Por Saúl Holguín Cuevas
Este feriado, en pleno bacanal televisivo de football, mientras se emborracha y se embota de PAVOTE biónico que fue empanzonado con hormonas, antibióticos y demás magias químicas, congelado, descongelado, estofado; válido recordar una cena solidaria que se tornó en especie de Última Cena. Nada importa que para los peregrinos [1] el día de dar gracias ayunaban y rezaban. Fue durante la Guerra Civil que Lincoln lo declaró feriado nacional. En efecto, el thanksgiving lo inventó una revista, para vender ejemplares publicaban recetas de cómo darle un poco de sabor al insípido turkey. Lo he comido de mil maneras y todavía, aparte de un sublime pavo en mole rojo, sigo esperando uno por lo menos mediocre. Antes, en vísperas del feriado se acostumbraba obsequiar un guojolotillo y unos dolarillos a los trabajadores. Así lo atestigüe en mis mocedades. Hoy, dar gracias ha degenerado en afiebrado consumismo, comprar lo que no necesitamos, pero que la media, incluyendo la Telaraña Youtubera decretan que para ser felices hay que consumir. Así, tras el comelitón, el lunes estemos puestos a apurar semáforos, evitar desenfrenados que violentos zigzaguean por el freeway de precaria navegación a paso tortuguero, meta: nuestro cruel destino de reanudar serviles labores forzadas en la Esclavitud Moderna del neoliberalismo. Casi cinco siglos atrás (1564) de la Francia llegaron a nuestro continente a lo que hoy es Jacksonville, Florida, unos refugiados Entre ellos hugonotes, seguidores de John Calvin, calvinistas pues. Huían de la violencia desatada por la Contrarreforma. Se establecieron en el fuerte Caroline. En su refugio pasaron poquito más de un año cuando fueron masacrados a sangre y fuego por católicos españoles al mando de Pedro Menéndez de Avilés, que usurpó y renombró el fuerte, San Mateo; el santo y apóstol, [2] esté donde esté, estará colorado de vergüenza. En 1717 emigrantes, aunque válido llamarlos mojados pero, bien mojadotes, habían cruzado apenas cinco mil kilómetros de salada mar. Los después llamados peregrinos se establecieron en Patuxet (Plymouth) tierras septentrionales de Nueva Inglaterra entonces de indígenas. Unos buscaban aventuras y fortuna, otros huían de la intransigencia religiosa, de leyes opresivas, de deudas o de alguna fechoría cometida. Ahí, el cruento invierno apenas permite sembrar una vez al año. Para sobrevivir conviene imitar a las hormigas, almacenar alimentos, así fuesen secos o salados. Cosecha abundante, invierno generoso, pero... Los peregrinos venían prevenidos, pero el terreno cenagoso arrojó magra cosecha, escasa caza y pesca. El cruel invierno azotó, pronto el hambre y su hermana la muerte atacaron. De los 104 habitantes sobrevivieron, gracias a la generosidad de los nativos, 26 chiquillos, 22 hombres y 4 mujeres. El primer thanksgiving fue en 1621. Los wanpanoang, naturales de la región, su líder Massaoit y un tal Squanto, un traductor que manejaba el inglés, fueron invitados a compartir la flaca mesa de los sobrevivientes. Otra versión sostiene que los indígenas por ahí pasaban y se quedaron al festín. Convendría hablar de Squanto, su historia es una verdadera zaga. Al parecer fue llevado de esclavo a Inglaterra, donde aprendió inglés. Liberado, de regresó a su terruño fue hecho prisionero, terminó de esclavo en Cuba. Un sacerdote lo socorrió, compró su libertad, lo embarcó a España, escaló en Inglaterra camino de regreso a su tierra. Es probable que Squanto enseñó a los peregrinos los secretos de sembrar el maíz, el uso de yerbas medicinales y a construir con materiales por ahí abundantes. La mesa anfitriona engordó con la generosidad de los invitados que contribuyeron varios venados. Servidos los alimentos las mujeres indígenas se sentaron al lado de los hombres. Las mujeres europeas obedientes de la traición patriarcal machista sirvieron y esperaron su turno. Tres días duró el festín. Aunque entonces abundaban los pavos silvestres, no hay pruebas que se consumieron en ese comelitón, tampoco hubo papas ni pays, pues no había mantequilla ni harina. Probable se tatemaron venado, patos, gansos, se complementó con langostas, uvas, ciruelas, maíz, mejillones y cerveza. Años después: la intransigencia religiosa de los peregrinos protestantes, la lucha por la tierra y el racismo desataron el genocidio de los nativos. Así es amistades lectoras, este feriado, anticipando el primer bocado y el primer sorbo, derrame una lágrima por los desdichados descendientes de Squanto. Véalos arrastrar siglos de miseria por calles y reservaciones, diabéticos, ahogados en alcohol, diezmados por el Covid, olvidados, se arrastran por nuestra ciudad mendingando unas monedas que nadie quiere dar. Versiones anterior en Peregrinos II: 22 octubre 2019; Peregrinos III: 22 octubre 2023 ). ILUSTRACIÓN: Conferencia de prensa del Guajolotazo; diseño de Daniel Vargas Minerbi. 1 Peregrinos no es el término correcto, pues no fueron en peregrinación a un lugar santo. Al principio fueron refugiados al huir de Inglaterra y asentarse en Flandes (parte de los Países Bajos Austriacos, hoy Holanda). De ahí salieron rumbo a Nueva Inglaterra como emigrantes, no tanto para buscar el pan, pero para aislarse y evitar que sus hijos se integraran a otra cultura, eran fervientes patriotas ingleses. También más correcto colonos, pues se embarcaron para establecer una colonia. 2 Hoy san Mateo es el santo patrón de los contadores, actores, tenedores de libros, recaudadores de impuestos y taxistas.
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Por Saúl Holguín Cuevas
La cosa se anticipa mal, muy mal, de la patada. Las elecciones, las mentirotas y la ignorancia impusieron al VIOLADOR, MEGALÓMANO, EGÓLATRA, DÉSPOTA, BRAVUCÓN, LADRÓN, DICTATORIAL que en vez de retacarse los bolsillos y los de sus cuatachines, ya debería estar encomendándose al buen morir. Las cosas no podían estar peor: precios por las nubes, guerra del Putinezco que mató a su cocinero, imaginen que hará con nosotros, genocidio de mujeres y niños palestinos, amenaza nuclear de un Panzón que mató a su hermano, imaginen que hará con nosotros, cambio climático, escasez de agua potable y, para colmo, otro verano y sus cien días de temperaturas infernales. Ganó el VIOLADOR, tiempo de encomendarse a los Inmortales. ¡Cuidado! el quebrantahuesos merodea dispuesto a darse un banquete con nosotros, los otros. FOTO: Diseño anónimo. Saúl Holguín Cuevas recuerda los momentos fuera del aula con el Profe Alarcón (Lectura en voz alta).
Dani, estimado Ed: ahora questamos honrando al Profe, sale un reciclado, con su chainiadita, de un rollo en la revista Puentes, y buti tenkius al chif Rosales, por darnos chanza de compartir con la family de Peregrinos. Primerita. Batos y Rucas: vivo en La Finiquera, otros le dicen Phoenix, una caldera canicular de chubascos armados que revolotean por frigüeys, y de mols atascados de pericos gandallas que con el rollo de “Ponte feliz infeliz” padrotean monstruos de estuco y ranflas chafas. Uno de tarugo se lo cree y le ensartan chantes y carruchas que hay que chingarse muchos años pa medio pagarlas y, si se atrasa con un bil, pronto le agandallan chante y ranflas y lo echan a la calle encuerao y a pata. Dicen los que saben que cuando cae la Pelona, la Muerte le llaman los románticos, La Zinfurria le decía mi tío Chencho, recordamos seres queridos i a nuestros Maistros y, pa no desentonar, Maistras. En castilla se necesitan dos palabras, en pikinglich con chicher basta. Con gusto recuerdo a uno de los pocos firmes, su placa: El Profe Alarcón. El que no asegunda labrador no es. Recuerdo cuando Tony Cárdenas me sugirió hacerle una visita y que cargara al Profe. Apañé un tres cuartos de un amargoso néctar ambarino, por algunos blasfemos llamado cerveza. Nos parqueamos bajo el freskito de la noche. Pa variar, el Profe se puso a turikear de tochiro: filosmuysofos y muy locos, religión, litera literatura, pintura de brocha cara… Agarraba un tema y lo zangoloteaba, y cuando más bartolo me tenía, me acerca su vaso, ya vacío: “Échale”, quería más pisto. Hoy, tiempos todos hechos