Sala de operaciones, 166B
Un cuento por David Alberto Muñoz —Este cuate se va a morir. —Y eso a ti qué te importa. Mira nada más, está totalmente drogado. No sabe quién es ni dónde está. Siempre ha sido un parrandero, un borracho, un vicioso. Nada más metiéndose alcohol, drogas y, demás, date cuenta. Todo mundo lo conoce, así es él. —Ese no es nuestro propósito aquí. Debemos ayudarle, ¿a poco tú nunca has estado en su situación? —La verdad no. No me compares con él. Él ni siquiera merece que le hagamos caso. Está pagando por lo que hizo en su vida, eso es todo. Alberto no es como nosotros. —¿Oye? —¿Qué viste? —Yo vi un piso de madera. Las imágenes eran medio borrosas. Eran cuerpos que se movían, pero no de una forma normal. Al contrario, todo era como un viaje de drogas, ya conoces al mentado Alberto. Era como un bar donde salían figuras dantescas atrapadas en su mente, o quizás, en su imaginación. Se deslizaban con mucha facilidad. Él cerraba sus ojos y esas iconografías parecían acariciarlo, lo tocaban de una forma especial, como si desearan llevárselo. Por eso digo, hay que ayudar a deshacerse de él ¿no crees? Lo digo en buena onda. —Yo también las vi, pero lo que miraba tenía más claridad. Fueron imágenes de su familia. Su padre, su madre, su hermano, esos que ya se fueron. Se movían alrededor de él, mientras aparecía su propia imagen y sangre caía sobre su rostro. Él simplemente volteaba y las miraba con ojos de sorpresa. Era como un túnel al cual todos vamos a llegar. De algo sí podemos estar seguros, todos vamos a morir. Nos guste o no. —Mira, la herida está sangrando. Ven, ayúdame a detenerla. —Por el amor de Dios, ¿estás loco? Ya te está llevando la chingada. Más bien a es a él a quien se lo está llevando la chingada. No es un mal hombre, pero óyeme, merece estar aquí. Nunca se cuidó. Jamás de los jamases le importó su salud, su vida con un carambas. Creo que es mejor dejarlo así. ¿No crees? —¡Tú qué sabes! Tú deberías de cumplir con la labor que se nos dio, y punto. Siempre andas juzgando a los demás. Es todo lo que haces. No puedes ser positivo. Todo lo miras con negatividad. Ve lo bueno de la gente, no lo malo. —Obsérvalo un poco nada más. No puede respirar, está totalmente fuera de la realidad, está drogado, con un carambas. Te apuesto a que toda su vida se le aparece en unos segundos. Percibe su propia presencia, trata de sentirla, entenderla, no digo que podamos saber que hay en la mente humana, mucho más, que existe en el más allá, pero sí podemos ver cuando están en necesidad, es nuestro deber ayudarlo, Alberto, todavía está aquí. De pronto, el piso se vuelve como de color azul claro, esos mosaicos que a veces tiene la gente en su casa. Todos los personajes se mueven, vuelan, viajan entre la imaginación y la vida de Alberto. Todo se confunde. En aquella esquina, hay muchos tubos, de esos que se usan en un hospital. Siempre me pregunté, para que eran esas salidas detrás de una cama de hospital. Son para ejercitar su estado respiratorio. Ahora ya sé eso, antes no lo sabía. Vi que sangre era derramada sobre aquellos conductos, al poco rato apareció el rostro de Alberto, y la sangre caí a chorros sobre su cara; al principio era poca, pero al fin de cuentas, la sangre se derrama. Que no fue Clarice Lispector quien dijo: —Ahí estaba el mar, la más ininteligible de las existencias no humanas. Y allí estaba la mujer, de pie, el más ininteligible de los seres vivos. El día que el ser humano se hizo una pregunta sobre sí mismo, entonces se convirtió en el más ininteligible de los seres por donde circulaba sangre, ella y el mar. Sólo podría haber un encuentro de sus misterios si uno se entregará al otro: la entrega de dos mundos desconocidos hecha con la confianza de que se entregarían dos comprensiones.” —Eso a mí no me importa. —Estoy hablando de dos maneras completamente diferentes de pensar, de ser, distintas en muchas cosas, quizás en todo. Pero la sangre, la sangre sólo se derrama antes de la muerte. —¡No manches! ¿A quién le importa si él puede respirar o no? La vida es tan relativa, te puedes ir en cualquier momento, no importa tu edad. Como la hija de Kobe Bryan, si él murió joven, ¿qué me dices de la chamaca, tenía 13 años? Nos podemos ir en cualquier momento. En