A loan...
By David Alberto Muñoz I could not sleep last night. I don’t know why. Well, maybe I do. It is just I’d like to pretend nothing is going on. But if I am honest with myself I know sooner or later it will happen. It’s inevitable. It happens every single day. Thousands of souls are born all over the planet but the funny part is that they don’t realize that at the precise instant we are alive that is the moment we are condemn to die. Some people like to play games and lie to themselves but I am aware life is just like a loan. Yes, it is given to us but eventually we have to pay it back. Sometimes it takes a lot of years and if you are careful maybe you can actually enjoy your life. Sometimes one can become very bitter and despise everyone but at the end we all go to the same place. The bank won’t allow anymore extensions. We all have a date with death. I am not trying to sound melodramatic or anything like that. It is just the reality of life. It actually doesn’t belong to us. Quite the contrary, it might be compared to a mortgage. My grandmother got an 85 year loan with 4% interest rate. Those were the days some say. But I think in my case the duration of the loan is going to be shorter. I’m just guessing I know. Maybe I am preoccupied with it but like my father always told me: “We are all going to die.” When we are young we never think about it. We feel we are going to live forever. But one day we realize we are alive and we all have a debt to pay. Sometimes we get behind the payments. Some people never catch up. There are foreclosures and the banks take the title of the property. Sometimes too soon, others is almost as if they forgot they loan was due. But at the end, life is only that, a credit, and advance; it has been financed and we only borrow it for some time whether we like or not. We make mistakes along the way. If I knew what I know now forty years ago my life would be different. Although once you actually think about it I cannot image my life without my errors. We are so inaccurate it makes me laugh. We think we know how to live. We say to ourselves: “From now on I am only going to do this…” Thirty seconds later we are committing the same bloopers, the same missteps, the same slip-ups. Sometimes we get lucky and things turned out to be OK. There are even times when we surprise ourselves or perhaps it was that the bank gave us a free month of rent because the economy was bad and they wanted to help people. Please!!! Sometimes we hurt the people we care the most for without even realizing it. There are times when confusion sinks in and you don’t know what to do, where to go, what decision to take. We search for options. We want to refinance or the interest rate goes up because we never read the small print and we went into a variable rate not knowing how it was going to affect us. Then we make a reevaluation of our life and we promise ourselves we are going to change and we will never commit the same mistakes and we tell the bank from now on our payments are going to be on time but soon enough we find ourselves in the midst of a crisis struggling to keep afloat, still breathing but knowing the date will come soon. Every second that passes away we come closer to our deadline…dead…line… That is why I think it’s better to enjoy the duration of our loan. I don’t know what comes after death. It really doesn’t matter to me. What matters is that I want to live my life to the fullest, enjoining every moment. Giving myself always space to be happy. I guess what I am trying to say is we need to save a little bit of time to enjoy life. Even happiness needs to be learned. Even a smile takes effort if we do not know how to enjoy it. I could not sleep last night because I was thinking about my life. And you know what? I think I like it. Maybe that is the way I want to be remember. “He enjoyed his life.” Death it’s funny. It happens so fast. You don’t even realize it. One moment you are here, the next you are gone. One moment you breathe the next you depart. It is just life, like a loan that eventually matures. Maybe I am death already but I haven’t notice or maybe I am alive and I know it. It is only life...but it is my life... © David Alberto Muñoz
