Cada uno su verdad irrenunciable Junto con el café, Jazmín saborea su nostalgia. Hoy es cumpleaños de Frank y al mismo tiempo hace dos meses que se han convertido en extraños. Se echan de menos desde la soledad de su trinchera, defendida a costa de todo. Hasta del amor. Ella dice: “Te quiero conmigo en libertad”. Él: “Te quiero y eres mía”. Ambas, verdades absolutas. Mientras esperan orgullosos de su voluntad inquebrantable, a su alma gemela, el amor –escaso hoy más que nunca– se les escapa. (21 de noviembre de 2014) Seguir como ella es A su vida llegó el amor, dizque a curar y a enriquecer la vida. Pero en su interior, a pesar de decirse enamorada, sabe que eso no es del todo cierto. “No te hagas tonta –piensa ella–, pregonas que las buenas relaciones son aquellas en las que lejos de perderte, te encuentras, te reafirmas y enriqueces”. La reflexión de Jazmín atardece de naranja y rosa: “¿Cómo está tu corazón?”. Se percibe distinta. No le agrada darse cuenta que de a poco, en solo unos meses, ha dejado de ser la misma. Siente que ha traicionado aquello que tanto trabajo le ha costado conseguir: independencia, libertad, autenticidad… Y el pleno goce de su soledad. Dicen que el amor no mata… más bien revive muertos; no estoy tan segura. ¿Por el amor valdrá la pena dicha traición? Sentir Han pasado años y todavía, algunas noches, apareces en mis sueños. Estás tan cerca y por unos instantes vuelves a tenerme entera. Siempre me aceptaste así, completita; no he conseguido eso con nadie más. Bastaba una mirada y, sin decir palabra, ambos sabíamos qué hacer. ¿Recuerdas cuando fuimos al cine a Delicias a ver Un paseo por las nubes? Me llamaste a Chihuahua: —Vamos al cine, píntate la última clase. Y allá iba yo en un Rápidos Delicias, dejando de lado la clase de Literatura Barroca para aprender cómo vivir la vida con intensidad. Contigo. Así vives, vivías, viviste. La escena de la vendimia nos cautivó, busqué tus ojos para reafirmar un “por supuesto, lo planearemos”, pero por primera vez no encontré eco. Me cimbré. ¿Qué pasó? Al salir del cine todo parecía normal… tú: cariñoso, espontáneo, amoroso. ¡Como siempre! Pasaron las semanas más espectaculares que he tenido; amo, amaba, amé y amaré a la mujer que fui, que soy y que no seré ya más a tu lado. Florecí de orilla a orilla. Me llamaste: —Ven este fin de semana, tengo algo importante qué decirte. Cambiará nuestras vidas. Mi corazón se desbordó. ¡Me quieres a tu lado! Ilusionada, corrí a tu ciudad… corro hacia ti. Imaginaba cómo me lo pedirías. De cualquier manera, te respondería que sí. Llamé a la puerta, me abriste, me eché a tus brazos. Pero no hay velas, ni cena, ni pétalos de rosa. Me dijiste: —Viviré poco tiempo. Tengo cáncer. Enloquecí, mucho tiempo enloquecí; enloquezco todavía cuando llegas. Ya no te recuerdo tanto, pero los sueños siguen siendo muy exactos. Quisiste que me alejara; no me abrías la puerta. Yo dejé todo para cuidarte y me quedé contigo hasta el final. Mi vida contigo siguió siendo muy intensa algunos meses: por el amor, por el placer, por el dolor y por tu muerte. El molino del insomnio Esteban abrió los ojos en medio de la oscuridad de su cuarto. Sobre la barda que se veía desde la ventana caminaba un sigiloso gato. En ese momento, un témpano de libros se hizo pedazos en el umbral de su cerebro dañado; libros que había leído en otros tiempos. Los retazos de texto se confundían con los sonidos de la madrugada, con los susurros amenazantes de su memoria, con relámpagos lejanos. Entonces se alzó desde el centro de la habitación la figura de un viejo encorvado y tembloroso, de cuya silueta desbordaba una luz anaranjada intensa. Esteban se quedó paralizado, su corazón apenas resistía esa presencia alucinante donde se dibujaron rabiosas todas sus culpas, aún las más secretas. Afuera se escuchaba ensordecedor el avance de un ejército que se desplazaba por la tierra y por el aire, con aviones y tanques arrojando ciegamente una lluvia de ácidos que destruía todo a su paso: casas, calles, animales y todas las criaturas. Esteban quería saltar de la cama pero sabía que al tocar el suelo quedaría disuelto en un lago de lumbre. La figura del viejo bailaba en el techo y desaparecía a ratos, al igual que los sonidos de afuera que, de pronto, eran los ruidos cotidianos de todas las mañanas: el camión de la basura, motores de carros que calentaban el aceite, el grito deforme del vendedor de periódicos, el aullido de una sirena de emergencia que se acerca, los perros del barrio que ladran de frío... Las presencias de la cotidianidad en medio del delirio no eran consoladoras; al contrario, esa mezcla hacía más atormentado y doloroso aquel insomnio en el fulgor del alba. Mudanza de Jazmín El avance del sol sobre la noche acabó por destrozar los pocos resortes lúcidos de Esteban que, ya convulsionado por la demencia, salió desnudo a la calle, perseguido por dos camilleros que habían llegado en una ambulancia para llevárselo al fin del mundo. Del libro: Mudanza de Jazmín, Colección Solar, Chihuahua, 2016 © Flor Arelí Chavira © Jesús José Chávez Martín © Instituto Chihuahuense de la Cultura
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