SED Ya era tarde. El rumor del viento chocando con las ramas de los árboles anunciando la puesta de sol. Las cosas iban perdiendo su color con la luz del día que se apagaba. A pesar de la hora, aún se encontraba en el parque. Sus piernas largas y esbeltas la encaminaban, sedienta y sudorosa, de regreso a casa. Se detendría un momento a refrescarse en la fuente de agua cristalina que quedaba a su paso. Antes de llegar al andador que la llevaría hasta la salida de aquel lugar, divisó el espejo de agua. Lentamente se fue acercando hasta verse reflejada en él. Se inclinó tanto que vio nítidamente su imagen a pesar de las sombras que empezaban a cegar el paisaje. Era tal el realismo de su rostro, que creyó verse del otro lado. Al tocar sus labios el agua se sintió extraña. De pronto ya no escuchó nada a su alrededor, un remolino de agua deshacía lentamente su rostro conforme bebía. El vértigo que sintió la llevó a perder el control y cayó. No se dio cuenta que se bebía en su imagen para saciar su sed. ASCUA Agua, siempre quiso beber un poco de agua. Cuando apenas era un ascua no sabía por qué se la negaban. Una sed ancestral se sumaba a todas las de su especie. El agua era una palabra tabú, nadie podía mencionarla sin horrorizarse o lanzar maldiciones. Pero como en toda cultura, humana o de los objetos míticos, lo prohibido es la piedra donde se erigen todos los deseos y se atisban todas las curiosidades, ella, segura de sus necesidades, un día, cuando cumpliera su mayoría de edad, cuando iluminara todo el entorno de su alrededor, desafiaría a sus ancestros y familiares. Ahora, apenas servía para delinear los contornos de las cosas más cercanas, los objetos distantes no podían aspirar siquiera a su débil calor, su pequeña luz apenas servía para darle vida, el resto era penumbra, todavía no se convertía en el sueño de Bachelard. Sí, nació llama. Fue siempre una lengua de fuego juguetona y caprichosa, siempre al amparo del hogar. Cuando cobró fuerza y brillo, cuando se destacó de entre los suyos quiso independizarse y ser una llama libre para probar suerte. Así lo hizo. Entonces dio rienda suelta a sus deseos. Varias veces estuvo tentada a beber un trago de agua, pero en su memoria resonaban las palabras de sus mayores: “el día que la enfrentes, tus segundos están contados, no sabrás más de ti”. Pero esos eran mitos, nadie había estado de testigo como para contar realidades. Su sed iba en aumento, conforme crecía su luminosidad y calor. Un recipiente cilíndrico y trasparente lleno de agua la sedujo, ella no pudo ser indiferente ante tanta nitidez, ante tanta frescura y se dejó llevar hasta que sus labios supieron el sabor del daño. Si el amor es esto -se dijo a sí misma- va mi vida por ello y bebió hasta extinguirse. SIEMPRE A LA MISMA HORA La calentura entre las piernas siempre la había sorprendido a la misma hora desde que los encuentros sexuales con su marido disminuyeron. A las 12:00 PM del día, una corriente de fuego empezaba a subir por las piernas hasta llegar a su sexo, inundado de efluvios. Entonces suspendía las labores domésticas, e inmóvil como estatua, se dejaba llevar por la ensoñación. Unas manos recorrían todo su cuerpo, unos labios tibios y húmedos buscaban su pezón erecto; la humedad de las partes íntimas empezaba a reptar como un molusco que sale de la concha y se atreve a recorrer el camino exterior. Todo el cuerpo era sacudido por el deseo y esperaba ser atravesado por sus penumbras. De pronto, sorprendida de nuevo en su fuga, siempre a la misma hora, volvía a la realidad. Entonces