Rumbo a Las Cruces
Un cuento por David Alberto Muñoz Ya llevaba más de tres horas manejando. Estaba cansada, tenía ganas de ir al baño y los niños no se callaban. ¡Cállate Lorenzo por favor! Deja en paz a tu hermana. ¡Xóchitl! Ya te he dicho que no digas malas palabras. Habían salido de la capital arizonense a eso de las 3 de la mañana. Según ella, para ganar carretera. Había recogido a Raymundo, un joven estudiante de ella, en su casa, porque le había prometido un raite hasta Las Cruces, Nuevo México, casi en la mera frontera con Texas. El mentado Raymundo no dejaba de verle las piernas, se había puesto unos shorts porque ya empezaba a hacer un calorón. Se sentía muy incómoda con la mirada del joven sobre ella. Cada vez que el jovencito trataba de tocarle la pierna ella de inmediato se la quitaba con bastante fuerza. Cuestión a lo que él simplemente se disculpaba, perdón Alicia, no era mi intención. ¿Sabes manejar Raymundo? Deja me paro y te doy el volante. Vete enfrente Lorenzo con el Ray, platícale a él, para que no se vaya a quedar dormido. Tú te me quedas atrás Xóchitl, y te me callas. Alicia Dolores Smith, ya no podía seguir adelante. Estaba enferma de urbanidad, de rutinas mal creadas, de soluciones de plástico que ya no servían, de momentos que a ella se le hacían totalmente falsos. Ese día se levantó pensando, que, si se iba de la ciudad, las cosas iban a cambiar. Todo le enfadaba, todo le aburría, incluso sus dos hijos, que no sé porque tuvieron que venirse conmigo. Y este chamaquito, al principio cuando empezó a coquetear conmigo le hizo bien a mi autoestima, pero ahora ya me cansó, nada más quiere agarrarme las piernas, pinche chamaco calenturiento. Matt ya parece no estar. Hace más de cinco meses que se esconde en su trabajo. Nada más lo miro algunas noches, si es que llega a la casa. Ya nunca quiere platicar, dice siempre que está cansado, que no tiene tiempo. El otro día cuando me vestí muy sexy con un negligé negro, ni siquiera lo vio. Yo sé que he subido algo de peso, pero me miraba bien, provocativa, y el pinche de Matt ya ni se me acerca. ¡Qué fácil es olvidarte de tu pareja! En un dos por tres, todo parece acabarse. Aquellas noches de pasión desaparecieron. Antes siempre me buscaba, incluso llegaba a casa a medio día y me asaltaba sexualmente, sí, lo hacía literalmente. Y ahora, sólo Dios sabe dónde anda el gringo, y yo metida aquí en este carro rumbo a El Paso, Texas, para ver a mi hermana que se está divorciando de su marido. Por un momento la escena se abatió. Un silencio sombrío pareció aparecer en aquel automóvil Ford, Mustang 2010, que ahora era conducido por un joven que por asares del destino se le había pegado a esa mujer con la loca idea de que algo pudiera pasar entre los dos. ¿Por qué tuvo que traer a esos dos chamacos? Si estuviéramos solos, ya se hubiera parado en un hotel. Pero no, no puede, ya me cansé. Es una vieja amargada nada más. Y todavía falta rato para llegar a Las Cruces. Bueno, al menos ya que esté ahí, en Las Cruces, puedo agarrar por mi rumbo. Have you ever been to a wrestling match Ray? La lucha libre es different here than in México. Mi Dad has taken me to WrestleMania. ¿Sí sabes cuál? En el Paso tengo dos cousins, que también les gusta el wrestling. El niño Lorenzo hablaba y hablaba, como si fuese el fin del mundo. En un momento dado su voz desapareció detrás de los gestos de su madre, de los de aquel joven universitario, y aquella línea recta que era la carretera que te llevaba directamente desde Phoenix, Arizona, hasta las Cruces, Nuevo México. El esposo de Alicia, Matt, era un güero estadounidense que se había casado con una mujer mexicana, segunda generación, a él, le gustaban las tortillas, la carne asada, y los hot dogs estilo Sonora; además, tomaba cerveza Corona, y había aprendido algo de español en la High School. Él, despertó un día, y simplemente le dijo a su mujer, I have a lot of work at the office, para irse con una de tantas secretarias que trabajaban en el mismo lugar que él, esa compañía de seguros que prometía todo, y a la hora de la hora encontraba una cláusula para no pagar ni un quinto. Ya ni el nombre importaba, era una mujer más, como muchas, un hombre más, como muchos otros, dos cuerpos más que cambiaban de cama para darse cierta satisfacción detrás de una vida llena de enfados y contrariedades. Después de cinco horas y cincuenta y cinco minutos, aquella caravana creada detrás de una máquina de escribir en el siglo pasado llegó a su destino, para darse cuenta de que nada, absolutamente nada, había cambiado. Simplemente, Alicia Dolores Smith, estaba en otro plano geográfico, y por lo menos a ella, se le figuraba que las cosas iban a mejorar. Pero no fue así… no… no fue así… todo seguía igual. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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