La Joroba de la bestia: Chema, es un directivo adicto a la cocaína, es puesto a prueba por la transnacional para la que trabaja: debe liderar la destrucción de una cueva que se encuentra en la paradisíaca Isla Tiburón, a fin de construir un lujoso resort de clase mundial. Pero el lugar es considerado terriotorio sagrado por el pueblo seri, que no dudará en emplear todas sus armas para defenderlo, incluida la hechicería...
*** Una capa de esmalte dibuja unas líneas color rosa sobre las uñas de Karla. Agita sus dedos para que se oreen mientras mete el pincel en el frasco. Se da una segunda pasada cuando ve que te acercas. Siente lástima por ti, se te notan las preocupaciones a kilómetros. Si no cambias de actitud vas a terminar con la cara toda arrugada. ¿Cómo un hombre tan guapo puede padecer tantos problemas? Empezando por tener que soportar a la lagartona de tu ex mujer, que ni es guapa. De hecho, es una vieja amargada. Y tú, lo que sea de cada quien, eres todo un hombre. Un hombre de verdad, maduro, bien cuidado. Cristina es por lo menos ocho años mayor que tú. ¿Qué pudiste verle a esa mujer que además de vieja es tan déspota y arrogante? Es un acertijo comprender cómo terminaste enredándote con ella. A lo mejor se embarazó para amarrarte. No hay otra razón. Karla se pone de pie con el cuaderno de notas en la mano. Pasas a su lado sin detenerte, ni mirarla, ni nada. --Comunícame con el licenciado Mendoza. Karla afirma con la cabeza. Levanta el teléfono para marcar un número mientras entras a tu oficina. * Abres el cajón, el frasco de cocaína te sonríe dentro. Tamborileas los dedos sobre el escritorio. Te pones de pie y te asomas hacia fuera. Karla no está en su lugar. Cierras la puerta y comienzas a prepararte una raya sobre el escritorio. Metes la mano en el saco buscando un billete para esnifarla y encuentras el amuleto que te regaló Xepe. Piensas en tirarlo a la basura pero no te atreves, te da vergüenza imaginar que te sorprenda. Lo pones dentro del cajón. Aspiras la raya y guardas tus menesteres para empezar a trabajar. Es una injusticia, lo sabes, pero no puedes hacer nada para ayudarlos. Si sabrás tú de eso, Chema, del despojo, de la humillación y la injusticia. Un cosquilleo te recorre la nuca, la lengua. Tomas otro poco del polvo y lo untas en tus encías. Tienes un montón de pendientes como para que todavía te pongan a lidiar con esos indios. Qué ganas de salirte de la oficina y bajar al bar de enfrente a tomarte dos whiskies, pero falta mucho para la comida. El mundo gira más rápido. Te sirves un vaso de agua y comienzas a trabajar en el proyecto. * --Me quedé esperándote otra vez --reclama Perla, haciendo un mohín de disgusto mientras entra a tu oficina. Miras tu reloj, ya pasan de las cuatro. --Perdón, hija, tenía mucho trabajo. --Por eso tu papá me pidió que mandara al chofer a recogertei—interviene Karla. La miras agradecido. --No sé qué haría sin ti, Karla, de veras. --No es nada. El chofer no tenía nada que hacer--responde Karla con una sonrisa amable, y luego se dirige a Perla --¿Se te antoja una malteada? Aquí abajo hacen unas muy ricas. --No acepto regalos de extraños--contesta Perla. Observas a Karla, quisiera darle un jalón de trenzas a tu hija para que aprenda modales, pero se contiene. —Te doy dinero --dices, metiéndote las manos en los bolsillos. --No, yo se la invito--contesta Karla y luego se dirige a la niña--¿De fresa? Perla encoge los hombros sin voltear a verla. Karla comienza a contar mentalmente hasta cien. Como puede, fuerza una sonrisa y sale de la oficina. Perla se acerca y observa dentro del cajón abierto de tu escritorio. --¡Mira, qué lindo! --Ajá--contestas, distraído, y continúas ensimismado en la pantalla. Perla mete la mano en el cajón. Entonces caes en cuenta que ahí está la cocaína. Intentas cerrar la gaveta de un golpe pero la niña ya trae el amuleto en la mano. --¿Me lo puedo quedar? --No es mío. --Ándale, papi, di que sí. Jalas una bocanada de aire y asientes no muy convencido. Perla emocionada comienza a jugar con el amuleto. Abres el cajón, tomas el frasco de coca y lo guardas en la bolsa de tu pantalón. Ahí estará más seguro. Clavas de nuevo tu rostro en la pantalla, te limpias las fosas de la nariz y tratas de no escuchar a tu hija para concentrarte en el trabajo. * La cabeza del cerillo raspa la lija y se enciende. El fuego se acerca a la punta del cigarro. Xepe le da unas chupadas. Tras una bocanada de humo sacude la mano para ahogar la llama. Hay poca gente en la calle. Es la hora en que más recio pega el sol. Cacni