tomaba la esponja de los trastes o la escoba y continuaba con su labor doméstica. En otro lugar, también a las 12:00 del día, justo cuando las filas de autos en los moteles son más solícitas, unos brazos recorren el cuerpo firme de una bella mujer. Unos labios ávidos devoran a otros labios. Unos dedos se detienen y juguetean con unos pezones que son alcanzados por la tibieza y humedad de la boca que los aprisiona sedientamente. Los labios buscan la curva del cuello, entonces la respiración se acerca al oído, provocando que el cuerpo se estremezca y los vellos se ericen. Las piernas infinitas se abren dando paso a la fuerza que enviste la playa. Todas las mujeres son una, dice Nikos Kazantsakis. EDAD Pues sí, te has equivocado de nuevo en mi edad. Ponte de acuerdo, tengo 57 o 58. Ese es tu problema, titubeas siempre. ¿Temes dar con la verdad? Quizá no quieres nada y de pronto te sientes atrapado en esta discusión tonta sobre la edad que tengo. Sábete que tengo más años de los que te imaginas, más años, siglos... Soy la primera mujer y todas. Adán estaba muy descontento por equivocarse conmigo, creyó que sería sumisa, lo que ahora es Eva. Fui creada antes que él, el Creados nos dio las mismas oportunidades para desarrollarnos, él se quedó atrás, el lenguaje de la carne lo aprendí primero, aunque él aullaba cada vez que le demostraba mis artes de montarlo. Después sintió envidia de mi capacidad de sentir con la carne. La prolongación de mi placer hasta estallar en uno y otro orgasmo, no lo podía tolerar. Me sentía superior a él y así era. Acabé por hartarme de sus escenas de celos, de sus discursos de autocompasión... lo abandoné. En todos los siglos que siguieron te he visto en muchos hombres con los que he gozado vivamente. En este principio de siglo he decidido que te toca hacerme gozar. ¿Quieres esperar más? ¿No te parece suficiente tiempo el que ha pasado? Quieres saber quién soy ¿Te suena el nombre de ...? Estoy dispuesta a esperar más, no sé si tú puedas. Mi edad no importa. La pericia, sí, la pericia, eso es lo que importa. TRAVELING Las 9:05 AM... umbral del día... dintel de la puerta... haz de luz incidiendo en las baldosas del piso... maullidos en las azoteas... viento fresco filtrándose por la ventana... olor a guayabos... pasos seguros atraviesan el marco de la puerta... Dr. Esqueda con tipo alto de sonrisa tras la máscara, a un lado... nariz, centro de una cara que organiza el resto de la composición facial... Viento aromático del inicio del día, guayabos, guayabos... mmmmmmmm... ¡Qué perfume!... Maullidos... arañazos constantes en las paredes cercanas... Tic apenas perceptible en el ligero movimiento de cabeza... mezcla de Kalvin Clain y ese olor a guayabos en otoño... camisa azul a cuadros... pantalón de casimir al corte inglés perfectamente ajustado... línea pulcra desde el inicio de la bolsa hasta el zapato...miradas atentas... piernas cruzadas... manos pacientes sobre la mesa... traveling alrededor de tolook al centro rodeado de todas, besos en la boca, besos, besos... manos en el trasero ¡Oh!, ensoñación... oídos atentos al discurso de presentación... en el cortex cerebral la organización de las imágenes que evoca la memoria: Mediterráneo, olimpiadas... la luz... cuanta luz inunda el aula a esta hora... enceguece... toca la piel de cada uno de los presentes y dibuja un aura a su alrededor... ¡ah! de Barcelona... Cataluña... Serrat... “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”... Retirada del Dr. Esqueda... 