Por Kepa Uriberri
Había llovido ya tres días, y no parecía que fuera a detenerse el mal tiempo. Cuando Culliman llegó al pueblo (si así se le pudiera llamar a las trece casas de palo y techo de zinc, a la caseta de detención del bus rural, y al bar de don Misael al frente de ésta), se desató el temporal: Todos lo culparon aun cuando se defendía, amparándose en la superstición de los lugareños. "Solamente me ha tocado mala suerte" decía en su mal castellano que tropezaba cuando se sentía acosado. Sin embargo el miércoles, cuando viajó a la ciudad, y estuvo ausente, el sol amarillo apareció tímido por el nororiente, no bien el bus rural se metió en la curva del bajo, llevándoselo. La escampada duró hasta que volvió. Apenas pisó el barro al bajar de vuelta, el agua se desató con más furia, como si el cielo quisiera lavarse de esta infección del norte. "Vaya, continúa lloviendo perros y gatos" dijo, poniéndose el periódico en la cabeza para no mojarse. Para pasar el mal rato, convidó al profesor Barquero y al Chico a meterse al bar que estaba al frente de la bajada: "Mejor entramos ahí mientras este aguacero pasa" propuso. Así como el pueblo, el bar difícilmente podía llamarse bar, para lo cual el mismo don Misael, su propietario, le llamaba "La parroquia", con lo que protegía a sus clientes de sus exigentes mujeres: "¡Vengo de la parroquia, mhijita!, es que tenemos una novena por la salud de Bartolito que ha estado muy mal". Se sentaron junto a la ventana a mirar la lluvia. Culliman con inocencia, pidió un bourbon en las rocas, que fue reemplazado por un ron de mala calidad, con unas gotas de ginger ale, que estaba frío por cuenta del mal tiempo. El Chico era parroquiano fiel, y pidió: "Lo mismo de siempre, no más". El profesor ordenó un anís ("Muéstreme la botella, primero, éso sí"), en vaso grande "para que me dure toda la lluvia". Don Misael, con su ojo güero, surtió el pedido observando a Culliman con recelo. Finalmente se atrevió y preguntó al Chico, haciendo un gesto hacia el gringo: "¿Éste es el que trae la lluvia?". El Chico hizo un gesto escondido, de advertencia, evadiendo la pregunta. Culliman respondió por él: "Eso no es posible. La lluvia estuvo anunciada por meteorología". — Esas sí, son puras historias — alegó Don Misael, retirándose. — Al menos en eso tiene razón — se rió Barquero, probando delicadamente el anís —. Burdo pero bueno: ¡Fuerte!. — ¿Cómo, usted dice que tiene razón?. ¿Acaso usted no cree en meteorología? — No, no, no. Me refería a la historia. — ¡Meh! — dijo el Chico — ¿Y los analistas políticos: No predicen la historia? Barquero sonriendo, miró al Chico, y levantó su vaso. — Cuando era niño — dijo en tono tierno —, y se desataban estas lluvias los domingos, mi padre se sentaba en su sillón Morris, junto a su radio, fumando un enorme puro, de aroma intenso y mareador. ¡Cómo recuerdo esos domingos!. En el brazo de madera del sillón Morris posaba una copita de cáliz cónico, y pie azul, llena casi al borde de agua de lluvia, como ésta —. Miró la lluvia persistente a través de su vaso de anís. — Esa no es agua de lluvia: Es anís. — Y los analistas políticos no predicen ni la lluvia, ni la historia — concluyó entonces Barquero. — Es curioso — intervino Culliman —, que siendo la historia, tanto más fatal para el hombre que un temporal, nunca se haya tratado de encontrar un método para predecirla. — La historia es una ciencia. Sería como predecir la biología, o la metafísica. ¿Entiende usted? — Sin embargo su amigo Chico tiene algo de razón entonces. Pues hay analistas que intentan predecir estadísticamente los acontecimientos que luego serán la historia. — Esa es la equivocación. Los acontecimientos no son la historia. La historia es la ciencia que se ocupa de analizar las formas y modos en que acontecimientos ya sucedidos se interpretan y relatan. La historia podría incluir, pero no lo hace, alguna metodología predictiva de