Un microrelato
Por David Alberto Muñoz Eva intenta seducir a Adán. Le dice: “El sabor de esta fruta te dará conocimiento de los dioses”. Él responde: “El sabor de tu piel ya me hizo conocer a los dioses. Y ¿sabes qué? No tienen madre”.
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Un cuento religioso
Por David Alberto Muñoz Érase una vez que se era, un niño judío, normal, como cualquier otro infante, pero tenía la característica de pertenecer a ese gremio religioso conocido como el judaísmo; no por convicción propia, más bien porque así se lo impusieron sus padres, o quizás, simplemente por haber nacido dónde nació. Nadie escoge su lugar de nacimiento. Siempre le ponían en la cabeza algo que él descubrió, se llamaba kipá. —¿Para qué me pondrán esto en la cabeza? Pensó que tal vez era una costumbre de la gente en general, pero al poco rato descubrió que no, no lo era. Solamente cuando su familia asistía a lo que le dijeron era la sinagoga, todos los varones presentes, traían ese kipá en la cabeza. —A mi hermanita no se lo ponen. ¿Por qué? En su casa, su padre tenía un cuerno de carnero, le gustaba tocarlo una vez al año, en el séptimo mes, en el primer sábado del mes, le explicaba al chiquillo: —Conmemoramos a son de trompetas, porque Elohim Adonai, lo instituyó en su palabra que es la ley, y es menester asistir a una convocación santa. —¿Pero por qué tienes que tocar eso papá? Suena muy feo. —Es el llamamiento al arrepentimiento, debemos recordar el pacto, la ley y la llegada del Mashíaj. ¡Nunca entendió eso del mentado Meshia, Mashia, Mishia, o cómo se diga! —En la escuela, mis amigos me dicen que el susodicho individuo fue un tal Jesús, al cual ellos celebran todos los domingos en sus iglesias. Yo les digo que no, que yo no voy a la iglesia, más bien asisto a la sinagoga, y no los domingos, más bien los sábados. El papá de Estuardo, un compañero de clases, me dijo el otro día, que yo, necesitaba conocer al tal Jesús, de una manera personal. Yo le dije que no conozco a ese señor, aunque hay muchos niños que se llaman así, bueno, a excepción que sea el niño nuevo que acaba de entrar a la escuela, pero ya está grande, va en sexto año, y pues no estamos en el mismo grupo. Ese señor, no Jesús, sino el papá de Estuardo, es un ministro del evangelio, yo le pregunté a mi papá que era eso y me dijo que algo similar a lo que es el Rabino Marvilla, pero que no es ni rabino, ni hombre de Dios, porque me dice que a esa gente, se les llaman cristianos; creen que Dios está metido tres en uno, o algo así, y que en realidad adoran a tres dioses, creo que le dicen la Santísima Trinidad. Yo la verdad no sé, ni entiendo mucho de eso. En aquella época, todos los que hablaban de Dios, decían tener la verdad, conversaban del amor de Dios de una manera muy exquisita, pero a la hora de mostrar con hechos lo que predicaban, nada de nada. —Yo tenía mis amigos en la escuela, la mayoría eran cristianos, pero había también algunos que eran musulmanes, otros hasta budistas, y ateos también, nosotros nunca nos fijamos en lo que creíamos, éramos amigos y punto. Y pues, ¿qué creen?, me prohibieron juntarme con ellos. Mejor me sacaron de la escuela y me metieron en una escuela judía, donde enseñaban la verdad. Ahí aprendí sobre el Torá, el Candelabro Menoráh, el Tefilín y demás. La mayoría de mis amigos me dicen que sus papás les enseñan que los judíos no tenemos ni entendemos la verdad. Hay incluso algunos, que nos culpan por la muerte del tal Jesús. Esto de la religión nada más nos ha separado a mis amigos y a mí. El pobre niño se encontró en un mundo dualista, dónde todos decían amarse unos a otros, pero a