1 Comment
La noticia
Un cuento Por David Alberto Muñoz —¡Cuándo me dio la noticia, quedé totalmente paralizado! No supe ni cómo reaccionar. Estaba totalmente anonadado, de verdad, ni siquiera me di cuenta de que por poco me pega un autobús que iba a toda velocidad. —Rubí está muerta… —¿Estás loco? A penas la vi ayer después del trabajo…habíamos quedado en salir juntos el próximo viernes porque deseábamos formalizar nuestra relación…no lo creo… ¿Cómo puede ser posible? Rodrigo simplemente permaneció con la mirada perdida detrás de aquel periódico que había recogido en un FOOD-CITY después de haber visitado las oficinas del sindicato donde le habrían dicho que probablemente la huelga ya estaba en marcha. Caminaba como autómata. El cuerpo le pesaba de sobremanera. Sentía un dolor en la cintura y sudaba casi como si hubiese estado haciendo ejercicio. Pensó con cierta lentitud. Sin embargo, no podía deshacerse del pensamiento. Rubí estaba muerta. No lo podía creer. Incluso en el sindicato todos intentaron consolarlo. Le dijeron: —¡Vete a la casa de los Peralta! Te pueden necesitar. —No te preocupes por la huelga, nosotros nos encargamos. —Lo siento mucho Rodrigo, de veras…lo siento. —I’m really sorry man, I mean that! Él era un hombre con rostro agradable. Todos los días se bañaba y cuidadosamente peinaba su cabello con la intención de tener mejor apariencia. Era alto de pelo castaño y ojos verdes. Era algo coqueto. Sus verdosos ojos estaban adornados por unas pestañas inmensas, muchas mujeres llegaron a decirle: —¿Me regalas tus pestañas? Al principio siendo todavía un púbero, se escondía detrás de su propia risa. Una vez que alcanzó una edad más madura, utilizaba todo lo que los dioses le otorgaron sin la menor discriminación. —¿Por qué?—preguntó. —No sé, las cosas son tan raras. La mera verdad no tengo la menor idea. Era tan jovencita, tan inocente. Bueno, al menos en apariencia. Nunca me hubiera imaginado a Rubí trabajando en un lugar así. —¡Cállate! —Pero ¿qué quieres qué diga? Es la verdad, estaba metida en un… —¡Qué te calles!—gritó Rodrigo con mucha desesperación. Todo se le hacía ilógico, tonto, estúpido. Los seres pasaban junto a él con la misma familiaridad de todos los días. Todos de malas, maldiciendo a medio mundo, mentándole la madre a sus propios padres, mientras que el corazón le latía a mil kilómetros por hora, sin permitir que su verdad lo golpeara, porque bien sabía que una vez que se diese cuenta de que ella, ya no era, perdería completamente el juicio. —¿Qué pasó Doña Esther? —No sé mijito…despertó como todos los días, cantando, enchinándose el cabello, con esa linda actitud que siempre tuvo. Nadie se hubiera imaginado que ese día sería su último respirar. —No es posible Doña Esther…no es… —Pues sí mijito. Serían eso de las once de la noche. Todos los días después del trabajo se tardaba un poco de tiempo en el parque. A mí nunca me gustó que se paseara por allá porque ahí está ese mentado lugar de los mil demonios. Todo el mundo sabe que en esa casa se hacen cosas sucias. Pero cómo íbamos nosotros a saber que Rubí trabajaba ahí. ¡Por el amor de Dios! No tenía ni los veinte años. Rodrigo llegó al lugar. Era una casa vieja con rostro de brujas y piel de hechiceras. Alguna vez sus amigos lo habrían llevado para celebrar su cumpleaños. Era una casa de citas, un burdel, un prostíbulo, una pinche casa de putas. Había policías, hombres ebrios que todavía ni cuenta se daban de lo ocurrido. La machota masticaba chicle rascándose los muslos en plena vía pública. La pretenciosa se levantaba los senos cada tres segundos, la piadosa le coqueteaba al cantinero quien se servía una copa más mientras que un cuerpo cubierto por una sábana yacía casi enfrente del mitológico lugar. —Rubí…—habló sin convicción Rodrigo, con la voz quebrada, los huesos triturados, su cadera deformada, sus labios hinchados, su cerebro derretido por toda la sangre que se le subió a la cabeza. Se acercó lentamente…levantó la tela…y la vio… —¿Qué pasó?