sucesos, aunque eso desvirtuaría la disciplina. — Lo que usted está diciendo es cierto, pero no menos que el hecho que lo que todos entienden por historia son los acontecimientos que suceden. — Pero desgraciadamente los acontecimientos no son historia hasta que se desvanecen en el pasado. Entonces requieren un relato. Pero el relato no siempre es único. Entonces, amigo Culliman: ¿Cuál de ellos es la historia?. — El que cuenta la verdad de lo que pasó, pues — se apresuró a contestar el Chico, antes de secar su vaso —. ¡Harto honesto este vino! — agregó — como la historia misma, debía ser. — ¿Ve usted?, su amigo tiene la razón: Esa es la historia, lo otro es ficción. — Mire: En este país existe, para cada acontecimiento güelfos y gibelinos. Hasta ahora no hay acontecimiento histórico, o mejor dicho, sujeto a estudio histórico, que no tenga partidarios irreconciliables, y todos relatan su propia historia. ¿Cuál es para usted entonces historia, y cuál ficción?. — Fácil. Uno y el otro. El otro y el uno. Depende de quien lo mire. Para mí mismo, que vengo de fuera de este país: Los dos. O ninguno totalmente. — Fracasó el gringo — comentó el Chico golpeando, alegre, la mesa con la palma, y volviéndose gritó a don Misael —: Don Misael, tráigase otro de este tinto de la casa, que de tan blandito no se masca, sino que se traga solo... O mejor traiga una jarrita pa’ no molestar. — ¿Por qué usted dice eso?. — Porque si uno o el otro o ni uno, o todos a la vez son la historia, entonces tiene razón el profesor. La historia consiste en analizarlos todos, y de ahí ver qué pasa. — Yo no lo entiendo a él — dijo mirando a Barquero. — El Chico parece tonto, pero muchas veces sorprende. Cuando los hechos quedan en el pasado, sólo existe el relato, no el hecho. Ni siquiera para quien fue testigo, o aun protagonista. Pero cada relato corresponderá a un punto de vista distinto, a un interés diferente, a un énfasis personal según el compromiso con las posiciones diferentes: ¿Me entiende usted, amigo Culliman?. Por ejemplo: Para don Misael usted trajo la lluvia, eso es un hecho. Cuando usted está, llueve. Se va, y sale el sol. Vuelve y llueve de nuevo. Entonces: ¿Quién trae la lluvia?. Usted dice que no es verdad, pues para usted no lo es. En cinco años más: ¿Cuál es el relato oficial?. ¿El suyo o el de don Misael?. Esa es la historia: La herramienta que aclara los sucesos que se comprobaron certeros para todos, esto es que llovió durante veinte días mientras usted estuvo aquí, que el sol salió cuando usted se fue, y se largó de nuevo cuando volvió. La historia es la que relata que don Misael lo culpó a usted, y si eso era superstición o no, y que usted negó que produjera la lluvia, y lo demás y más. ¿Comprende usted?: Ésa es la historia. Es un procedimiento disciplinado. — Lo que está mal es que usted acepta algo falso como un hecho que debe formar parte de la historia. Fíjese usted, Barquero, que es como si usted validara la inocencia del general Carbonell, y dijera que él no violó los derechos de nadie, ni torturó a nadie, y que su dictadura fue democracia, cuando todos saben que no es así. — Habría que preguntar a don Misael: ¿Qué opina sobre la lluvia?, para llegar a una conclusión definitiva. — Ese es su truco. Pero los dos sabemos que no resulta, que yo no traje la lluvia, que es superstición. — ¿Entonces usted postula que el error, sólo por serlo, queda fuera del análisis histórico?. ¿Cree usted, acaso, que don Misael no es real, sólo por su equivocación?. Eso se llama censura sectaria, y es común entre los fanatismos perdedores, durante su revancha. — ¡Aaahhh! Usted ya está tomando partido, apenas yo menciono un ejemplo. Así no se puede concluir nada, amigo mío. Culliman se veía acalorado, y tenía la vista fija en el bourbon de mentira, al que repetidamente metía un dedo, capturando una gota, que luego dejaba caer sobre una miga de pan heredada del parroquiano anterior, que