La recepción
Por David Alberto Muñoz Sonó el teléfono de repente. Él, se despertó bruscamente. Casi por instinto levantó la bocina. —¿Bueno? —Lo buscan en la recepción señor. —En seguida bajo. Por unos minutos quedó paralizado. ¿Quién pudiera ser? Nadie sabía que estaba en la ciudad. Al contrario, había hecho un esfuerzo para que nadie se diera cuenta de sus movimientos. Estaba cansado y tenía toda la intención de desaparecer por varios días. Encontró un hotel perdido y se escondió con el deseo de que todo el mundo lo dejara en paz. Se peinó su cabello con un cepillo que tenía sobre el buró junto a la cama, para después ir y lavarse el rostro con agua fría. Salió de su cuarto que estaba en el primer piso. Caminó hacia los elevadores para descender a la planta baja. ¿Quién pudiera ser? —Nadie sabe que estoy aquí—murmuraba para sí mismo. La campana del elevador anunció su llegada a la planta baja. Salió del ascensor, y se dirigió hacia su derecha para encontrar sentada en un sillón de la recepción a su imaginación vestida de mujer. Traía un vestido azul con blanco, y un peinado de media cola abultado, con un poco de crepe, y además, una diadema de listón color azul marino. Se miraba divina. —¿Tú? —Sí, yo. Se besaron en la mejilla y de inmediato subieron al cuarto para hacer el amor. —Yo no iba a venir, lo pensé mucho, pero decidí estar contigo. —¿Cómo supiste dónde estaba? —Por favor poeta, soy tu imaginación, cómo no voy a saber dónde estás. A la mañana siguiente él despertó y volteó queriendo encontrar ese cuerpo de mujer junto a él, pero ya se había desvanecido. —Era solamente mi imaginación… Sí, estaba tan solo, que de vez en cuando su imaginación venía a hacerle el amor… © David Alberto Muñoz
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Las mariposas roban la cordura a los mortales
Un cuento Por David Alberto Muñoz —Va haber guerra Isabel. —Mi tía Clara dice que en la primavera, es la época del año cuando las mariposas roban la cordura a los mortales. —Tal vez tenga razón mi niña. Pero el problema es que en la actualidad, todos estamos bien solitos. Aunque andemos de cama en cama, al final de cuentas la noche nos llega y la soledad parece ser nuestra única amante. Isabel miró a Don Carlos, su padre, con ojos de sorpresa, de curiosidad. La muchacha de escasos 13 años de edad comenzaba a experimentar su propia vida. Su cuerpo estaba cambiando. Se ruborizaba cuando se le acercaba algún varoncito a quién ella consideraba atractivo. Además, sus pechos estaban creciendo, a veces se sentía tan incomoda. Qué difícil puede ser la adolescencia cuando no somos ni adultos ni niños, cuando estamos en esa extraña dimensión de la transformación. —¿Sabes Isabel? —continuó Don Carlos—A ti te tocó vivir unos tiempos muy curiosos. Las malas lenguas dicen que el mundo se puede acabar en cualquier momento. No sabemos quién será el nuevo emperador rojo azul, pero ese tipo con rostro de enojo, que se llama igual que el pato Donald, creo que es más terco que una mula. Nos ha tocado ser testigos de una guerra que se vio en televisión por Pay-per view. Este mundo en que vivimos, es un raro y paradójico universo donde los niños parecen crecer más rápido que antes. Cuando tu madre y yo estábamos creciendo, no existía eso de operarse el cuerpo para tener un mejor aspecto físico, sobre todo los hombres. Se pensaba que el hombre entre más rudo era, pues era más hombre. De repente como que el universo se ha confeccionado a la medida del cliente, donde si no te gusta el tamaño de tu órgano viril, lo puedes cambiar por uno nuevo, totalmente garantizado. —¿En esta época del año las mariposas roban la cordura a los mortales papá? —No sé... Los humanos siempre hemos sido raros. El problema no es dejar que las mariposas nos roben la cordura, el problema es saber cuando es el tiempo adecuado. Isabel se levantó de la silla donde estaba sentada y se acercó a su padre para darle un tierno beso en la mejilla. Don Carlos la miró con ojos de profeta. —¡Ay mi reina, algún día va a llegar un infeliz macho varón masculino, y te va a robar! —¡Papá!