aparece detrás de una jardinera. Camina hacia él. Intenta controlarse pero le gana la emoción: --¿Qué te dan esos para que traiciones a tu pueblo? --Dinero --responde Xepe, indiferente, mientras sigue fumando. --¿Y de qué te sirve si ya no perteneces a nada? --Mira quién lo dice. --¿Cómo te atreves?, yo vivo para la comunidad. Xepe la oberva, mientras echa el humo por las fosas nasales. Cacni cambia de estrategia. --Eres una buena persona, Xepe, necesitamos que nos ayudes…. --No puedo, soy un simple traductor. --Seguro que en esa oficina te enteras de muchas cosas que nos pueden ayudar. Xepe no puede reprimir una sonrisa, le da otra calada al cigarrillo. --Sólo avísame si escuchas algo --insiste Cacni. Xepe la mira a los ojos. Avienta la colilla al suelo y la apaga con el tacón de su bota. --¿Y la vergota del güero que te estaba cogiendo qué? --¿Qué traes, Xepe? --Él te metió todas esas ideas del pueblo. Tú ni siquiera tenías conciencia de dónde venías, sólo querías irte y tener tres comidas al día. --Lo que yo haga no importa. Sólo ayúdanos, ¿sí? --Te ayudo si ayudas a don Chema. --¿Ayudarlo con qué? Xepe acerca su mano a los pechos de Cacni. Ella lo mira desconcertada. Mete la mano dentro de su camisa y al sacarla sus dedos regresan con un amuleto igual al que Xepe le regaló a su jefe. --Haaco Cama la está agarrando contra la niña. --¿Cuál niña? --La hija de don Chema. Ella no tiene culpa de nada. Cacni se le queda viendo. --Voy a hablar con don Jaime… --Don Chema es una buena persona, está un poco perdido, pero no se merece esto. --Nadie se lo merece --contesta Cacni, y se marcha caminando por la acera. * --“¡Oh caballeros tigres!, ¡oh caballeros leones!, ¡oh, caballeros águilas!, os traigo mis canciones”. Perla se pone la mano izquierda en el pecho mientras recita, y extiende la otra. Luego se lleva la mano derecha al pecho y extiende la que tenía recogida. --Te sale muy bien, mi amor--dices, mientras la mezcla cae sobre la sartén dibujando un círculo casi perfecto. Tomas la cuchara de madera y comienzas a batir en el cuenco. --¿De veras?, porque la maestra dice que casi no muevo las manos. Le das la vuelta al hot cake. Perla se acerca. --¿Te ayudo?--pregunta tu hija, animada. Asientes. Le entregas un cucharón con la mezcla. Sacas el hot cake de la sartén. Pones una cucharada de mantequilla en la plancha y le haces una seña para que vierta la mezcla. --Con cuidado, no te vayas a quemar. Perla vacía su contenido sobre la sartén, la mezcla dibuja algo parecido a una pieza de rompecabezas. --Muy bien. Ahora tenemos que esperar a que le salgan burbujitas en toda la orilla. Perla te mira y sin más te da un abrazo. --¿Y eso por qué? --preguntas, emocionado. Perla se encoge de hombros. Conmovido, tomas la palita y despegas el hot cake. Perla, arrobada, no cabe de contenta. Piensas que algo muy parecido a eso es la felicidad. --Cuando sea grande quiero ser actriz. --Pues entonces tienes que practicar mucho. --Ya casi me lo sé. --¿Que te parece si mientras termino la cena sigues practicando? Perla asiente y se planta frente a ti. --Señor, deja que diga la gloria de tu raza, la gloria de los hombres de bronce… © César Gándara *** Fragmento de la novela La joroba de la bestia de César Gándara, Penguin Random House Grupo Editorial, 2018. César Gándara es narrador, dramaturgo y guionista. Estudió Letras en Nuevo León y una maestría en Literatura Comparada en Barcelona. Le gustan las series de televisión, las conchas de chocolate y una buena taza de café. Es autor de Sombras del vacío, Rebelión de los fantásticos, Es el viento y Alguien tiene que perder. Ha sido publicado en varias antologías, así como en diversas revistas literarias de México, Perú y España. Parte de su obra ha sido traducida al catalán. Sueña con dejar de trabajar y dedicarse a jugar tenis y a leer. Disponible en: www.megustaleer.mx
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Marrón, la experiencia de Angie. Por Almudena Cosgaya En un algún lugar de Bachiniva, en el estado de Chihuahua. Dos amigas caminaron hasta la orilla de la presa de las chepas, el viento soplaba con tranquilidad y las nubes danzaban en el azul del cielo. Sara con expresión asustada saco de entre sus ropas un viejo arete de color marrón y lo acercó a su amiga Angie para que lo viera, justo después lo lanzo con toda fuerza hacia el agua. *** Fue durante las vacaciones de verano antes de nuestro último año de secundaria. Cuando Sara me invito a ir a casa de su abuela, situada en un pequeño municipio llamado Bachiniva. Justo nos