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Presencia

La noticia

8/23/2017

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La noticia
Un cuento
Por David Alberto Muñoz

—¡Cuándo me dio la noticia, quedé totalmente paralizado!  No supe ni cómo reaccionar.  Estaba totalmente anonadado, de verdad, ni siquiera me di cuenta de que por poco me pega un autobús que iba a toda velocidad.

 —Rubí está muerta…

—¿Estás loco?  A penas la vi ayer después del trabajo…habíamos quedado en salir juntos el próximo viernes porque deseábamos formalizar nuestra relación…no lo creo… ¿Cómo puede ser posible?
           
Rodrigo simplemente permaneció con la mirada perdida detrás de aquel periódico que había recogido en un FOOD-CITY después de haber visitado las oficinas del sindicato donde le habrían dicho que probablemente la huelga ya estaba en marcha.  Caminaba como autómata.  El cuerpo le pesaba de sobremanera.  Sentía un dolor en la cintura y sudaba casi como si hubiese estado haciendo ejercicio.
           
Pensó con cierta lentitud.  Sin embargo, no podía deshacerse del pensamiento.  Rubí estaba muerta.  No lo podía creer.  Incluso en el sindicato todos intentaron consolarlo.  Le dijeron:
           
—¡Vete a la casa de los Peralta!  Te pueden necesitar.
           
—No te preocupes por la huelga, nosotros nos encargamos.
           
—Lo siento mucho Rodrigo, de veras…lo siento.
           
—I’m really sorry man, I mean that!
           
Él era un hombre con rostro agradable.  Todos los días se bañaba y cuidadosamente peinaba su cabello con la intención de tener mejor apariencia.  Era alto de pelo castaño y ojos verdes.  Era algo coqueto. Sus verdosos ojos estaban adornados por unas pestañas inmensas, muchas mujeres llegaron a decirle:
           
—¿Me regalas tus pestañas?
           
Al principio siendo todavía un púbero, se escondía detrás de su propia risa.  Una vez que alcanzó una edad más madura, utilizaba todo lo que los dioses le otorgaron sin la menor discriminación.
           
—¿Por qué?—preguntó.
           
—No sé, las cosas son tan raras.  La mera verdad no tengo la menor idea.  Era tan jovencita, tan inocente.  Bueno, al menos en apariencia.  Nunca me hubiera imaginado a Rubí trabajando en un lugar así.
           
—¡Cállate!
           
—Pero ¿qué quieres qué diga?  Es la verdad, estaba metida en un…
           
—¡Qué te calles!—gritó Rodrigo con mucha desesperación.
           
Todo se le hacía ilógico, tonto, estúpido.  Los seres pasaban junto a él con la misma familiaridad de todos los días.  Todos de malas, maldiciendo a medio mundo, mentándole la madre a sus propios padres, mientras que el corazón le latía a mil kilómetros por hora, sin permitir que su verdad lo golpeara, porque bien sabía que una vez que se diese cuenta de que ella, ya no era, perdería completamente el juicio.
           
—¿Qué pasó Doña Esther?
           
—No sé mijito…despertó como todos los días, cantando, enchinándose el cabello, con esa linda actitud que siempre tuvo.  Nadie se hubiera imaginado que ese día sería su último respirar.
           
—No es posible Doña Esther…no es…
           
—Pues sí mijito.  Serían eso de las once de la noche.  Todos los días después del trabajo se tardaba un poco de tiempo en el parque.  A mí nunca me gustó que se paseara por allá porque ahí está ese mentado lugar de los mil demonios.  Todo el mundo sabe que en esa casa se hacen cosas sucias.  Pero cómo íbamos nosotros a saber que Rubí trabajaba ahí.  ¡Por el amor de Dios!  No tenía ni los veinte años.
           
Rodrigo llegó al lugar.  Era una casa vieja con rostro de brujas y piel de hechiceras.  Alguna vez sus amigos lo habrían llevado para celebrar su cumpleaños.  Era una casa de citas, un burdel, un prostíbulo, una pinche casa de putas.  Había policías, hombres ebrios que todavía ni cuenta se daban de lo ocurrido.  La machota masticaba chicle rascándose los muslos en plena vía pública.  La pretenciosa se levantaba los senos cada tres segundos, la piadosa le coqueteaba al cantinero quien se servía una copa más mientras que un cuerpo cubierto por una sábana yacía casi enfrente del mitológico lugar.
           
—Rubí…—habló sin convicción Rodrigo, con la voz quebrada, los huesos triturados, su cadera deformada, sus labios hinchados, su cerebro derretido por toda la sangre que se le subió a la cabeza.
           
Se acercó lentamente…levantó la tela…y la vio…
           
—¿Qué pasó?—preguntó.
           
Todas las mujeres lo vieron con rostro de lástima.
           
—¿Tú eres Rodrigo?
           
—Sí.
           
—Pobrecito idiota. Rubí ya tenía más de dos años de trabajar aquí.  Tenía muy buenos clientes, pero ayer en la noche se le fueron los pies y le quiso robar al señor todopoderoso.  Con él no se juega, el te puede quitar la vida si lo ofendes...
           
—¿De qué estás hablando?
           
—¡Ay diosito de veras que eres pendejo!
           
Rodrigo miraba a aquella mujer quien reflejaba en su rostro miles de noches pasadas entre brebajes malignos y lienzos sucios, en medio de malos alientos y conocidos cuerpos.  Noches eternas donde el sonido de una carcajada puede convertirse en una bofetada dada por la lujuria aprendida detrás del placer.
           
—Su destino papacito…su destino…Nadie puede escapar su destino.  Ella jugaba con dos mundos.  Nos llegó a platicar que un día se iba a casar contigo, que iban a tener cuatro niños, y que todo el dinero que ella estaba ahorrando lo gastaría para comprarte un auto que jamás manejarías por tu condición.
           
—¿Mi condición?  ¿De qué hablas?
           
—¿Ay papito…ustedes los hombres son pendejos o nada más se hacen? 
           
Rodrigo se acercó hacía la mujer quien riéndose encendía un cigarro sacudiendo el polvo de entre sus piernas.
           
—Eres un varón, y estabas atado a ella, no sabes manejar tu vida, dependías completamente de ella, ¿entiendes? No sabes hacer nada sin ella.


Rodrigo miraba con la vista perdida. 

—No pudiste salvarla, por más que la amaste, no pudiste detenerla, no tuviste el valor de hacer algo por ella…
           
—¡Eso no es cierto!  ¡Yo la amaba!
           
—Si papito…tú la amabas…por eso ella prefirió irse…por su destino…porque tú no supiste detenerla…
           
—¿Qué quieres decir?
           
—Prefirió tomar el riesgo que acudir contigo…prefirió saltar al precipicio que cubrirse con tus inocentes palabras de amor...no pudiste detenerla…ella era hembra primero, oíste, hembra, que pudo decidir su destino y sobre todo aceptarlo...te engañó, es todo, te engaño y su ambición fue más allá de tu presencia…

Rubí estaba muerta…Cuando me dio la noticia…ella ya no era…

© David Alberto Muñoz
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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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