cualquier instante. Nos aferramos tanto a estar vivos, creo que es la única fuerza que permanece, la única realidad, es el estar vivo, el vivir, la vida, no conocemos nada más. —Pues así es la vida, rara, caprichosa, absurda, difícil. Cada uno de nosotros pasamos por ella simplemente, eso es todo, se nos prestan unos cuantos años y me gusta pensar que algunos la vivimos. A veces nos creemos dioses y jugamos con nuestras propias situaciones. No podemos entender realmente nuestras acciones. Vivimos unos gobernados por la razón, todo tiene que ser lógico, y otros, viven por los sentimientos, sólo desean sentirse bien, y hay algunos, que viven sin motivos, sin propósito, sin tratar de entender esta compleja experiencia humana. —¡Agárralo bien! Que cierre bien la herida. —Ayuda pues… —Deberíamos ayudar a matarlo. —No seas tonto. ¿Qué te ha hecho? Tampoco, no seas gacho carnal. Podemos ayudarlo. Mira, el doctor ya esta cerrando la herida. Por eso nos trajeron aquí, para que ayudemos a Alberto. ¿Entiendes? —Está bien. Lo voy ayudar. No porque me caiga bien, sino porque deseo ser un profesional. Terminar mi labor e irnos. No sé qué va a pasar con nosotros. Tal vez, simplemente nos tirarán a la basura ya que no sirvamos. La gente puede ser muy mala. —Tú cumple con tú labor, yo haré lo mismo, ya veremos qué pasa después. Eran dos grapas hablando una con la otra. Éstas, estaban cerrando la herida de Alberto Maldonado, él, estaba siendo operado porque se le descubrió cáncer en su cuerpo. La sala de operaciones era el cuarto 166B. La operación duró 13 horas. Y él, continuaba vivo… © David Alberto Muñoz
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Hibridad
Un cuento de a de veras por David Alberto Muñoz —Lo que debería de hacer esta nación, es regresar a toda esa bola de wetbacks que se metieron de ilegales al país. —Pero Tom, eso a mí se me hace que no es muy ético, no es muy moral que digamos. Además, piénsalo un poquito. ¿Quién trabaja la tierra? ¿Quién pizca los tomates y la lechuga? ¿Quiénes trabajan de meseros en los restaurantes o de conserjes en los hoteles y oficinas? —¿De qué? —¡De Janitors! —Pues mira José María, eso de moral, a mí me suena como que un ministro o un rabino me lo está diciendo. —¿Y qué quieres que haga? ¿No es esa la verdad? Estoy hablando en serio. —¿Y yo no? I’m serious man! No podemos seguir absorbiendo a medio mundo. Mira nada más cuánta gente está no sólo enfrente del Home Depot, sino en la frontera queriendo entrar al país. —Toda esa gente nada más está buscando refugio, trabajo, un lugar donde vivir en paz, y eso tú lo sabes. A veces, no nos ponemos en los zapatos de las demás personas. Imagínate nada más, tu familia y tú, están siendo amenazados por gangas, paramilitares, que ya ni sabes a quién representan, puede ser el mismo gobierno. Te llegan amenazas de muerte, que te van a matar frente a tu familia, que van a violar a tu esposa y a tu hija, y te van a ser testigo ocular del acto. Eso no está bien Tom. Y luego, llegan acá, y ¿qué pasa? Muchas veces se los llevan a trabajar, y no les pagan. En ocasiones esas mismas personas que los contrataron supuestamente, le hablan a inmigración para que se los lleve. Además, ¿nunca has visto a esos tipos que se paran en las esquinas con un letrero pidiendo limosna? Lo que dieran unos indocumentados por los papeles de esos cuates. ¡Hay que ser justos! — How would you feel if I just come into your backyard, and decide that it is going to be my new home? Dime José María… ¿No te gustaría verdad? —¿Y qué vamos hacer? ¿Deportar a más de doce millones de personas? —No, eso nunca va a pasar. I don’t think so. Pero tampoco podemos darles amnistía nada más, así como así. Entraron al país ilegalmente. ¿Qué no? La voz de Tom resonaba en mi cabeza cada vez que discutíamos. Él era un verdadero Mexicoamericano, porque ni Chicano se consideraba. Algunos lo consideran un vendido. Sí, un miembro de los hijos del maíz que había traicionado a los suyos. Trabajaba para el departamento de inmigración, de agente, y les tenía mucho coraje a los mexicanos. Nunca entenderé por qué. De recién llegado, me di cuenta que los “pochos”, como les decíamos a esa gente morena nacida en tierras del tío Sam, eran más discriminadores que los mismos