—gritó con emoción la muchacha. Las sombras del terror estaban acariciando la columna vertebral de la noche. Todos los pobladores del planeta estaban a la expectativa. Había tensión y nerviosismo en los pueblos. En el imperio del águila calva pasaban por televisión mensajes a los soldados que ya se encontraban en el campo de batalla. Mujeres con niños pequeños, de brazos todavía, que intentaban contener sus lágrimas para darle ánimo a los valientes soldados. Padres reunidos con toda la familia le decían al militar lo orgullosos que todos estaban de él. —¿Sabes Isabel? —Dime papá. —Necesitamos que las mariposas nos roben la cordura a los mortales. Tu tía Clara tiene razón. Necesitamos de ese calor que nos invade a todos los humanos para poder sobrevivir. La necesidad de tener otro cuerpo junto al nuestro es vital para lograr que la raza humana no desaparezca. Cuando las mariposas controlan nuestra sensatez, existe la posibilidad de encontrar el muy buscado amor. ¿Quién no ha perdido la cabeza en algún momento de infantil pasión? Es mejor dejar que la mariposa controle nuestra cordura que elevar un arma y matar. —¿Así decían los hippies no papá? Let’s make love not war. Don Carlos se rió abiertamente y con un gusto inmenso cuando Isabel le hizo ese comentario. Tenía razón. En medio de tanta incertidumbre, la necesidad de perder la cordura estaba presente. Era la época del año cuando las mariposas robaban la cordura a los mortales. Y los humanos se estaban matando como siempre. Mientras Don Carlos platicaba con su hija Isabel. © David Alberto Muñoz Regresar a casa
Por David Alberto Muñoz Rufino Fonseca caminaba con cierta desesperación. Eran las tres de la mañana. Sus coyunturas le dolían más de la cuenta. Tenía esa terca costumbre de levantarse temprano y según él, ir a hacer ejercicio. En tiempos de antaño, esta costumbre lo había mantenido en buena condición. Hoy, a la edad de 67 años, con trabajos avanzaba cuatro pasos, mientras un fiero dolor lo detenía aun cuando él, hacia el intento. —Ten mucho cuidado Rufino—le decía su mujer todos los días—Hay mucha inseguridad en la ciudad. Las cosas no son como antes. Hace un año había mucha gente que iba a la Alameda a correr, a caminar, me acuerdo que incluso iban equipos completos de atletismo, acuérdate, hasta yo iba contigo, había mucha actividad. Pero hoy en día, ya no, las cosas han cambiado. Ten mucho cuidado. Rufino, solo refunfuñaba lanzando aquellos comentarios al viento. La ciudad se miraba sombría, con ese manto de misterio, esa sensación de miedo que todos los humanos han experimentado, cuando sientes que la sangre te hierve y como si alguien te va a atacar por detrás. Rufino iba caminando a paso lento, no podía tener otro, en aquel momento, la lentitud era su única aliada. Dio vuelta en Luis Moya, casi enfrente del monumento a Benito Juárez. —Cuántas veces no he andado por acá—se decía así mismo. De pronto, a lo lejos vio las luces de un coche. Era un taxi, podía ver el letrero sobre el carro. El automóvil se acercó a él y se detuvo. Por unos segundos el susto invadió a Rufino. —Si me quieren hacer algo puedo correr… aunque corriendo voy a dar risa… hijos de la chingada… les puedo dar unos buenos madrazos para que aprendan… ¿por qué nos hemos vuelto así?