Por KGN
Siempre quise tener una mujer a mis pies, ¿y sabes qué? ¡En una ocasión la tuve…! El lugar no importa, el día no lo recuerdo; pero literal: a esa mujer la tuve a mis pies… Caminando por la acera me encontraba mientras veía a los turistas extranjeros caminar por las calles empedradas, comprando artesanías de la región o dulces típicos de leche, tal vez comiendo nieve de garrafa o tomándose fotografías en los murales de excelentes artistas no reconocidos sino, más bien, ignorados. En la esquina, una gran maceta de concreto adornaba la escena con un pequeño árbol que luchaba por sobrevivir al olvido del pueblo. Yo, como siempre, distraída observando vagamente lo que ocurría a mi alrededor y disfrutando del día que, aunque muy soleado para mi gusto, prometía convertirse en un paseo agradable. Fue justo llegando a la esquina que la vi… ¡Ahí estaba ella!... De cuerpo menudo, lentes de sol, short de mezclilla, blusa de verano, bolsa elegante al hombro y otra de plástico en la mano, sonreía coqueta y su caminar era un tanto provocador ¡Simplemente era hermosa! Pero ¿cómo logré tenerla a mis pies?, muy sencillo; una irregularidad en el concreto de la banqueta fue su perdición y la mía también. De ella, porque su sandalia se atoró al dar un paso haciéndola tropezar sin freno alguno (esquivó perfectamente la gran maceta); y mía porque dejé escapar mi oportunidad. Avanzó dando tumbos y tratando de detenerse en el aire, pero fue inútil. Cayó sobre la banqueta y parte de la calle frenando justo a mis pies. ¡Mi deseo se había cumplido! Una sandalia se proyectó en la maceta y otra detuvo su vuelo a mitad de la calle. La bolsa de plástico se rasgó y de ella salieron, como en bandada de pájaros, diversos quesos de cabra que felices se esparcieron por la calle. 1, 2, 3, 4 segundos pasaron y no supe qué hacer. Pude ayudar a levantar a la accidentada, (que comenzaba a quejarse), pero no lo hice. Pude juntar los quesos antes de que un automóvil los aplastara, pero no lo hice. Pude ir por las sandalias pero, al ver que alguien ya las traía en la mano, no lo hice. Pude entregarle las llaves de su carro, que fueron a parar junto a la llanta de una camioneta estacionada cerca, pero no lo hice. Ahí me quedé sin saber que hacer ¡Es increíble como en 4 segundos puede cambiar todo!, pensé. Una mujer hippie, que atendía un local comercial, fue la salvadora de tan desafortunada mujer. Casi a la fuerza, porque la mujer insistía en estar bien aun cuando rengueaba y tenía raspado el antebrazo, la introdujo a la tienda con la promesa de sanarla de cualquier malestar o dolor causado por la caída con pomada de no sé qué hierbas y fomentos. Otras personas le entregaron las pertenencias recogidas de la escena. Y ahí seguía yo, desconcertada, pero de pie como un árbol. Cuando salí de mi estupor, todo volvió a la normalidad. Por una caída el mundo no se detiene ¿o sí?, lo mío fueron solo unos segundos, pensé. Sin más seguí mi camino y en el malecón del pueblo reflexioné: Cuando le pidas algo al universo, cerciórate de ser claro en tus deseos; porque te lo pueden conceder en su forma más literal y no sabes después qué hacer con ellos, dejándolos esfumarse como yo lo hice.
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Escritor invitadoEn esta sección tendremos escritores invitados que compartirán su labor literaria con nuestros lectores. Archives
November 2024
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