Un matrimonio frustrado
Por Kepa Uriberri Entré con mi perro, al Registro Civil. El es un Golden Retriever amarillo, hermoso. En el zaguán del edificio, ahí donde la gente busca las expendedoras de números para los diversos servicios, comenzó a oliscar los rincones, los asientos de espera, los zapatos de las personas detenidas mirando el gran reloj que domina la sala, de modo que la gente pueda medir en horas y minutos, la eficacia del servicio. A algunos les olió el número que ya habían obtenido, con el que esperaban su turno; a otros simplemente les olió, al pasar, sus partes pudendas. En un rápido recorrido, mientras ubicaba la máquina que otorgaba números para pedir hora con un oficial civil para matrimonios, ya había conocido, por sus armas y fragancias, a casi todos los que ahí tramitaban. No sólo eso, estoy casi seguro que si se le pudiera preguntar y estuviera facultado para responder, podría haber dicho qué trámite requería cada uno de ellos. Al fin encontré la máquina rotulada “Matrimonios”. Al verla, brincó con alegría y ladró dos veces. Intentaba sacar él mismo el número, pero el mecanismo tactil de la pantalla no respondía al toque húmedo de su nariz rosada. - Tranquilo- le ordené. - Déjamelo a mí- dije. Accioné la máquina que me entregó un comprobante con el número ciento seis, para ser atendido en el tercer piso. En la pantalla, a la vez, indico: “Atendiendo ahora al número 52 en el módulo G del piso 3”. - Habrá que tener paciencia- le expliqué- mejor nos vamos a dar un paseo y volvemos-. Estoy casi seguro que lo agradeció. En fin, volví cuatro veces a revisar en qué turno iban. Ahora estaban en el noventa y ocho, de modo que nos paramos junto a una columna donde podíamos ver a las funcionarias atendiendo y también, la pantalla del turno. Él se sentó en el suelo a mi derecha. Cuando llamaron al ciento dos en el módulo C, aburrido, se incorporó y comenzó a vagar por el local oliscando los zapatos de los que esperaban, subiéndose a las sillas de espera, escarbando detrás de los radiadores de calefacción. Lanzó un mordisco a una polilla que pasó distraída; la gente comenzó a mirarlo, tal vez, con cierto odio. Yo, a mi vez, lo encontraba hermoso y admirable, cómo mataba el tiempo que se perdía en ese aire enrarecido de aromas a aburrimiento, a cuerpos sucios, a ansiedad, a esperas interminables, pero por respeto a los demás lo llamé cuando quiso lamiscar las pantorrillas a una joven bonita que le acarició la cabeza: ¡Bueno! Yo también se las habría lamido. Eran tan redondas y suaves, de un color tostado exquisito, pero yo no soy perro: ¡A veces envidio la suerte de ellos!. Después de otra media hora eterna, por fin la pantalla mostró mi número. Una señorita morena, de pelo ondeado, ojos negros como carbones que quemaban sin fuego y subrayaban su boca pintada carmesí, me dijo sencillamente: - ¿Matrimonio? Tuve la tentación de decirle: “Con usted: ¡Sí!”, pero consideré que sería impertinente. Como sea, ella era preciosa. Dije sólo: - Sí. Tomó un enorme libro con tapas de cartón forrado de papel texturado, con una gran etiqueta que decía,con letra caligráfica y enorme: “Matrimonios 2017”. Lo abrió y buscó la última página escrita. Me preguntó: - ¿Desea casarse en la oficina del registro, o con un oficial en su domicilio? - En mi domicilio. Volteó las páginas hacia atrás revisando con un dedo largo como de pianista, de uña impecablemente pintada de rojo, a tono con su boca. Golpeó de repente con ese dedo hermoso una línea escrita con letra gladiola, muy caligráfica, posiblemente escrita por la misma mano que el rótulo de la tapa. - Estaríamos dando hora, para domicilio, después del diez del próximo mes- sentenció y me quedó mirando sin sonreír, pero con extraño interés en los ojos, como si mi respuesta pudiera ser de importancia fundamental.