gringos. Y la mera verdad, eso me costó mucho trabajo digerir. ¿Por qué si eran morenos, su manera de ser era más blanca que los mismos güeros? Unos ni siquiera hablaban español. ¡Cómo me caían gordos esos que estaban más prietos que yo, y les hablas en el idioma de Cervantes y te responden! --No speko Spanish… Pero ahora, ya entiendo cosas que antes no comprendía. Muchos de ellos, sobre todos los que ya tienen 50 años o más, les pegaban en la escuela si hablaban español. Tampoco me parece justo eso. Eso de hablar dos idiomas sin vergüenza alguna, con orgullo, ya es de las nuevas generaciones. Pero en mis tiempos, si hablabas español, todo mundo te miraba feo, y te gritaban, te exigían que hablaras el idioma del tío Sam. Y tampoco quiero decir que no existan gabachos que son a toda madre. Gente sincera que sabe apreciar el valor de los hijos del maíz. Son gente buena, sin ninguno de esos prejuicios de odio que mucha gente tiene. ¿Qué les he hecho para que me traten así? Además, yo llegué legal a este país, pero eso parece no importar. Tom y yo nos conocimos un día en San Diego, California, cuando yo estaba estudiando el colegio, como le dicen también aquí a la universidad. Y todo parecía estar muy bien, pero pronto descubrí que la actitud de ciertas personas para conmigo no eran muy favorables que digamos. Cuando llegué a estas tierras del tío Sam, me di cuenta que era cierto eso de las oportunidades. Existe un sinfín de posibilidades, es verdad, pero se discrimina en contra de ciertos grupos. Me di cuenta que los hijos del maíz éramos uno de esos grupos, en especial la gente morena. Y sí, no niego los beneficios que recibí, si llenaba nada más una solicitud, el gobierno me daría dinero para poder estudiar. Y aunque a mí siempre me ha caído bien gordo llenar las pinches solicitudes, o aplicaciones como les dicen por acá, pues tuve que hacerlo, y de esa forma logré entrar a la universidad. Fue una época medio difícil para mí, bueno, todo ha sido difícil, desde que dejé mi nación, mis amigos, mi idioma, mi tierra, mi familia, todo, absolutamente todo lo dejé, para venir a aventurarme al país que estaba al norte de la frontera, las tierras del tío Sam… Y sí, este país ya me adoptó, ya no soy el mismo que era hace muchos años, pero eso no cambia mi experiencia como inmigrante. Recuerdo que todo me parecía ser como una neblina que infestaba mi camino, súbitamente, sin preámbulo alguno, sentía yo esas fuerzas ajenas, enemigas, rivalidades que han existido desde hace muchos siglos, esos murmullos que todo mundo escucha pero que de la misma manera todos pretendemos no oír. Todo poblador del barrio de Aztlán a principios del nuevo siglo, experimentó quizás el mismo sentimiento de odio, aunque sea posible, que las cosas hayan cambiado un poco. — Go back to where you came from? Había un nuevo emperador lleno de antipatía y rencor, lo único que lograba era separar a la gente en nombre de la justicia, la verdad, y la llamada democracia. Pero todo debería de ser como él lo planteara. Desconocía la verdad, mentía a cada momento, y si tú no estabas de acuerdo con él, te tachaba de traidor, de no tener el verdadero patriotismo, te convertías en un enemigo de la nación, alguien a quién él puede y debe insultar, te aminora completamente, y trata de eliminarte. Es un ser cuyo interés mayor es el yo primera persona singular, lo demás es inconsecuente. La presencia de las mismas sombras de mis abuelos, compartían un territorio común en tiempos de antaño, antes de que llegara el conquistador europeo y separara a los hermanos de color café, convirtiéndolos en enemigos; uno siendo simplemente un extranjero dentro de su propia tierra, y al otro, en un simple observador detrás de la barda. Sobre cada uno de los cartelones que adornaban la cuidad del nuevo imperio, los dialectos se perdían en medio de torpes expresiones que ya estaban dando lugar a una nueva jerga. De pronto, una nueva cultura parecía surgir. —Vamos al Food City a comprar alimento for the week. —¿Oye? ¿Ya pagaste la seguransa del carro? —Después voy pa’tras no te apures. Nada más tengo que cobrar and pay mis workers. —Sí, ¿ya ves cómo son las cosas…you know what I mean? —Yo soy Joaquín, perdido en un mundo de confusión… Fightin for justice… — Do