"Canción de cuna", "Abuela", "Cuarenta días y cuarenta noches" y "Cuando usted vaya al sur"7/8/2020 Por María Candelaria Cuevas María Candelaria nace en tierras Purépechas, en un pueblo donde sus antepasados eran unos expertos flecheros. Ella es buena para muchas cosas, [pero no es] experta en ninguna. Ama la poesía y le gusta sembrar florecillas silvestres en las grietas del concreto. Ha participado en varias Antologías y es autora de Amo-r-atada y La loca de la azotea. Su sueño, truncado por la Pandemia, era leer poesía al otro lado del océano, cobijada de un colorido rebozo. Canción de cuna
En el ensordecedor silencio de la húmeda madrugada, y entre gritos de dolor ha parido su propio corazón. Lo sostiene como un delicado cristal entre sus manos. Camina despacio mientras una lava ardiente le quema el hueco del pecho y la vida comienza a escurrírsele entre los dedos. Vida que se esparce como pétalos de buganvilias adornando los rincones de color escarlata. Vida que se escapa como un rojizo atardecer en el desierto cuando el sol decide suicidarse en la lejanía. Deposita su temblorosa cría en una hamaca mientras entona la desquiciada una canción de cuna… — A la rrurru niño, a la rrurru ya, ¿? duérmase mi niño, duérmaseme ya… Abuela Le imploro a la anciana que mora en la montaña, a la que bebe leche de una cierva que brama, ¡Ayuda! Un mal me aqueja, me cobija y me cubre de espinas, y yo solo quiero sembrar girasoles, cempasúchil, árboles que den guayabas y abrazar a mis crías… Ella me dijo un día que si el camino extraviaba, sería mi “achón” de ocote, mi vela, mi guía. Tuve un sueño hace siete noches, que se convirtió en pesadilla. Hace siete noches que un mal pensamiento me eriza la piel y me lastima. He encaminado mi corazón hacía ella porque de niña abrigaba mis pies fríos. Le he traído unas flores de Santas Marías, para que me cubra de sol este cielo azul que me anida. Le imploro a la anciana que vive en la montaña, que me haga un caminito sin abrojos, y que deje salir a mi encuentro, su canto y sus calandrias. Cuarenta días y cuarenta noches Cuarenta días y cuarenta noches Se aferra a su centro, a la última hebra, a sus extensiones que laten. No quiere abandonar el pozo de agua zarca donde bebe a diario. Sus talones forman hilos de viscosas hebras, que se pegan como babas de nopal cubierto de chinchillas púrpuras. Como cierva herida, deja una canción de despedida mientras pinta notas carmesí en las calicheras, en los huizaches, en la arcilla blanca y en la arcilla negra. Junta sus rodillas con la esperanza de que no escape la pantera que la hizo llegar a la cima de la montaña, a cruzar las dunas descalza, la frontera con todo y sus vigilantes. Se le ha desprendido de su ser la segunda hembra que la mantenía viva. Por momentos, inclina su rostro para ver con pesar la mortandad que se le escurre, la vida que agoniza y, en un último intento, abre sus manos para recibir el último poema que no alcanzó a escribir. Cuarenta días y cuarenta noches no han sido suficientes para matar a una cierva que se desangra, pero si no hubiese musa que la acompañara, ya estaría muerta. Cuando usted vaya al sur Cuando vaya, usted, al sur, le encargaré una mañana fresca con rocío y canto de gallo, un pañuelo húmedo de brisa de mar, un retrato de la niña tarasca donde se reflejen sus sueños. Una bolsita llena de sonrisas y jícama con chile. Un cielo azul adornado de blancas nubes. Y si no es mucho pedir, le encargo una viejecita de manos suaves y blancas trenzas... Cuando usted vaya al sur.
1 Comment
8/7/2020 00:16:38
Tus letras son acunados recuerdos que acarician ayeres, metáforas que se adhieren a este presente ante su suspirar. Son el vivir nuevamente, bajo el regazo del tiempo, y no querer dejarlo ir.
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Escritor invitadoEn esta sección tendremos escritores invitados que compartirán su labor literaria con nuestros lectores. Archives
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