Catarsis
Susurré palabras que permanecían dormidas en mi vientre. El frÍo seco y las nubes tediosas se apartaban de los sonidos que nacían alrededor de la hoguera. Esa noche fuimos niños, revoloteando sobre las llagas abiertas, envolviéndonos en su ágil saña... Ve... A lo lejos los árboles continúan encendidos, sus hojas descansan, turbando los ojos que intenten encontrar las copas rotas de sus andanzas... Supe distinguir los abrazos de las manos frías e hipócritas. Saldamos la cuenta, la inversión fusilada en el ayer, cayo, mientras los labios bailaban, enlengüándose, mojados en savia podrida... *** El tintero La gorda amaneció con asma. Su pecho hinchado lo estuvo más aún por la enfermedad que le habían advertido podría pescar. A la tipa no le importó, continuaba alegremente en su estado pasivo-vital de observar como la vida transcurre sin ella. Era demasiado esquelética, truncaba sus pasos hacia el espejo, prefería continuar en su mundo de obesidad-obscena, de obsesiones reprimidas sobre su piel acribillada por las varices. Sus amigos y parientes la olvidaron, convinieron en darle muerte –igual ya esta muerta– pensaron, lo expresaron entre ellos sin palabras, en esa última mirada que le ofrecieron alguna tarde de mayo, al salir de la casa de su recién convenida muerta. Lo curioso es que la gorda decidió lo mismo, no deseaba más trato con nadie, el mundo que su cuarto le ofrecía, bastaba para ella y su creciente gula. Ella era un mundo por sí sola. Soñaba rodar hasta el cansancio, sin dirección ni movimiento. Deseaba cosas y situaciones que jamás vendrían, ni a sus ojos, ni a sus labios. Su cuerpo comenzó a retorcerse en la cama, desesperada intento respirar. El aliento se marchó enfadado de vivir en ella, dentro de su pecho podrido y asquerosamente seboso. La gorda se desvaneció. Unos años después abrió los ojos, sintió a la mañana en sus 20 dedos y la ligereza en sus pies. La gorda había muerto, dejo de existir en la piel de Ana y sus familiares y amigos quedaron ahogados en el último retortijón. Ana abrió la puerta de su cuarto y camino a la cocina. Encontró a su madre preparando el desayuno. Supo que existía de nuevo y no era más aquel esqueleto, brillaba por sí misma. Provoco el suicidio inconsciente de la gorda que nadaba en sus entrañas, mató al pasado. *** Espejos Veo dos puentes, Estoy más cerca de uno de ellos. Mi instinto señala el derecho, mi raciocinio el izquierdo. Me duelen las dudas, pesan en mi hueca alma. Las nubes no ayudan a mi pensamiento ha decidirse con calma, ellas reflejan una oscuridad feroz, pronóstico de lluvia, tendré que escoger en este momento y correr a alguno de los dos puentes. Las gotas son graves también, caen en el cuerpo como pequeños vidrios afilados, dispuestos a cubrirse de rojo y sonreír en el pavimento. Ya empiezan a descender, mi sombrero no logra evitar que lastimen, el temor se apodera de mis piernas, me pasma la idea de llegar al puente equivocado y calcinarme en ese instante. *** …Leumas… Para Samuel Solís… La noche acude a mis sentidos. Es imposible apartar de mis oídos el sonido del silencio. Los colores primarios, como portentos, logran catalizar las imágenes que se van conformando en sombras húmedas en alcohol. Las sombras tienen nombre y la esperanza deambula con la cabeza sobre sus manos, ansiosa por encontrarme. Solo espero que la negrura, circundante e impostora, se disminuya poco a poco al abrir mis ojos. Mas mis pupilas se encuentran dilatadas y sólo un hilito plateado me sirve como puente en la espesa inmensidad. Estoy en mi cuarto, ignoro su tamaño, si tendrá muebles o se encuentra vació. Y es que aún no he podido moverme de este rincón. Pueblan completamente mi cuerpo, animales pequeños, carnívoros, es extraño, me inmovilizan, y sus dientes filosos me producen placer. También hay algo sujetando mi cuello, que agrada y produce en mí algo llamado consuelo. Escucho el sonido de un látigo y unos pasos que se acercan. La puerta se abre, se entromete la luz en mi rincón, trato de no parpadear demasiado. Agria y prepotente es la voz que grita: —Vamos Leumas, es hora de tu acto—Un fuerte jalón me obliga a caminar con mis manos y mis rodillas. No soporto los reflectores, los gritos y las caras que morbosas me observan. —Ante ustedes, querido publico, el hombre que se volvió lobo por tragarse la luna llena a puños, disfruten su actuación. Y Leumas empezó a chillar. Rodó por todo el escenario. Le aventaron un trozo de carne sangrante que devoro con ímpetu feroz. Dio varios giros para recibir otro trozo. Gruñó al saber la negativa y tuvo entonces que arrancarse la piel con sus garras y degollar con sus colmillos tres niños huérfanos que eran propiedad del circo. Leumas estaba incontenible, fue necesario azotarle hasta que su sangre se volvió negra. Quedó tendido sobre el escenario, con los ojos semi-cerrados, respirando con dificultad. Se le acerco el domador, jalándole de la cadena hasta su cuarto. El presentador sonreía y en tono bonachón se dirigió a la concurrencia: —¡Ese fue el magnífico Leumas! No se preocupen, su piel se regenerará y su sangre es infinita. ¡Niños! Si se les ocurre probar alguna vez la luna llena que sea solo un poco, ¡Buenas noches! © Elisa Monsalvo ***ELISA MONSALVO (1981). Moradora de atardeceres. Nació el día en el que se festeja a los Papás en México. Quizá por ello se filtre en ella esa ausencia masculina siempre presente en su vida. Estudió Filosofía en la UDG (Universidad de Guadalajara) y letras hispánicas en la UNISON (Universidad de Sonora). De la vida se declara autodidacta y en pie de guerra. Tiene dos cielos borrascosos sus hijos de 10 y 3 meses: Edén Eliseo y Ernesto Nicolás. Ama más de lo que nadie jamás entendería. Suicida en potencia, Dueña única en la ciencia del sueño. Nacida pues un 15 de junio 1981. De Padres Maestros y ausentes. Se presume lideres e inteligente. Y lejanos…
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Escritor invitadoEn esta sección tendremos escritores invitados que compartirán su labor literaria con nuestros lectores. Archives
November 2024
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