había ocupado la mesa. El Chico de pensamiento más concreto, tal vez se había evadido de la discusión, después de tragarse la mitad de la jarra de vino, y tenía la mirada nublada, fija en la lejanía tras la ventana, donde podía percibir las líneas de la lluvia al caer, componiendo un achurado de agua sobre el cielo de plomo, mientras se iba haciendo de noche. — ¿O sea, que sí trajo la lluvia? — preguntó don Misael, más que esperando una respuesta, considerando una confirmación. Barquero lo miró, arrugando la vista casi con ternura. — Vamos a decir que para este pueblo: Sí. Aunque no sea cierto. Pero la verdad don Misael, es algo que constituye un acuerdo entre los que la acogen — y levantó su anís para saludarlo —, así como para mi, esto era agua de lluvia, cuando era niño. — Usted está reduciendo todo a mera poesía, y eso no es apropiado, ni tampoco leal — intervino Culliman. — Es sólo un sentimiento antiguo, que explica un hecho perenne, a una inquietud nueva — explicó Barquero antes de beber un sorbito muy medido de su anís. Luego continuó —: Retomo, amigo Culliman, el argumento que nos trajo por esta senda, que derivó en su molestia, para reparar ese daño. Lo pongo de este modo: Nuestro anfitrión, y casi casi, mi amigo Chico, lo mismo que la mayoría del pueblo, tal vez por ignorancia creen que usted trae la lluvia... — ¡Pero la trae o no la trae, pueh iñor...! — insistió don Misael, que confiaba casi ciegamente en el profesor Barquero. Hizo como si volviera a trabajar en sus cosas tras el mesón del bar, pero meneaba la cabeza molesto. — Déjeme llegar a éso, don Misael, déjeme... Para esta gente ése es el hecho cierto, y puede llegar a ser leyenda en algunos años, la del gringo que venía con la lluvia a cuestas. De ese modo, el relato histórico, en este pueblo sería en ese tenor. Habría un relato antagónico, reputado falso, que establecería que la lluvia llegó casualmente sola, y se fue y volvió sola, cuando usted llegó, cuando se fue, y volvió. ¿Me comprende?. Para ellos es así, y no sólo lo creen, sino que es indesmentible, pues corresponde a su observación. — ¡Güeno!. Pero lo que yo quería saber: ¿Es verdad o es mentira?. — ¡Mentira, por supuesto! — se apresuró a decir Culliman — y la mentira, Barquero, como usted sabe, jamás será parte de la historia, sino todo lo contrario: La historia pretende encontrar la verdad y separarla de la mentira, de modo que el relato de los sucesos corresponda enteramente con ella. — Así parecería... así parecería, sin embargo la historia está llena de mentiras convenientes, especialmente cuando se centra en los momentos de crisis. Es entonces cuando se llena de héroes por decreto, de revueltas necesarias, de rebeliones injustas que se sofocó gracias a la sangre de mártires convenientes y más y más todavía. La historia juzga esos hechos, y a veces resultan dudosos, sin importar lo que la historia llegue a descubrir, pero ya están en el relato, y su tradición los hace verdaderos como la lluvia. El relato histórico lo forja quien gana el poder, y lo hace verdadero hasta que se afinca en el tiempo, o hasta que pierde el poder. El deber de la historia es establecer los antecedentes que permiten enjuiciar el relato histórico mostrando lo objetivo, lo subjetivo, y todas las verdades de todos los que participan de la historia, de manera que en ella quepa toda la realidad del momento relatado. Es que la historia no debe tomar partido ninguno, o si usted prefiere, debe tomar todos los partidos, y creer en todos ellos, hasta tener todas las piezas de los sucesos, que siendo ya ocurridos, sólo pueden ser antecedentes o causas que expliquen lo que se está fraguando ahora, como la historia de mañana. Por eso la historia no puede ser parcial, o mentir, o mejor dicho, debe dar cabida a todas las mentiras, y a todas las verdades. El Chico pareció bajar de su ensueño, enredado en los hilos de lluvia, y volvió a llenar su vaso de vino