you mean finding or fighting? —Ya vas a empezar otra vez. Nos echas en cara a los hijos del maíz nuestra mala pronunciación. Tú sí te puedes burlar de mi acento, pero yo no del tuyo. Así hablo, qué quieres. Pero permíteme decirte, cuando hablas español suenas igual que cualquier gringo, dicho con el debido respeto. Tom representaba el ciudadano estadounidense, cuya identidad fragmentada parecía caer más sobre el lado americano. Descansaba entre dos banderas, entre dos culturas e idiomas, entre lealtad a un país que lo utiliza cuando lo necesita, y que al mismo tiempo lo rechaza por no pertenecer a la aristocracia contemporánea de color blanco. Había estado en el Army. Teniente coronel de las fuerzas armadas estadounidenses. Criado a la forma de ser americana, legalista, oportunista, ventajoso en ocasiones, pero eso sí, con un corazón todavía con aliento a nopal y a trabajo de campo. Yo por mi parte, era el mexicano por excelencia. Al menos en aquellos años. Hombre moreno, macho, masculino, las tres “M”. Engendrado por Arturo de Córdova y Marga López, teniendo de abuela a Sara García, contrayendo matrimonio con Silvia Pinal, y, por si fuera poco, gozando sus aventuritas con Fanny Cano, Julissa y Angélica María, así me enseñaron. Mi carta de presentación eran mis buenos modales, mi amabilidad. Esa herencia chilanga que hasta este momento poseo. Mi identidad estaba postrada ante un México ya desaparecido. Folclor tocado en medio de una borrachera en el Tenampa dentro de la Plaza Garibaldi a son de mariachi, copas y gritos muy mexicanos. —La ley del estado no se hizo para romperla José María. Si no nos gusta, la podemos cambiar. Pero mientras esté vigente, hay que respetarla. —Pues ahí está el punto maestro, esta nación que dice ser cristiana está violando la ley de su propio dios. Todos dicen ser muy cristianos, muy entregados a la palabra de Dios y toda esa verborrea que nada más saben repetir. Pero a la hora de comprobar con hechos sus sentimientos cristianos, éstos, simplemente desaparecen. El viento se levanta y los avienta a la fosa de la falsedad, porque una cosa es decir yo amo a mi prójimo, y otra muy distinta, es poner condiciones para ese mentado amor. ¿Dónde está entonces el susodicho Cristo? Lo que están haciendo los indocumentados es simplemente emitir un grito de un hasta aquí. Ya no vamos aguantar más humillaciones. Nos necesitan, aunque digan que no. —Yo no estoy hablando solamente de la ley moral, I’m talking about la ley del estado, hay que aprender a respetarla, a guardarla. Para eso se hizo, ¿qué no? No has leído que la Biblia dice también al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. We have to obey the law! That is the problem with many like you that come into the United States, you think you can break the law. —¿Entonces en nombre de la ley debemos de separar familias, encarcelar a hombres que trabajan por seis dólares la hora en los fields, llegan a laborar hasta 12 horas seguidas, se les niega educación a sus hijos para que en el futuro se conviertan en criminales, y entonces sí, poder matarlos bajo el manto de la ley? — Then, you are saying that my tax payer money should be spend on individuals that have no right to be in this nation? No estoy de acuerdo José María. —No Tom, eso no está bien. La gente vale más que el dinero. Nacemos sin nada material en lo absoluto, morimos, y no nos llevamos nada. Pero en el camino de la vida, no la pasamos tratando de acumular riqueza material por algún extraño motivo. Pero al morir, no nos llevamos nada, y vuelvo a repetir, absolutamente nada. Valemos por lo que somos por dentro, por nuestros sentimientos, por nuestras acciones, no por lo que decimos. La gente vale mucho más que el dinero. — But in this life, money sometimes helps! Right? La mirada de Tom se encontró con su propia realidad, y su propia quizás, confusa manera de pensar, mientras que José María, elevaba una sonrisa a los cielos en busca de los dioses del maíz. -- Money can be good. ¿Qué no? Look, it seems as if this problem really has no solution. Los mexicanos aparecen como cucarachas por todos lados. Everything was fine, until all those beaners came into this nation! —¡Óyeme! Don’t insult me please! Is this coming from you? Aren’t you a