… ya no puede uno ni caminar en su propia ciudad… El coche se detuvo. —Disculpe señor, ¿cómo llegamos al Paseo de la Reforma? Rufino pensó: “Cómo eres pendejo. Eres taxista y no sabes cómo llegar a Reforma”. Revisó sus alrededores con sumo cuidado. Acercó su rostro hacia el interior del auto, eran dos individuos, con una cara de perdidos que no podían. —Síguele aquí derechito hasta que llegues a la avenida Juárez, das vuelta a tu derecha hasta llegar a esa calle ¿cómo se llama?, la que hace mucho tiempo era San Juan de Letrán, ah sí, Eje Lázaro Cárdenas, ahí le das a tu izquierda y por ahí vas a dar a Reforma. De inmediato Rufino se retiró del automóvil. Yendo a paso rápido, intentó alejarse lo más pronto posible. Aquellos dos hombres se bajaron del carro y empezaron a seguir a ese hombre de 67 años que todos los días al menos pretendía salir a hacer ejercicio. Al verlo correr, apresuraron sus pasos. Rufino casi se cae y al no poder más, simplemente se detuvo y volteó para ver de frente a sus asaltantes. —¿Señor? Por poco se nos va. La mirada de aquel hombre ya descansaba en la resignación. —¿Qué chingaos quieren?—pronunció con voz de enfado. —Se le cayó su cartera señor. —¿Cómo? —Su cartera, mire, que bueno que lo alcanzamos. Aquí tiene. Rufino quedó mudo, ya no de temor, sino de una envidiable sorpresa. Todavía hay gente honesta en nuestra pinche capital. Y regresó a su casa. © David Alberto Muñoz Horas de junio 2016, insania llena de cordura literaria
Por David Alberto Muñoz He analizado la vida de los grandes escritores, y las vidas de mis colegas actualmente, y veo ciertas características manifestadas especialmente durante este último encuentro de escritores Horas de junio 2016. En medio de un sentimiento de fraternidad, más de 100 escritores se juntaron con la intención de celebrar la palabra, compartir nuestras letras, nuestro trabajo literario, las intenciones de nuestras oraciones gramaticales, aquellas conjugaciones que tal vez odiábamos en la escuela primaria, y que se convirtieron en parte integra de las armas que utilizamos, al final de cuentas, toda esa palabrería que ponemos en papel, es la base de lo que somos como personas, como individuos, como miembros de una raza extraña, paradójica, nihilista en ciertos momentos, pero eso sí, sincera al crear su trabajo. No importa si nos consideramos narradores, poetas, ensayistas, o demás, lo que escribimos representa las mentes y los sentimientos de sujetos que han logrado de alguna manera traspasar los límites de la vida común, lo ordinario, ya que hemos visto más allá de nuestros propios ojos, más allá de nuestras propias comunidades, mucho más allá de nuestras propias perspectivas, y hemos decidido dejar una huella, un vestigio escrito que al menos quede guardado en las bibliotecas para futuras generaciones. Horas de junio se inició y terminó como muchos otros encuentros, en medio de alegrías, copas, deseos ya sea cumplidos, deprimidos, o escondidos detrás de una “loquera” considerada por muchos, pero amada por otros. Se encontraron viejos amigos, se diluyeron enemistades, cada uno de nosotros encontró su espacio, su forma de expresión, para lograr disfrutar de cuatro días maravillosos, en los cuales la calidad literaria se dejó ver en las mesas, en los bares, en las mismas calles de una ciudad de Hermosillo que ardió, llegando casi a los 50 grados, mientras los escritores, bailaban, bebían, nadaban, discutían, se incrustaban en medio del mar buscando esos instantes de éxtasis que todos deseamos. En esta ocasión se le rindió tributo al maestro Hernán Lara Zavala, novelista, ensayista y académico, nacido en la ciudad de México pero con fuertes lazos a la tierra de Yucatán, quién con voz condescendiente, atendió a cada uno de nosotros cuando nos acercamos para pedirle la foto, regalarle nuestros libros, o simplemente platicar con él sobre literatura. Suena fácil decirlo, pero esta fue la edición número XXI, veinte y un años de esfuerzo, de trabajo, 21 años de escritura dónde incluso los organizadores bromeaban diciendo: —Cuándo venga el escritor Edmundo Lizardi… y baje del avión con una enfermera, o cuando Roberto Castillo Udiarte, “El Johnny Tecate”, asista al encuentro con un bastón en la mano, pues el futuro llegó y ya estamos en ese momento. Definitivamente el tiempo ha pasado, algunos de nosotros ya tenemos más de 15 años de asistir a este evento literario, y lo que se ha logrado viéndolo ya en perspectiva, es darle una plataforma a todos