rudo de la casa. — No tiene para cuando parar — dijo —. Si sigue así voy a terminar creyendo como don Misael, que el gringo trajo la lluvia. — ¡Ah! ¡Usted también lo cree! — dijo el cantinero desde detrás del mesón —. Vamos a ver cuanto dura esta lluvia, y si escampa antes que se vaya el gringo. Yo en historias no creo, sólo creo que son puras historias, pero en lo que veo, en eso sí creo. El Chico hizo con él un salud, e iniciaron su propia conversación sobre la historia, en términos más coloquiales, y llenos de recuerdos locales, sobre la llegada de las máquinas cosechadoras, la reforma agraria que dio origen al pueblo, que antes había sido el asentamiento de inquilinos de la hacienda de don Ladislao, la llegada al lugar de don Manolo, que al mismo anciano le gustaba tanto relatar: "Yo era estafeta de Primo de Rivera, por esos años" decía. "Pero cuando me sorprenden sacando mensajes de él desde la cárcel, me encarcelaron a mí también. Quince años estuve preso en una mazmorra en Alicante, de los que dormí catorce, pues me aburría. Un día desperté, y como había dormido tanto, se habían olvidado de mí, entonces salí, y caminé, caminé, caminé, hasta que llegué a un puerto cerca de Burdeos que se llamaba algo así de Trompa del lobo o yo qué sé. Ahí me hice pasar por artista, y me embarqué en un mercante fletado por un poeta, que nos dejó en este país, como dos años más tarde, después de navegar por todo el mundo. Como no tenía donde ir, me empleé de portero en el fundo de don Ladislao, y aquí me tiene: A pesar de la reforma agraria ¿eh?". Como nadie sabía de esos sucesos, todos aceptaban su historia, aunque era algo extraña. La lluvia no se detuvo durante diez y siete días. Mientras, ahí sentados, junto a la ventana en el bar de don Misael, cada uno en su nivel, había tejido una trama del modelo que consideraba justo y cabal a su pensamiento, sobre la historia, y cómo se construye. De vez en cuando, don Misael traía un potecito con aceitunas verdes, pan francés hecho en casa, y un pebre picante que hasta Culliman estuvo de acuerdo en darle cabida en la historia de estos hechos. El agua ya había entrado varias veces al bar, obligando a los parroquianos a poner los pies en alto sobre algún travesaño de la silla, lo que a pesar de todo, no les libró de mojarse hasta los calcetines. Cuando así sucedía, don Misael abría la puerta trasera, y baldeaba el agua que iba a caer a la quebrada. La conversación, si bien polémica, fue tranquila durante los cinco primeros días, como ya se ha relatado. Hasta entonces, habían consumido ya ocho botellas de anís, nueve de ron, tres de aguardiente "Quemachercanes", dos de ginger ale, siete barrilitos de tinto de la casa nueve kilos de aceitunas verdes, treinta kilos de pan francés, cuatro de pebre, y un vaso de leche que pidió Culliman al tercer día para tomarse un remedio contra la acidez. El sexto día Culliman se durmió por primera vez, justo cuando el Chico argumentaba que los sucesos naturales, como temblores de tierra, ventarrones, marejadillas, penaduras, estampidas, o inundaciones, no eran parte de la historia, sino sólo cuando había testigos y damnificados. Cualquiera de estas condiciones que faltare, decía, dejaba al suceso fuera del análisis histórico. Desgraciadamente la cadencia de la voz campesina del Chico, ya muy remojada, no sólo por la lluvia sino también por el vino tinto de don Misael, fue como un arrullo para Culliman que estaba, también, acosado por su propio licor. Desafortunadamente el Chico lo tomó mal. — ¡Meh! — dijo, cabeceando un poco — se durmió el muy Culliman... ¡qué indecente! — y dándole un palmazo en la coronilla lo despertó. Desde ese momento la voz del Chico tomó un tono evidentemente ofendido, y algo ofensivo —: Lo que pasa huón, es que voh como veníh de un paíh rico, huón, no comprendíh la manera de pensar de los indígenas de aquí, que somos losotros... Barquero intentó ordenar la cosa, y