¡Qué atractiva era! - Bueno... Está bien- aprobé. - Para el doce de agosto, entonces- y anotó la fecha en el libro. Me miró, otra vez, con esa mirada que volvió a sobrecogerme y dijo: - ¿A las once treinta a eme?- y su voz, aunque llena de autoridad, sonaba a canción. - Sí, sí. Esta preciosa... digo... está bien-. Ella sonrió y me pareció que hacía un esfuerzo por no ruborizarse. - ¿Nombre del novio?- preguntó. - Mérimée Verne. - ¿Apellido materno? - Bradbury. - ¿Nombre de la novia? - Yuri Gagarin. - Yuly Gagarín- repitió dudosa. - No, no. No es Yuly, es Yuri. Yuri Gagarin- precisé. - ¡Ah!- dijo, como si ahora comprendiera-, entonces Merimée Verne es la novia. - No. Ese soy yo. Frunció el ceño y me miró sonriendo. Sus dientes eran parejos y muy blancos. Todas las mujeres son hermosas cuando sonríen, pero ésta lo era todavía mucho más. Dijo: - ¿Es una broma? - No. Por supuesto que no. - Señor...- consultó su anotación en el libro- Verne; es que el matrimonio sólo puede celebrarse entre un hombre y una mujer. No pueden casarse dos personas del mismo sexo. Pero tal vez... ¿desea celebrar un Acuerdo de Unión Civil? - No- dije. - Deseo casarme... - Pero no puede casarse con otro hombre. Sólo puede hacer un Acuerdo de Unión Civil. - Es que eso es una discriminación horrible... - Es la ley. La ley no discrimina. - La ley sólo discrimina- dije. - La ley es para eso: Para discriminar. - Perdone señor, lo que usted dice es una barbaridad. - Es la verdad. Pero la ley sólo debe establecer discriminaciones tolerables. Cuando se hacen intolerables la ley debe cambiar. - Supongamos que usted tiene razón- sonrió dura y forzosa, y aún así era preciosa al hacerlo. - Pero por ahora la ley no permite que dos hombres se casen. - Ya lo sé- respondí- y es una discriminación horrible, pero yo no quiero casarme con otro hombre. - ¡Perdone! ¿Entonces Yuri es mujer? - No, no. Yuri es mi perro. Él-, le mostré a mi bello labrador. Se rió con una risa que parecía canto. - ¡Mentira!- dijo. - Me está tomando el pelo. - No. ¿Por qué? - Porque eso si que es absurdo. - Hace algunos años cualquiera habría encontrado absurdo que dos hombres se unieran como pareja reconocida por la ley. O dos mujeres. - La sociedad progresa... - No tanto- retruqué-, usted se ríe de que yo quiera casarme con mi perro. - Es que eso es muy tonto. ¡Perdóneme! - También era tonto la unión homosexual hace nada... Quizás en algunos años alguien venga a casarse con su computadora, o con la juguera: ¿Por qué no? ¿Por qué me habrían de discriminar según con quién yo quiera casarme?. Ahora me miró con algo de fastidio, o quizás con temor, o un poco de ambos. - Lo lamento- dijo después de un silencio tenso. - Vuelva en algunos años más, entonces. Tomó una regla de entre los útiles de su escritorio y comenzó a rayar sobre las anotaciones que ya había hecho. Cuando hubo terminado pulsó la tecla que activa los turnos. Antes de irme le dije: - Entonces anóteme una reserva de hora para dentro de diez años. © Kepa Uriberri
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Kepa UriberriA mediados del siglo pasado, justo al centro de algún año, más frío que de costumbre, en medio de una nevazón inmisericorde, se dice que nació con un nombre cualquiera. Nunca fue nadie, ni ganó nada. Quizás sólo fue un soñador hasta comienzos de este siglo. Fue entonces cuando decidió llamarse Kepa Uriberri y escribir, también, para los demás. Hoy en día, sigue siendo un soñador y aún no ganó nada. Sólo siembra letras en el aire. Archives
August 2021
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