—preguntó. Todas las mujeres lo vieron con rostro de lástima. —¿Tú eres Rodrigo? —Sí. —Pobrecito idiota. Rubí ya tenía más de dos años de trabajar aquí. Tenía muy buenos clientes, pero ayer en la noche se le fueron los pies y le quiso robar al señor todopoderoso. Con él no se juega, el te puede quitar la vida si lo ofendes... —¿De qué estás hablando? —¡Ay diosito de veras que eres pendejo! Rodrigo miraba a aquella mujer quien reflejaba en su rostro miles de noches pasadas entre brebajes malignos y lienzos sucios, en medio de malos alientos y conocidos cuerpos. Noches eternas donde el sonido de una carcajada puede convertirse en una bofetada dada por la lujuria aprendida detrás del placer. —Su destino papacito…su destino…Nadie puede escapar su destino. Ella jugaba con dos mundos. Nos llegó a platicar que un día se iba a casar contigo, que iban a tener cuatro niños, y que todo el dinero que ella estaba ahorrando lo gastaría para comprarte un auto que jamás manejarías por tu condición. —¿Mi condición? ¿De qué hablas? —¿Ay papito…ustedes los hombres son pendejos o nada más se hacen? Rodrigo se acercó hacía la mujer quien riéndose encendía un cigarro sacudiendo el polvo de entre sus piernas. —Eres un varón, y estabas atado a ella, no sabes manejar tu vida, dependías completamente de ella, ¿entiendes? No sabes hacer nada sin ella. Rodrigo miraba con la vista perdida. —No pudiste salvarla, por más que la amaste, no pudiste detenerla, no tuviste el valor de hacer algo por ella… —¡Eso no es cierto! ¡Yo la amaba! —Si papito…tú la amabas…por eso ella prefirió irse…por su destino…porque tú no supiste detenerla… —¿Qué quieres decir? —Prefirió tomar el riesgo que acudir contigo…prefirió saltar al precipicio que cubrirse con tus inocentes palabras de amor...no pudiste detenerla…ella era hembra primero, oíste, hembra, que pudo decidir su destino y sobre todo aceptarlo...te engañó, es todo, te engaño y su ambición fue más allá de tu presencia… Rubí estaba muerta…Cuando me dio la noticia…ella ya no era… © David Alberto Muñoz The Banality of Human Kind
By David Alberto Muñoz The events that took place this past weekend have made a lot of people think more carefully about what is means to be an American. Even if we think in official terms, to be a citizen of the United States, represents the basic concept that everyone has been created equal, and that we are all endowed by our Creator (whoever or whatever he, she or it may be), with certain unalienable rights, and among these are life, liberty and the pursuit of happiness. When we question: What does it mean to be created equal? The answer immediately states that all human beings, regardless of religion, sex, or skin color, possess the same natural rights; by natural, assuming we are born with these rights. In recent years, we have added the principle that different people are unequal in physical and mental capacities, and yet, under the law, under the so called “American character,” we all have the same rights. This includes the white supremacists in Charlottesville, Virginia, who decided to show up as a “militia group,” descending on the city, openly carrying handguns and military-style rifles to intimidate and spread fear. The philosopher Hannah Arendt (1906-1975) was a Jewish-German woman who escaped the Holocaust. Eventually she migrated to the Unites States, and among her books there is one entitled Adolf Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil. In it, she makes the point that all the Nazis who were engaged in causing pain and suffering to the Jews, were doing it as an insidious action. Slowly, those atrocities became banal, ordinary, it all became normal for them, the torturing, the killing, all the mayhem. She states: “It was as though in those last minutes he [Eichmann] was summing up the lesson that this long course in human wickedness has taught us—the lesson