la hora de la hora, era muy difícil aceptar al prójimo porque no creía igual que ellos. Era un universo lleno de buenas intenciones, dogmas hermosos, formulas casi divinas que habían sido plasmadas en tantas creencias de los seres humanos. Sin embargo, faltaba un muy importante elemento. —Creo que lo que pasa es que nadie quiere estar equivocado, y porque nadie quiere estar equivocado, no la pasamos peleando unos contra otros, sobre palabrerío y medio, simbolismos, ideología, y toda esa cosa que habla la mentada teología. Érase una vez que se era, un niño, que tuvo que mentir, esconderse, y hasta robar, para poder ver y compartir con sus amigos, éstos, tenían el gran defecto de no ser judíos, mientras que todos sus padres, siguieron peleando por los siglos de los siglos. AMEN © David Alberto Muñoz México, un 16 de septiembre más
Por David Alberto Muñoz Recuerdo mi niñez, y las calles dónde crecí. Mis amigos de la infancia y yo nos reuníamos para jugar fútbol en la calle, organizar olimpiadas en todo el fraccionamiento, jugar a las escondidas y hasta perder el tiempo juntos mientras una tarde se convertía en una velada nocturna. Pasé muchas celebraciones del 16 de septiembre en mi tierra natal. En la escuela teníamos festivales, siempre vestían a alguien de Hidalgo, en cierta ocasión tuve la oportunidad de representar a Morelos en el día de la independencia. Es muy curioso el orgullo que siente un niño mexicano, cumpliendo con esa labor de celebrar a su país y a sus héroes de emancipación. Entre mis recuerdos borrosos, vienen a mi mente las veces que marché con la escolta llevando el símbolo nacional. Siempre me daban la posición del que daba las órdenes. No recuerdo cómo se le llama. —¡Atención escolta! ¡Cuarta conversión a la derecha! ¡Ya! Al menos así lo recuerdo. Tal vez, me daban la posición porque siempre he sido medio gritón, de cualquier manera me gustaba, me sentía muy orgulloso de que todos los lunes, saludábamos a la bandera, y yo era el encargado de dirigir a la escolta. Tengo presente que en una ocasión, me tocó ser al abanderado. No supe ni cómo pero cuando menos lo pensé, ya estaba con el símbolo nacional en los brazos. Recuerdo que mi cuerpo temblaba de nervios, me sentía emocionado pero a la misma vez temiendo no ser capaz de llevar con dignidad los colores de mí patria. Hoy, hace ya muchos años miro como la nación que me vio nacer, parece no haber cambiado, a pesar del mentado Facebook, la generación de los milenios, que nos dicen que son más apasionados, más optimistas y mucho más realistas, que las jóvenes actuales ya no sueñan con el príncipe azul, y los varones, parecen ya haber salido de aquel discurso machista que siempre ha afectado tanto a México. Eso lo pongo en duda. Pero al ver a mi país en su estado actual, no me dan ganas de celebrar la independencia de México. Lo único que nos queda como país, es nuestra cultura, sí, muy rica, muy desarrollada, pero nada más. Encontramos la cultura musical, la cultura culinaria, la cultura popular, así como la aristócrata, en cada estado, de todo tipo, una cultura quizás encerrada en discursos que lo único que logran es chocar los unos con los otros. Preguntó: ¿Dónde está la cultura indígena de nuestro país? No la pasan por televisa ¿verdad? Cuántos años han pasado y no hemos podido cambiar a nuestro gobierno. Es el mismo México que dejé hace más de 40 años, el jodido está más jodido, el rico con más privilegios, y los que tienen poder actualmente ya no es el gobierno, ahora son los narcos, éstos, controlan todo el dinero mientras la población sigue existiendo en medio de alegatos que sólo parecen contradecirlo todo, criticarlo