Hechizo de amor
Un cuento Por David Alberto Muñoz Vivíamos en la calle de Cajamarca, era la cuarta, porque había tres más, en el fraccionamiento dónde crecimos, encontrabas cuatro calles con el mismo nombre, Primera de Cajamarca, Segunda de Cajamarca, etc., hasta que llegabas a la Cuarta de Cajamarca. También había calles que se llamaban Cochabamba, e Iquique, eran ciudades del continente, por eso se llamaba Fraccionamiento Las Américas. Eso no lo descubrí sino muchos años después, ya que crecí. No me crié en una vecindad, ni en una barriada, era un fraccionamiento en toda la extensión de la palabra, bastante grande, bien pavimentado, aunque la avenida principal, la que daba entraba a toda la división, estuvo por muchos años llena de baches, nada más les ponían tierra encima y nunca los arreglaban bien. Fue hasta después de muchos años, cuando finalmente la Avenida las Américas estuvo transitable. Y aunque le dábamos la vuelta corriendo o en bicicleta, nunca nos sentimos apeñuscados. Al lado teníamos el bosque de Los Remedios, era un bosque que subía por los linderos del fraccionamiento, y ahí, había unas cuevas donde íbamos de vez en cuando a jugar botella con las muchachas de la prepa. Cuántas veces no recuerdo haber estado en el centro de las cuevas. Había un chavo que las conocía como la palma de su mano, y era él quién nos metía hasta dentro. Creo que fue ahí precisamente, cuando besé por primera vez a una muchacha en los labios. Estábamos muy mocosos todos, de primero de prepa, 16 años cuando mucho, pero la mayoría, estábamos entre los 14 y 15 años. Fue en una de esas escapaditas cuando pasó todo… cuando Lucía desapareció, y no se supo de ella por mucho tiempo. Es verdad, andaba con nosotros. ¡Pero yo juro que no le hicimos nada, por ésta! El único que si nos quiso meter loquera fue Leobardo, ya estaba más grande que todos nosotros. Ha de haber tenido ya, fácil sus 17 o 18 años. Era el líder de la cuadra, vivía en el 14, todos lo buscábamos porque como era más grande, nos contaba cosas de chavas, y pues uno… uno es bien calenturiento cuando está chico. ¿O no? Lucía era muy coqueta, siempre andaba coqueteando con todos nosotros, era como un miembro más de entre los varones, pero como era mujer, no sé, tenía un poder sobre cada uno de nosotros. El único que sí le daba batalla era Leobardo; ella estaba chica igual que nosotros, pero como dicen que la mujer madura más rápido que el hombre, a sus 16 años sabía mucho más que todos nosotros, y decían algunos, como Juanito, Pedro y el Largo, que ya había cogido con varios muchachos más grandes de la prepa, que a lo mejor se nos podía hacer. Esa noche, todos nos metimos al mero centro de las cuevas. El Largo había comprado unas caguamas, como se miraba más grande, además siempre le compraba a su papá. Estábamos tomando, hablando pendejada y media, haciendo bromas con Lucía, le agarramos las piernas, ella también nos tocaba en nuestras partes privadas, luego Leobardo la agarraba por detrás y le apretaba los senos, en fin… puro juego, ella, a ratos se reía, y a ratos, nos daba unas cachetadas que todavía me duelen. De pronto, Leobardo la acorrala, y casi nos grita a todos. —¿Quién quiere coger cabrones? Todos nos asustamos. Lo dijo en mala onda, todos lo pudimos sentir. Juanito luego luego le dijo. —¡Cálmate Leobardo! Nada más estamos echando relajo. Pero había algo en sus ojos que no creo que a nadie le gustó. Para no hacer el cuento largo, todos tratamos de detener a Leobardo, pero no pudimos. Agarró a Lucía y se la llevó sólo Dios sabe dónde. Cuando salimos de la cueva ya era casi de madrugada. Los buscamos por todos lados pero nada. Incluso, cuando llegamos a nuestras casas les dijimos a nuestros padres. Creo que todo el fraccionamiento los buscó por varios días. Pero nada… A los seis meses nos llegó la noticia de que los habían visto por Jalisco, o por Guanajuato, o tal vez por Sonora, el cuento creció, y se hizo toda una novela en la cual cada uno de nosotros aportábamos nuestros capítulos, esperanzas o deseos. Unos decían que se habían juntado, otros que Leobardo la había violado, y la había abandonado en un congal de La Merced. Llegamos a escuchar que la había asesinado, sí, Leobardo había matado a Lucía ya después de haberse cansado de tenerla. A todos nosotros nos dio mucho miedo. La policía nos interrogó a todos, uno por uno, por mucho rato, me cae. Por mucho tiempo fue el tema de conversación, no sólo en la cuadra, en todo el fraccionamiento, en todo el municipio de Naucalpan, me cae que sí. Hasta que un día, así de la nada, aparece la mentada Lucía, bien desarrollada, bien vestida, con un coche de esos Mustang que andaban muy de moda en esa época. Todos fuimos a verla, a preguntarle qué había pasado. —Pensamos que estabas muerta Lucía. —Nos dijeron que Leobardo se portó muy mal contigo. —Te hicimos muchas misas y hasta prometimos mandas por ti. —¿Dónde andabas? —¿Qué pasó? Lucía nos hizo ir nuevamente a las cuevas, al mismo lugar del cuál había desaparecido hace ya más de un año, y con voz de risa nos dijo simplemente. —Leobardo no supo hacerme feliz. Todos volteamos a vernos unos a otros con ojos de sorpresa e incógnita. —Cuando anden detrás de una muchacha, asegúrense que puedan hacerla feliz, que sepan satisfacerla, para que no hagan el ridículo, y salgan corriendo como salió Leobardo. No supimos que decir por varios minutos. Hasta que nos mostró una foto, dónde se podía ver a Leobardo, desnudo, y saliendo corriendo de las cuevas. —¿Pero, quién tomó esa foto?—pregunté yo—Además, ¿dónde está el susodicho? Esto está muy raro. ¿Dónde has estado Lucía? ¿Qué onda con Leobardo? No te hizo nada, entonces, ¿qué pasó? Lucía, tomando actitud de sacerdotisa levantó los brazos, y todos sentimos un escalofrió recoger nuestro cuerpo. —Cuando ese hombre hable sobre mí, que me desee Cuando ese hombre piense en mí, que me desee Cuando ese hombre coma, que me desee Cuando ese hombre camine, que me desee Cuando ese hombre se bañe, que me desee Pero cuando ese hombre quiera hacerme el amor que no me desee, porque ese tiempo ya pasó Desperté al siguiente día sin estar seguro de que lo que habíamos visto fuese verdad. Nos juntamos todos y nos cuestionamos. Todos, después de aquellas palabras, caímos en un sueño profundo, del cual, parecemos todavía no poder despertar. No sé qué pasó, no entendí qué pasó exactamente, pero sí aprendí una lección, no es suficiente desear a una mujer con todas las fuerzas del mundo, no, es necesario también, saber amarla, y amarla en su tiempo. Este hechizo de amor, ha permanecido conmigo desde entonces. Se llamaba Lucía… y Leobardo, sólo Dios sabe dónde quedó. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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