of the fearsome, word-and-thought-defining banality of evil…”[i] Nelson Mandela is very often quoted as stating: “People must learn to hate, and if they can learn to hate, they can be taught to love…” The hate we saw this past weekend is the real reason for all the violence. Such hate needs to be eliminated, and the only way to remove it from our society, is to stop teaching it. It is very easy to blame a group of people for the problems of humanity. The Nazis did it, look at the result. No one is born hating a different color, a different culture, we are taught to hate, and until we realize this is the root of such banal evil, we won’t be able to enter into a more peaceful and tolerable society. Many times I have stated that in America, there is a lot of anger. Everyone is angry about “something.” The younger generation is angry because of the older generation does not allow them to live their lives, and the other way around, females are angry towards males, and the other way around, conservatives hate liberals, and the other way around. It seems we all need to blame someone or something for our condition, and in turn, we teach our kids to hate that which we dislike or plainly abhor. Think about the language we use in common situations. “I hate my neighbor…I hate homeless people…I hate rich people…I hate women…I hate men…I hate blacks…I hate whites…I hate Mexicans…I hate Asians…I hate Mondays…I hate traffic…I hate my life…I hate, I hate, I hate…” Pretty soon such words can be turned into acts of violence with an ideology stating that the only way to be heard, to be understood, or to change things in this nation, is by violence, by spreading all that hate. There is a saying in Spanish that states: “A todo se acostumbra uno menos a no comer” (We can get use to anything with the exception of not eating). Therefore, the banality of evil, we have been engaged in hating each other for too long because of the color of our skin, that we have forgotten that we should not judge one another on those bases, but on the bases of our character, our behavior, our nature, not whether we have blue eyes, dark skin or yellow teeth. We are a banal kind, as ordinary as getting up every morning and doing what we are used to do. Anton Chekhov expressed: “There is nothing more awful, insulting, and depressing that banality.” Unless we realize it, and escape this condition, there is always the danger of remaining in the banality of human kind. © David Alberto Muñoz [i] Arendt, Hannah, The Banality of Evil, 1963. La pala
Por David Alberto Muñoz —¿Cuánto te costó? —No sé. —¿Cómo qué no sabes? —La verdad no tengo la menor idea de cómo llegó a mis manos. De la noche a la mañana apareció enfrente del jardín de tu casa. En las manos de Juanito, descansaba lo que parecía ser una pala de acero forjado con una imagen dibujada que se antojaba ser un laberinto. La figura delineaba casi todos los colores disponibles al ojo humano, mientras que, en la parte superior, en el mango, una luz roja brillaba constantemente emitiendo un curioso sonido. —Yo nunca he visto algo así. —Fíjate bien tío Toño, si intento usarla una especie de alarma comienza a sonar. El adolescente de apenas trece años de edad intentó penetrar la tierra bajo sus pies y al instante aquella herramienta emitió un fuerte sonido que hizo que toda la vecindad se diese cuenta de que algo estaba pasando. —Pues está muy interesante Juanito, pero, ¿para qué la puedes usar? —No estoy muy seguro, pero creo que es para excavar la mente y los corazones. —¡No seas payaso! —Estoy hablando en serio tío. —Y yo soy Caperucita Roja. A distancia, Mónica, la hermosa vecina de Toño se aventuraba lentamente hacía donde estaban el arquitecto Antonio Delgado y su sobrino Juanito. Era una mujer en el clímax de la vida, atractiva, sensual, y con muy buen carácter. Vestía un hermoso vestido con rayas horizontales negras y blancas. Tenía del lado izquierdo una apertura que mostraba generosamente sus piernas, mientras que su cabello negro que le caía hasta los