Por Alfredo Hernández
Sentado en la cuarta silla de derecha a izquierda, entre medio de dos muchachas muy guapas, vestido con su toga de graduación, Augusto Castillo esperaba el término de la ceremonia en la que le otorgarían el diploma de su maestría en español. No podía ver a la gente en el público, pero el público lo podía mirar, podían ver como las gotas de sudor se deslizaban por su rostro. El sudor en su frente se formaba por el nudo que cargaba de emoción en su estómago. En su mirada ocultaba una nostalgia que lo envolvía por no haber podido graduarse con sus compañeros de generación, o con la generación siguiente, o con las primeras cincuenta y cuatro generaciones anteriores a este día. Toda esta problemática porque decidió escribir una tesis. Pero esa tesis significaba mucho para él, sentía que la tesis sería lo único que se le publicaría, su anhelo más grande, el ser publicado. Además, le había prometido a su madre antes de morir, que iba a terminar su tesis y se graduaría con una maestría. Al ser promesa en el lecho de muerte, era un deber que cumpliera. El público solo podía ver el sudor correr por las mejillas de Augusto y una sonrisa de felicidad, pero no podían ver el fluir de conciencia en su cabeza. Mientras transcurrían los discursos aburridos, esos que eran un recicle de años anteriores, esos de “estamos muy orgullosos de ustedes”, los discursos de estudiantes ejemplares, aquellos que agradecían siempre al director de la facultad, los cuales desde el primer día se volvieron los estudiantes ejemplares solo porque estaban de acuerdo a todo lo que salía de la boca de cualquier profesor. Mientras todos en el público escuchaban esas palabras sin significados, Augusto se perdió en sus recuerdos. Tenía veintiún años cuando empezó esa maestría, era uno de los más inteligentes y más jóvenes de edad que entraba a la maestría de español. Los miembros del comité de admisiones se sorprendieron cuando leyeron su ejemplo de escritura, se quedaron con la boca abierta después de ver esas calificaciones, y como un muchacho tan joven podía terminar tres licenciaturas en cuatro años siendo un estudiante ejemplar. Tras decisión anónima Augusto fue aceptado. Pensaron que su interés en la literatura sobre el imaginario trasatlántico llevaría a un incremento en becas y fondos monetarios para el departamento. La directora de la facultad conocida por los estudiantes y profesores como La Jefaza se vio con un aumento de sueldo, con unas vacaciones de una semana extra en Las Islas Canarias, el profesor encargado de la literatura latinoamericana se vio robando esas ideas e incorporarlas en su próximo libro, aunque fuera solo un capítulo. Los otros dos profesores solo estaban en ese comité porque les pagan doble el día, pero preferían estar en casa tomando una copa de vino y leyendo un buen libro. La felicidad no la pudo contener cuando su propuesta de tesis fue aceptada. Antes de que empezara la maestría hizo su plan de estudios; en los dos primeros meses tendría una propuesta muy detallada de sus tesis, luego la presentaría ante el comité, los meses restantes para el término del primer año se dedicaría en hacer investigación, apartó cinco horas de su día para dedicarlos en lecturas, para el verano se propuso escribir al menos cuarenta páginas, la maestría requería sesenta, en los primeros dos meses del segundo año tendría ya la tesis terminada, los seis meses restantes se dedicaría a editarla, terminaría su maestría en dos años, su plan de estudio no contempló factores alternos que alargarían su tesis por más de cincuenta años. El primer año transcurrió como lo planeó, por cinco horas se desaparecía y se metía en la biblioteca, esto duró seis meses. En el verano solo pudo escribir veinte páginas, se sintió muy orgulloso de su logro y se lo presentó a La Jefaza, su directora de tesis. Ella pidió que se la mandara en pdf por correo en domingo, a la una de la mañana en punto, ni un minuto más tarde, ni un minuto más temprano, porque esa hora era la única oportunidad que tenía para revisar correos. Por varios meses eso fue imposible, unos domingos el correo llegaba un minuto tarde y La Jefaza no lo leía, en otras ocasiones el correo llegaba un minuto temprano y La Jefaza no lo aceptaba. Duró cinco meses tratando de que ese correo llegara a la una de la mañana. Cuando por fin llegó a manos de La Jefaza no fue aceptado porque él había prometido veinte páginas, pero ahora eran cuarenta, y ella no tenía tiempo para leer tantas páginas. Volvieron a pasar los meses hasta que La Jefaza pudo recibir el correo a la hora especificada, pero para cuando recibió el mensaje era tiempo de graduaciones así que no tuvo tiempo de leer la tesis. Pasaron dos años y Augusto no se pudo graduar con su generación. De consolación, La Jefaza le dijo que no se preocupara ya que su tesis era muy buena, a pesar de que todavía no la leía. Cuatro años pasaron y ya se habían graduado cuatro generaciones diferentes, cuando La Jefaza en sus vacaciones en Las Islas Canarias decidió darle un vistazo a la tesis. Leyó la primera página y no le