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¿Quién soy cuando escribo?

Amigo Bashar al-Ásad;

9/28/2016

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Amigo Bashar al-Ásad;
Por Kepa Uriberri
 
He podido ver, en estos días, múltiples veces la fotografía de un niño con la cabeza destrozada, sentado en una ambulancia, con la mirada fija, pero perdida en algún futuro sin esperanzas, sin anhelos, sin otra realidad que la destrucción. Sí. La destrucción; los escombros de lo que alguna vez fue un barrio, o una ciudad y alguna cultura valiosa. Es la imagen recurrente de tu país, amigo Bashar. Estas imágenes se repiten a diario en la televisión, en diarios, en internet y en diversos medios.

La destrucción y demolición ha llegado, de modo abrumador, mucho más allá de los bienes urbanos, de las propiedades materiales de las gentes; ha alcanzado a las personas, a los niños. Ya no sólo a las personas particulares, ha destrozado a la propia sociedad.

Siempre que enfrento conflictos, en especial cuando no son míos, y más aún cuando tocan a terceros que resultan enjuiciados por la opinión general, intento hacer un esfuerzo por ver las razones del acusado, de manera de conformar un juicio ecuánime. He pensado que si yo mismo hubiera sido el hijo de Háfez al-Ásad, que en razón de su esfuerzo conquistó el poder para gobernar Siria como un hombre justo y probo, y me hubiera correspondido sucederlo en esa alta posición, sentiría la obligación con mi pueblo, con mis partidarios y también con mi familia, así como conmigo propio de ejercer con mano sólida y firme ese poder para guiar a mi pueblo, al menos como mi padre lo hizo. Así, entonces, me puedo explicar, aunque no necesariamente compartir, la represión que derivó de las manifestaciones en contra, producto de la llamada Primavera Árabe. ¿Qué gobierno, qué gobernante, no siente la obligación de reprimir las manifestaciones que perturban el orden público impuesto por el gobierno y sus instituciones? ¿Qué gobierno no se siente plenamente legítimo y agredido por sus opositores que utilizan medios que se considera impropios?. Hasta este punto, y sin entrar a juzgar el derecho a ejercer el poder sobre un pueblo, que puede tener un gobierno, en alguna circunstancia tal que tiene una oposición mayoritaria y firme en voluntad, en contra; comprendo la reacción represora de tu gobierno, amigo Bashar, ante la Primavera Árabe. Aquí, y para el juicio analítico que hago, tendría diferencias de opinión más que reproches.

Quisiera entender que fue una desafortunada consecuencia, no esperada, la guerra civil que se desencadena a partir de aquella represión y no una cuestión culposa nacida de la revancha odiosa contra quienes se opusieron al régimen que encabezas. Cuesta verlo de esa manera, atendiendo a las consecuencias, sin embargo quiero ser, por esfuerzo de voluntad, muy tolerante en el juicio. De esta manera, asumo, no sin muchas dudas, que el conflicto sirio se agrava y prolonga por razones ajenas a tu voluntad, amigo Bashar.

Me pongo otra vez en tu lugar, Bashar, en un esfuerzo por entender. En este contexto se comprende el esfuerzo por vencer al enemigo, a pesar de su pertinacia y en defensa de lo que uno cree justo. No obstante, me pregunto: ¿Hasta qué punto es lícito destruir el objeto causal del conflicto, en el afán de vencer? y ¿Qué sentido tendría, al cabo de la total destrucción del país, de la cultura, de la civilización y de la sociedad, ganar o ser derrotado?. Si has destruido todo, amigo Bashar, has asesinado a la población o la has empujado a refugiarse en lugares lejanos: ¿Qué sentido podría tener ser vencedor y gobernar una masa informe de escombros y un remanente de sociedad sin unidad ni destino?. ¿Acaso, Bashar, llegarías al extremo de habitar tu palacio presidencial de gobierno, y dirigir la desolación que te rodearía, sin esperanzas, aunque vencedor orgulloso?. ¿Por qué lo haces? ¿Crees, tal vez, que es un deber de lealtad y amor a la imagen que cultivas de tu pueblo? ¿De cuál pueblo? ¿No te has preguntado si esa nación y su pueblo, que quizás crees defender, no se sentiría más feliz sin la destrucción que tu raro afán, unido al de tus enemigos, también parte del pueblo, han sembrado en Siria? ¿No te has preguntado si cada hora, cada misil, cada bomba, cada bala, cada muerte, cada persona: Hombre, mujer o niño, destrozado en sus esperanzas y anhelos, ya no te pueden acercar sino a un triunfo pobre y pírrico?. En vez, amigo, tal vez sólo acreciente un estúpido y tenaz fracaso. Quizás si tus enemigos sean más tozudos que tú mismo y mientras no te derroten, continúen este proceso sin sentido ninguno. ¿Serás tú, amigo, contra vientos y mareas, más terco?. ¿No te preguntas si acaso no eres más responsable que ellos y eso te exige evitar la destrucción final a la que encaminas a Siria? ¿No has pensado que esta guerra absurda y sin fin sólo debilita a Siria de manera que quedará a merced del estado islámico?.

Es muy posible que si dejas de lado tus orgullos y razones, descubras que ya es el momento de poner fin a este conflicto, porque no queda nada que ganar y de ninguna manera serás tú, amigo Bashad, quien administre las enormes pérdidas.

Mi juicio definitivo, que tal vez comparta con muchos más, es que hay un punto más allá del cual un gobernante debe renunciar, de modo de preservar la sociedad sobre la cual gobierna. En caso contrario, aún cuando resulte vencedor, sólo tendrá el orgullo, pero nada que gobernar. Amigo Bashar; creo que ese punto ya lo has superado con creces: ¿Por qué, entonces, no detenerse?.

​© Kepa Uriberri
 

 
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    Kepa Uriberri

    A mediados del siglo pasado, justo al centro de algún año, más frío que de costumbre, en medio de una nevazón inmisericorde, se dice que nació con un nombre cualquiera. Nunca fue nadie, ni ganó nada. Quizás sólo fue un soñador hasta comienzos de este siglo. Fue entonces cuando decidió llamarse Kepa Uriberri y escribir, también, para los demás. Hoy en día, sigue siendo un soñador y aún no ganó nada. Sólo siembra letras en el aire.

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