hombros, adornaba coquetamente a la mujer. —Buenas tardes arquitecto. ¿Cómo está? ¿Juanito? —¿Qué tal Mónica? Tenía tiempo de no verla. —Hola Moni—expresó el chico. —Usted tan guapa como siempre. —Favor que usted me hace arquitecto. Pero ¿dígame? ¿Qué es ese ruido que escuché hace unos momentos? —Pues mi sobrino encontró esta pala enfrente de mi casa. Es algo muy raro, cada vez que desea penetrar la tierra con ella, un sonido infernal se deja escuchar. —Yo le digo a mi tío que es una herramienta para excavar la mente y los corazones. —¡Juanito, cállate por favor! ¿Qué va a pensar Mónica de ti? —De verdad Moni, es un instrumento que puede escarbar el instinto y los espíritus. Mónica sonrió amablemente. Toño obviamente se molestó con el comentario del joven. —Bueno y ¿cómo trabaja? —cuestionó la mujer poniendo su mano izquierda sobre su barbilla. —Mira Moni, vamos a hacer la prueba. Yo les voy hacer varias preguntas y tú me respondes lo primero que venga a tu mente, y tú también tío. Ambos asentaron con la cabeza teniendo en mente distintas posibilidades. Para Toño, todo era una mentira proveniente de la mente de un chavalo en pleno desarrollo de la pubertad, mientras que para Mónica, todo representaba un interesante juego que tal vez podría distraerla por unos cuantos minutos. —Está bien—dijo Juanito tomando la pala con firmeza en sus manos—¿Qué tiene la vaca cuatro y la mujer sólo tiene dos? —¡Juan de Dios de los Delgado! ¿Qué clase de pregunta es esa? —Una pregunta muy normal arquitecto. Déjame pensar… ya sé, las piernas Juanito. La pala produjo un sonido como el que hacen las máquinas de tragar monedas en Las Vegas cuando se es ganador. Mónica aplaudió y con más interés se preparó para la siguiente pregunta. —¿Qué entra en el centro de las mujeres y sólo detrás de los hombres? —¡Juan por el amor de Dios! —No arquitecto, me temo que no. Creo que más bien es la letra “E”. Antonio comenzó a sudar temblando casi de terror. Mónica sonreía satisfecha en espera de más, mientras que Juanito simplemente se alegraba y continuaba con su peculiar examen sosteniendo en sus manos aquella pala excavadora de mentes y corazones. —¿Qué es blando, y en las manos de una mujer se torna duro? El arquitecto lanzó un grito deseando callar a su sobrino. —El esmalte de uñas Juanito, no cabe la menor duda. Para ese momento, Toño ya no podía ni respirar. Se limpiaba la garganta cada tres segundos; se sacudía la cabeza como deseando que la misma tierra se lo tragara. Volteaba a todos lados; intentaba cambiar la conversación, pero Mónica parecía estar muy interesada. —¿Qué tiene las mujeres en medio de las piernas? —¡Ya estuvo bien Juanito! ¡Se acabó este estúpido juego! —Pero, ¿qué le pasa Toño? ¿Se siente bien? —La mera verdad no, me siento de la patada. —Vamos a ver, ya sé, las rodillas. —¿Qué palabra principia con la letra C, termina con la letra O, es arrugado y todos lo tenemos atrás? Antonio sintió morirse en vida ante aquella ridícula situación. —Esa sí está difícil Juanito. ¿Qué podrá ser? ¡Ya sé! El codo. —Muy bien, pues eso muestra que tu mente y corazón no están podridos con malos pensamientos Moni. Pero tu tío, tienes la mente bien cochina. —¡Óyeme! ¿Cómo te atreves a decirme eso chamaco grosero? Súbitamente, Mónica se despidió alegando que tenía muchas cosas que hacer. —Bueno arquitecto, me despido, ya platicaremos otra vez. —Mónica no, por favor, usted perdone, es mi sobrino...—Antonio balbuceaba casi tartamudeando. —¿Perdón, por qué? —Pues…por…estos muchachos de ahora…usted sabrá…ya ve usted cómo es la juventud actual…los mentados milenarios...no respetan ni a su propia familia…en fin… Mónica solamente lo miraba con incredulidad y una leve sonrisa sarcástica. —No…olvídelo…por nada, locuras de chamacos. Mónica estrechó con firmeza la mano del arquitecto para después despedirse cariñosamente de Juanito; lo besó tiernamente en los labios, y además, se acercó cuidadosamente a su oído para decirle en secreto: —Tienes más colmillo que tu propio tío. —Gracias Moni. El adolescente y su tío quedaron solos. De inmediato el arquitecto le reprochó a su sobrino: —¡Condenado chamaco, no me vuelvas a hacer eso! ¿Entiendes? —¿Hacerte qué tío? Además, yo no fui. Fue la pala. Ya ves que tenía razón. Tú eres como todos los hombres. Nada más estás pensando en… —¡Ya cállate! Fue entonces cuando la pala soltó un sonido que era muy semejante al de una carcajada burlona. —Te dije tío, esta pala es para excavar la mente y los corazones. —Tú y tu pinche pala… © David Alberto Muñoz La pesadilla