aquellos escritores creativos, para presentar su trabajo. Si acaso los niveles son distintos, la intención parece ser la misma: Dejar que la palabra escrita se manifieste en todas sus expresiones, y logren cada uno de los participantes, lectores, público en general, un momento de unión entre el escritor y la palabra. ¡Muchas gracias a Jeff Durango, a Sol Moreno, y a cada uno de los organizadores que no menciono por no errar y que me falte uno! Sé que detrás, hay una infinidad de personas trabajando para que Horas de junio sea todo un éxito. En hora buena, y nos vemos en la siguiente. Perdón, decía al principio de mi escrito que al estudiar la vida de los grandes escritores y la vida de mis contemporáneos encuentro muchas similitudes. En una oración creo que todos los que escriben: “Producen una insania literaria, llena de cordura”. El que entienda bien, el que no, ni modo. © David Alberto Muñoz Si hay algo para lo que somos buenos los seres humanos, es para criticarnos unos a otros.
Somos y no somos Por David Alberto Muñoz No recuerdo con certeza cuando fue la última vez que me sentí de esta forma. Tal vez nunca, porque he descubierto que en mi juventud no tenía mucha conciencia; no se trata de presumir que ahora tengo mucha, porque no, pero confieso que los años no pasan en vano, si es que uno presta atención. Me doy cuenta que entre más viejo me pongo, las cosas siguen cambiando, el mundo en el cual vivo se trasforma a cada segundo, lo quiera yo o no, frente a mis propios ojos las cosas cambian completamente, y desaparecen aquellas a las cuales estaba acostumbrado. Bien lo dijo Heráclito, entramos y salimos en los mismos ríos pero a la misma vez somos y no somos los mismos. Lo curioso es que todo parece ir con mayor rapidez, con una inevitable velocidad que en ocasiones siento, me deja atrás. La vida moderna es tan rápida, a veces pienso que la tecnología ya nos ha conquistado. Todos caminamos con ese pequeño aparatito que nos abre las puertas a casi todo el saber humano. Hace años, si yo quería saber cómo se mueven los mares dentro de sus corrientes naturales, tendría que ir a una biblioteca, sacar unas tarjetitas muy bien guardadas con cierta numeración, ir y buscar en medio de cientos y cientos de libros, para finalmente encontrar mi respuesta. Hoy en día lo único que hay que hacer, es un googoolazo, y como por arte de magia, aparece en mis propias manos la información que necesito. Todos trabajamos con los adelantos de la tecnología, una computadora Laptop, una tableta, y por supuesto, un teléfono celular, todos conectados el uno con el otro por medio de G-mail, Google, Microsoft, o sólo Dios sabe que tantas aplicaciones disponibles. De pronto, nos encontramos laborando, pero recibimos notificaciones del Facebook, podemos asignar un sonido en especial para asegurarnos de dónde, o de quién, viene el mensaje. Nuestros correos electrónicos también pueden ser reconocidos, así como quién nos llama por teléfono, o quienes nos mandan mensajes de texto. A veces, es muy curioso el observar, que la gente ya casi no se mira a los ojos, por el contrario, todos están anclados a sus teléfonos, sus miradas perdidas en un texto, o en una imagen que enviamos constantemente, pensando que todo el mundo la va a ver, que a todo el mundo le interesa como nos sentimos, como nos vemos. Los mentados selfies se acumulan en la memoria del teléfono, y es menester de vez en cuando borrar las imágenes que ya no queremos. Por si fuera poco, ponemos nuestras vidas enteras bajo la luz de un mundo raro y en ocasiones adverso. Pretendemos que estamos contentos, a veces sí lo estamos, pero en otras ocasiones se pueden oír voces de frustración y amargura, de enojo, no estoy seguro del por qué. Existen también aquellas voces que nada más les están tirando piedras a los demás, no importa que discurso tengan. Si hay algo para lo que somos buenos los seres humanos, es para criticarnos unos a otros. Los religiosos