la mocha, de bueno–bye, aún saboreo esas pláticas afuera del escuelín, lejos del bulcheteo del catedrático tapado, de sus libros envenenados, del papelito, de la wacha y corretear la lana pal parqueadero. Los invito a salir a la calle con sus masters, a echarse un chanate o un pistito, a preguntar y aprender. Y no hay tercera sin segunda. Ya me voy a borrar, pero antes quiero preguntar: ¿A qué congalito le caemos después desta platicada. Estoy listo a gritar: ¡Que sirvan las otras, El Nelson las paga! Chainiadita: sacra brillo; Un rollo: una plática, un escrito; Buti tenkius: muchas gracias; Chif: de chief, jefe, en este caso editor; Frigüeys: autopistas; Mols: de mall, centro comercial; Pericos gandallas, vendedores habladores y ladrones; Padrotear: prostituir; Monstruos de estuco: caserones debiluchos levantados de la noche a la mañana, color crema agria con pinta de palacetes; Ranflas chafas: autos de mala calidad; bil: pago, mensualidad; Chante: hogar; Pikinglich: idioma inglés; Chicher: de teacher, así pronuncia los niños la palabra que equivale a maestra; Placa: nombre; Apañar: puede ser comprar, robar, agarrar, traer; Amargoso néctar ambarino: cheve (cerveza) de la abadía Trapense; Parkeamos: estacionamos, nos detuvimos, no necesariamente que iban en auto, pudiesen ir caminando, también llegar a un sitio y quedarse; Turikear, turica, quizá teorica (de teoría): habla(r); Tóchiro: de todo; Zangolotear; sacudir con violencia; Bartolo: atontado, confundido; Pisto: trago; Bueno–bye: hola y adiós; Escuelín: en este caso universidad; Bulcheteo: de bullshit; mentir, bromear; tapado: tradicional, severo; Papelito: diploma; Corretear la lana: buscar monedas; Wacha: de watch, reloj; Chanate: café; Pistear: tomar un trago espirituoso; Borrar(se); irse; Congalito: cantina, casa de mala reputación; Caemos, de caer: ir, asistir. C/S. Por Saúl Holguín Cuevas Saúl Holguín Cuevas honra a uno de sus profesores En el pasado la educación universitaria fue para los ricos y poderosos. Después de la Segunda Guerra Mundial y gracias al GI Bill, un puñado de chicanos, sobrevivientes de la matanza pudieron estudiar en la universidad. Habría que esperar hasta las marchas y protestas iniciadas en 1968, cuando, por vez primera, la universidad abrió sus puertas a hijas e hijos de obreros, de campesinos inclusive, hasta pintos (prisioneros liberados) con deseos de rehabilitación. Chicano Studies arrancó con algunos cien estudiantes en 1969. Afortunado yo, caminé entre las huertas de naranjos del San Fernando Valley State College (hoy CSUN) allá en ese lejano septiembre 1970. Fue antes que edificaran la Biblioteca Oviatt, antes que pintaran los murales en Chicano Studies; entonces, lo admito, no sabía ni madre y no estaba preparado para cumplir con los estrictos requisitos académicos del estudio universitario. Gracias a un generoso apoyo económico, a consejeros y, sobre todo, a profesores dedicados y muy pacientes, con el tiempo arranqué un título universitario que con orgullo cuelga en una pared de mi casa, no para presumir, pero como estímulo para las nuevas generaciones. Medio siglo después aquí estoy, los zopilotes se acercan, pero antes de que lleguen deseo patentar mi agradecimiento a uno de mis profesores/mentores/amigos que entonces me apoyaron y guiaron mi camino: Veto Ruiz. Gracias a un temachtiani * como Veto, hoy conozco un poco de nuestra cultura y estoy
orgulloso de ella, escucho nuestra música, admiro nuestro arte, nuestra culinaria, leo nuestra literatura. No solo la estudio y la disfruto, la comparto. Destaco la labor de maestros como Veto pues, por lo general, la gran mayoría de profesores universitarios se refugian entre libros y en sus ansias de trepar y publicar enredados tratados semi plagiados, y aunque deben, no hacen trabajo comunitario, es más, ni siquiera saben en dónde está el barrio. Veto no solo habla de los campesinos o de la educación de los pobres, él es hijo de campesinos y sabe lo que es trabajar la tierra y andar tras las cosechas. Aparte de dedicarle medio siglo a la enseñanza, aún invierte gran parte de su vida al activismo, siempre con la meta de mejorar las condiciones de nuestra gente a través de la educación y el arte, la música en particular. Gracias profesor, MUCHAS GRACIAS. * NOTA: dice el sabio Miguel León Portilla que un temachtiani no es solo un maestro, sino también un guía y un pilar fundamental en la comunidad. Foto 1: ©José Reyes García. Agradezco a mi amigo de siempre la amabilidad de permitirme publicar esta bella foto, con carácter de exclusividad. Él también, medio siglo atrás, fue alumno de Veto. Foto 2: Cortesía del profesor Everto Ruiz. Saúl Holguín Cuevas recuerda al Profe.
Cuando deje mi tierra / y mis ojos se esfumen / entre nubes lejanas… * Con mi amigo de siempre, el fotógrafo Reies García, visitamos el hogar del Profe Alarcón. Aproveché la amabilidad de la recepción para pedir un carajillo. Con gusto destapó una botella de brandy español con que perfumé el café. Alabamos su guayabera, como buen maestro pronto nos instruyó sobre la diferencia entre está y una chazarilla.** Propuso una colaboración, José tomaría fotos de las 21 misiones californianas y el Profe escribiría el texto con la intención de publicar un libro. Quiero pensar, o a lo menos es lo que me dicta esta mente estropeada durante La Peste del Ratón Viejo, que fue la última vez que coincidimos. Lo conocí una vez que por este desierto anduve. Le leí parte de mi trabajo, alabó mi uso del code–switching, eso es escribir de forma atrevida y revolver el inglés con el español. No hay que olvidar que entonces cuando florecieron los estudios chicanos, la facultad de español (madrileño, real académico) censuraba nuestra manera de hablar, un tanto pachuca, campesina, espanglichada, algunos entonces nos atrevíamos a llamarlo chicano o barrio language. El Profe, como le gustaba que le dijéramos, respaldó con nuestra expresión cultural. Fue mi profesor. De entre las decenas de catedráticos que me quitaron lo tarugo y enriquecieron mi jornada por el enredado universo de libros de letras elegantes, destacaba su apasionada charla, le inyectaba voces folclóricas y callejeras, cosa rara en un mundillo académico un tanto frío, de presuntuoso y hermético hablar. Aprendí más afuera del aula, pues a menudo nos reuníamos a tomar un café o una cerveza mientras el rememoraba su amistad con escritores chicanos como Miguel Méndez, autor de Peregrinos de Aztlán (1974) o Aristeo Brito creador de El Diablo en Texas (1976); dos escritores claves de la literatura chicana escrita en español en esa década efervescente. Gustaba de las ocurrencias de Méndez, un pícaro, creador del memorable personaje El Buen Chuco, protagonista de Peregrinos; con cuánto gusto nos leyó y celebró un trocito donde el Chuco le reclama al juez. Aparte de la literatura le gustaba hablar del arte en general, su computadora atesoraba un casi infinito archivo que con inmenso gusto compartía y, con el asombro de un pequeño cuando le da el viento o le caen gotas de lluvia, me mostró un programa que analizaba obras de arte por trocitos, digamos la nariz de la Mona lisa, para dar solo un ejemplo. Gustaba comentar que una vez había cruzado la frontera del Canadá a Estados Unidos, lo acompañaban una amiga española y su esposa, una nativa de Arizona. Por aberración del destino, el migra solo le pidió mostrar los documentos a la esposa del Profe, la única con ciudadanía norteamericana, pues tanto él como la amiga eran españoles. Festejaba este incidente racista como reflejo de lo irracional que a diario se da en las fronteras. Profe: por allá nos guachamos (veremos) Profe, salúdeme a Muñoz, ya habrá tiempo de seguir periqueando (charlando) de la literatura chicana mientras nos echamos unas amargosas. *Anónimo andalusí s XIV. **La guayabera tradicional no tiene bolsillos o, tiene cuatro, dos en el pecho y dos entre cintura y pectoral, la chazarilla solo tiene dos en el pecho. Foto: José Reyes García Lectura: el Profe recomendaba el Diccionario de símbolos de Mircea Eliade. Saúl Holguín Cuevas goza una charla y un néctar.
