La oreja
Un cuento por David Alberto Muñoz Remojaba un pedazo de pan en su café. Era una oreja, como la que se cortó Vincent van Gogh, pensó. ¿Por qué se la cortaría? Dicen que estaba enfermo, o loco quizás. Todos estamos locos por más cuerdos que queramos ser. Hay algunos que se hunden en las profundidades de sus locuras, llegando hacer cosas realmente brutales. Otros se dicen ser medio locos, y solamente juegan a la locura, como los niños juegan con las canicas o al yo-yo. Pero hay esos que pretenden poseer la mayor cordura humana. Esos son los más peligrosos. Los que se creen sabios, los que dicen conocer los misterios de la vida, los que presumen de nunca haber perdido el control de sus emociones. Se jactan de saberlo todo, se burlan de los demás, y solamente saben enviar mensajes de odio, porque se sienten superiores a todos los demás. Él, van Gogh, dijo no acordarse de nada. Andaba trabajando con Paul Gauguin, en la ciudad de Arles, en Francia, y por algo se enojó. Dicen que los artistas son muy temperamentales. Luego él, van Gogh, pintó aquel autorretrato de su rostro y su oído vendado. Dicen las malas lenguas que bebía demasiado, y además, casi no comía, y que tenía ataques epilépticos, pero nunca nadie supo nada, al final de cuentas, se quitó la vida, así terminan algunos, quitándose lo único que tenemos. Terminó de tomar su café. Bebió una cerveza que tenía a un lado de su escritorio de un sorbo. Sumergió las migajas de aquella oreja que había estado comiendo en el vaso de cerveza. Para después tomar el revolver que le había regalado su mujer en su primer aniversario. —Para cuando quieras sacarte el coraje, vete al campo a disparar y a matar conejos—le dijo ella. Puso la pistola en dirección a su boca, la metió hasta adentro y disparó. Oyó una voz distante… —Déjate de payasadas y ve a limpiar el garaje. Me lo prometiste, ahora me cumples. Y deja ya ese juguete, es de tu hijo. Creo que me estoy volviendo loco como van Gogh… pero yo prefiero comerme la oreja que cortármela. Simplemente sonrió. Y su vida continuó… “Yo no bajé del cielo, más bien subí del infierno”. Y a veces prefiero estar ahí...porque la cordura, enfada. © David Alberto Muñoz
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Aquel pueblo
por David Alberto Muñoz Aquel era un pueblo olvidado, metido en alguna sierra escondida cuyo nombre ya nadie recordada, ni siquiera lo nombraban más en los mapas. Lo único que quedaba, era una pared agujerada, hecha de ladrillos, ya con hierba verde por dentro, y al fondo, una cruz de madera, con el brazo derecho roto. Era el último lugar sobre la tierra dónde pensó poder encontrarlo. Un día se levantó y se fue sin decir nada. Solamente apartó unas cuántas monedas, las puso sobre la mesa, te dio un beso en la frente y se fue, para no regresar jamás. Alguien en tu pueblo te dijo que quizás, ahí, en ese lugar sin nombre, tal vez pudieras encontrarlo. Pero, a quién le voy a preguntar, no parece haber ni una sola alma, hasta las moscas parecen haber desaparecido. Se siente como si la misma tierra a dejado de respirar en aquella llanura vacía, donde solamente hay dos paredes destruidas y una cruz rota al final del camino. Me acerqué lentamente. Sobre la cruz, alguien había clavado un pedazo de papel. Se me hizo raro, pensaste que tuvo que haber sido hace poco tiempo, para que el papel pudiera no haberse convertido en polvo. Un olor a estiércol dominaba las cercanías de aquella cruz que parecía estar sobre una piedra. Ella, arrancó bruscamente aquel pedazo de papel. Leyó: “Aquí termina el orgullo y empieza la igualdad”. Era la tumba de tu padre, aquel hombre que los dejó y se fue para nunca más regresar. Entonces despertarse, y te diste cuenta que todo era solamente un sueño. Tu padre se levantó, te dio unas cuantas monedas, te besó la frente y se fue, quizás para nunca más volver. Mientras tanto tú, simplemente volvías a tener el mismo sueño. Todo esto pasó, en aquel pueblo… © David Alberto Muñoz Rumbo a Las Cruces
Un cuento por David Alberto Muñoz Ya llevaba más de tres horas manejando. Estaba cansada, tenía ganas de ir al baño y los niños no se callaban. ¡Cállate Lorenzo por favor! Deja en paz a tu hermana. ¡Xóchitl! Ya te he dicho que no digas malas palabras. Habían salido de la capital arizonense a eso de las 3 de la mañana. Según ella, para ganar carretera. Había recogido a Raymundo, un joven estudiante de ella, en su casa, porque le había prometido un raite hasta Las Cruces, Nuevo México, casi en la mera frontera con Texas. El mentado Raymundo no dejaba de verle las piernas, se había puesto unos shorts porque ya empezaba a hacer un calorón. Se sentía muy incómoda con la mirada del joven sobre ella. Cada vez que el jovencito trataba de tocarle la pierna ella de inmediato se la quitaba con bastante fuerza. Cuestión a lo que él simplemente se disculpaba, perdón Alicia, no era mi intención. ¿Sabes manejar Raymundo? Deja me paro y te doy el volante. Vete enfrente Lorenzo con el Ray, platícale a él, para que no se vaya a quedar dormido. Tú te me quedas atrás Xóchitl, y te me callas. Alicia Dolores Smith, ya no podía seguir adelante. Estaba enferma de urbanidad, de rutinas mal creadas, de