LA CHICA del SPA
Un cuento Por Beda L. Domínguez. Ella estaba de nuevo afuera del Spa de la Obregón aquella noche, con su vestidito verde-amarillo brillante. Él no podía dejar de ver la tela casi pegada a la escuálida figura de la muchacha de 18 o 20 años quizás. Su palidez contrastaba con el negro rímel que bordeaba sus largas pestañas. El ya entrado en años taxista, pensó impresionado en sus hijas que dormían a esas horas de la noche. En que sería de ellas si él no tuviera ese trabajo que aunque extenuante, le daba para vivir y proporcionarles educación. —¿Puede quedarse un momento?—dijo la chica—Me da un poco de miedo este lugar—refiriéndose a las afueras de un negocio de bebidas y comidas rápidas que funciona junto a una gasolinera, casi a las afueras de San Luis, saliendo rumbo a Mexicali—se ve muy solo. —Está muy solo, le contesto él, ¿y en esta ocasión a qué horas te van a recoger? —Ya deberían estar aquí--dijo ella bajando la vista aparentemente avergonzada. El taxista solo desvió la mirada para ya no hacerla sentir mal, él comprendía que no todas las jóvenes de la edad de aquella muchacha tenían la fortuna de tener quien velara por ellas, que a veces tenían hijos y no a completaban para los gastos y se veían obligadas a prostituirse. —Deberías dejarte de esto, se atrevió a decirle, es peligroso que te subas a carros de gente que no conoces. —A veces es demasiado tarde para dejarlo—contestó ella con voz apenas audible. —En verdad ya me tengo que ir, no hay mucho pasaje que digamos y tengo que completar la cuota para el patrón—le dijo él algo consternado. —Sí, está bien—contestó ella, y se bajó del taxi. El frio le obligó a rodear su propio cuerpo con los brazos. Su delicada figura de incipientes curvas temblaba y las luces mortecinas le daban un tinte aún más pálido a su piel. Él, al ver el aspecto de desamparo total de la jovencita, aún dudo en arrancar, un joven con ropa parecida a la de un militar lo miraba fijamente desde la banqueta del negocio. —¿Quieres taxi? le gritó, algo impaciente por la aparente indecisión del joven en solicitar el servicio. —No—le dijo él—Yo trabajo en la reconstrucción de las carreteras federales, mi trabajo es de 12 de la noche a 8 de la mañana y vivo aquí cerca y siempre espero al camión que me recoge para ir a trabajar. —No me des tanta información, ¿para que me cuentas eso? Solo dime si quieres el servicio o no. —Te lo cuento porque ya me di cuenta que llevas varias noches que llegas a esta misma hora, te paras y te quedas un rato ahí, mirando a donde yo estoy parado, con la cara triste, como si quisieras llorar ¿Pues que me ves? ¿Soy tu hijo extraviado o qué?—le dice muy molesto el muchacho. El taxista bajó del auto muy enojado y enfrentando al joven le dice: —Mira, lo que menos necesito es que alguien me este checando que caras hago, y si ando triste o feliz, ¿pues que te traes? —¡Nada, nada!—le contestó el joven, solo que me llama la atención y no me gusta nada tu rutina. —¿Cuál rutina? —Esa, ya te dije—contestó algo complicado pensando en que mejor se hubiera ahorrado esa escena si se hubiera callado la boca y no le hubieran ganado en parte el coraje y en mucho la curiosidad. —Es que lo que haces es raro—le dijo de nuevo—siempre llegas, te estacionas como si bajaras a alguien y hasta parece que le hablas luego como que no te decides si te vas o te quedas y te quedas mirando muy triste un buen rato para donde yo estoy, ¡y no quieres que me “escame” pues! —Yo no te veo a ti, veo la muchacha que dejo aquí todas las noches. —¿Cuál muchacha? —La joven del vestido verde amarillo, la que traje ahorita, la que trabaja como masajista de un Spa —dice buscando con la vista a la muchacha que ya no está—Ya van varias veces que la traigo a este lugar a esperar a sus clientes, y si es verdad que siempre esperas tu camión aquí, alguna vez la habrás visto y hasta platicado con ella. —La única vez que la vi, fue la noche que la dejaste, porque ahora que me acuerdo, sí…tú fuiste el taxista que la trajo la noche anterior del día en que la encontraron, cruelmente asesinada. © Beda L. Domínguez. ***Beda Laura Domínguez Soto (Ruiz Cortinez Sinaloa, 1963) Escritora, ensayista, Cuentista (Géneros, infantil, suspenso, terror y policiaco). Residente de San Luis Rio Colorado Sonora. Periodista miembro del Club de Prensa A.C, de San Luis Rio Colorado Sonora. Fue Columnista de los periódicos SOL De CABORCA y LA PRENSA de San Luis Rio Colorado. y Coordinador Cultural del Periódico en Línea EL INFORMADOR (San Luis Rio Colorado) Mediador de lectura CONACULTA-ISC-SALAS DE LECTURA. Autor: del Poemario Bosquejo en Tránsito (2008). Autor participante en Antologías: Concierto de lo entrevisto. (Hermosillo Son.2009) Colombia muere (Colombia 2009) Laberintos encerados. (Editorial GARABATOS- Hermosillo Son.2009) Impresiones y recuerdos. MADRID (2009) Instructor de talleres Literarios de todos los niveles, promueve la cultura de la lectura en escuelas primarias, secundarias y preparatorias de su lugar de Residencia, Enfermera de profesión desde hace 27 años dentro de la Solidaridad Social (IMSS) en México.