40 ojos al frente, puestos en un icono hipertextual... close up sobre una mano tomando un pintarrón negro... plano americano enmarca el pizarrón y los garabatos de algo que parecen palabras... dibujo reconocido en su signo... expectativas crispadas, abriéndose poco a poco a la escultura de este discurso... Más ojos femeninos lo escudriñan... veredicto: es muy castizo... El discurso: Juan Carlos Moreno... ¿Lo han leído?... Universidad de Madrid... su gramática... su gramática... leer, leer, leer... Murmullos entre dientes... “No está del todo mal”... “Se parece a Ruy Sánchez”... no, fíjate bien, se parece a Artaud... “Alborotó al gallinero”, catáfora de otro tiempo... de otra tarde... hormonas ventilando sus deseos al aire fresco de otoño... toda la devoción puesta en la clase... no se pierde detalle... ni un solo movimiento de este icono posmoderno que se construye al frente... OJERAS, PATAS DE GALLO Y TETAS DE CABRA Paso encorvado... descenso de un camino que impide el paso por la parte superior... terco... insistente... rompe barreras... va más allá... El pelo bien puesto en su lugar... calvicie incipiente... gris...madurez... con cara larga... de piel floja sobre todo a los lados de las mejillas y alrededor de los ojos... frente clara surcada de pliegues múltiples... ojos pequeños e inquietos en busca de otros ojos... Jersey rojo, pantalón de lino, mocasines cafés... ¿contraste entre el clima frío y caluroso?, probablemente... En una mano, el asa de la maleta que no opone resistencia... lozas de mármol... andén de salida... sobre el hombro derecho, correa del maletín de la Lap Top Macintosh... peso excesivo por la versión encuadernada y engargolada de una tesis... pies en la tierra tapatía después de cuatro años... En la mano derecha una bolsa de plástico... al interior, zapatos betún negro, sandalias para baño... En la descomunal maleta, encargos y ropa para siete días... Reseña de itinerario con retraso de unos minutos... De entre la barrera de personas que esperan a familiares, la minifalda de piernas con mallas al natural, zapatillas de correas doradas sale del anonimato para encaminarse hacia esta aparición... La alcanza a ver a metro y medio de distancia... pelo teñido de rojo, ojos verdes, ojeras, patas de gallo, tetas de cabra... Camina hacia ella... camina y fija su mirada en las piernas, luego en el resto da la persona... Pasos involuntarios desvían su ruta... Taxi, taxi... Cuando menos lo piensa, está fumando un cigarrillo en el hotel... Porque las mujeres condenadas a la decrepitud no tendrían una segunda oportunidad sobre la tierra... © María Teresa Gutiérrez ***María Teresa Gutiérrez. Santa Anita, Jalisco, 1959. Lic. en Letras Hispánicas y Mtra. en Lingüística Aplicada por la Universidad de Guadalajara. Además del poemario Loboluneando editado por Luz Vesania, ha escrito los poemarios inéditos: La raíz del deseo (1993), En la honda del tiempo (1995), Con la piedra en el ojo (2009) y Sangre sorprendida (2018); así como una Antología de prosas y la novela Juego Simple (2006). Algunos de sus poemas se han publicado en: El Zahair, Trashumancia, El Occidental y El Informador, así como en la página electrónica de poesía Al Margen. También, ‘Escribir en medio del naufragio’ y el poema Identidad que huye aparecieron en Diálogos sobre transdisciplina: los investigadores y su objeto de estudio, publicado por ITESO (2015); su texto La abuela, fue seleccionado para formar parte de la Antología Dime Poesía (2018), en el 10° aniversario de este proyecto en ITESO. Su amor por la palabra se ha dividido entre la enseñanza de la lengua y la escritura de creación.
