Víctor Hugo Preciado
Cuando escuché su llanto supe que ya todo había pasado, era como la señal para que apareciera el mío, en ese momento me embargaron tantas emociones que acudían en tropel a mi mente que inundaron mis ojos, que no pudieron contener tal torrente y se desbordaron las lágrimas, la ansiedad, que digo ansiedad, angustia que terminaba en aquel instante. Habían transcurrido 35 semanas desde aquella noticia, que por los primeros momentos me produjo tal impacto, quizás no era lo que yo esperaba, me sentí desconcertado, un poco desilusionado, tal vez yo tenía otras expectativas que en ese momento chocaban con mi realidad, realidad que si bien no era tan dura de aceptar si estaba fuera de los planes inmediatos, la escuela, el colegio, las clases. Bueno, tal vez había que dejarlo para luego, bueno no tal vez sino por seguro. En fin, estas noticias trajeron a mi cabeza emociones encontradas una nueva sensación que aunque parecida a otras que yo ya había experimentado no era similar, por primera vez en muchos años sentí el temor de que las cosas no salieran bien, aunque es algo que aproximadamente el 50% de los habitantes del planeta tiene al menos una situación igual en la vida, y que todos los días sucede, pero no a mí, era la primera vez que yo me sentía así. Empero, sabía que era una transición necesaria y natural a la que todos, o la inmensa mayoría de los humanos tenemos que enfrentar. Aunque yo sabía que tarde o temprano pasaría. Pues bien, en aquel momento mi ansiedad iba en aumento al ver que el médico y las enfermeras entraban y salían y la puerta se cerraba tras ellos sin que sus respuestas hubieran satisfecho mis preguntas y mucho menos mi angustia. Las horas desde la noche anterior habían transcurrido lentamente y mi alma pendía de un hilo más delgado, pero tan resistente como el de una telaraña. Como un espía yo escuchaba en el lado externo de esa puerta, solo murmullos y algunas voces apremiantes pero ininteligibles con lo cual se dilataba mi desesperación. Una de las enfermeras salió y me dijo “todo va a salir bien” y me sonrió con lo cual solo me tranquilicé unos segundos, otra más entró a la habitación, pero antes también me mostró su “sonrisa oficial”. Por fin, después de la larga espera ese llanto y varias voces al unísono desde el interior le avisaron a mi angustia que ya podía yo empezar a llorar, si estaba llorando, una sonrisa y una voz, que ya no parecía “la oficial” me dijo, puede pasar, me abalancé hacia adentro, el lloraba—creo que ya sabía al mundo que se enfrentaría—yo también pero de felicidad, en pocos minutos yo tenía entre mis brazos un hermoso bebé, mi única hija, la menor, mi consentida—los dos mayores son hombres—. Ella sonreía triunfante como diciendo ahí tienes papá a tu primer nieto, un hermoso bebé mi primer nieto varón ya que la primera nieta, por orden cronológico es niña, nacida dos meses antes en México de mi hijo el mayor y que aún no conozco. Pero bueno esa es otra historia. Brevísimo relato de un alumbramiento exitoso. Mi primer nieto. Victor Hugo Preciado Miembro del grupo cultural “Los Hijos de la Llorona”
1 Comment
Magali Aguilar Solorza
9/6/2022 11:09:58
Que hermoso saborear su experiencia de ser abuelo, mucho mas la de un nieto varón. Gracias por mostrar su sublime sentimiento. Para su servidora, el ver a un hombre cargar la ternura, inocencia, es algo que me llena de matizadas emociones.
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