Por José Isoteco Palemón Antes que los rayos solares peguen sobre la tierra, mi esposa, Petra comienza a tortear, pues esta mañana, tendré peones. Cortar carrizo para luego vender al comisario será el oficio de este día, y con ello se armarán techos del aula escolar. Por fortuna, cuento con gran espacio de carrizal. Mis camaradas llegan entusiasmados a la casa y mi esposa comienza a servir raciones de comida; cuando concluyen, con machete en manos, se dirigen al corte. Como tan pronto llegan, hacen sonar el ruido de los machetazos dejando eco. Los carrizos caen amontonados por tamaños. Dos personas, se encargan de cortar, uno acomoda y los dos últimos lo van deshojando. Sin tregua, avanzan y el reloj tintinea a medio día, un fuelle de calor se presenta. Por suerte, por ese sitio corre un canal de agua y los labriegos remojan sus cabezas para amortiguar el sol abrasante, aunque también beben. Llega la hora de la comida, se alistan lavando sus manos impregnadas de mugre. Se dejan caer, a cuerpo suelto, sobre el suelo. Se ponen a deleitar los alimentos. Concluyen y luego reanudan tajando al filo del machete. Por mi parte, cargo manojos de carrizo y transporto en las bestias, la base del tallo es colocado en la grupa y las puntas arrastradas. Tuvo que ser como las tres de la tarde, cuando mis valedores seguían jornaleando, pero de repente, oyen, retumbando entre el carrizal, el gemido de alguna bestia —¡Un animal! La zozobra infunde. Mis cuates incuban una vasta de imaginaciones negativas. —Animal del diablo. ¿Cómo es que llegó hasta este sitio? —alguien de ellos cuestiona. —Lo raptaron —alguno, otro comenta. Y no falta quien arguye: —Es una trampa y nos quieren calar. El último se atreve y entra donde se encuentra aquel ser viviente para verificar de quién se trata, cuando arriba al sitio, grita: ―Oigan, no se trata de una bestia; es un marrano ―comenta. Entran todos juntos, desatan aquel animal: Uno de ellos se envalentona y les dice: ―Hay que esconderlo antes que llegue el patrón; nos las llevaremos. ― ¿Pero no estará maleado? ―otro pregunta. ―Si no quieren, yo me lo voy a matar y comer, unas buenas carnes y chicharrón saldrán, no importa si es del demonio ―arguye el más veterano. ― ¡Ah no!, si es así, no las comeremos entre todos ―corean las voces. El marrano es arrastrado a cierta distancia y hasta le hacen pláticas: ―Aquí te vamos amarrar, no grites porque el patrón puede escucharte. Mientras aquel cuino, gruñe: ―¡Oinc-oinc-oinc! Reanudan a la faena; cuando regreso con ellos, encuentro seria a mi gente y nerviosa. Bajo de la grupa y cuestiono lo que ocurre: —¿Todo bien camaradas? El más valeroso comienza a decir: —Patrón, encontramos un marrano en medio del carrizal pero cuando quisimos agarrarlo salió corriendo. ―Bueno si lo vuelven a ver lo atrapan, eso me interesa ―repuse tajante. Aquellos labriegos se miran unos a otros, aturdidos: ―Sí patrón, si lo vemos lo vamos a atrapar ―responden en coro y aprueban con la cabeza. Cuando concluyen con su horario jornal, se dirigen a desatar aquel cuino y se lo traen a su casa, de uno de ellos, sin que me dé yo cuenta. Pasaron algunos meses, nadie lo reclamó, desuellan el puerco. Éste gime roncamente hasta morirse: ―¡Oinc-oinc-oinc! Enjambre de moscas zumban cerca de la masa sanguinolenta. Los arrieros ríen saboreando aquella carne mientras a mí me sirven un plato de frijoles. José Isoteco Palemón (México, 1984). nació en Acatlán, Municipio de Chilapa de Álvarez, Guerrero. Estudió biología en la UNAM. Su lengua materna es el náhuatl. Actualmente se desempeña como docente de una preparatoria a distancia (EMSaD- CECYTE, GRO), en la que imparte clases de biología y química. Escribe narrativa, principalmente, y está interesado en el rescate del paisaje rural y la lengua náhuatl.
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Escritor invitadoEn esta sección tendremos escritores invitados que compartirán su labor literaria con nuestros lectores. Archives
July 2023
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