En mi senectud, cerca del último río que me corresponde cruzar, entre los pocos placeres que aún disfruto a plenitud, cual ceremonia sacra: una taza de buen café a primera hora. Por lo general compro granos de tueste reciente, al levantarme en la mañana, inclusive antes de arrebatarme las lagañas, los muelo y me preparo una pequeña cafetera (prensa francesa), despacho sorbos mientras escribo, leo o escucho música, si el tiempo lo permite salgo a disfrutar el infinito repertorio del chencho, a ver las flores en temporada, en ocasiones a ponderar el mísero tiempo que se nos permite en esta dimensión. La revolución cafetera nos esclavizó a las teteras y al chapopote de Starbucks y, por otro lado, nos acercó a granos recién tostados de dispares lugares del mundo. Esto me permitió disfrutar de una gran variedad: Kona, Yauco selecto, Blue Mountain, pero ninguno como el que me brindó Roland Cortéz. En el desbordado espectro cafetalero resulta difícil ubicar a Roland. Me he sugerido: tostador, Q Grader (experto certificado por el Coffee Quality Institute), sumiller de café, barista, cafetero, mejor aquí le mocho. El tico Roland cosecha café en tierras ticas de su familia y lo tuesta y lo oferta desde Phoenix. Una mañana, entre semana, por ahí a las ocho nos encontramos con Dani en Midge Chocolate, Me extrañó que la puerta estuviera abierta y nadie atendiera. Pensé que habían olvidado atrancarla la noche anterior, esperé. Pronto aparece una sonrisa y a disfrutar la charla y, desde luego, el café. No solo nos brindó el sagrado liquido extraído de granos de la primera cosecha de una nueva generación de matas que tiene en Costa Rica, aclaró que las viejas plantas ya producían poco. Nos sirvió en una bandola (foto), nos envolvió en una charla por demás amena, cuando miré mi móvil ya habíamos consumido dos horas, tiempo de volver a los quehaceres diarios. Agradezco el generoso regalo de granos nepalíes y prometo volver prontito. FOTO: se busca al cámara para acreditarle. FONDA: Midge Chocolate 2245 E Washington St. La Finiquera. Por Saúl Holguín Cuevas
Saúl Holguín Cuevas disfruta una rareza Recibí una invitación de mi colega Candelaria a la presentación de una antología con arte y palabras, corrección, edición y labor del colectivo TINTA, LIENZO Y POESÍA, diez mujeres de ambos cachetes de la frontera y de un poquitín al norte. El 3 de febrero presentaron en el Consulado Mexa, ahí por la McDowell, a la consideración de una sala repleta, la antología LATIDOS EN EL DESIERTO (edición privada, 2023). El curioso lector apoye el proyecto, adquiera su ejemplar en el omnipotente dragón Amazon, (costo: 15 devaluados ojitos de gringa). Para estimular el apetito, cortesía de la autora y colega nuestra Candelaria Cuevas, va un cachito de la antología, [PULSE AQUÍ] Superaron los escollos de laborar en grupo para armar un producto de calidad y llevarlo a buen puerto. Estoy en espera de más. Felicito al colectivo, al banshi que aligeró las lecturas y dinamizó la noche, y a La Conce que jilguereó y albureó para redondear la velada. RECOMENDACIÓN: en primer lugar me sorprendió que el consulado abriera sus puertas, un sábado por la tarde, a artistas locales. Sin duda nos dejó muy mal acostumbrados la tan breve gestión (2013–16) del agregado cultural Enrique Cortázar (Una persona educada que está siempre de buenas) que a menudo hacía desfilar frente a nuestros paisanos a destacados miembros del ambiente artístico, en letras plumas populares como Elmer Mendoza, en música al cellista de renombre Carlos Prieto y su Chelo Prieto,* y otros, incluyendo algunos locales entre los que me pude colar. El consulado sufragaba los gastos de traer a los artistas, su estadía y hasta ofrecía al respetable botanas y bebidas. Extraño esas voces, su arte y su sabiduría. El consulado nos adeuda más funciones como esta, pues la sala repleta demuestra que hay elevado interés local por el arte. [*] Se trata del violoncelo rojo Piatti (1720), un Stradivarius en un tiempo propiedad de la familia del músico Mendelssohn. A Carlos Prieto el diario El País, el mejor de nuestra lengua, lo califica como un concertista de enorme poderío. Saúl Holguín Cuevas derrama una lágrima por Ana. Con Ana María aprendí el arte de vivir. Una mirada, una sonrisa, una flor , un atardecer: detuvieron el tiempo. Un sorbo de mate, un asado y una canción: ahondan el recuerdo. 1. Requiem de Mozart/Fil y Coro Estatal de Viena, batuta de Karl Böhm. Por Saúl Holguín Cuevas
Saúl Holguín Cuevas enloquece con el libro Manicomio al fin del mundo. Maldito/ bendito vicio, el de la LECTURA. Antes perdía mi tiempo leyendo todo el santo día y parte de la noche, por culpa de la tele y la compu fue disminuyendo mi entusiasmo hasta que casi abandoné esa costumbre. Desde luego que me adentraba el Chisme (Fbook), en The Guardian, el irreverente diario de Manchester, El País, el diario más importante de nuestra lengua y, en menor grado, el tímido y neurótico NPR. El otro día me llegó la fiebre y en menos de dos días despaché un libro, parte aventuras, parte melodrama y parte tragedia. Ailesvá. 15 agosto 1897: el Bélgica, un barco ballenero de vapor, con vela, de 36 m de largo, es despedido con bombo y platillo. 23 tripulantes parten de Amberes, objetivo el centro magnético de la Antártida. Tras escalas en Madeira, Río, Montevideo y otros puertos y, contratiempos por falta de pericia de la tripulación y los titubeos del comandante Garlache, un burgués patriota y bonachón que perdona muchas indisciplinas de la tripulación, para el asalto a la meta se ve reducida a 19 valientes, o locos. Ya en el Polo, con la llegada del invierno el comandante y su incondicional, el capitán Lecointe cometen un error, por orgullo nacionalista y, sin consentimiento de los demás, en vez de enfilar hacia el norte para invernar en lugar seguro, siguen de frente, un error costoso. 5 marzo 1898: el ballenero queda aprisionado por el hielo sólido de algunos dos metros de espesor, en cualquier momento el hielo puede destrozar el barco, como sucedió en 1915 con el Endurance de Shackleton, pero esto es capítulo para tratarse otro día. Cómo lograron librarse de la prisión de hielo y cómo sobrevivieron es una de las aventuras más espeluznantes en la historia, pero poco conocidas. Ahora, gracias al libro de Julián Sancton, Madhouse at the End of the World (1921; traducido como Manicomio al fin del mundo, 1923), puede uno revivir la hazaña de aquellos desafortunados que tras mil peripecias, con astucia, varios pequeños milagros y un poco de suerte superaron el infierno y vivieron para contarlo. 15 mayo se inicia la larga noche de 63 días. (Recuerde el lector que en el hemisferio sur del planeta el invierno inicia en junio, justo cuando en Phoenix arranca el verano). 22 julio: el sol regresa y el día gana casi media hora diaria a las sombras. 16 noviembre 1898: se inicia un largo periodo de 63 días seguidos con un sol tísico y oblicuo no se oculta. Las condiciones terribles, la pésima comida de latas recalentadas, el constante peligro de muerte, las multiplicadas ratas y el escorbuto por poco acaban con la tripulación. Gracias al doctor Cook que los forzó a ejercitar, a sesiones de posarse desnudos frente al fuego y a comer carne de foca y pingüino, pudo la tripulación superar el suplicio. 12 febrero 1899: a puro pulmón, usando serruchos y hachas para separar bloques de hielo y, un poco de tonita (un explosivo), por fin se mueve el barco, se le abrió una brecha por donde la nave se zafó del hielo sólido donde no se movía, a un área de hielo suelto (témpanos) donde pudo navegar, pues el barco estaba hecho para tal eventualidad. 14 marzo 1899: tras varios milagros, un poco de suerte y mucho trabajo duro, la nave supera la región del hielo suelto y emprende rumbo a la Patagonia. 28 marzo 1899: El barco llega a Punta Arenas, Chile, la tripulación toca tierra y con abandono infantil se regocija en la playa. 5 noviembre 1899, tras 27 meses de vagancia, el Bélgica regresa a Amberes. Saldo: a un marinero se lo tragaron las aguas frígidas, otro murió durante la larga noche, otros dos enloquecieron, de seguro que todos padecieron infinidad de pesadillas y, algunos, ese mal hoy conocido como trastorno por estrés postraumático, que se da entre los sobrevivientes de las guerras, raptos y otras experiencias traumáticas. La odisea contribuyó a la ciencia. La experiencia que el primer oficial Amudsen acumuló le permitió conquistar el Polo Sur en diciembre 1911. Esa aventura fue bien planeada y equipada: libros, discos, instrumentos musicales y abundante licor, trineos tirados por perros, gracias también a guantes, ropas y equipo diseñados para la ocasión, y a un talentoso cocinero que adobaba y servía suculentos platillos de foca o pingüino. De este libro se recomienda chuparse hasta los tuétanos. FOTO: aunque una fuente le atribuye la foto al polaco Arctowski, geólogo, oceanógrafo y metrólogo; el fotógrafo principal, como quedó documentado, fue Cook. ADDENDUM: tras enviar esta nota a Peregrinos (1.18.24) me enteré de otra tragedia, la de John Franklin. Tras una vida de guerras y aventuras, en 1845 fue nombrado comandante de una expedición. Zarparon dos naves Erebus y Terror, que ya habían estado en la Antártida, con 129 tripulantes se dieron la tarea de atravesar El Paso del Noroeste canadiense, para conectar el Atlántico con el Pacífico, y para adjudicarse el premio de veinte mil libras esterlinas que se ofrecía al que primero lograra la travesía. Así aligeraban el comercio con la China, pues de otra manera tenían que rodear a través de las peligrosas aguas de Tierra del Fuego. Atacados por el escorbuto, intoxicados por el plomo de las tuberías y de las latas de alimentos, hambrunas, mala suerte, murieron todos. El explorador escocés John Rae y