beaner too? — Shut up! —Me permito recordarte, que fueron los europeos los que invadieron nuestras tierras, destruyeron nuestras culturas, nuestros dioses, nuestros idiomas, nuestra forma de ser. Y eso no quiere decir que los pueblos autóctonos fuesen perfectos. Pero no se les mostró ningún respeto. Esa idea que probablemente viene de los griegos, de pensar que todo lo que proviene de Grecia es perfecto, y que las culturas asiáticas y cualquier otra cultura, de alguna manera es una cultura bárbara, salvaje, inferior a la nuestra. Tal vez esto no tenga solución, pero algo se tiene que hacer, no podemos seguir culpándonos, matándonos unos a otros. ¿O sí? ¿Qué no somos hermanos? — I don’t know! We need to continue talking about it. Me tengo que ir a trabajar. Me dijo el Placa, que tenía información sobre una nueva redada. El Placa era un expolicía que trabajaba de detective privado para la agencia de ICE, Immigration and Customs Enforcement. Siempre estaba metido en eso de las redadas. Al menos Tom me decía más o menos dónde y cuándo iban a suceder. Y quizás yo, también ya estaba dividido entre dos naciones inclinado hacia una, entre dos discursos, dos perspectivas, tal vez también había en mí, separación cultural, física, y en algún momento, emocional también. —No sé qué va a pasar… pero las cosas están muy feas. Todo parece ser hibridad…. Solamente hibridad… pero es una hibridad mezclada con odio y no con afecto. —A ver qué pasa… a ver qué sucede con toda esta pinche hibridad. A lo mejor esto sí es el fin del mundo, aunque el mundo se está acabando desde el principio de los tiempos. Todo es simplemente un absurdo, la vida es una locura inventada por alguien que no entiende su propia existencia… —No sé qué va a pasar… pero las cosas están muy feas. © David Alberto Muñoz Unos huevos, un litro de leche, una botella de jerez, un tequilita y la Bikina
Un cuento Por David Alberto Muñoz Caminaba la muchacha rumbo a la tienda. Su madre le había encargado una docena de huevos, un litro de leche, y una botella de jerez. —Asegúrate que sea Tres Coronas, el que dice en la parte baja de la botella “Oro Dulce”. ¿Sí sabes cuál? Carmina nada más miraba a su madre con ojos de asombro. Las pupilas le crecían e incluso parecía que el color de sus ojos cambiaba con la luz del sol. —Por el amor de Dios mamá. Tengo más de 5 años comprándote el mismo jerez. —No seas grosera. Respétame que soy tu madre. SI no te voy a dar tus buenas nalgadas. ¿A poco crees que ya no puedo solamente porque tienes 16 años? ¡O me respetas o me respetas? La joven elevaba la mirada de enfado mientras la madre buscaba un cinto con el cual amenazar a Carmina, quién ya acostumbrada a escuchar tales palabras, simplemente salió de su casa rumbo a la tienda con ese importante encargo. —Lo bueno es que a mí también me toca mis copitas de jerez. Lanzaba una alegre carcajada y era como si su cuerpo casi volara al compás de La Bikina, que se dejaba escuchar en la casa de doña Chole, en la vecindad ubicada en Gabino Barreda y Los Ángeles, número 8, mujer, que nada más se la pasaba viendo que hacían los demás para llevar el chisme a quién deseara escuchar. —Pobrecita la Bikina ¿no crees? ¿No has escuchado la historia Carminita? Es toda una leyenda. La muchacha se detuvo al igual que siempre lo hacía, por educación. Su madre siempre le había enseñado, se respetuosa, no contestes, sobre todo si son personas mayores, se merecen tu respeto. ¿Oíste? —Dice la leyenda que un lucero tocó la cima de un monte en el estado de Jalisco. Y un indígena, al ir a ver de qué se trataba, encontró a una pequeña niña, aparentemente recién nacida. Lleno de un buen corazón, la tomó y la llevó a su hogar, donde su mujer la amamantó ya que acababa de dar a luz. Esta familia la quiso mucho, pero tenían el temor de que los fueran a acusar de haberse robado a la criatura. De manera que la entregaron a un sacerdote, el padre Ramiro, quién eventualmente la dio a un convento de monjas para ser creada. Era una orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, o su gentilicio, Carmelitas. La niña se convirtió en una bella hembra y todos los hombres empezaron a desearla. Hombres insensatos… —Es cierto que todas las mujeres deseamos ser bellas, nos gusta ser el centro