Por David Alberto Muñoz Despertó sudando. Tenía escalofríos por todo el cuerpo. Casi no podía respirar. Fue como que de repente, la vida se le acabara dentro de sus propios sueños. Volteó al lado derecho de su cama. Una mujer dormía placenteramente. Su rostro, era el rostro de una niña buscando qué travesura hacer. Su pequeño cuerpo estaba casi totalmente desnudo. Él, no la reconoció. —¿Quién es? ¿Qué hace aquí? A lo mejor es mi amante…pero no recuerdo haberla vista anteriormente. O a lo mejor, es mi mujer…o alguien que se metió en mi casa…un momento, ¿es esta mi casa? Observó la recamara. Todo parecía normal. Los muebles, los adornos, los objetos que cargaba en las bolsas de su pantalón, la cartera, las llaves de su carro, las plumas que había puesto sobre el buró, de su lado de la cama, hasta la foto dónde aparecía aquella mujer junto a él, sí, aquella que estaba durmiendo a su lado, sólo qué, se miraba distinta, tenía el pelo de otro color, se miraba más joven, y él…no, todavía no lograba reconocerla. Se levantó de pronto. Con cierta exasperación. Corrió por toda la casa, como buscando algo, no…no estaba…empezó a gritar, perdía la cordura, algo se le había perdido. —A lo mejor estoy muerto…¿será? Como que todo se me hace conocido, pero a la misma vez, todo parece extraño, lejano, como que nunca lo he visto. La hembra despierta de pronto. —¿Qué haces Vladimir? —Busco algo que perdí. —¿Qué perdiste? ¿Tu corazón? ¿Tu palabra? ¿A ti mismo? Él miró de frente a aquella mujer. --¿No me digas que me perdiste a mí?—Se carcajeó en la cara del varón, hablando en tono bastante sarcástico. Ya viéndola de frente, no podía ser una muchachita de más de doce años de edad. Entonces, la pesadilla comenzó… —No, no veo ninguno de mis libros. ¿Qué hiciste con ellos? ¿Los quemaste? ¿Los tiraste a la basura? Los necesito, tengo que leerlos una vez más, tengo que intentar entender qué pasa conmigo, porque me gustas tanto, creo que ya recuerdo quién eres…al menos…recuerdo anoche…lo que hice… ¡Tengo que escribir qué significas para mí! ¿Entiendes? —No Vladi, no entiendo. Nunca te he entendido. Súbitamente, Vladimir despertó. Sí…estaba soñando, sí…todo era una pesadilla, sus libros estaban dónde los había dejado. Por todos lados, tirados en el piso, sobre la cama, encima de los muebles de la sala, en la misma cocina, arriba del refrigerador, sí, por todos lados. Aquel individuo, necesitaba leer, sí, leer, algo que la gente ya no hacía…porque de ese modo, él podía subsistir, podía respirar mejor, era su droga, su adicción, su obsesión, era la forma de justificar sus sentimientos por aquella criatura que durmió a su lado la noche anterior. Se sentó en el sillón que estaba en la sala. Tomó el primer libro a su alcance. Vio la portada, era Lolita, casi lo besa cuando leyó el título y su autor, Nabokov… —Mi madre me puso el nombre de él…sí…a lo mejor por eso soy como soy…no sé…pero tengo el mismo nombre que el autor de Lolita. Lo voy a leer otra vez, tal vez, en esta ocasión, sí pueda entender porque siento lo que siento… Suspiró, dejo caer sus brazos, se dispuso a leer. Aquel libro, era el reflejo de toda su perversidad…ni más…ni menos… Abrió las páginas para leer… Entonces, la pesadilla se hizo insoportable…no había letras dentro del libro, todo había sido una invención en su imaginación, la lectura no existía, todo lo había creado Vladimir en su mente. Nadie sabía qué era el leer… —¿Puede ser posible? Entonces, Vladimir despertó nuevamente... © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
|