encontramos frente a la casa cuando Sara se detuvo dudando un poco en si debían entrar. —¿Te encuentras bien? —pregunte a Sara, quien solo movió su cabeza indicándome que estaba bien. La casa era realmente hermosa, aunque un poco lúgubre debido a que había poca iluminación. Ese día, su madre y su abuela estaban de viaje por lo que llegarían hasta la mañana siguiente por lo que aquella noche la casa quedaba a cargo de Sara. Nos dirigimos a la habitación de visitas, y no pude dejar de sorprenderme de cómo era; en lo personal siempre me han gustado las estrellas y justo en el techo de la habitación se encontraba una ventana. Sara me había contado que su abuelo era un admirador del cielo nocturno por lo cual había puesto dicha ventana para admirarlo. —Lo siento Angie, pero debía deshacerme del arete... yo... —¿Qué sucede? —pregunte con cierta reserva. La verdad es que soy alguien que tiene un sentido de lo sobrenatural—Dime, ¿por qué lo tenías? —Lo encontré un día antes de venir aquí, estaba frente al edificio de correos en Chihuahua. Cuando lo vi en la calle se veía realmente encantador. Pero... después de llegar aquí, empecé a oír un ruido extraño. —¿Ruido extraño? —pregunté con curiosidad y Sara me miró con temor. —Así es... así que de inmediato fui a tirarlo a la basura, pero... al volver aquí estaba de nuevo en la mesa de noche y no importo cuántas veces intente deshacerme de él... siempre vuelve—dijo Sara mientras un leve temblor la sacudía. —¿Has hablado con tu mamá o tu abuela acerca de esto? —No van a creerme—dijo Sara cuando algo de pronto llamo su atención. Al verla tan pálida decidí girarme para ver lo que observaba. Recuerdo haber escuchado acelerarse mi corazón cuando al irme acercando a la mesita de noche pude ver un arete color marrón, el mismo que hacia un rato Sara había aventado en la presa. Me acerque hasta tomar el arete y al subir mi mirada al techo pude ver que la mesa quedaba justo debajo de aquella ventana. Volví a girarme solo para ver que Sara seguía mirándome aterrada de que tuviera en mi mano aquella joya. Entonces aquella noche... cuando el reloj marcaba pasadas de las tres de la mañana, desperté a causa de un extraño ruido. Abrí los ojos poco a poco y comencé a observar la habitación en búsqueda del causante de aquel sonido. Me senté en la cama solo para observar que Sara también se encontraba despierta y asustada. —¿Ese es el ruido?—pregunté. —Sí... es el mismo. Giré mi cabeza hacia la mesa de noche y vi que justamente ahí se encontraba el arete color marrón. Fue entonces que una extraña sombra llamo mi atención y mire hacia la ventana del techo. Observé durante un rato mientras Sara me abrazaba por la espalda. Entonces fue que vi como algo se estrellaba sobre el vidrio de la ventana, seguí mirando cuando de pronto vi como una mujer se estrellaba en la ventana, su expresión de miedo mientras la sangre la bañaba. Cerré los ojos con fuerza y aparte mi mirada de ella. Tras unos segundos volví abrir los ojos y miré de nuevo hacia la ventana solo para ver como de nuevo caía aquella mujer, una y otra vez... —¿Que sucede? ¿Qué has visto? —me preguntó Sara. —¿Puedes verla? ¡Una mujer! Una mujer es... - intenté decirle a mi amiga. —No puedo ver nada. Parecía que Sara no podía ver nada. Volví a ver la ventana y aquella mujer, cuando algo llamó mi atención. Entonces me di cuenta. La mujer llevaba un arete idéntico al que reposaba en la mesita de noche. Después de eso nos enteramos, de que varias semanas antes de que Sara encontrara el pendiente, una joven mujer se había suicidado saltando desde las inmediaciones del edificio de correo y que al recoger el arete Sara se había llevado con ella el espíritu errante de aquella mujer. Nos llevamos el pendiente a un templo y se llevó a cabo una ceremonia para que encontrara el descanso. Después de eso, nada más volvió a perturbar el sueño de Sara. Cuidado con lo que recoges en la calle, nunca sabes la historia que podría acompañarte. © Almudena Cosgaya Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa, que ha publicado en varios medios y uno de ellos el blog de su maestro Jesús Chávez Marín. Este año publicó La maldición del séptimo invierno, su primera novela. Originaria del estado de Chihuahua. Su frase favorita: “La realidad termina donde la fantasía comienza”.
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Escritor invitadoEn esta sección tendremos escritores invitados que compartirán su labor literaria con nuestros lectores. Archives
July 2023
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