Abogacía
Un relato por David Alberto Muñoz Siempre quise ser abogada. Desde que estaba chiquita me fascinó los argumentos, las mentadas falacias, y la forma en la cual, los varones se pueden pasar horas y horas discutiendo. Yo le sacaba el hueso a la médula, y lo digo en serio, ya que podía ver todas las alternativas posibles, y siempre dejaba que la razón dominase mis propios argumentos. Pero cuando le dije a mi papá que quería ser abogada, se rio de mí, no sé porque le dio mucha risa. Me vio con ojos de piedad y me acarició la cabeza como si yo fuera una muñeca. Suspiraba y solamente lograba decirme: Tranquila mija, usted no necesita esa carrera, puede ser maestra o enfermera. No sea tontita mija… Siempre quise mucho a mi papá. Pero nunca supo valorarme. Es cierto, era la más chica de 3 hermanos hombres, y cada uno de ellos era la gran cosa de acuerdo con mi padre. Omar, el más grande, dizque quería ser negociante igual que mi papá. Pero era más tarugo que cada vez que mi papá lo mandaba representando a su empresa, hacía un verdadero desmadre. Ni él mismo sabía explicarlo. Luego estaba Santiago, creo que era el más inteligente de los hombres, pero era un vicioso de aquellas. Poseía carisma, estaba preparado, estudió leyes, trabajaba de representante de la empresa de papá, y además era abogado defensor en la corte pública. Y bueno, Marticito… el más pequeño de los tres, que nada más sabía hacerse el menso para que papá le diera dinero e irse por allí con mujeres y amigos. Y yo… claro… la más chiquita, nacida en otra generación, dónde se podía hacer solamente lo que la sociedad aprobaba. Mi padre me llegó a decir varias veces, para qué estudias, si un día te vas a casar y te encargarás de tu hogar, de tus hijos. Cuando gradué de enfermera sí me hizo caso, pero no era igual. Y lo repito, creo que mi padre me quería mucho, pero no tenía más visión que la que le dejaron sus propios padres. A veces no pensamos que nuestros antepasados eran seres humanos igual que nosotros, con luchas, retos, dificultades. La vida no es fácil, es muy difícil a veces, y en ocasiones nuestro propio egoísmo puede llevarnos a ser demasiado cerrados, aún con nuestra propia familia. No sé si la gente pueda imaginar la sensación de frustración, al querer salir adelante como mujer en este mundo en el que vivimos. Todos te miran con condescendencia, tú no sabes suficiente, no entiendes ciertas cosas que deben de ser pensadas más allá del pensamiento normal. Para eso hay varones mijita, mi padre me decía. Para guiar cuando las mujeres tienen sus problemas del mes, o su a veces exagerada reacción emotiva. Yo pensaba, no me voy a dejar, controlaré mis emociones, mi periodo mensual lo viviré en privado sin quejarme con nadie. Y siempre… siempre trabajaré para mostrarle a mi padre que sí tengo la capacidad, y que el hecho de ser mujer no debe de afectarme en lo más mínimo… Nunca lo logré… nunca pude llenar las expectativas de mi padre. Él era un buen hombre, amaba a su familia, sus hijos, su mujer, pero nunca pudo ver más allá de su propio mundo construido por falsas paredes de supuesta realidad. Incluso cuando estaba en el hospital, ya desahuciado, siempre hablaba con los enfermeros hombres, les decía doctores, a todos, aunque no lo fueran, disculpen a mi hija, es una enfermera graduada, pero como podrán imaginar, todavía le falta mucho. Yo le agradezco que esté aquí conmigo. Mis ojos solamente se llenaban de lágrimas y me tragaba todo mi orgullo y todo mi deseo de gritarle y decirle que no era solamente enfermera registrada, sino que ya tenía una maestría en enfermería y que sabía tanto y más que todos los que estaban en aquel cuarto de hospital. Pero mi padre murió en silencio… con esa sonrisa que siempre tuvo… con esa forma tan especial de ser, se nos fue… sí… se nos fue una tarde, en medio de diagnósticos pasados de moda, opiniones enterradas en los cerebros, detrás de la eficiencia argumental de la niña, mi padre se nos fue, y aunque nunca pude llenar sus expectativas, lo quise… mucho, lo quiero, y sí… tal vez en mi corazón de niña permanece el deseo de escuchar aquel alago que nunca llegó… Siempre quise ser abogada… pero mi padre nunca me dejó… © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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