les dicen a todo mundo que están en pecado y necesitan darle su vida a Jesucristo, bueno, si son cristianos, porque también tenemos musulmanes, hindúes, judíos, budistas y hasta satanistas, de todo hay en la viña del señor. Los ateos se burlan de los fieles presentando argumentos basados en la lógica y no en la especulación. Existen aquellos que tienen una conciencia social, y constantemente, hablan de las injusticias de los que están en el poder para con la gente trabajadora, del pueblo, o el populacho, dependiendo de qué trasfondo educativo tengamos. No pueden faltar, los solitarios, que andan buscando a alguien con quién platicar. Las mujeres tirándoles piedras a los hombres, los hombres a las hembras, los jóvenes con su cultura “milenaria”, que en realidad ya no pueden concentrarse más de media hora porque necesitan una nueva aplicación que utilizar, y a veces no le ponen estampilla a las cartas, porque no logran entender que sea necesario poner un pedacito de papel sobre otro papel, y pagar por el mismo. Aquellos obsesionados por el buen comer, expresan que es menester comer saludablemente, cuidar el cuerpo y hacer ejercicio. Los viciosos nada más quieren andar de fiesta en fiesta. Los graciosos contando chistes de todos colores. Los artistas, escritores, actores, pintores, bailarines, escultores, músicos y demás, todos en busca del perfecto planteamiento de lo que realmente significa estar vivo, sin poder evitar a los envidiosos que se sacan de onda porque el vecino comió langosta y ellos no, además, los orgullosos, que se levantan a pura jactancia, aquellos que se la pasan diciendo frases de sabiduría, de locura, de arrebatamiento, los que esperan el gran apocalipsis, los que destruyen en el nombre de su Dios, todos, sí, absolutamente todos, simplemente viviendo porque no nos queda de otra. Como diría mi abuela: “Cada loco con su tema”. Y es verdad, no todos son felices, no todos ríen y gozan, hay algunos que prefieren llorar y encuentran su gozo sumergidos en la tristeza, pero todos al final de cuentas, descubrimos si es que somos honestos con nosotros mismos, que lo único que realmente sabemos es que respiramos, y por lo tanto estamos vivos, y que todos vamos al mismo lugar, nos guste o no. Cuando era más joven no pensaba mucho en la muerte. Pero cuando me doy cuenta de que algunos de mis amigos se están muriendo, que nuestros padres ya desaparecieron. Confieso ciertas cosas, los juguetes que utilizaba cuando era niño ya parecen ser de la Edad Media. La rapidez que tenía al moverme ha disminuido, y sí, no soy un viejo todavía pero para allá voy, y es importante saber cómo vamos a enfrentar la vejez si es que llegamos. Descubro, que cuando voy al médico, puedo ver gente ya grande, con sus bastones y andadores, y me doy cuenta que mi tiempo ya está más cerca. ¡Chingada! Y apenas le estaba agarrando patín a la vida. Todo sigue cambiando, el adquirir sabiduría no es la mera acumulación de saberes. Esto no es lo sabio diría Heráclito, para él, lo sabio es uno y una sola cosa, “los opuestos” (se parece al taoísmo). No podríamos entender la noche sin comprender el día, jamás sabríamos de las profundidades del mar sin la inmensidad del cielo. La vida humana es una acumulación de opuestos, hombre y mujer, anciano y joven, blanco y negro, alto y bajo, y en medio, toda una gama de posibilidades alternativas que nos hacen ser lo que somos. ¡Simplemente seres humanos en oposición a todo aquello que no entendemos, no queremos, no deseamos, o simplemente no intentamos conocer! El río fluye y cambia, la corriente igual, y al pisar nosotros el agua, estamos cambiando, y esos segundos de cambio, de trasformación, muchas veces no podemos percibirlos. Es por esto precisamente, que somos y no somos los mismos. ¡Pinche vida! Mejor vivirla porque después… sólo los dioses sabrán… © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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