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¿Quién soy cuando escribo?

La soledad del oráculo

4/4/2018

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La soledad del oráculo
Por Kepa Uriberri
 
Recuerdo vagamente haber ido a consultar el oráculo. No sé qué suerte me acongojaba, o si era sólo por despejar el futuro que tenía que vivir en lo inmediato. Sé bien que mis inquietudes, las derivaciones de mi destino, fueran o no propicias, eran en mí, causa de nuevas inquietudes y dilemas, que podían ser cada vez más inciertos o hasta muy improbables, en la medida que la pitonisa se alejaba de lo inmediato, entrando en los avatares del futuro lleno de alternancias que dependían de como las suertes se suscitaran de un modo u otro. De alguna manera rara la notaba más triste mientras más inciertas eran sus predicciones. En algún momento sentí un cierto peso y una angustia creciente y me retiré. Creí notar una tremenda soledad en esa mujer, como si predecir este momento en que casi huí de ahí fuera un golpe de soledad mortal.
 
Hablábamos de psicología, de diagnóstico y eso. Definición de perfiles y caracteres. Varias pruebas que se aplican, como Zulliger, Lüscher, o Rorschach, a pesar de su multivariedad aparente, están tan medidas y sus interpretaciones se especifican de acuerdo a visiones populares, alucinantes, o delirantes y más, o combinaciones preferenciales que se pueden asociar a rasgos de carácter, temperamentos, en fin, que están estadísticamente docimados con fina precisión de manera que no hay modelos interpretativos como podría suceder en la adivinación de cartas, o en el uso de sincronías para mirar el futuro. "Como sea", opinó esa mujer de mirada tan intensa, de aire tan misterioso, "sin embargo, hay casos en que un hombre separado de su madre por años, y por distancias enormes además de escollos tan insalvables como siete montañas y cuatro ríos, una noche despierta empapado de sudor y lleno de angustia, de manera inexplicable. Al día siguiente le avisan la muerte de su madre en un trágico accidente". Me pregunté, ante esa aseveración, de la que todos hemos conocido alguna experiencia: ¿Falta, en las ciencias predictivas o de adivinación, docimar estas observaciones de manera de llegar a demostrar su realidad?. Y le pregunté a ella, no sin sentirme algo sobrecogido: "¿Puede llegar a establecerse métodos precisos, no intuitivos de adivinación o mera predicción?". No quise aventurar que, tal vez, el vuelo de un insecto abominable dentro de una pieza cerrada está siempre en sincronía con la llegada de una visita indeseable. Quizás es sólo que no se ha hecho una dócima estadística, de este hecho, como Hermann Rorschach hizo.
 
Llegamos a concluir, sin ninguna certeza, que la quiromancia, que ve cómo se arruga la palma de la mano, instrumento principal en el hacer del destino del hombre, ha sido ejercida al margen de lo que podríamos llamar buena ciencia; pero quizás si encontráramos, catalogando y clasificando, verificando y haciendo muestras, que la configuración de líneas tiene una oculta sincronía indiscutible con los destinos y actividades de las personas. "Es sólo que no es necesario" dije, pero después reflexionando, mientras tomaba un sorbo largo de syrah de Santa Eulalia, concluí que no era conveniente. Si se redujera la adivinación a la ciencia, pensé, perdería la magia y pasaría a ser una herramienta diagnóstica, relegada a los laboratorios: Habría perdido su ductibilidad, su sabor. "El oráculo siempre requiere de incertidumbre" agregué entonces y no sé por qué también dije "y de la soledad del adivinador".
 
Se había apoderado de la tertulia ese aire de misterio que tanto gusta. Pensé que la gente ama los misterios. Los ama más cuando alguien los manipula de manera de mostrar aquella cara que casi devela sus significados más profundos, pero sin hacerlo del todo. Es como el instante justo previo a mostrar cómo el mago transforma las palomas en fuego, y no lo hace, sino que oculta el truco con pañuelos multicolores. Hay algo que parece que quisiéramos saber aunque sabemos que no será así, pero amamos esa frustración casi triunfal. Recordé aquella consulta al oráculo. Hubo un momento de clímax en el que me hubiera detenido para siempre. En ese momento se habló de grafología y pensé que era más próximo al estudio de las líneas de la mano que a los perfiles de la prueba de Cattell. Es más, había llegado a conocer cuatro o cinco modelos contrapuestos de interpretación de grafías. A veces algunos rasgos se interpretaban muy intuitivamente: "Invade los espacios", "Se le derrumba el ánimo", otros conceptos así de vagos. Siempre creí que navegaba entre dos aguas, casi como una prueba que se administra, casi como se interpreta las líneas que surcan una mano. Pude notar, otra vez, que quien defendía la validez de esta forma de oráculo o diagnóstico o lo que fuera, quedaba absolutamente solo frente a sus inquisidores y detractores. Ni tan siquiera quienes eran sus partidarios o admiradores, quienes querían creer que tras sus razones o sus pañuelos multicolores, que trocaban las palomas en fuego, lo apoyaban o defendían. Sólo se maravillaban. Algunos, por su parte, como no lograban conciliar su pensamiento con ninguna posición se levantaban de la mesa y se iban a otra vecina donde la tertulia discutía quien ganaría el derby, o si el crecimiento económico se vería afectado por la guerra. En algún momento, no supe cómo, no quedaba nadie conmigo. Habían levantado los vasos, las copas y platos, y sólo estaba yo. Miré mi propio plato, aún frente a mi, con un buen trozo de carne, ya frío y algo más allá mi copa de vino.
 
Siempre me sucedía lo mismo. Terminé lentamente de comer, bebí con pausa la última media copa de syrah y me levanté sin apuro, así como me alejé caminando a la sombra fresca de la media tarde bajo los olmos, mientras pensaba: 
"¡Cuánta soledad hay en la verdad!".
 
© Kepa Uriberri
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    Kepa Uriberri

    A mediados del siglo pasado, justo al centro de algún año, más frío que de costumbre, en medio de una nevazón inmisericorde, se dice que nació con un nombre cualquiera. Nunca fue nadie, ni ganó nada. Quizás sólo fue un soñador hasta comienzos de este siglo. Fue entonces cuando decidió llamarse Kepa Uriberri y escribir, también, para los demás. Hoy en día, sigue siendo un soñador y aún no ganó nada. Sólo siembra letras en el aire.

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