unos cuantos acompañantes los buscaron. Unos nativos inuit (esquimaus, en la pluma de Rae), le confiaron que en la primavera de 1850 toparon con algunos 40 kabloonas (extranjeros, europeos o blancos) sobrevivientes. Al año siguiente se encontraron algunos 35 cadáveres con señas de que antes de morir se habían entregado al canibalismo. Los sobrevivientes de la expedición de John Franklin, por mucho tiempo perdidos, sin duda alguna encontraron un fin tan terrible que la imaginación apenas pudiese concebir. Por los muchos cuerpos mutilados y el contenido de las ollas, es evidente que nuestros desdichados paisanos fueron, en un intento por prolongar la existencia, arrojados al extremo del canibalismo. (Reportaje del Dr. Rae en un libro de 1854 que podía adquirirse por un chelín o moneda de 5 centavos, una vigésima parte de una libra esterlina, hoy 2024 equivalente a algunas UK£140). Está noticia fue desmentida en Inglaterra, la viuda de Franklin puso el grito en el cielo, apeló al mismo Charles Dickens. El autor protestó que correctos caballeros ingleses no cometían tales barbaries, insultó a los nativos de salvajes, inclusive acusándolos de que bien pudieron ultimar a los ingleses. Esto contribuyó a que la fama de Rae eclipsara y no fue hasta 1997 que se probó con certeza la triste realidad. Rae fue un verdadero explorador, era atlético, buen cazador, hábil para conducir pequeños botes y, lo más importante, sobrevivía los hielos gracias a técnicas aprendidas de los nativos, ligero de equipaje cubría grandes distancias, se alimentaba de lo que encontraba. PLAYLIST:
Por Saúl Holguín Cuevas
Saúl Holguín Cuevas, con motivo de su ya cercano cumpleaños, dirige unas palabritas a familia y amistades. Desde el funesto umbral de la vejez (Homero) veo con curiosidad mi microscópico porvenir y, con nostalgia, mi largo pasado, pues casi triplicó, en años, los 33 acumulados por Alejandro Magno. Aprovecho la trinchera que con gentileza me legó David Muñoz y que ahora comanda Daniele El Italiano, para informales que de aquí pa’l real (en adelante) celebraré mi cumpleaños según ordena el calendario ortodoxo. Por lo tanto, pospongo la pachanga del 11 enero, al 24, ganó 13 preciados días que puedo dedicar a lo que me dé la gana. Con siete décadas de rodar por este mundo, cada cumpleaños se torna en fecha punzante, por lo tanto, nada hay que celebrar, por el contrario, hay mucho que lamentar; otro año de vida raudo se esfumó y no logré concretar nada que valga la pena. Ajustar calendarios pasó de ser otra fecha sin importancia (niñez), la pobreza prohibía los pasteles o las piñatas; aquí los dólares permitían congregar a los cuates a morfar y chupar con exceso (juvenalia); los años trajeron un consumismo donde los invitados obsequian, como si se tratara de una obligación, inclusive una competencia para ver quien da el regalo más caro (madurez/ vejez); y en estos últimos años de senectud, el 11 es motivo de ennui, angst o ansiedad y desesperación al sentir, cada hora más cerca, el zarpazo de la Guadañera (La Parca/ Calaca). Todo empezó por culpa de un vecino. Una mañana salí a caminar la cana y al Memo, me topé con un vecino. Primero saludó, chuleó y acarició a la cana, después dijo jai al nene y por último me preguntó si ya había completado mis compras navideñas. Le dije que sí, mentí. No celebro ni doy regalos, conste no soy Testigo de Jehovah que suelen esquivar tales celebraciones. Por alguna razón la charla rondó mi ya cercano cumpleaños, me preguntó si ya me había registrado. Para los que no estén al tanto de esta costumbre, esto significa dar a las personas que van a asistir a la fiesta el nombre de un almacén en donde el agasajado tiene una lista de deseos, así los obsequios serán los deseados y no se repiten. El vecino se ofreció ayudarme a registrarme en Walmart, le dije que prefería Targé. Soy hijo/ producto/ partícipe de una dualidad entre dos culturas a veces antagónicas, otras solidarias: Allá dejé los nacimientos, la calma y la escasez, casi miseria, templadas por el colorido de la danza de los matachines, la quema de Judas, las raras ofertas golosas de la semana mayor y de las natividades con condoches, gorditas y buñuelos; hoy rige, en mi nuevo mestizaje norte sur, una costumbre que al principio me pareció vulgar, hoy la practico con placer y sin remordimiento pero, no me registro en ninguna tienda, hago mi lista y la comparto. Me detengo en la palabra onomástico. La Real sentencia que se trata del día que uno nació. En el pasado no importaban los deseos de la madre, mandaba el santoral, eso es el santo, que esa fecha celebra la Iglesia Vaticana, Por lo tanto, a mí me correspondía Higinio. Por alguna razón mi madre eligió Saúl, santo que se agasaja el día 20 de octubre, espero quede claro este enredo. Por cierto que en esta fecha nació (1705) el cantante castrato italiano Farinelli, pero atrás dejó las cosas mutiladas. Disculpen el rodeo, cuestiones de la chochera. Ahora sí: A lo que te truje Chencha (al grano). Va pues mi listita. Recuerden que no es por avaricia, es para evitarles llegar a la celebración y, ver con desmayo, como con extrema frialdad recibo otra loción para después de afeitar, agua apestosa que odio con pasión; o bien, otro maletín de cervezas aguadas; o galones de tequila de la peor ralea que no me atrevería servir ni a mi peor enemigo. En cambio, si me obsequian uno de mis deseos abajo enumerados, me verán sonriente y se evitaran atestiguar cómo, atentando contra todo protocolo, arrecholo sin miramiento sus regalos tradicionales como si fuesen rocas encontradas en todos los caminos. UNO: un manual de instrucciones para fabricar una bomba atómica. DOS: una muñeca hinchable, de preferencia pelirroja. TRES: un viaje a las ruinas del Titánico y del sumergible Titán, en un batiscafo de la OceanGate Expeditions (ojo me refiero al submarino no al reloj). CUATRO: una comidota preparada por las irlandesas y la germano–vikinga. CINCO: un pato a la naranja (canard à l’Orange) y un ganso relleno al horno. SEIS: el ganso, es culpa del Cuento de navidad de Dickens. Y ya que hablo de libros mi último caprichito es una copia de la edición original del libro, de 1843. Entiendo que este último antojo va dirigido a mis amigos potentados. Sotheby's oferta una copia por la mísera (para ustedes) suma de US$ 9500.00 más impuestos, no desesperar, el envío es gratis. Y disculpen que no acato los mandatos de los sacrosantos manuales de redacción de evitar los dichos populacheros. IMAGEN: © brutalità e grazia in gioco de Xavier Méndez, acrílicos sobre tela; 5 x 6 pies; propiedad del pintor. Por Saúl Holguín Cuevas
Saúl Holguín Cuevas, al no poder ir al cine me pego a Criterion a través de la tele, dizque inteligente, a ver que hay. HE atestiguado varias películas del cometa tudesco [*] (alemán) Fassbinder, figura central del Nuevo Cine Alemán, digno heredero del expresionismo germano, pues su obra es oscura y deprimente, su vida corta, ahogada en caspa (cocaína). Acabo de flagelarme con las quince horas y media de miseria que componen la cinta. Vaya que soy masoquista. Padecí la degradación de la sociedad Weimar en Berlín, de humanos a insectos. Lo rescatable de esa putrefacción en la capital cultural del mundo de entonces, el teatro de Brecht, los diseños de Gropius, los films de Lang y de Murnau, las pinturas de Grosz. Basada en la renombrada novela de 1929 del escritor judío–alemán Alfred Döblin, ya fue filmada una mala cinta estrenada con poco éxito en 1931; también existe una dramatización radial que nunca se difundió por amenazas nazi. El cuento va más o menos así. Tras purgar cuatro años en prisión por matar a su amante, Franz, el antihéroe sale a las calles de un Berlín que se desintegra. Desfilan prostitutas, ladrones y los nazi, que es lo mismo. El protagonista, un proxeneta (padrote) alterna entre constantes vasos de cerveza y sorbos de Schnaps (licor) y las tiernas caricias de siete mujeres que alquilan su cuerpo para mimarlo y mantenerlo. Pero a pesar que promete portarse bien en un mundo podrido donde todos están sin trabajo, la única alternativa es el crimen o campanearla con los fascistas. Pierde un brazo, pierde una y otra mujer valiosa. Un susurro constante invita, seduce, engaña, es la radio, la prensa, los nazi, la biblia, el subconsciente; la solución: claudicar, el crimen o la muerte, y por si fuera poco, la Segunda Guerra Mundial toca a las puertas. Como para darse un tiro. Cualquier parecido con nuestro presente de líderes embusteros, engañadores, farsantes, ladrones, egocéntricos y público marioneta, crédulo, ingenuo y manipulable es más que coincidencia. *Así les llamaban los italianos a los alemanes, conste, uso el término porque me gusta no para presumir sabiduría, al menos eso pienso. Versión temprana en Peregrinos III, 19.V.2021 Por Saúl Holguín Cuevas