suavizar al Chico, pero fue inútil. — Don José, ¡por favor!, le suplico que comprenda que llevamos casi siete días de lluvia, y todos estamos helados hasta los huesos, y muy cansados, de modo que es comprensible el cansancio de míster Culliman. — ¡Qué míster, ni qué míster! — y se chorreó involuntariamente el pecho, al tratar de beber un trago — pero igual lo perdono porque no entiende el idioma, y soy noble. Pero que trajo esta lluvia maldita: ¡La trajo!. Y esa es la historia. ¿Me comprende usted profesor?. La discusión siguió tranquila, aun cuando ya habían comenzado a aparecer los rencores, que por supuesto Culliman negaba, y el Chico utilizaba para hostigar al gringo, a través de don Misael. Por su parte Barquero, estoicamente hablaba de la incidencia de todo suceso, fuera este real o imaginado, en el curso histórico. — Por ejemplo — decía —: Si realmente todos creyeran que la causa de la lluvia es Culliman, no estaríamos aquí conversando, por lo que mi análisis histórico me dice que esa creencia no es del todo firme, sin embargo ha de subyacer cierta inquietud al respecto que no escapa al examen de los antecedentes. Don Misael, para el día duodécimo, ya se había sentado a la mesa, junto a la ventana, con los contertulios, y escupía los cuescos de aceituna hacia la entrada del local, por sobre el hombro de Culliman. A ratos trataba de terciar en la conversación, con opiniones no exentas de admiración sobre las opiniones de Barquero, aun cuando solidarizaba, del todo, con el Chico. — Yo tendría que haber grabado esta conversación, y llevarla a las sesiones del consejo municipal: Todos los corregidores son unos estúpidos que no saben nada, excepto este Chico, que debería ser alcalde —. El chico levantaba su vaso, salpicando, y brindaba con el cantinero. — Por lo menos, la lluvia de Culliman ha puesto de acuerdo a los progresistas con los radicales. ¡Salud compañero!. El día décimo sexto, Culliman miró llover durante largo rato, y blasfemó en inglés. Luego comentó: — Sigue lloviendo perros y gatos. — Esa hueá si que sería histórica — dijo el Chico con sorna. Culliman volvió a blasfemar en inglés, y don Misael dijo que si quería insultarlo en su propia casa, al menos lo hiciera en castellano. Barquero quiso utilizar la situación como un ejemplo de la incidencia de las suposiciones en la historia, cosa en la que no estuvo de acuerdo el otro. — Otra vez intenta usted ejemplificar la historia con hechos cotidianos — dijo golpeando la mesa, con tal mala suerte, que pasó a llevar su vaso de aguardiente con gaseosa, manchando los pantalones del Chico —. Esto no es historia, es un bar de mala muerte solamente, donde esperamos que pare de llover de una buena vez. — Ahora vamos a hacer historia — dijo el Chico, lanzando un puñetazo, que no alcanzó a dar en el rostro de Culliman, pero que tenía suficiente impulso como para desequilibrar al propio agresor, que cayó al suelo cubriéndose de barro. Don Misael socorrió al Chico, que se abalanzó sobre Culliman, éste se puso de pie, y comenzó a brincar, protegiéndose el rostro con los puños, y disparando puñetitos cortos de vez en cuando. Barquero se interpuso, y don Misael atajó al otro. El profesor habló por Culliman, pidiendo disculpas, éste blasfemaba en inglés contra su antagonista, y el cantinero ofrecía una ronda gratis si se calmaban. No podría decir que amaneció el día diez y siete, pues seguía tan oscuro como a media noche detrás del achurado de aguas que caían diagonalmente sobre el pueblo, cuya calle única se había transformado en un torrente embravecido. Todos se sentaron, y don Misael sirvió, para afirmar los estómagos, y calmar los ánimos, una caña de pipeño con harina tostada, que hizo las veces de desayuno. "¡Reponedor!, ¡Reponedor!" opinó el Chico. "Esta harina la tuesta mi señora esposa, cuando está de buenas" dijo don Misael, halagado por la opinión del Chico. "¡Usted sí que es un buen anfitrión!" concluyó