todo, incluso a los propios mexicanos, inclusive, nuestra propia existencia. Quiero mucho al país de mi adolescencia, a mis experiencias que forjaron el carácter del hombre que soy actualmente. Y aunque siempre tengo ganas de gritar: ¡Viva México hijos de su chingada madre! Este año prefiero callar, y esperar como toda generación lo ha hecho, de que el llamado gigante dormido, despierte, y cumpla con su deber para con todos sus ciudadanos. Feliz 16 de septiembre, aunque cabe preguntar: ¿Qué celebramos este año? © David Alberto Muñoz Hechizo de amor
Un cuento Por David Alberto Muñoz Vivíamos en la calle de Cajamarca, era la cuarta, porque había tres más, en el fraccionamiento dónde crecimos, encontrabas cuatro calles con el mismo nombre, Primera de Cajamarca, Segunda de Cajamarca, etc., hasta que llegabas a la Cuarta de Cajamarca. También había calles que se llamaban Cochabamba, e Iquique, eran ciudades del continente, por eso se llamaba Fraccionamiento Las Américas. Eso no lo descubrí sino muchos años después, ya que crecí. No me crié en una vecindad, ni en una barriada, era un fraccionamiento en toda la extensión de la palabra, bastante grande, bien pavimentado, aunque la avenida principal, la que daba entraba a toda la división, estuvo por muchos años llena de baches, nada más les ponían tierra encima y nunca los arreglaban bien. Fue hasta después de muchos años, cuando finalmente la Avenida las Américas estuvo transitable. Y aunque le dábamos la vuelta corriendo o en bicicleta, nunca nos sentimos apeñuscados. Al lado teníamos el bosque de Los Remedios, era un bosque que subía por los linderos del fraccionamiento, y ahí, había unas cuevas donde íbamos de vez en cuando a jugar botella con las muchachas de la prepa. Cuántas veces no recuerdo haber estado en el centro de las cuevas. Había un chavo que las conocía como la palma de su mano, y era él quién nos metía hasta dentro. Creo que fue ahí precisamente, cuando besé por primera vez a una muchacha en los labios. Estábamos muy mocosos todos, de primero de prepa, 16 años cuando mucho, pero la mayoría, estábamos entre los 14 y 15 años. Fue en una de esas escapaditas cuando pasó todo… cuando Lucía desapareció, y no se supo de ella por mucho tiempo. Es verdad, andaba con nosotros. ¡Pero yo juro que no le hicimos nada, por ésta! El único que si nos quiso meter loquera fue Leobardo, ya estaba más grande que todos nosotros. Ha de haber tenido ya, fácil sus 17 o 18 años. Era el líder de la cuadra, vivía en el 14, todos lo buscábamos porque como era más grande, nos contaba cosas de chavas, y pues uno… uno es bien calenturiento cuando está chico. ¿O no? Lucía era muy coqueta, siempre andaba coqueteando con todos nosotros, era como un miembro más de entre los varones, pero como era mujer, no sé, tenía un poder sobre cada uno de nosotros. El único que sí le daba batalla era Leobardo; ella estaba chica igual que nosotros, pero como dicen que la mujer madura más rápido que el hombre, a sus 16 años sabía mucho más que todos nosotros, y decían algunos, como Juanito, Pedro y el Largo, que ya había cogido con varios muchachos más grandes de la prepa, que a lo mejor se nos podía hacer. Esa noche, todos nos metimos al mero centro de las cuevas. El Largo había comprado unas caguamas, como se miraba más grande, además siempre le compraba a su papá. Estábamos tomando, hablando pendejada y media, haciendo bromas con Lucía, le agarramos las piernas, ella también nos tocaba en nuestras partes privadas, luego Leobardo la agarraba por detrás y le apretaba los senos, en fin… puro juego, ella, a ratos se reía, y a ratos, nos daba unas cachetadas que todavía me