Yo, Saúl Holguín Cuevas derramo una lágrima por las víctimas en Ucrania y te maldigo Putin, asesino, paranoico esquizofrénico, megalomaniacote, Que tu nombre y tu simiente queden borrados de la tierra y tu carne sea pasto de los perros. [*] A la maquinaria de la guerra, sus secuaces y aduladores, así como los que de ella se benefician les conviene que el cine ensalce a los caineros (Caín). Cierto, nada nuevo, matar al vecino es un negocito redondote, ya añejo y muy fructífero para unos cuantos que desde la retaguardia, sin sobresaltos, enriquecen. Las sociedades guerreras, abusivas, prepotentes por excelencia desdeñan las cintas que protestan contra la matanza y el genocidio legalizado por mentiras de los políticos y sus secuaces. En días pasados vi dos películas que me conmovieron con el horripilante retrato de una guerra, como todas, por demás irracional: la Primera Guerra Mundial. CRUCES DE MADERA (1930) de Raymond Bernard y; 1918 (también de 1930) de Pabst. Retratan la cruel realidad: trincheras donde cayeron jóvenes por millones. Todo a cambio, cuando la cosa iba bien, de un palmo de terreno. Desde un principio se tiene la sensación de un suicidio colectivo, donde no hay escape, los protagonistas son empujados al matadero, morirán descuartizados por una bomba, aniquilados por una o mil balas, envenenados con gas. El resultado: una iglesia cualquiera, terreno neutral, donde se congregan los ciegos víctimas de los gases, los mutilados, los enloquecidos que tras el sufrimiento, sin agua, sin dormir, infectados de piojos y sometidos a la metralla y al constante bombardeo, a veces, por equivocación, de los mismos aliados. No hay escape, llega la muerte. Una rústica cruz, casi improvisada bajo el telón. Y las carnicerías siguen sin tregua, a pesar de Verdún, de Hiroshima y demás holocaustos. Para ponerse a llorar de impotencia por esa enferma y rabiosa ansia de matar y morir, al parecer hasta que el último de la especie cierre los ojos para siempre. Si esta nueva guerra lo trae medio alicaído, como a mí, propongo posponer ver estas cintas hasta que mejore un tanto el ánimo. Otras recomendadas, las dos primeras no tienen cintas sonoras, son lo que algunos llaman mudas: J’accuse (1921) de Gance. The Great Parade (1925) de King Vidor. Sin novedad en el frente (1930) de Milestone. *Esta maldición viene en El infinito es un junco de Irene Vallejo, libro recomendado. (versión temprana, Peregrinos III; 09.III.2022) Por Saúl Holguín Cuevas
EN pleno bacanal de football, alcoholes y pavote engordado con hormonas, antibióticos y demás magias químicas, cabe recordar una cena solidaria, anterior al consumismo con demente afán de consumir. Casi cuatro siglos atrás llegaron a nuestro continente peregrinos emigrantes, aunque vale llamarlos mojados pero, bien mojadotes, habían cruzado apenas cinco mil kilómetros de salado mar. Unos buscaban aventuras y fortuna, otros huían de la intransigencia religiosa, de leyes opresivas o de las deudas. Se establecieron en tierras septentrionales, entonces de indígenas. Ahí, el cruento invierno apenas permite sembrar una vez al año. Para sobrevivir conviene imitar a las hormigas, almacenar alimentos, así fuesen secos o salados. Cosecha abundante, invierno generoso, pero... Los peregrinos venían prevenidos, sembraron las semillas de trigo que traían. El terreno cenagoso arrojó magra cosecha, el invierno se tornó cruel, escasa caza y pesca, pronto el hambre y su hermana, la muerte, rondaron muy cerca. Murieron los débiles, ancianos, niños. Quizá enterraban sus muertos cuando un par de nativos, entre ellos Squanto, aparecieron como de milagro. La historia de Squanto es una verdadera saga. Primero, desde su tierra (lo que es hoy el noreste de EE. UU.) acompañó a un marinero a Inglaterra, ahí aprendió inglés. Regresó a su terruño, hecho prisionero terminó de esclavo en Cuba. Ahí un sacerdote lo ayudó, compró su libertad y, ya libre, lo embarcó a España. Escaló en Inglaterra camino de regreso a su tierra. Squanto y sus cuates enseñaron a los mojadotes los secretos de sembrar maíz, el uso de yerbas medicinales y a construir con materiales por ahí abundantes. Agradecidos, los emigrantes compartieron la mesa con sus benefactores. Como la invitación era para la familia y, el concepto de familia entre los indígenas es amplio, acudieron unas noventa personas a la cita. La desnutrida mesa de los anfitriones pronto engordó con la generosidad de los invitados: tres venados, pavos silvestres, productos del maíz, nueces, calabazas, miel. Servida la mesa, las indígenas, cual era su costumbre, compartieron la mesa con los hombres. Las mujeres europeas, siguiendo su tradición patriarcal machista, sirvieron y esperaron su turno. Tres días duró el festín. Años después la intransigencia religiosa de los protestantes y la lucha por la tierra desató el genocidio de los nativos. Así es amigo lector, este feriado, anticipando el primer bocado y el primer sorbo, derrame una lágrima por los desdichados descendientes de Squanto. Véalos arrastrar siglos de miseria por las reservaciones, diabéticos, ahogados en alcohol, olvidados. (Foto: Lupin. Versión anterior en Peregrinos II: 22 octubre 2019). Por Saúl Holguín Cuevas
Ignoro cómo sobreviví 48 días consecutivos en el infierno con temperaturas pico por encima de los 110°. Pasaba el tiempo encerrado en mi cubículo, un sótano breve que construí para salvaguardar vinos, quesos y jamones. No imaginé que también llegase a ser mi refugio. Practicaba yoga, cantaba y releía en voz alta Los miserables, La ballena y La guerra y la Paz. Me invadió ese mal que en inglés llaman cabin fever (calabozo), aparte de una persistente reuma acentuada por el aire malsano, la vejez, la desesperación y la soledad. Decidí salir al patio con la aurora matutina. Para entonces ya no había ni abejas y colibríes. La madrugada del primer escape me extrañó ver a dos lagartijos muertos. El amanecer de la segunda salida vi que la joya de mi jardín, una ponciana, que por acá llaman ave del paraíso mexicana, una planta que presume coloridas flores que combinan el rojo, el naranja y el amarillo y que prospera en plena canícula, se empezaba a secar desde abajo. Aunque me entristeció no le di mucha importancia, quizá había llegado el fin de su ciclo, pues la sembré cuando adquirí la casa, algunos treinta años atrás. Días después se secó del todo. Consulté la guía Field de las plantas de Arizona, Su ciclo de vida se extiende desde medio siglo a siglo y medio. Me medio preocupé. Me perturbé cuando se secó Alexa, así le llamaba de cariño al paloverde, un árbol nativo de este desierto. Y lo que me quitó el sueño fue cuando el mezquite empezó a marchitarse. El símbolo de este desierto suma ya más de tres milenios de existencia, crece y se multiplica prácticamente por todo el mundo. Un árbol majestuoso que no precisa ni abono, ni riego gracias a sus raíces profundas. Cuantas veces aproveché las ramas que le arrebataba en la poda, las secaba y las usaba para mis asados. Vi cómo continuaba su declive hasta que murió de pie. Lo lamenté y hasta lo lloré tal como si hubiese perdido un ser querido. Para ese entonces prohibieron llenar las albercas y regar los jardines, racionaron el agua potable. Nada ni nadie podía dormir. Al borde de la locura decidí salir a la yardita. Me preparé cuando apenas se anunciaba el sol, me calé lentes oscuros, pantalones largos y camisa de manga larga, ambos de lino, y me empapé de pies a cabeza. Me refugié a la sombra del esqueleto del mezquite. Iba bien provisto, con un galón de agua perfumada con hierbabuena, jugo de limón y Tajín. A través de mis audífonos saboreé el cuarteto de cuerdas de Beethoven, admiré una nubecilla naranja y roja. Distinguí la figura de un perro panzón con pico de gallo, el temido cangallus. Me vino a la mente un trozo del Apocalipsis de Pedro (apocryphon). Como la vida desordenada, el COVID y la vejez minaron mi cerebro, para refrescar el recuerdo me apresuré a buscar y consultar El Libro, una copia (versión Oxford) de uno de los pocos libros que persistían en mi encierro, el resto los regalé a Candi. No lo encontré, atemorizado recordé leer, en mi ya remota juventud, que cuando esa figura apareciese entre el septentrión y el céfiro (boreal y poniente), anunciaba el fin del mundo. Aterrorizado recordé los castigos que como pecador me esperaban. Por blasfemo me colgarían de la lengua, por adúltero me colgarían de los genitales y, de paso se me rostizará a fuego lento sobre el humo y llama incierta de una pila de leña de pirul. (Imagen: captura del Telescopio Óptico Solar Hinode). Por Saúl Holguín Cuevas
El 2020 y el 21 me fue como en feria. Primero, algún olímpico bromista me movió el piso y me caí de una escalera, después el Corona me tumbó, y de remate, una tercera caída me trajo tres días y dos noches de sufrimiento, fue culpa de un resfriado con toz de perro, moquera feroz, dolor de choya, aliados a persistentes ataque de reuma causado por la lluvias de cuatro días, cosa rara en el Phoenix canicular. Divagué, llegué a imaginarme que estoy embrujado, hasta ganas me dieron de procurarme una limpia. Me siento viejo e inútil, estoy poniendo en orden unos escritos que andaban por ahí desperdigados y, me he propuesto, si acaso llego a esa altura del campeonato, colgar los guantes y dejar la escritura en septiembre del 2025, cuando cumpla medio siglo de practicar el arte y de postrarme frente a las musas y a Xochipilli. Algunos de mis mejores amigos intentarán incentivarme, me darán ejemplos, por docenas, de viejos que siguen dando lata hasta los noventa y tantos. ¿Entonces, quél es mi onda?, se preguntarán. Los que toman la escritura en serio bien saben que para llegar a escribir algo que medio valga la pena hay que insistir con pluma e imaginación, ensayar entre cinco a ocho horas diarias, hoy si y mañana también, es parte del sacrificio que el arte requiere y demanda. Ya hace tiempo que empecé a notar un notable deterioro en la memoria. Antes me sacaba autores, títulos, películas, fechas de la manga. Para el escritor que trafica con palabras no recordar el sinónimo más adecuado o más potente o más sútil, o de plano no recordar una palabra, equivale a ser un inútil. Con ya siete décadas encima la situación empeora, a menos que inventen un trasplante de coco, aunque esto traerá otra caja de Pandora. Entonces para que hacer el ridículo y dársela de gran pluma. Tras ver a varios atletas perder un paso, la neta es que hay que saber cuándo colgar los guantes o cortarse la coleta, en mi caso, jubilar la pluma. Ya estoy cansado, me merezco un descanso. Dice Machado, Al cabo nada os debo, debéisme cuanto he escrito. Yo si le debo mucho a mucha gente. Y como el hijo desobediente, ahí les dejo los tres librillos que el padre y la madre Tiempo me permitieron concluir; para que de mí se acuerden. NOTA: senectus insanabilis morbus est (la vejez es una enfermedad incurable). FOTO: Huehuetéotl, el dios viejo del fuego. Imagen del Museo Nacional de Antropología. Por Saúl Holguín Cuevas