de atención, pero queremos ser tratadas con respeto, no para que los hombres anden nada más diciéndonos cosas que quizás a veces sí nos gusta escuchar, pero debe de ser solamente cuando damos nuestro permiso, cuando nosotras también lo deseamos. Conforme el relato seguía, doña Chole cobraba vida, le encantaba hablar, hablar y hablar, y cada vez que le permitían contar unas de sus historias, acababa relatando la de la mentada Bikina. Había días, en que la única música que se dejaba oír detrás de las ventanas de doña Chole, apartamento 8, era precisamente esta canción interpretada por Luis Miguel. —A mí no me gusta mucho Luis Miguel doña Chole. No digo que cante mal, pero no sé, simplemente no me gusta. Prefiero a Miguel Bosé. —¡Espérate niña y déjame terminar!—demandaba la doña. Carmina simplemente suspiraba y se sentaba junto a la mujer ya grande de edad, a escuchar la misma historia que Chole le platica cada vez que tiene oportunidad. —El presidente Plutarco Elías Calles inició su guerra en contra de los cristeros. Tú has de saber, porque estudiaste. En la escuela debieron haberte enseñado esto, en tu clase de historia de México. Don Elías estableció un gobierno laico, y la iglesia anduvo metiéndole ideas en la cabeza al pueblo. Al grado que el presidente comenzó a perseguirlos. Sobre todo, en el estado de Jalisco, que es dónde parece que todo el movimiento cristero surgió. Doña Chole hizo una pausa en su historia. Sacó una botella de tequila, porque precisamente en Guadalajara que es dónde vivía, todas las mujeres se toman, o al menos antes se tomaban un tequilita a eso de las doce medio día. Trajo dos caballitos, los llenó, y le ofreció uno a la muchacha, que lo aceptó de inmediato. —Nada más no le vaya a decir a mi mamá doña Chole. Ya ve cómo es. Brindaron a la salud de las hembras desaparecidas en las últimas fechas. Ya hasta parece costumbre, niñas desaparecidas, cuerpos de mujeres encontrados en circunstancias grotescas, lúgubres, las encuentran muertas, violadas, que horrible morir así. —Pues como te decía—continuó la doña—En un momento dado, llegó el ejercito al convento dónde estaba aquella hermosa joven, y como siempre, aquel pelotón tumbó la puerta de entrada al convento, con una violencia irracional, eso es algo que no me gusta del carácter humano. Sabemos destruirnos unos a otros y abusar de los demás, en especial, si tú eres una mujer joven y hermosa. Ya te has de imaginar qué pasó. La violaron uno tras otro hasta dejarla inconsciente tirada en el piso mientras ellos se emborrachaban con el vino que encontraron en el convento. —Entonces llegó el capitán Humberto Ruiz. La narradora de inmediato interrumpió tomando control de la palabra. —¡Espera niña! Déjame a mí contar… Ese hombre se compadeció de la pobre muchacha. Se la llevó y la cuidó respetuosamente hasta que ella estuvo completamente sana. En fin, para no hacer el cuento largo, el capitán y la joven hembra, tuvieron una noche de amor y pasión que dice la leyenda que ni los mismos dioses han tendido. —No exagere doña Chole. —No estoy exagerando. Es la verdad. Ambos se unieron en ese momento cuando podemos estar más cerca de otro ser humano, no solamente físicamente, sino también emocionalmente, cuando te pierdes entre caricias y sensaciones que todos podemos sentir pero que algunos no intentan por temor a no sé qué. Es la pasión de perderse en el cuerpo de otra persona, con el corazón ardiendo en amor y apego, o en pasión y lujuria. ¿Sí me entiendes? A Carmina se le llenaron sus ojos de lágrimas. Acentuó con la cabeza. Y recordó sus propios amores, porque todos los poseemos, aunque digamos que no. —Todos tenemos temores doña Chole. Los ojos de la anciana se reflejaban en los de aquella joven. —El capitán se perdió en una de sus misiones militares y aquella mujer quedó sola. La empezaron a llamar la Bikina, comenzaron a decir que estaba llena de pena y dolor, y ella, ella nunca permitió que nadie la consolara. Ese es amor del bueno mijita. El que te marca de por vida. —Sabía usted doña Chole, que la canción que compuso Rubén Fuentes, le puso así porque su hijo le dice una vez en que fueron a la playa, que todas las mujeres que se ponen bikinis, deberían llamarse bikinas. La doña se molestó bastante y lanzó sus