duelen. De pronto, Leobardo la acorrala, y casi nos grita a todos. —¿Quién quiere coger cabrones? Todos nos asustamos. Lo dijo en mala onda, todos lo pudimos sentir. Juanito luego luego le dijo. —¡Cálmate Leobardo! Nada más estamos echando relajo. Pero había algo en sus ojos que no creo que a nadie le gustó. Para no hacer el cuento largo, todos tratamos de detener a Leobardo, pero no pudimos. Agarró a Lucía y se la llevó sólo Dios sabe dónde. Cuando salimos de la cueva ya era casi de madrugada. Los buscamos por todos lados pero nada. Incluso, cuando llegamos a nuestras casas les dijimos a nuestros padres. Creo que todo el fraccionamiento los buscó por varios días. Pero nada… A los seis meses nos llegó la noticia de que los habían visto por Jalisco, o por Guanajuato, o tal vez por Sonora, el cuento creció, y se hizo toda una novela en la cual cada uno de nosotros aportábamos nuestros capítulos, esperanzas o deseos. Unos decían que se habían juntado, otros que Leobardo la había violado, y la había abandonado en un congal de La Merced. Llegamos a escuchar que la había asesinado, sí, Leobardo había matado a Lucía ya después de haberse cansado de tenerla. A todos nosotros nos dio mucho miedo. La policía nos interrogó a todos, uno por uno, por mucho rato, me cae. Por mucho tiempo fue el tema de conversación, no sólo en la cuadra, en todo el fraccionamiento, en todo el municipio de Naucalpan, me cae que sí. Hasta que un día, así de la nada, aparece la mentada Lucía, bien desarrollada, bien vestida, con un coche de esos Mustang que andaban muy de moda en esa época. Todos fuimos a verla, a preguntarle qué había pasado. —Pensamos que estabas muerta Lucía. —Nos dijeron que Leobardo se portó muy mal contigo. —Te hicimos muchas misas y hasta prometimos mandas por ti. —¿Dónde andabas? —¿Qué pasó? Lucía nos hizo ir nuevamente a las cuevas, al mismo lugar del cuál había desaparecido hace ya más de un año, y con voz de risa nos dijo simplemente. —Leobardo no supo hacerme feliz. Todos volteamos a vernos unos a otros con ojos de sorpresa e incógnita. —Cuando anden detrás de una muchacha, asegúrense que puedan hacerla feliz, que sepan satisfacerla, para que no hagan el ridículo, y salgan corriendo como salió Leobardo. No supimos que decir por varios minutos. Hasta que nos mostró una foto, dónde se podía ver a Leobardo, desnudo, y saliendo corriendo de las cuevas. —¿Pero, quién tomó esa foto?—pregunté yo—Además, ¿dónde está el susodicho? Esto está muy raro. ¿Dónde has estado Lucía? ¿Qué onda con Leobardo? No te hizo nada, entonces, ¿qué pasó? Lucía, tomando actitud de sacerdotisa levantó los brazos, y todos sentimos un escalofrió recoger nuestro cuerpo. —Cuando ese hombre hable sobre mí, que me desee Cuando ese hombre piense en mí, que me desee Cuando ese hombre coma, que me desee Cuando ese hombre camine, que me desee Cuando ese hombre se bañe, que me desee Pero cuando ese hombre quiera hacerme el amor que no me desee, porque ese tiempo ya pasó Desperté al siguiente día sin estar seguro de que lo que habíamos visto fuese verdad. Nos juntamos todos y nos cuestionamos. Todos, después de aquellas palabras, caímos en un sueño profundo, del cual, parecemos todavía no poder despertar. No sé qué pasó, no entendí qué pasó exactamente, pero sí aprendí una lección, no es suficiente desear a una mujer con todas las fuerzas del mundo, no, es necesario también, saber amarla, y amarla en su tiempo. Este hechizo de amor, ha permanecido conmigo desde entonces. Se llamaba Lucía… y Leobardo, sólo Dios sabe dónde quedó. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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