Por Mario Zapién
I Kafka me brincó a los ojos. Luego no supe dónde estaba. Fue una sensación de rayo más que un hecho. Sabía que Kafka no era un objeto. Pero también sabía que se transformaba. Me llegó, de no sé dónde, cierta congoja al no sentirlo en la mirada. Me empeciné en buscarlo, momento a rato, y no di siquiera con una pequeña señal que me condujera a él. Ahora no sé si fue un ataque o una visita fugaz de un loco que trató de sacarme de mis cabales. Lo que sí sé es que ésta experiencia con Kafka ha sido un estímulo para una preocupación: presiento que en algún momento sus uñas van a surgir y abrirán zanjas en mis ojos, que por ahí se asomara para enseguida cometer cualquier fechoría y luego esconderse y no responsabilizarse de sus actos. Y la(s) persona(s) ofendida(s) me culparían a mi de andar de maloso entre gentío. ¿Esconderá otra sorpresa?. No sé. Pero me he puesto alerta. Estoy siempre en vigilia: mis ojos mitad despiertos, mitad dormidos: espiando las sombras, los sonidos siniestros del silencio, espiando el tiempo. Me guardo atentísimo como si fuera a cazar espejos. II Solo. Con el sueño seco. El pensamiento me pulula internamente. Ya hace tres oscuridades y tres días lo del encuentro con Kafka. En momentos – más bien, disparejos – me alcanza una opresión en mi cualidad sensible, algo como un estremecimiento en mi tacto y mi gusto. Cierro los ojos y me encuentro con Kafka (o con la figura de Kafka) y lo alejo con mi fuerza de voluntad. Hace apenas dos horas lo lancé de un empujón mental contra el asfalto. Crispé mi entero ser, esperando que reaccionara y volviera a acercarse a mis sentidos, pero desapareció. Por alguna desconocida razón siento que me dejó un vaho kafkiano en mis pupilas. Hay un hormigueo que me viaja de la cabeza a los pies causándome un escalofrío eléctrico en mis nervios. Me cuquea con sus posibilidades el muy misterioso. Con el uso de mi respiración como que me estoy curando de espantos. Pero me he dado cuenta que no he sonreído desde que hizo lo que me hizo. Me parece que es porque Kafka es un patán, o por lo contrario, un filoso en su proceder de diablo encantador. III Hoy me desperté llorando. Y de Kafka, ni sus luces. Es obvio que tuve una pesadilla. Pienso vengarme y hacerla realidad. Juguetear con ella. Soñé que andaba en busca de Nietzsche, o de Antonin Artaud (tengo ahí una confusión compacta entre tales personajes). En un momento de la pesadilla veía la figura dolorosa de Artaud, y de súbito, aparecía la imagen de Nietzsche, con su bigote husmeador. Y mientras trataba de comunicarme con ellos – ya con uno, o con el otro -, desaparecían dejando sólo horripilantes carcajadas retumbando en el espacio. Esa acción se repitió tres o cuatro ocasiones. Y entre lo neblinoso de la manifestación del sueño, veo, de pronto, a Nietzsche que me observa como un energúmeno: ojos saltados con dos rojas llamas como espadas. Luego me señaló estirando su brazo derecho y de su puño crispado sólo surgía el dedo pulgar, amenazador de tan tembloroso. En un hilito intuitivo que aún me quedaba, presentí a Kafka manipulando mi sueño. Había rocas gigantescas y árboles petrificados tendidos en el suelo como muertos. Nietzsche me indicó que avanzara hacia una abertura que se distinguía entre dos rocas. Caminé con rigurosa fluidez dispuesto a enfrentar cualquier desequilibrio natural que surgiera. Al franquear la abertura de las dos rocas sentí calor: estaba ante una de las entradas al infierno. Pensé en Dante, en Artaud… y en el juicio final. Al mirar la primera oleada de lumbre que se venía hacia mí, giré mi cuerpo para regresarme, pero la abertura de las dos rocas se había cerrado. Entonces, con la urgencia y desesperación, y como un flechazo en la memoria, me acordé de Borges, y pensé: ‘este es un buen momento…’ y me desperté sudando a chorros. Nietzsche, o Artaud, o el mismísimo Kafka – o quien sea que haya participado en esta pesadilla, tienen mucho que explicarme. Ahora mismo, y sin reserva de duda, estoy saliendo a buscarlos. (Septiembre 2020) Mario Zapién (Michoacán) es un insaciable incansable, llamarle promotor de la cultura es casi un insulto, en particular en estos días que a cualquiera que invita a una borrachera le pegan tan rimbombante rótulo, Mario es más: aparte de autor de por encima de treinta obras de teatro, luchando contra todo, de alguna manera, casi milagrosa, ha organizado, taloneado, escenificado, dirigido y actuado en más de cien dramas, incontables lecturas, talleres, conciertos, noches culturales. Es siempre fiel a sus ideales estéticos, es poeta, maestro de más de tres que le hacen a la farándula y a embadurnar cuartillas. Me enorgullece llamarle MI VALEDOR. Cuando sea grande quiero ser como él, llevar el arte a la comunidad, incitar al público a pensar, incomodarlos, sin importar la fama, la adulación ni los cobres: Saúl Holguín Cuevas.
1 Comment
Magali Aguilar Solorza
11/12/2020 12:20:51
Excelente narración de un sueño tan real, esa sonora carcajada se escucha en cada renglón. Gracia Mario Zapién por compartir su talento .
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Escritor invitadoEn esta sección tendremos escritores invitados que compartirán su labor literaria con nuestros lectores. Archives
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