brazos golpeando el aire, como deseando borrar las palabras de Carmina quien simplemente comentaba algo que todos sabían. —¡Eso no es verdad! La canción está basada en la leyenda. El capitán no apareció nunca más, y dicen las malas lenguas que todavía puedes ver a aquella mujer caminar por la plaza de algún pueblo en el estado de Jalisco luciendo su gran majestad. Carmina miró a doña Chole con mucho cariño. —Gracias doña, me gusta escucharla, aunque me cuente siempre la misma historia. —Ya vete niña que se te va hacer tarde. Y la mujer entró a su casa, el numero 8 en la vecindad ubicada en Gabino Barreda y Los Ángeles. Carmina respiró profundamente y siguió su camino. No se le olvidaba. Su madre le encargó una docena de huevos, un litro de leche y una botella de jerez Tres Coronas. A veces, le gustaba hacerse licuados de mamey, y les echaba una o dos copitas del brebaje. ¡Le sabían a gloria! Su paso era alegre, dejaba caer el aroma de jazmín que brotaba de su piel joven. Su pelo algo rizado le llegaba a los hombros. Traía puesto un vestido blanco, a dos centímetros sobre sus rodillas, junto con unas zapatillas color rosa. De pronto, un grupo de hombres apareció. Más bien, eran un montón de mocosos que se creen la gran chingadera, y cuando andan juntos, se retan unos a otros para hacer maldades. Y quizás, repitiendo el ataque hecho en contra de la Bikina, Carmina sufrió la misma suerte. Las manos rudas, esas masas sudadas de aquellos varones, violaron el joven cuerpo de la muchacha. —Los hombres no entienden lo que significa ser mujer. No saben todo lo que tenemos que pasar a diario nosotras. Siempre acosadas por el hombre. Siempre defendiendo espacios, acercamientos, arrimos. Esas miradas de cerdos. Todos los hombres se creen los grandes conquistadores. Piensan que ninguna mujer se le va a rechazar. Están locos, no sabe escuchar, no saben respetar, son unos animales. Todos son iguales. Los varones simplemente toman lo que desean sin pensar en el daño que causarán a la mujer. Su comportamiento es brutal, se convierten en verdaderas bestias, que no saben considerar a una hembra… solamente saben zaherir sin tomar en cuenta para nada lo que sentimos las mujeres. Esta es mi historia decía doña Chole, que de joven se llamó Carmina, le decían las tres “C”, y cuya tragedia sucedió aquella mañana en la que su madre la mandó por una docena de huevos, un litro de leche y una botella de jerez, Tres Coronas. Y ella encontró un grupo de jóvenes, que, como verdaderas bestias, le quitaron lo que más amaba Carmina Chole Cervantes… mi alegría… © David Alberto Muñoz Los zapatos rojos
Un cuento por David Alberto Muñoz Los tacones de color rojo estaban donde siempre Maritza los ponía. Recargados en la pared que daba al oeste dentro de su cuarto. Ella decía que le gustaba pensar que los zapatos estuvieran en esa dirección, donde el sol se mete. No estaba segura por qué. Parecían de pronto como un cuadro pintado con algún propósito artístico, simplemente estaban ahí, para adornar, para dejarse ver, o tal vez, porque a veces, le costaba trabajo a Maritza, usarlos; ya no le quedaban tan bien a la joven muchacha. Todas sus amigas que eran invitadas dentro de su recamara, los miraban con ojos de sorpresa. Se miraban tan bien, tan estéticos, con una extraña fuerza interna que se dejaba ver a distancia. —¿Dónde los compraste Maritza? Están preciosos. Y mira nada más el tacón, es alto, delgado, pero me imagino que te sostiene muy bien. ¿O no? La muchacha simplemente sonreía y dejaba que sus amigas especularan más en relación a aquellos zapatos rojos de tacón alto, que con porte adornaban su cuarto y se convertían en una verdadera tentación para todas las damas. Todas, deseaban probárselos. Algunas se animaban y le decían a la susodicha de Maritza. —¿Me dejas que me los pruebe manita? —Sólo quiero ver cómo se me ven. —No seas gacha… ándale… Creo que nunca te los he visto puestos. Maritza solamente sonreía. Lanzaba sus gestos al aire mientras que los zapatos rojos parecían cobrar vida propia. Un extraño manto cubría cada escena dentro de la recamara de la joven. Ella, se levantó y tomó aquellos calzados dejando ver su mano ruda, grande, eran las manos de un ser humano trabajador. —¿Dónde los compraste? Se me