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A DESTIEMPO NO ES AMAR
por Patricia Lozoya No sé suficiente de ti, muy apenas que estás ahí tendida sobre un camastro, esperando ser liberada de los grilletes que te ataron a lo que no pediste. No me ves, no sé si te enteras que hay alguien contigo. Hueles a rosa de castilla. Algunos dicen que así huele la locura, el desvarío; yo digo que así debe ser el aroma de la santidad después del sacrificio. Eres una mujer, te llamaron Rosita. Tienes cuarenta. Si no fuera por los cortos hilos blancos de tu cabeza y las arrugas que surcan tu cara, diría tienen razón. Te trajeron de la calle, desnutrida, drogada, malherida. Abrazabas una muñeca sin brazos. No sé si ahí viviste siempre, en la calle. Solo sé que alguien se apiadó de ti. Peleaste por ese regalo que una niña te obsequió. No fue un mendrugo de los que rescatabas de los tambos, ni un pase de los que aceptabas de otros como tú, para calmar eso que se siente en medio del cuerpo y que te deja inerte, pero sin hambre y sin miedo. Inmóvil, con los ojos cerrados “Déjenme sola. Siempre lo estuve”, siento que me dices. No sé si alguna vez supiste lo que es una familia, si sentiste una caricia, si alguien vio en el fondo de tus ojos la inocencia, la niña, la mujer, la creación divina. Solo sé que yo no hice nada, que no hicimos nada por abrazarte cuando el pánico te carcomía y te quedabas quieta, echa ovillo en el fondo de la tubería, debajo del puente, con el corazón a punto de salir y sin saber por qué. Solo sé que jamás vimos tus labios secos de hambre ni tus pies descalzos. Sólo sé que pasamos junto a ti y a otras Rositas a diario; sin verlas, sin tomarlas en cuenta. Acostumbrados a que estén ahí, como una pared descarapelada, como una barda destruida. Te acaricio, y el esmalte de mis uñas se avergüenza al tocarte, al ofrendarte mi última caricia. Es ahí donde algo pudre mi intelecto. Beso tu frente, te digo que te amo, pero ¿tiene caso? Una lágrima recorre tu mejilla y tus labios agrietados se entreabren. ¿Te amo? ¿te amé?; perdona mi escuálida compasión, perdona el aullido de la fiera que se ensañó contigo y te confinó a vivir una vida miserable, mientras acumula tesoros que se pudrirán, perdona la oscura carcajada de la indiferencia de quien debió protegerte: yo, ellos, nosotros. Y pensar que merecías vivir de otra manera, ¡ser feliz! No sé si alguna vez sonreíste sintiéndote querida, si supiste siquiera lo que era esperarlo. ¿Cómo? ¿Cómo reconocer tu esencia si nadie supo defender tu diseño? ¿Cómo reclamar tu dignidad en medio de renglones sin talante? ¿Cuántas hay como tú?, ¿cuántos hay como yo? ¿cuántos absurdos desatinos y cuántos nos llamamos hermanos sin sentirlo, sin actuar, sin intentarlo siquiera? ¿Cuántos enarbolando banderas de justicia, servicio y derecho, sin la honestidad ejercida? ¡Cuántas vidas arrastrando grilletes de un destino invalidado! Hueles a rosa de castilla. Dicen que así huele la locura. Entonces yo quiero estar loca. ¡Quiero oler a lo que no se parece a nada de lo que se vive en el mundo de los cuerdos! Perdóname Rosita. Un beso, un perdón, una caricia, una oración, un te amo a destiempo, no bastan. ¡Nada basta cuando todo falta! © Patricia Lozoya *** Patricia Lozoya (1962, Chihuahua, Mex.), narradora y plasmapalabras. Participó en la Antología poética Girasoles, sueños y palabras junto a otras mujeres mexicanas y se incorpora al staff del programa Clave ETR de Radio Universidad en Chihuahua. En edición se encuentran textos de su autoría; reflexiones, poesía y mini relatos “Con remitente y destinatario”. LAS HORAS LIBRES Esteban Domínguez Hoy llegué como siempre puntual, a mi hora de entrada, nadie me podrá decir lo contrario. Lo primero que debo hacer siempre es firmar la entrada y así lo hice. Recorrí toda esa distancia que va desde el estacionamiento hasta la dirección, ¡qué largo es ese espacio si uno ha empezado a cargarse de años! Uno piensa que es demasiado lejos si tienes luego que devolverte a tu salón a un lado del estacionamiento. Iba ya a firmar, pero no encontré mi espacio, ahí donde me corresponde, casilla número 23, estaba el nombre de un tal Héctor Larios, al que ni conocía. Busqué en las hojas siguientes y nada. Me dirigí entonces con el director, pero no me podía atender, su puerta estaba