(AMIGOS: cuando labobraba en mi novela Verde me dio, como acostumbro, por achiclar el idioma. Al final estos cachitos, ahora comparto uno con ustedes, no entraron en la edición impresa). EL número siete aparece por todos lados: el 007, los siete sabios (Santipas), los siete pecados capitales, las siete luminarias, los siete contra Tebas, los siete artes, el Séptimo Sello, los siete samuráis, los siete locos, el Siete Leguas, [1], las siete vidas de los gatos (los que maúllan en inglés tienen nueve, mientras los pobres que maúllan en árabe apenas tienen seis, sin duda los dioses discriminan) y tantos y tantos más, sin olvidar los siete días de la semana. En efecto entre cinco y diez amaneceres han compuesto ese período de tiempo llamado, por nosotros, semana. [2] Tiempo atrás, cada tanto, se reunía la gente a cotorrear e intercambiar en bazares, mercados ambulantes, tianguis, pulgas, etc. Otros acudían a los templos: mahometanos el venus; hebreos el sabbath; cristeros el dominicus dei; los tahoneros el lundi… Los helenos dividían el mes en tres partes de diez días cada uno. En la Roma quadratta (antigua) había una octamana. El bestseller dicta que el mundillo se mal construyó en seis días, el sabbath se dedicó al descanso, de ahí pal real rige el siete que se intuye perfecto y, en el casino San Jerónimo, de buena suerte. Ejemplos abundan, veamos algunos: ACORDEONEROS:
AKIRASAN: [3]
CANCIONISTAS:
ARTES:
CENZONTLATOLLI:
CIEGOS CANTORES:
JUGUETES DEL FREGAO:
1. Tomando en cuenta que una legua equivale a cinco kilómetros y medio, parece exagerado que un caballo (o yegua, según afirma Taibo del Siete Leguas) pudiese andar en un día, poquito más de cuarenta kilómetros portando al panzón Pancho Villa y su pistolón. 2. Por lo tanto, llamada pentamana, septimana > semana, novemana, etcétera. 3. Akira Kurosawa, siete de sus vistas menos vitoreadas. 4. Juanga, Lucha Villa, Lucha Reyes, María de Lourdes, Lola, Toña la Negra, La Torcacita,.. 5. No la consignan los diccionarios o dan el significado de chamarra. Aquí vale por cabeza; echarle chompa, chompear > pensar, recapacitar. 6. Basado en dispersas métricas: el cántico de las aves; el arrullo del arroyo, ya desbordado ya manso; la tormenta; el gorjeo de un bebé. 7. No confunderir con astrología, Autoridades dixit, En todo o la mayor parte es incierta, ilícita, vana y supersticiosa. 8. Los cenzontles en el Gabacho: Miles, James Brown, Billie Holiday, Ella, Sinatra, Elvis, Louis Armstrong. 9. El ciego de la Babélica es Borges; el sagrado es Homero; Robert Johnson, el cantante de blues le vendió el alma al Diablo; dice Homero en Guerra sin cuartel (La Ilíada), En una competencia, el temeroso Tamiris reta a las Musas, hijas de Zeus, ellas irritadas le cegaron, le privaron del divino canto y le hicieron olvidar el arte de pulsar la cítara. 10. Favor de no confundir. En portugués, cascaroleta significa, de acuerdo al Priberam, rapariga que se ri sem saber por qué. Eso es, muchachilla que se ríe, el resto se entiende. Continuará… quizás. Imagen, Homenaje a Eugenio Abrego, xilografía de Emmanuel C Monntoya. Esta croniquita, con diferente ilustración apareció en Peregrinos II: 4 octubre 2018. Por Saúl Holguín Cuevas
Confieso una de mis arrogancias, hoy casi superada. Mi tío Hilario aconsejaba escuchar la opinión de los hijos, Tienen ideas nuevas. En un tiempo creí que la novela policial y la novela negra eran literatura inferior. Gracias a Poe conocí a Dupin. Gracias a Borges me adentré en las aventuras del padre Brown de Chesterton. Gracias a mi hijo Saúl leí a Sherlock Holmes y mucho disfruté. El otro día, harto de los ventarrones políticos que amenazan con una nueva ola fascista por todas partes, busqué alivio en los libros. Me alejé de los deprimentes y de aquellos que son tan crípticos que hay que releer y volver a releer, aparte de fatigar los diccionarios. Casi por accidente me topé con LA PIEDRA LUNAR (1868), del escritor inglés, Wilkie Collins, considerada la primera novela policial. Por lo visto poco ha crecido el campo en 150 años. Su lectura vale la pena. Consiste de un robo. [1] Cuatro distintos narradores, con un sinfín de rodeos, no tan alargados como los del QUIJOTE, pero rodeos al fin, casi al estilo de TRISTAN SHANDY, aunque no tan estilizados. Un último casi narrador, cierra la historia que tiene final rosa. El lector pobre y alejado de una biblioteca puede leer en español la introducción de Borges y unas cuantas páginas más en línea (Google Books). Aquí maldigo a Google por mutilar libros. Cuando uno está más emocionado le cortan la hebra. ¡Cácaros! [2] Si van a poner un libro en la telaraña pónganlo íntegro, si no, paqué chingaos. Posible leerla íntegra en el inglés original, gracias a Project Gutenberg. De acuerdo con el diario El País, estas son las mejores cuatro novelas del tema. Doy por orden cronológico. 1930: Segundo lugar: HALCÓN MALTÉS del que se considera el padre de la novela negra, Dashiell Hemmet. Hablaba de primera mano pues el mismo se desempeñó con la agencia de detectives Pinkerton, la obra refleja su labor. Aquí el protagonista es un cínico al estilo de Hollywood, ni siquiera se imputa cuando matan a sus socio, es un faldero de primera, encama a su clienta y a la viuda, 1934: Tercer sitio: ASESINATO EN EL ORIENT EXPRESS de Agatha Christie. Se trata de un crimen casi perfecto resuelto por las pequeñas células grises del detective Poirot. Hay dos versiones cinematográficas. La de 1974 es mejor que la aparatosa de 2017 que abusa de los efectos especiales, cuando bien pudieron usar auténticos paisajes nevados. 1946 (en la pantalla 1945; 1975): La mejor de todas: EL SUEÑO ETERNO (Farewell, My Lovely) de Raymond Chandler. Corre la sangre y todos son culpables, o por lo menos pecadores de alto rango, como dice el tango, El mundo es una porquería: enzoquetados en alcohol, tabaco, traiciones, desviaciones, crímenes. La novela de cuidada elaboración tiene sus encantos, a pesar de tanto muerto. Abundan frases entre ingeniosas y sarcásticas, bien cargadas de argot gangsteril. Así es amigos. Si gustan de un detective privado sarcástico, bebedor empedernido, un tanto homofóbico, pero incisivo y hasta un poco idealista, posible disfrutarlo en el inglés original gracias a Gutenberg Canadá. 1960: Cuarto puesto: THIS SWEET SICKNESS (Ese dulce mal) de Patricia Highsmith. Pausado relato de un sociópata y su amor por una mujer casada ya dos veces y con hijos. La escritora ingresa en el Partenón de la fama con la cinta The Talented Mr. Ripley. Da vida a personajes atormentados, al estilo y bajo la influencia de Dostoievski. Aclaro, no voy a comparar ni a Collins, ni a Chandler, ni a Christie, ni a Highsmith con Homero, Dante o Dostoievski, pero como dice el Ciego Sagrado, tienen cierto encanto y su lectura me alejó, por instantes, de las enmarañadas mañas de políticos rateros, asesinos, embaucadores. ¡A leer! Poe: “Los crímenes de la calle Morgue” (1841); “El misterio de Marie Rogêt “(42); “La carta robada” (44). Conan Doyle. Estudio en escarlata (1887); El sabueso de los Baskerville (1900–02) (Foto: Borges en la tumba de Poe. Está crónica apareció en 2 partes en Peregrinos II: 19 diciembre 2018 y 06 enero 2019). ______________________________ 1 - Dice Borges del tema policial: Un crimen enigmático a primera vista insoluble, el investigador solitario lo descifra con imaginación y lógica, caso referido por un amigo impersonal, y un tanto borroso del investigador (Dupin, Holmes). 2 - De ‘cacarizo’ o picado de viruela. Ni Santamaría ni el Diccionario de Mexicanismo dan etimología, por ahí circula que se trata de la voz purépecha cacarani, con el significado de “llaga reventada”. Por Saúl Holguín Cuevas
Estos días que me honraron, quedé endeudado con todas y todos y toditos todos que de una y mil manera colmaron, por dos semanas, mi vida, la de mi familia y amigos: El Domador de Fieras, La Madre Lucero; La Madre Tierra, La Madre Luna, El Regio, El Menny, La Musa de Dante, Norma la de Guadalajara, Sonnel, Yoliland, Felipe, Bahena, La Guerrillera. Hyacynth, Abdallah, Alicia, Meneses, Edgar, Villar, Lomelí, Pinky, La Diosa de la Sabiduría, Bernabé, Garret. Jaime, El Travestido de Monseñor, Celia. Pío V, Martín y Karmen Yvtte, Conce, Andy, MaryaAtt; y miembros de los grupos: Jellied Brainz, Mariachi Rubor, Grupo Waukis, Madafra, y Enporoxismo. 29 voces y manos ajilgueradas de la escena musical local demostraron que estamos rodeados de talento y que hay, entre los miembros de nuestra comunidad, gente trabajadora que hace florecer el alma. Amistades que planearon, ejecutaron, cantaron, tocaron, performearon, leyeros, tomaron placas, trabajaron tras (y frente) bambalinas, regalaron, compartieron libros, letras y abrazos y, apoyaron el XVI Encuentro de Escritores y Artistas: David Muñoz: munchos, munchotes tenkius. IMAGEN: al parecer se trata de un símbolo celta de la gratitud. Por Saúl Holguín Cuevas