hacen tan exclusivos, tan exóticos. —Préstamelos para usarlos hoy por la noche, ¿sí? Voy a salir con Eusebio. Creo que esta noche sí se le va a hacer al chamaco. Ya lleva tiempo lanzándome los perros. Y la verdad está bien chulo el condenado. Maritza de pronto se levanta y vuelve a poner aquellos zapatos rojos en el lugar donde ya tenían bastante tiempo. —Disculpen muchachas. No se los puedo prestar. Estos zapatos son especiales, son mágicos. Todas voltearon a verse con rostro de sorpresa. —Óyeme, no manches. Ni que fueran de oro los pinches zapatos. —No, no son de oro, pero estos zapatos son los que me hacen parecer más como una verdadera mujer. Maritza se quitó su peluca, dejando ver el rostro de un hombre escondido detrás del maquillaje. Como cuando prenden la luz en un congal porque ya es hora de cerrarlo, y es entonces cuando puedes ver las cosas tal y como son. Maritza se llamaba en realidad Heriberto, hacia ya mucho tiempo que vivía como Maritza, al punto que todas sus amigas creían que en realidad era mujer. —¡Pero esto no es posible Maritza! Tenemos años de conocerte. La muchacha se sentó sobre su cama. Cruzó la pierna coquetamente y habló de un modo en el cual, nunca, nadie la había escuchado. Con una voz algo ronca habló quizás por primera vez en su vida. —Cada vez que me pongo estos zapatos, siento un cambio grande en mí. Fueron un regalo de mi tía Francisca. Ella sabía que yo era transexual. Siempre me apoyó. Creo que todo mundo lo sabía, pero mis tiempos fueron una época de secretos a voces. Nunca pude liberarme y salir del closet como dicen ahora. Pero cada vez que me pongo estos zapatos rojos, pasa algo mágico dentro de mí. Todas quedaron anonadadas. Jamás habían visto a Maritza de esa forma, tan varonil, tan fuera de lugar, nunca habían pensado que no era mujer. —Pero, ¿cuánto tiempo tenemos de conocerte? —A mí siempre te me hiciste muy femenina, tu fisonomía siempre fue de mujer. —Nunca había notado… pero creo que tienes la manzana de Adán. —¡No!—gritaron todas. —Dice la leyenda, que a Adán, se le atoró un pedazo de la fruta prohibida en la garganta—habló Maritza con gran seguridad—Por eso, todos los varones que descienden de ellos poseen esa marca que sólo los hombres poseen. Bueno, aunque sí hay chicas que la pueden tener. Pero en mi caso, ha ido desapareciendo poco a poco. Cada vez que me pongo estos zapatos, mi cuerpo parece transformarse, me hago más mujer que ayer, y obtengo de una manera mágica, el mismo cuerpo que cualquier mujer. —¡Estás loca Maritza! No sabes lo qué dices. Eso es imposible. La muchacha tomó una vez más aquellos zapatos mágicos de acuerdo con ella. Fue a cambiarse de ropa y al salir del baño, la figura casi perfecta de una hembra joven destellaba a las presentes, quienes no sabían qué decir, ni qué hacer. —Ya ven—Maritza hablaba con un tono mucho más agudo, el tono de una verdadera mujer—¿Me creen ahora? Todas se levantaron anunciando tal vez la siguiente pregunta que era vital para entender esa brujería que estaba sucediendo, de acuerdo con cada una de ellas. —Bueno… y… ahí… abajo… ¿Qué tienes? Maritza sonríe de labio a labio mientras su mente se pierde en ese laberinto en el que ha estado ya por muchos años, desde que descubrió lo que verdaderamente sentía. Todos los ojos estaban sobre ella. Los oídos más que atentos, y era casi imposible quitar la mirada de la zona erógena de Maritza. —Ahí tengo mis órganos sexuales, mi identidad mezclada entre dos géneros, entre dos opuestos que no se pueden encontrar. Dos caminos que a mí me confunden mucho. Porque lo que siento, no es lo que miro en ocasiones sobre mi cuerpo. Pero al ponerme estos zapatos rojos, nazco, crezco, germino como una nueve especie humana. O a lo mejor solamente me engaño a mí mismo, porque la realidad me dice que lo que siento, nunca estará de acuerdo con mi cuerpo. Pero estos zapatos lo logran, de verdad, con estos zapatos me trasformo en Maritza, y mientras no me los quite, soy feliz, porque ni ustedes mismas se habían dado cuenta. Maritza levantó su vestido… y entonces ellas pudieron ver… Era simplemente Maritza, una hembra cambiada por la magia de unos zapatos rojos. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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