Barquero. — ¡Qué asco! ¿Qué es esta cochinada? — preguntó Culliman mirando la turbia boca de su vaso, donde aun giraban pequeños pelotoncillos de ulpo1, flotando en el vino pipeño. — ¡Por favor, Culliman! — lo increpó Barquero — Ésta es una gentileza de don Misael. Sepa usted ser agradecido, mire que la ignorancia y la incomprensión suelen ser antecedentes históricos de grandes desastres. — ¡Putas, don Misael! Este gringo le está faltando el respeto — dijo el Chico, parándose con la mirada tan turbia como el vino pipeño. — Es un mal educado — dijo don Misael, incorporándose también —. Mejor será que se lleve a su amigo de aquí, Barquero. — No, no, no. ¡Por favor! Él no quiso ofender a nadie, ¡Créame!, es que no conoce bien el idioma. — Yo lo conozco perfectamente — lo atajó Culliman — pero ya llevo mucho tiempo hablando y hablando de cosas que no saben, y soportando los calcetines mojados. ¡Y ahora...! ¡Ahora me traen este barro de desayuno, después de echarme la culpa por la lluvia. Yo no tolero más... El Chico se abalanzó sobre Culliman, Barquero por atajarlo recibió un mamporro en la boca, e instintivamente golpeó al Chico en la oreja. Don Misael tomó parte en la trifulca, mientras Culliman se escabullía hacia el torrente que corría en dirección al bajo. — ¡Se escapa! — advirtió el Chico, sobándose la oreja. Barquero corrió detrás de él. Culliman iba bajando por el camino, a tranco largo y firme, murmurando algo que era acallado por el rumor de la lluvia incesante. El otro corrió para alcanzarlo. — ¡Culliman, vuelva!: Se va a empapar —. El Chico llegó hasta la puerta, y los miró alejarse, sorprendido, mientras don Misael agarrando un paraguas había saltado al torrente también. — ¡Malditos, se escapan! — gritaba — ¡Están haciendo perro muerto2!. ¡Vuelvan, no han pagado la cuenta!. Culliman no oía a Barquero, ni menos a don Misael; mientras Barquero no intentaba oír las blasfemias de Culliman, pero la lluvia no lo dejaba tampoco oír las quejas y gritos del cantinero. El Chico sí oyó a don Misael, y se solidarizó con él, de modo que se tragó de golpe el pipeño con harina tostada, y lleno de energía emprendió la persecución de los otros. Como no se detenían al llamado de los cobradores, éstos comenzaron a lanzarle piedras. Cuando los otros percibieron los peñascazos que zumbaban y caían chapoteando, al torrente, cerca de ellos, comenzaron a correr cuesta abajo, atravesando el achurado de la lluvia. Al girar, en el bajo, la última curva, divisaron la casa de don Manolo, el español que había escapado de la guerra civil mintiendo, y el antiguo portal de la hacienda, con su cartel de alerce labrado que decía: "En este lugar histórico, nació, el 26 Junio del año 1782, el héroe de la independencia, don José Pedro Santaella e Yrigoitía, primer Dictador Supremo de la nación". Unos metros más allá, un cartel de latón verde, en letras blancas de molde, anunciaba: "Usted está abandonando el pueblo histórico de Huincayecan, lugar de nacimiento del Libertador José P. Santaella. 107 habitantes". Al pasar junto a éste, un peñascazo le dio con fuerza. En ese momento paró de llover. Kepa Uriberri [1] Ulpo: Mazamorra hecha con harina tostada, azúcar negra, y agua, de consumo frecuente en los campos en Chile. [2] Hacer perro muerto: Fugarse de un restorán o expendio sin pagar la cuenta del consumo.
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Kepa UriberriA mediados del siglo pasado, justo al centro de algún año, más frío que de costumbre, en medio de una nevazón inmisericorde, se dice que nació con un nombre cualquiera. Nunca fue nadie, ni ganó nada. Quizás sólo fue un soñador hasta comienzos de este siglo. Fue entonces cuando decidió llamarse Kepa Uriberri y escribir, también, para los demás. Hoy en día, sigue siendo un soñador y aún no ganó nada. Sólo siembra letras en el aire. Archives
August 2021
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