soluciones de plástico que ya no servían, de momentos que a ella se le hacían totalmente falsos. Ese día se levantó pensando, que, si se iba de la ciudad, las cosas iban a cambiar. Todo le enfadaba, todo le aburría, incluso sus dos hijos, que no sé porque tuvieron que venirse conmigo. Y este chamaquito, al principio cuando empezó a coquetear conmigo le hizo bien a mi autoestima, pero ahora ya me cansó, nada más quiere agarrarme las piernas, pinche chamaco calenturiento. Matt ya parece no estar. Hace más de cinco meses que se esconde en su trabajo. Nada más lo miro algunas noches, si es que llega a la casa. Ya nunca quiere platicar, dice siempre que está cansado, que no tiene tiempo. El otro día cuando me vestí muy sexy con un negligé negro, ni siquiera lo vio. Yo sé que he subido algo de peso, pero me miraba bien, provocativa, y el pinche de Matt ya ni se me acerca. ¡Qué fácil es olvidarte de tu pareja! En un dos por tres, todo parece acabarse. Aquellas noches de pasión desaparecieron. Antes siempre me buscaba, incluso llegaba a casa a medio día y me asaltaba sexualmente, sí, lo hacía literalmente. Y ahora, sólo Dios sabe dónde anda el gringo, y yo metida aquí en este carro rumbo a El Paso, Texas, para ver a mi hermana que se está divorciando de su marido. Por un momento la escena se abatió. Un silencio sombrío pareció aparecer en aquel automóvil Ford, Mustang 2010, que ahora era conducido por un joven que por asares del destino se le había pegado a esa mujer con la loca idea de que algo pudiera pasar entre los dos. ¿Por qué tuvo que traer a esos dos chamacos? Si estuviéramos solos, ya se hubiera parado en un hotel. Pero no, no puede, ya me cansé. Es una vieja amargada nada más. Y todavía falta rato para llegar a Las Cruces. Bueno, al menos ya que esté ahí, en Las Cruces, puedo agarrar por mi rumbo. Have you ever been to a wrestling match Ray? La lucha libre es different here than in México. Mi Dad has taken me to WrestleMania. ¿Sí sabes cuál? En el Paso tengo dos cousins, que también les gusta el wrestling. El niño Lorenzo hablaba y hablaba, como si fuese el fin del mundo. En un momento dado su voz desapareció detrás de los gestos de su madre, de los de aquel joven universitario, y aquella línea recta que era la carretera que te llevaba directamente desde Phoenix, Arizona, hasta las Cruces, Nuevo México. El esposo de Alicia, Matt, era un güero estadounidense que se había casado con una mujer mexicana, segunda generación, a él, le gustaban las tortillas, la carne asada, y los hot dogs estilo Sonora; además, tomaba cerveza Corona, y había aprendido algo de español en la High School. Él, despertó un día, y simplemente le dijo a su mujer, I have a lot of work at the office, para irse con una de tantas secretarias que trabajaban en el mismo lugar que él, esa compañía de seguros que prometía todo, y a la hora de la hora encontraba una cláusula para no pagar ni un quinto. Ya ni el nombre importaba, era una mujer más, como muchas, un hombre más, como muchos otros, dos cuerpos más que cambiaban de cama para darse cierta satisfacción detrás de una vida llena de enfados y contrariedades. Después de cinco horas y cincuenta y cinco minutos, aquella caravana creada detrás de una máquina de escribir en el siglo pasado llegó a su destino, para darse cuenta de que nada, absolutamente nada, había cambiado. Simplemente, Alicia Dolores Smith, estaba en otro plano geográfico, y por lo menos a ella, se le figuraba que las cosas iban a mejorar. Pero no fue así… no… no fue así… todo seguía igual. © David Alberto Muñoz La Birra de Brian
Un cuento breve David Alberto Muñoz Cuando finalmente le inyectaron el antídoto anti-veneno para contrarrestar la picada de una víbora de cascabel, ya era demasiado tarde. Ella ya había muerto. Estaba tirada sobre la barra y todos los presentes simplemente observaban con rostro de ebriedad. Él, lo intentó una vez más. —¿Me pueden dar la última? La última y nos vamos ¿no? El cantinero lo vio con incredulidad. —¿No le pasó nada? You got to be kidding me! I’m sorry, but that was last call! Al Cierra-Bares, a quién le decían así, porque era un hombre a quién le encantaba la parranda, la juerga y la peda, y siempre era él último en salir de cualquier bar o fiesta, lo había picado una víbora de cascabel que se metió en el bar La Birra de Brian, sólo Dios sabe cómo. De inmediato, se le habló a los paramédicos, e intentaron poner el anti-veneno al mentado Cierra-Bares. Pero ya era muy tarde. —¿Qué pasó? ¿Se murió el susodicho? No, fue la víbora la que murió. Pero eso no fue lo sorprendente. Aunque todos hayan quedado totalmente asombrados por lo ocurrido, aquella madrugada de verano. El problema fue, que para cuando el mentado Cierra-Bares, despertó, aventando la aguja de la inyección que intentaban ponerle, la barra ya había dicho: Last call! Y en el otro lado, una vez que se da la orden, se cierra el bar, eran las 2:00am. —¡Chingada madre!—gritó el borrachito—De este lado de la frontera ya no se puede pistear a gusto. ¿Y por qué se llama el bar la Birra de Brian? Bueno, eso ya es otro cuento… © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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