MUCHO me alegra que a pesar de la peste el Teatro Meshico, tras forzado silencio, sigue vivito y coleando. La obra Luna rojiza fue el último reto incómodo que los pocos afortunados que patrocinan el drama atestiguaron, padecieron, y al final, trascendieron. Fue en la trinchera Fexam, refugio en plena barbarie metropolitana, área de bodegas, al lado de un templo de gritones y de un negocio de income tax, todo un desierto tanto geográfico como cultural. Desafiando el mercado, la indiferencia y los chillidos del bulevar, Marió Zapién vino, trabajó y conquistó una vez más. Tras arduas labores, capacitó otro grupo de actuantes, la mayoría noveles, pisaron con fuerza las tablas y me arrastraron por la calle de la amargura con un drama tremendista, reflejo de nuestro viacrucis actual. Ambientan la obra: una escenografía post industrial donde las sillas grafiteadas sirven de adorno y de mueble; intensos cambios de luces, música desde tranquila hasta pulsante: dos mundos se reflejan, el exterior, de torturas y, el interior, torturado. Es la incesante queja de un grupo de mujeres víctimas de la violencia, carisucias, desgreñadas, con vestidos raídos, habitan un infierno sin esperanza, caótico, de dolor, llanto y remordimiento donde se suceden enigmáticos bultos negros de movimientos rítmicos. En pleno caos son secuestradas y ultrajadas por verdugos que también son víctimas. Intentan expurgar recuerdos provocados por tristes sueños frustrados. Con voz poética buscan respuestas en la yoga, la adivinación, inclusive quizá lleguen a vislumbrar un poco de alivio en los recuerdos de una lejana niñez de coros infantiles y versos de canciones de la cultura popular. Ante tanta miseria, sopesé si abandonar la sala o seguir de frente. Me llegó una frase de Brecht, Si la gente quiere ver sólo las cosas que pueden entender, no tendrían que ir al teatro: tendrían que ir al baño. Me dejé llevar por el sufrimiento, la confusión y la violencia, salí agotado, experimenté una catarsis. Cierto, son tiempos malos, las cosas están pala chingada pero, pudiesen estar peor, por lo tanto, aún entre las peores tinieblas queda la esperanza de algo mejor. Aplaudo la labor del colectivo. Insto a los cuates a no perderse la próxima obra del Teatro Meshico. Luna rojiza (2021) drama de Mario Zapién, octubre 2021 en FEXAM. Actuantes: Teresa Velázquez (producción), José Bahena, Anna de la Mora, Elisa Cruz, Beatriz Beltrán, Yolanda Gutiérrez, Erika Rosas; escenografía: Manuel Argueta, otros menesteres: Felipe Morales, Agalia Rivera; luces, sonidos, y dirección: Zapién. Ilustración: pintura Las Tres Gracias (2021) de Xavier Méndez / óleo sobre lienzo / 152 X 152 cm. / Propiedad del pintor / Foto del pintor. (En Grecia: Belleza, Júbilo y Abundancia; en Roma: Castidad, Voluptuosidad y Belleza. Está croniquita apareció en Peregrinos III; 11.X.2021). Por Saúl Holguín Cuevas
La clausura de la XIV Davidiana: Imagen, Pentagrama, Arte-sana y Signos fue lo mejor de la jornada: una performeada para el recuerdo, panzas y un centenar de oídos más que satisfechas lo atestiguaron. Fue en el Jardín Comunitario en esta Sonora del Norte, al lado del canal. Por un lado, cuatro manos directitas de la mera Capital Mundial del Taco, con eficiencia que envidian los ejecutivos, cual magia, pronto sentaron una cocina portátil y raudos llenaron panzas con la delicia del glotón. A pesar que ya en las noches, para evitar pesadillas, no acostumbró abrumar mi estómago, el Espadín me atrevió a despachar cinco de adobada, con su salsita colorada. El calorón de la plancha fue superado por las llamas emitidas por la trovadora de ensortijada cabellera. Con enjundia que ya la quisiera para dominguear y ruego nunca abandone, paseó a los suertudos asistentes por las alturas. Cual torbellino cantó clasiquitas como Yolanda y Sombras, desfiló jocosas agudezas, mandó saludos que volaron hasta Nogalitos, su patria chica, dedicó canciones a los limpios y a los rudos, Hijos… míos; ni un pie acalambrado le impidió saludar a una chilena, y de paso, alargar el ensueño, sin dejar de trinar se sentó unos instantes, se incorporó y siguió solfeando y cuando le pidieron que pregonara una última oportunidad de satisfacer la gula, pues los taqueros estaban por cerrar, dijo, sin perder pisada, Esa no me la sé. He escuchado decir a mis amigos que por los enmarañados corredores de la música se atreven, que frente al micrófono, en rarísimas ocasiones las musas los favorecen, entran en un trance y ya eléctricos llegan a enchufarse. La noche de la clausura se alinearon los astros. Cobijado por la artisteada, la performance de tacos y cantante me transportó, alimentó mi alma y por una noche me alivió de achaques y demás miserias covidosas. Esa noche: David Muñoz sonreía. Performearon: Concepción Jiménez (voz), en el fogón Cesar y Silvia, larga vida para esta Tercia de Ases. (Foto: Mónica Vilches. En Peregrinos III; 04.XI.2021) Saúl Holguín Cuevas medita como la vida se desgasta y no retoña, aunque a veces parece que sí, por breves momentos.
ESPERO que cuando me estén creciendo malvas en el ombligo, durante la cuaresma mis nietos puedan escapar, aunque sea por un instante, del hartazgo de conejos, huevos de plástico semi escondidos, chocolates y demás azúcares capitalistas, y se les permita disfrutar un platillo de chuales. Granos de maíz deshidratados, desquebrajados y cocidos en un guiso caldoso. Cuando se fue mi madre, por todos conocida en el barrio como La Nana, aparte de la orfandad caí en un laberinto de comidas chatarra. Dejen les cuento como volví a degustar, después de mucho tiempo, este humilde platillo. En vida de la Nana otro gallo cantaba. En su pequeña, pero generosa cocina siempre había fuego y un zancarrón que morder. En ese rincón mágico se fraguaron mis recuerdos de los manjares del pobre; nopalitos, condoches, gorditas, chocholucos (bizcochitos), frijolitos, atoles, sopa de fideo, menudo, cocido de huesos y tantos otros, pero por encima de todos se elevaron los tamales. Ya de regreso al presente, en vísperas del miércoles ceniciento me encontré en el Mercadito y Carnicería Sepúlveda en busca de tortillas Águila, las únicas que valen la pena en toda la Finiquera. Vi unos chuales, aunque de segunda categoría los llevé a casa, imploré a la cocinera me los preparara para celebrar la apertura de la cuarentena. Pasó el tiempo. Ya en plena Semana Mayor, Jueves Santo para ser exacto, con extrema cortesía, podría decir que de rodillas pero, eso ya sería exagerar, volví a suplicar. Pactamos para el día siguiente. De antemano, la doñita, que es de pocas pulgas, me amenazó que si atrevía el más mínimo juicio crítico del guisado, las pasaría muy mal. Se dio la tarea de auscultar la telaraña en pos de videos campiranos sobre la mejor manera de preparar el guiso cuaresmeño. Contentote vi como bramó una olla, una cuchara de palo llegó a mi paladar en busca de un visto bueno. Soy güey pero, no tanto, aprobé con una sonrisa. Me serví una, dos, tres porciones: sublimes. Los granos se elevaron cortesía de un potente caldo de pollo cocido con sal, ajo y cebolla. Este detallito es importante. Recuerden que antes la Iglesia prohibía comer carne durante la cuarentena. El caldo no estaba vedado, mientras no incluyera pedacitos de carne. Pero los tiempos mudan, el chiquihuite y el ayuno ya quedaron atrás, por mucho que el Pontifex Maximus con una mano lave pies ajenos y con la otra alcahueteé a sus hordas pederastas. Me ha llegado noticia de un libro que trata el tema, Cocina de cuaresmo en Durango: Entre el ayuno y el banquete (2022) autoría de Jaime Iram Vargas Barrientos. Saúl Holguín Cuevas va de pesca
COMER pescado y marisco crudo parecerá una herejía, no lo es, inclusive, puede manifestarse sublime. Recuerdo el inmenso gusto con que mi padrino José Mijares despachaba un coctel de ostiones servido en un puestecito del Mercado Juárez o de la Alianza, ese colorido, desordenado amontonadero de comerciantes, mercancías y marchantas. Recuerdo al nunca olvidado, Víctor Mendoza ilustrarme en el fino arte de gustar el sushi, allá en Sun Valley, en un resta ya tanto tiempo desaparecido. Recuerdo una entera y larga mariscada suchizera con Juan, allá en Redwood City, todo lo dejamos en manos del maestro Masa. Recuerdo una visita a un mini en Tzukiji, en Tokio, donde me atranqué de abulón y, mi hijo Marcial, de pulpo. Recuerdo los platillos en la modesta casa de la Chatamar, en el mero Estero, al lado de Punta Banda, cerca de la bufa, bufa, Bufadora, en la ayer tranquila hoy conflictiva Baja. Sin presumir y, como recordarás Carnal Amador, ahí una langosta, una chula (bonito), erizos, se comían recién arrancados del Pacífico; se desayunaba una machaca de tiburón envuelta en tortillas de harina, modeladas por la mano de la anfitriona. Hoy, tal frescura marítima, con mares contaminados y proliferación de criaderos artificiales, se torna casi imposible. Recuerdo un cebiche de camarón modelados por la paciente mano del Troyano y consumido a veinte minutos de su preparación. Recuerdo unos callos que mi cuate y vecino desde la adolescencia, Enrique Sánchez, me invitó en el Negro Durazo de Tiajuana (el local original en Plaza Río), llegaron unos muchachos con hieleritas, mismas que habían transportado vía aérea desde Sinaloa, ¿más fresquitos?, imposible. Y nunca olvidaré las tantas magias preparadas por las manos de mi amigo André. Forjó su saber gracias a un aprendizaje que le impartió un severo maestro entrenado en el mismo Japón. A pesar de la vulgarización del sushi que ahora se oferta como si fuera insignificante mamuncia, maestro y discípulo mantienen sus elevados estándares de calidad y rehúsan servir imposturas, empezando por la tardada preparación del arroz, base del platillo. Resignado, me alimenta el recuerdo, el bolsillo me prohíbe un viaje a la Tierra de los Venados ó acercarme a lujosa marisquería donde el chef, con preciados ingredientes traídos en avión desde mares lejanos, se atreva a las alturas. Me invadieron tan agradables recuerdos el otro día que mi Carnal Amador me brindó una jornada en un templito en la presumida Tarzana. Nos adentramos en el teatro del mago Eddie: su variedad de peces, echados al nado entre sorbos de cebada, nos elevó a zonas etéreas donde aromas y sabores subliman artísticos platillos al alcance de tres dichosos. Gracias Padrino, Víctor, Juan, Masa, Chatamar, Enrique, Troyano, André, gracias benditos hijos de la Mar, gracias Carnal, gracias chefs: por regalarme breves momentos que atesoro y, por brindarme un breve reposo de la casi basura que por todas partes ofertan: tortillas de papel, café enchapopotado, bolas de masa simulacro de tamales y bolas de harina impostoras que ofertan como pan. Sushi Iki (Fresco), Tarzana en la Alta California de Amadís, si por ahí se atreve, cargue las alforjas. (Foto de Yumi Kimura. Versión temprana de esta croniquita apareció en Peregrinos II, 2.IV.2020). Por Saúl Holguín Cuevas
