cuestiones que luego escribo, y éso soy para él. Sin embargo, para mi hija es una certeza. Quien no lo crea o tienda a creerlo, tal vez en tanto viaje a conocerme, en su incertidumbre y afán de ciencia, mi estatura aumente y disminuya tanto como mi belleza extraña y casi etérea en la medida de su viaje y expectativas. Como sea, después de leer ésto y otras cosas que me reputan propias, podrá ir variando esa probabilidad, aun cuando no anule totalmente otras posibilidades. Solo será certeza que en realidad no soy más que un pálido reflejo de un hombre alto, de ojos atentos, de complexión robusta, cuando pueda verme reducido por el acaso a una masa de recuerdos que le relatará Yioryia, mi hija. Ella es quien, así como la hermana de ese esquizofrénico que era hombre, asno, serpiente y pájara hacía. Es ella quien escribe mis ideas y pensamientos. Ella como yo, no tiene otra ocupación. Ella me mira y cree ver una ligera sonrisa o la vibración sutil de un párpado y lo interpreta como una aprobación de esas reflexiones que me consulta si le he transmitido. De aquel modo he llegado a pertenecer a la Academia de Ciencias, a la de la Historia y a la Real española de la lengua. He escrito tres tratados de filología, enmendé la teoría de la multivariedad dimensional y el origen de lo intangible en la materia. Viene gente aquí, junto a mi camastro de inútil, donde reposan las llagas que no siento y soy, visto desde fuera, a discutir teoría y práctica, a diseñar modelos de la realidad según no vemos y sí es, y a estructurar lo que será cotidiano en algún tiempo que ya dejé de medir. Yioryia me interpreta y promueve mis ideas.

No obstante, al llegar, quizás sólo se enteren que he muerto antes de adquirir honores y fama, transformándose la probabilidad de encontrarme sonriendo, postrado en una silla móvil y comunicándome a través de una especie de acordeón electrónica que manejo con los ritmos de mi acompasada respiración, en nula o tal vez sea ciento por ciento probable; o dicho de otro modo: cierto; que al momento de atravesar aquella puerta, que imagino, encuentre que ésta es una habitación vacía y que yo jamás existí.

Sólo he sido fruto de la locura de este visitante que entra lleno de ilusiones a esa pieza sin luz en la cual sólo responden vagos ecos: Sí. Puede ser. Sí, quizás sólo soy los ecos necesarios que den forma a una teoría que de otro modo jamás fuere conocida: Una inspiración tras una puerta blanca con un vidrio circular empavonado.

© Kepa Uriberri 
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Origen del trabajo, el destino del hombre

10/3/2018

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Origen del trabajo, el destino del hombre
Por Kepa Uriberri
 
En aquel tiempo, hace, ya, innúmeros miles de años, hay quiénes creen que existió un jardín en el que los hombres, todos, vivían felices e inocentes, como todos los otros seres que lo habitaban, aun cuando la tradición dice que el gran demiurgo universal habría creado este jardín para el hombre y todo lo demás se subordinaría a él, para su servicio. En aquel jardín el hombre lo tenía todo y no necesitaba nada para ser feliz: ¡Ya lo era!.

La inocencia, sin embargo, no la excluye sino, más bien, exalta la curiosidad. Había, al centro del jardín, un árbol; el más bello y de frutos más atractivos, quizás sólo porque se les había prohibido comerlos. El gran demiurgo al despertar a los hombres del sueño de la nada les había dicho: "Todo lo que hay en el jardín es para ustedes: ¡Disfrútenlo!; excepto el fruto del árbol que está al centro de todo. De él, no deben comer, para no perder la inocencia". El hombre no comprendió el significado de aquello, excepto la prohibición. Las hembras, en cambio, fueron tentadas por la curiosidad y el deseo de lo prohibido; entonces comieron y creyeron que era bueno.

El sabor del fruto del árbol prohibido les abrió los ojos de la conciencia y supieron quiénes eran, entendieron el sentido de todas las cosas, de lo bueno y lo malo, del deseo y el poder, del tener y la envidia, de lo justo y lo debido, de la verdad y lo falso, del engaño y la lealtad, de la diferencia y la igualdad. Entonces la hembra fue al hombre y le dio a comer del fruto y dijo: "¡Prueba! serás como Dios" y el hombre comió y también abrió los ojos de la conciencia y supo. Los hombres vieron que eran diferentes unos de otros y cubrieron sus pudores. También supieron que de la diferencia nace el deseo y obligaron a las hembras a cubrir los suyos. Los hombres conocieron la culpa y creyeron que no era bueno, entonces se escondieron unos de otros y todos de los ojos omniscientes del gran demiurgo.

El gran creador universal encontró al hombre escondido y le dijo: "Tú: ¿Por qué te escondes?. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que prohibí?". Éste, temeroso de su creador le respondió: "Inconmensurable Señor: Yo no comí, la hembra que tú me disté me dio" y desvió su propia culpa a la mujer y al mismo Gran Creador. Entonces éste montó en cólera y expulsó a los hombres y a sus mujeres del jardín y puso un ángel con una espada de fuego en el portal de modo que nadie pudiera entrar y le dijo al hombre: "Ya nada te será gratis. Sólo tendrás lo que consigas con esfuerzo y trabajo, y vagaras por el mundo buscando tu sustento".

Los hombres se dispersaron por el mundo buscando construir la felicidad que habían perdido en el jardín. Unos creyeron que esta se encontraba en la igualdad, en la justicia y en la equidad, y se ubicaron a la izquierda. Otros pensaron que la felicidad se encontraba en el éxito y en la posesión de las cosas, y se fueron a la derecha. Todos creyeron que para lograr sus fines había que poseer el poder y establecer las jerarquías. Unos llegaron a ser moralmente superiores y otros inconmensurablemente ricos. Estos siempre lograron el poder, los otros, al fin, el reconocimiento. Ninguno la felicidad.

Todos los hombres, según su condición, debieron trabajar para lograr sus fines y el hombre terminó por creer que en el trabajo estaba la felicidad cuando, al fin, su esfuerzo e ingenio lo condujera al ocio. De este modo llegó, el hombre y su mujer, cuyo castigo fue ser poseída por él, a construir la gran sociedad total y a dotarla de industria, que proveía de trabajo y de tecnología, que lo hacía progresivamente más y más liviano, hasta que al fin la levedad del trabajo del hombre terminó por esfumarlo y la maldición del Gran Demiurgo fue redimida; así el hombre sólo tuvo el ocio obligado.

Cuando el hombre ya no tuvo que trabajar pereció ahogado en los detritus de su esfuerzo por no hacerlo.

​© Kepa Uriberri 
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    Kepa Uriberri

    A mediados del siglo pasado, justo al centro de algún año, más frío que de costumbre, en medio de una nevazón inmisericorde, se dice que nació con un nombre cualquiera. Nunca fue nadie, ni ganó nada. Quizás sólo fue un soñador hasta comienzos de este siglo. Fue entonces cuando decidió llamarse Kepa Uriberri y escribir, también, para los demás. Hoy en día, sigue siendo un soñador y aún no ganó nada. Sólo siembra letras en el aire.

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