cerrada, adentro escuché voces fuertes, golpeantes. —Ya están agarrados del chongo—me dije. Di la vuelta para irme a mi trabajar, con esa daga clavada en la espalda, que ya se me inclina. Bueno, son los años que no pasan en vano, me digo, mientras arrastro los pies hasta mi salón, en el edificio B, allá en los “gallineros”, como le decimos a esta área, en el laboratorio de química, mi salón desde hace tantos años. Un golpe de tristeza, tristeza profunda me golpeó la cara cuando a un leve toque de la mano cedió la puerta, chirriar agudo. El polvo era dueño y señor de este espacio tan querido. Apreté los ojos para contener una lágrima amarga y la nostalgia me arrastró de golpe, más de veinte años atrás cuando, con el mismo movimiento llegué por primera vez a este salón. Era un chavalo, apenas iba a cumplir los veinte y estaba lleno de vida, de energías y mi risa era explosiva, brillante. Entonces no quería quedarme tantos años en esta escuela. Pero el tiempo fue pasando… Pasé todo el día empeñado en la limpieza, pero era demasiado para mis fuerzas, así que limpié un poco en la mesa larga de mi escritorio y extendí viejos cuadernos porque debía preparar mis prácticas y el material para los ensayos. Desde mi escritorio vi el lento movimiento de la vida allá afuera, los alumnos en pequeñas bolitas de amigos riendo, unos, los de primero persiguiéndose a mochilazos, iban entrando y saliendo del aula de inglés, del aula de mecanografía y muchos pasaban cerca de mi laboratorio, asomaban su carita nueva entre los barrotes y se iban. Había muchas horas libres este día. —La escuela va de mal en peor—Me dije sumido en mis libretas. Por cierto, este día nadie entró al laboratorio, ni siquiera ese maestro que firmó donde yo lo hago. ¿Quién será?, ¿será uno nuevo? También los maestros pasaban y volvían, pero ninguno me respondía el saludo, —Es el reflejo de la ventana lo que no les deja ver—me consolé. Y siguió el día. El sol iba declinando lento y yo seguí pensando en ese muchacho entusiasta que fui, mientras leía mis viejas agendas que luego se fueron convirtiendo en mi diario de vida. Así me mantuve, conteniendo la nostalgia a duras penas, como cuando tu techo tiene cientos de goteras y vas de un lado a otro tratando de taparlas. Así seguí hasta la hora de la salida, cuando sonó el último timbre. Recogí con cuidado mis viejas libretas y las acomodé como siempre en mi mal trecho portafolios y salí. El aire de mayo era espeso, fuerte, picante. Era el verano y pronto terminaría el ciclo. Mientras avanzaba hacia la dirección, nuevamente sentí ese dolor en la espalda, esa punzada de dolor. Los maestros iban saliendo muy aprisa y ni chance de comentar con ellos que mi nombre no aparecía en la lista, que si sabían algo. Todos se iban a prisa y con la mirada baja. —¿Vas a ir? —Sí, ya voy para allá. —María, ¿Se juntó lo de la corona por parte de la delegación? —Sí, maestra, ya la enviamos. —Nos vemos allá. La dirección seguía cerrada, el libro ya había sido guardado. Entonces di la vuelta y me resigné a despejar las dudas para el día siguiente. Cuando ya bajaba las escaleras para irme al estacionamiento donde me esperaba mi viejo volkswagen, escuché a unos alumnos que pasaban, llenos de juventud, desbordando la vida: —Entonces qué, ¿nos la pinteamos mañana? —Puede que sí… —Órale, no le saques, al cabo que vamos a tener muchas horas libres —Es cierto, casi todas. —Empezando por la del ruco de química… —Sí, ya se piró para el otro mundo. —Ya van a mandar a otro, pero hasta el ciclo entrante. —Era muy regañón, pero era buena onda… Entonces sentí que mi cuerpo se desgajaba, como frágiles pencas e iban quedando atrás, mientras avanzaba muy penosamente hacia el estacionamiento donde ya había caído la noche, gozando de sus horas libres. © Esteban Domínguez *** Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Ganador del Concurso del Libro sonorense, 2010 en el género cuento para niños, con el libro El viejo del costal. Fue presidente de Escritores de Sonora, A.C. y actualmente dirige la Editorial Mini libros de Sonora.
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Escritor invitadoEn esta sección tendremos escritores invitados que compartirán su labor literaria con nuestros lectores. Archives
July 2023
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