Saúl Holguín Cuevas, entre carneros, se toma un chanate chafón. QUÉ extraño gusto ir a un café donde no hay un asiento cómodo. Qué enferma costumbre patrocinar un sitio donde la cacofónica música y el eco de los techos bajos desmadejan la charla. El café es apenas tolerable, la repostería mediocre, toscas las pinturas en las paredes, pasaderos los desayunos; dicen que los alcoholitos mezclados son buenos, aunque careros. Me acerqué a Lux, traje bolígrafo, pero se me olvidó el papel, me puse a observar. A Lux la gente va a desfilar sus esbeltos y morenados cuerpos. Caen chavos a presumir que tienen una computadora Apple. Otros van a pretender que dibujan o escriben la Great American Novel, pues el dueño presume de ser poeta, quizá lo sea, eso sí, es un buen mercader. Por todos lados maquinillas de escribir inservibles, ni un papel, ni un lápiz, ni una pluma, ni un carboncillo siquiera, maldición. Mientras sudo la canícula en la calcinada Finiquera (Phoenix), añoro estar en la despercudida Sandiego, o en la cafetería Intelligencia en Santimónica precios cariñosos (caros). En ambos litorales despachan cafés como Lux, con un poco más de hipocresía. Hurtos a mano desarmada amortiguados por el benévolo clima. Despachó la tetera latte y salgo para no volver. (FOTO: Jorge Camarón [Reies García Esquivel]; croniquita publicada en Peregrinos III; 12.I.2022) Por Saúl Holguín Cuevas
TROYANO: dice el maistro [1] que lo fácil es difícil. Tiene razón, veamos: para tortear se necesita maíz, cal y agua; [2] para la cerveza, cebada, lúpulo, a veces levadura [3] y agua; para el pan, harina, levadura y agua, entonces porque no los hacen bien. El café entra en esta categoría, aventarles agua caliente a unos granos tostados y molidos, pero… Recién desempacado en Arizona me adentré en El cafetal, Coffee Plantation de Tempe, probé un Blue Mountain jamaiquino. Quedé impresionado con el satinado sabor, pero más con el precio US$40/lb. [4]. Con el tiempo, el sino me llevó al Kona jaguaiano; al Yauco Selecto de tierras boricuas; a una sesión donde se tostó un Yrgachefe etíope frente a mis narices y se sirvió en pequeñas tacitas por dilatada partida triple para estimular la plática. También mantuve provechosas charlas informales con un vecino, agente de una casa tostadora en Seattle que oferta alrededor de 160 diferentes granos, gustamos algunos, el Kenia AA era su favorito. También mucho aprendí del tico Rolando Cortez, propietario del Café Cortez en Tempe. Recuerdo con satisfacción: un corretto con grappa de la Tazza d’Oro en Roma; en Santa Mónica un espumoso en Intelligencia; un Carajillo con brandy en una ya olvidada cafetería cerca de la Complutense en Madrid; un Café Colón tostado en el Mercado Juárez y, degustado con pan francés untado con mantequilla, medio siglo atrás, en casa de mis padrinos, una fría mañana en Torreón; [5] café de olla en quien sabe que parte de México, quizá Veracrú, Guanajuato o ambos; entre los recordados hay un café con piquete, fue un funeral en Zacatecas o en Torreón. No olvido una cabalgata por calles del pluvioso Seattle en busca de la Gloria Cafetera. Cierto en esa costa no se cosecha un grano, pero es tanta la fanaticada que alberga algunas 70 casas donde se tuesta. Conste, el café perfecto no existe, si acaso existiese el único que llegó a conocerlo fue Kaldi, el mítico pastor etíope que lo probó por vez primera. [6] Poderosa razón para continuar en la búsqueda. No soy un obsesionado, pero sí lo soy. En Seattle por un instante me pareció vecinar la gloria, esa elusiva condensación de granos de tierras volcánicas en su versión más que prieta. La onda transcurrió maomeno así. Llegué, pediché un espresso, me preguntó el barista: ¿De cuál? ¡Ah cabrón!, primer dilema a resolver. Paciente me enseñó un mapa de la Bota, Es por regiones, empiezas en el norte, bajas a Firenze (Toscana y región norte), a Parioli (Lazio, área central), a Capri (Campania, el sur) y concluyes en Taormina (Sicilia). En este viaje imaginario, entre más se viaja norte sur, más cala el sol, la gente, la campiña y el café se van morenando, africando. ¡Ay Bota eterna, el sol y el mar! Pues, castígame con un chichiliano. Y mientras fisgaba el meticuloso operar del barista, pregunté por la cafetera espresso, una Synesso. Me ilustró que se diseñó con exclusividad para el clima gris de Seattle. Caffé D’Arte me sirvió una tacita que me quedé sopesando si en mi miserable vida se me había regalado tal bálsamo. Tal magnificencia no se puede alcanzar en casa. Se necesita una máquina potente, diseñada para extraer toda la esencia del grano, reciente tueste adecuado en tostadora a leña, barista ducho, agua filtrada, un clima lagañoso, lacrimoso de preferencia, y unos tanguitos, blues, morna o fados jimiriqueando desde la vellonera. Éxtasis. ¿Acaso, por fin los olímpicos me permitieron cuatro sorbos del café perfecto? (Foto: José Reyes García, un espresso de Intelligencia (Santa Mónica). Versión temprana de está croniquita: Peregrinos III; 09.II.2022) 1 Es correcto, así se le dice en mi Tierra a los que tienen destreza en algún oficio, como el carpintero que aprendió de su padre y de su abuelo a usar instrumentos manuales; así se distingue del maestro de escuela por lo general, letrao. 2 Para no hacer el cuento largo, de las tortillas no incluyo cocerlas sobre un comal de barro con leña de encino, como las nunca olvidadas hechas de maíz cosechado de la huerta familiar, desgranado en elotera y cocido la tarde anterior. También me atrevo a recordar unas sublimes tortillas de harina (harina, agua y manteca de cerdo) en casa de la Chatamar. 3 Algunas cervezas se elaboran al natural, fermentación espontánea de la levadura que hay en el aire. 4 Hablo de 1991, esos 40 dólares de entonces, hoy (2023), equivalen a $89.78. 5 No incluyo un lechero en La Parroquia de Veracrúz, cuando estaba en los mágicos Portales. Al echar leche al café, como a un biberón, se maldice y se esconde la falta de calidad del grano, que en la Parroquia era mediocre, como lo demostró un espresso que pedí. El café se toma negro, sin azúcar, sin crema ni demás artificios. Lástima, tomando en cuenta que Veracruz produce granos de los mejores como Zongolica y Coatepec. Por Saúl Holguín Cuevas
RECUERDO, allá por el 73. En la Valencia de Luis Vives, Sorolla, Blasco Ibáñez, unos cuates me sugirieron el cine del valenciano, Luis García Berlanga. Fue apenas el otro día (45 larguiruchos años después), gracias a Criterion, y tras abonar lo estipulado a los usureros del éter, que por fin pude apreciar lo ya tanto tiempo pospuesto. Recomiendo tres películas: BIENVENIDO MR. MARSHALL (53); CALABUSH (56); y EL VERDUGO (63). Todas rodadas en la España fascista de Franco, cuando había que empeñar los ideales para poder filmar con el visto bueno de la castrante censura frailuna–facha de entonces; una opción: confundirlos con la risa. Bienvenido critica el Plan Marshall (para reactivar la economía europea después de la Segunda Guerra Grande) que solo dejó esperanzas frustradas. La cinta va a menos por culpa del narrador, aunque sea el gran Fernando Rey, nada aporta. Calabush (rodada en la paradisiaca Peñíscola) trata de la paranoia desatada por la irracional competencia nuclear que nos tuvo y aún nos tiene a un paso del suicidio colectivo, el fin de nuestra especie. Presenta al contrabandista y al guardia civil como enemigos solo en apariencia. Mientras que la autoridad se beneficia del licor decomisado, el bandido vive a pierna tirante en la cárcel, auténtica pensión donde de gratis come bien, duerme y pasa el tiempo al aire libre, inclusive continúa su ilícita labor. Por si fuera poco, la puerta de la cárcel se atranca desde adentro. Huir sería ilógico. Con El verdugo Berlanga trepa a la cumbre. No conviene olvidar que en la España de entonces, el garrote vil aún se usaba para asesinar a los enemigos del régimen. Consiste en clavar un tornillo en la nuca del condenado, causa la muerte de la forma más cruel. La guillotina, el patíbulo, la cámara de gases son iguales de crueles, pero el garrote causa singular repulsión. En el film, un empleado de una funeraria se casa con la hija del verdugo y hereda la macabra ocupación del suegro. Las tres cintas se ambientan en un pueblito que representa al país. La Iglesia y la burocracia salen averiadas, factor que valora aún más la visión del director y sus colaboradores, pues se las ingeniaron para burlar la férrea censura de entonces. Cintas para llorar los achaques de nuestra bárbara civilización con su pena de muerte, la amenaza del holocausto nuclear, las huecas promesas de los políticos, y por encima de estas calamidades, el cruel engaño en el que los sotanudos pederastas mantienen al pueblo en perniciosa ignorancia. También provocan la risa, lo irracional va disfrazado de normalito. Estos días ocupamos un Berlanga para que entre risas desnude la asonada kukluxkanera que nos ahoga. Como vamos pronto emularemos los días del garrote vil. (Zarateman, foto de una estatua del director. Versión temprana de esta croniquita apareció en Peregrinos II, 21.I.2020). |
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November 2024
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