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LIBERTACITA
Por Cristina Guzzo Ella lleva amorosamente su bolsa arriba de la falda. Ella ha tomado el tranvía. Va rumbo al sur por Paseo Colón. Va a un encuentro. Hay amigos que la esperan. Entre ellos está él: Ángel B. El amor le ha puesto livianos los pies. Ella se ha sentado en el segundo banco de madera, las piernas juntas, la espalda erguida. Mira por la ventanilla y ve pasar los colectivos cargados como todos los días. Ella se dirige a Barracas, a la fábrica de zapatillas “La Unión” donde la patronal se negó a cerrar aunque el sindicato llamó a la huelga. Ángel apoya la huelga. Estos son días turbulentos en Barracas. Sabe que su misión tiene riesgos pero su corazón late valeroso. ¿Acaso no ha leído La madre de Gorki? ¿Acaso no conoce el arrojo de Vera Zasúlich que atentó contra el Gobernador de San Petersburgo? ¿Acaso no conoce que Luisa Michel vestida de soldado defendió sus cañones en las colinas de Montmartre? ¿Acaso no se llama Libertad? Su padre, que le eligió el nombre, ¿no le ha ordenado claramente que no debía someterse nunca? Por eso, ella apoya a los compañeros. Libertacita viaja en tranvía. Va a la fábrica “La Unión” Los patrones se han arreglado con los empleados más razonables; algunos se tentaron con el pago de horas extras. Pero Libertacita tiene la convicción de que un rompehuelgas es un traidor. Que al crumiro hay que amedrentarlo para que la huelga no fracase. Ángel B. la espera. Libertacita, una niña. Con su vestido de algodón floreado, con las polleras hasta la pantorrilla, con el cabello claro atado con una cinta. Ella lleva un bolso en su regazo. El tranvía va por Paseo Colón. Sentada en el segundo banco, erguida, se apoya en el respaldo de madera. Y entonces una nada. Un incidente mínimo. Un perro se cruza y sobreviene la frenada del tranvía y un ruido atronador. Algo que estalla. Todos gritan. Los que pueden saltan del tranvía y se alejan. Otros, desconcertados, se miran las heridas. El chofer cae de su silla. Los asientos delanteros fueron arrancados del piso. Unos hombres tratan de apagar el fuego que alcanza las ventanillas delanteras. El tránsito se para. Llegan las ambulancias. La Policía se apersona en el Hospital Argerich para interrogar a Libertacita que ya ha recuperado el conocimiento. Ella responde con educación. ¿Si llevaba un explosivo?, eso sí. Dentro de una bolsa. ¿Para poner en la fábrica “La Unión”? eso sí, admite. Contra los rompehuelgas, porque, explica, es muy malo ser carnero. ¿Si conoce a Ángel B.? No, no lo conoce. ¿Si Blanca y Teresita que vinieron a verla son anarquistas? No, no, de ninguna manera. Ellas son sus vecinas. Lo mismo repite durante los cuarenta y seis días que permanece internada. Por ventura las esquirlas no le han tocado la cara. Conserva intacto el óvalo fresco, los ojos azules, la frente limpia, la boca sonriente. Pero la llaga se ha ensañado sobre su pecho y su garganta. Profunda, la cicatriz se retuerce haciendo nudos, dibujando surcos, tallando cordones sobre la carne blanca. Ella se descubre la blusa y muestra esas marcas que ha guardado como tesoro, orgullosa, hasta ahora a sus ciento tres años. © Cristina Guzzo *** Vive en Buenos Aires. Estudió Ph.D. en Literatura Latinoamericana en Arizona State University. |
Escritor invitadoEn esta sección tendremos escritores invitados que compartirán su labor literaria con nuestros lectores. Archives
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