gustó, estaba muy bien redactada, las ideas eran claras, pero la Jefaza no le gustaba su estilo, así que le mandó varias sugerencias. Augusto tomó esas sugerencias positivamente y cambió su estilo para complacer a La Jefaza. Pasaron varios años hasta que La Jefaza decidió revisar esas correcciones. Cuando volvió a leer la tesis por segunda vez no le gustó porque no sonaba como la escritura de Augusto, sus ideas y su estilo lo sentía muy forzado por lo cual era muy difícil de leer, y le mandó más correcciones. Este evento fue de ida y vuelta por varios años. Ya habían pasado diez generaciones desde que su generación se había graduado y Augusto ya no podía más, quería renunciar. Había conseguido un buen trabajo, ya no necesitaba esa maestría. El día que decidió dejar la tesis incompleta su madre se puso muy grave, y en su lecho de muerte le hizo prometer a su hijo que terminara la maestría. Con tal de no decepcionarla y dejar la maestría incompleta Augusto siguió insistiendo en terminar esa tesis. Veinte años pasaron y su esposa e hijos le pedían que dejara esa tesis en paz, el estrés ya le había sacado canas. Pero él no podía faltar a la promesa que le había hecho a su madre. Después de veinticinco años La Jefeza le dijo que su tesis estaba lista para ser publicada, lo único que faltaba era que los otros tres profesores del comité la revisaran. Eso fue un poco más rápido ya que solo duró diez años. Dos de los profesores odiaban a La Jefaza, así que todo lo ella le había dicho a Augusto, ante los ojos de ellos, estaba mal. El otro profesor le pedía que borrara las cosas que se le hacían interesantes para poder usar en su nuevo libro, y así, duró diez años más hasta que pudo recibir la aprobación de los cuatro profesores. Después de treinta y cinco años escribiendo su tesis por fin la podía publicar. En ese entonces las reglas de publicación habían cambiado. Para que el comité de tesis dentro de la universidad pudiera aceptar la tesis, la tesis tenía que ser entregada el primer lunes del mes de mayo entre ocho de la mañana y diez, ni un minuto tarde ni un minuto temprano. El primer año no pudo salir de su trabajo ya que no pidió permiso cinco semanas de anticipación. El segundo año llegó tarde porque había mucho tráfico. Cada año era algo diferente, pareciera que el destino no quería que Augusto se graduara. Después de cinco años por fin llegó a tiempo a las oficinas de tesis donde la presentó, pero no se la aceptaron ya que la letra impresa era tamaño once punto cinco, y se requería que fuera tamaño doce. Regresó a casa derrotado. Llegó el siguiente año y esta vez sí había impreso su tesis en letra tamaño doce. Al entregarla, le dijeron que era necesario que la tesis estuviera escrita en Times New Roman y no en Cambria, era una regla que apenas se implementaba ese año. Cada año era un impedimento diferente, el nombre de la tesis estaba muy largo, la tesis era muy larga, los nuevos requisitos pedían una tesis de cuarenta páginas, los requisitos nuevos requieren una tesis más larga, ya no se acepta en doble espacio. La tienes que entregar en hojas de colores, todo tiene que ser en hojas blancas, tiene que entregarse en un folder color manila, el folder manila tiene que estar sellado, el sello tiene que estar certificado por los profesores que habían ayudado en la edición de la tesis, pero esos profesores ya habían muerto. Así que tuvo que apelar para que los nuevos profesores del departamento pudieran certificar el cello, la apelación duró dos años más, hasta que por fin fue aceptada. Después de cincuenta y cinco años ahí estaba sentado en esa silla entre medio de dos chicas guapas vistiendo una toga de graduación, un viejo canoso, de piel arrugada, con un bastón a su derecha que se había convertido en un acompañante fiel. Los recuerdos eran solo eventos nostálgicos y nada más, ya estaba ahí, por fin recibiría ese diploma que tanto había anhelado. Muchas veces se arrepintió de hacer tesis. “Hubiera tomado el examen” “Todo hubiera sido más fácil” siempre se decía. Pero no era tiempo de reprocharse. Los discursos y agradecimientos terminaron, y era momento de recorrer ese camino del triunfo. Ese recorrido que había esperado por cincuenta y cinco años. La felicidad no la podía ocultar, las manos le sudaban, sus ojos se llenaban de lágrimas mientras esperaba su turno en ser nombrado. Escuchó su nombre y caminó lentamente, a lo lejos escuchaba a sus hijos gritar su nombre, gritos de orgullo. Saludo a los profesores que estaban antes de poder llegar al nuevo Jefazo, ese que en sus manos tenía el diploma con su nombre escrito, Augusto Castillo. Saludo al profesor, y fue ahí, en ese instante, antes de tener el diploma en manos cuando su cuerpo se desplomó como un costal de arena. La felicidad fue tanta que su corazón dejó de palpitar, sus hijos corrieron a levantarlo, pero era muy tarde, el destino le había arrebatado la vida. Entre medio del alboroto alguien murmuró “tan siquiera terminó su tesis”.
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July 2023
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