Consejo de padre Un minicuento de David Alberto Muñoz Desde que yo me acuerdo, mi padre nos dijo lo mismo a todos. Si alguien les pega, péguenle ustedes más fuerte. Si alguien los avienta, aviéntenlo más fuerte, no se dejen, porque este pinche mundo es bien canijo. Aprovechen las oportunidades, no las vayan a desperdiciar. —Sí papá—contestamos todos. Una tarde de tantas que vive uno, Jaimito, el niño de al lado mío, no sé por qué empezó a molestar y a joder. Total, que me empuja el mentado Jaimito. Me tumbó, y me dio tanto coraje, que casi de inmediato me levanté y los empujé con todas las fuerzas que tenía por dentro. Jaimito al caer, se golpeó la cabeza y se nos fue. De eso ya más de 10 años, hoy precisamente, cumplo los 22 años, tenía doce cuando todo pasó. Me metieron en el bote. Que dizque era el bote para los menores de edad, sí cómo no. Ahí adentro, uno no aprende nada, o más bien no le enseñan nada a uno. Trataré de no desperdiciar la oportunidad papá, aunque, a lo mejor ya lo hice. —¿Robert Adams? Pa fuera, ya no regreses, aunque lo dudo. Trataré de no desperdiciar la oportunidad papá, aunque, a lo mejor ya lo hice. © David Alberto Muñoz
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COVID-19
Un cuento por David Alberto Muñoz —¿Qué pasó compadre? ¿Cómo va su día? —¡Órale compadre! ¿Qué anda haciendo por acá? No ve que nos dijeron que no saliéramos de nuestra casa. —¿Y usted que está haciendo compadre? —Eso es distinto. —¿Por qué? —Pues porque soy yo… jajaja… —¡No maches compa! Ya en serio, yo salí porque me aburrí de estar encerrado en la casa. Todos estamos bien. —Pues igual nosotros, pero la verdad no entiendo bien lo que el gobierno quiere que hagamos. ¡Qué el virus es peligroso! Pero, no se preocupen, todo va a estar bien. Yo quizás no entienda mucho de estas cosas, pero creo que es una cuestión de salud, ¿cómo dicen en México? Salud pública, pero los administradores hablan tanto de números, estadísticas que a veces me pierdo. Aunque es verdad, la mayoría son médicos, a excepción de los políticos. —¡Ah, esos políticos! Creo que lo mismo me pasa a mí. Por momentos cobro una seguridad que hasta yo mismo me sorprendo, pero al rato, no sabes si cobrar calma o de plano paniquearte. —No le he contado compadre. —¿Qué cosa compadre? —El otro día la Guillermina fue de compras al Walmart. Y me contó con lujo de detalles lo que vio. A mí se me figuró como una película de esas del fin del mundo. ¿Sí sabe de cuáles digo? —Sí compadre, hay un montón de películas de ese tipo. ¿Cómo les dicen? Apocalípticas… —Exacto… pues como le contaba, llega la Guillermina al mentado Walmart, y de pronto se da cuenta. Ni siquiera estaban tocando música. Los anaqueles vacíos. Y no solo los de papel de baño, servilletas, también, la comida, sí, el pan, las latas que no se hacen malas, salchichas, atún, carne, en fin. Había como unas cuatro o cinco personas. Y un silencio compadre, de esos que te congelan los huesos y no logras expresarte de ninguna manera. Le confieso compadre, que Guillermina me dijo, sentí bien feo, no sé por qué. Pero ya sabe usted cómo es la comadre, luego luego fue y le dijo al encargado pon música, siempre hay alguien recibiendo a la gente, ponle vida a este lugar. Es demasiado grande para que se mire de esta forma. Ah compadre… sentí ñañaras. ¿Cómo la ve? —¡Híjole! Está canijo. Han estado pasando tantas cosas. Pinche virus. ¿No sabía compadre que ya hasta cumbia le compusieron? —¿No? ¿En serio? No se mide la raza. —Si hasta ganas dan de bailarla. —Pues sí compadre, pero creo que tenemos también que ver las circunstancias, ¿qué está pasando realmente? —Eso, que ni qué. —De pronto, el presidente se pone muy cariñoso. Obviamente, no quiere perder la elección. Y ahora, sale como el superhéroe, el único capaz de no solamente ayudar sino también el único capaz de liberar a toda la nación. —No se ha dado cuenta compadre que todos en la conferencia de prensas tienen que alabar al mentado emperador del imperio rojo azul. Porque si no, ya saben lo qué puede suceder. — You’re fired! —Yo sé compadre que tengo que tomar responsabilidades por mi mismo y en algunas situaciones por mi familia. Pero hay muchas otras cosas. No he podido ir a trabajar. ¿Por qué? Porque según ellos, no desean contacto social por los próximos meses. ¡Óigame compadre! ¿Cómo voy a pagar mi mortgage? Además, mi carro, el de Guillermina, yo sé que ella trabaja también, pero los gastos son muchos compadre, usted bien lo sabe. Al rato los muchachos van a estar en edad de colegio. ¡Y eso no es todo! Los ahorros para nuestro retiro compadre. No es que sea mucho dinero, usted lo sabe, pero es dinero nuestro, que por años y años lo hemos ahorrado para tener algo. ¡Chingada madre! —Están cerrando todo compa. Tiendas, restaurantes, gimnasios, conciertos, juegos deportivos, cualquier tipo de negocio, es mejor que esté cerrado. Las consecuencias económicas, el presidente lidiara con ellas a su tiempo. Mientras tanto, ¿nosotros qué? —¿Sabe? Algo que me ha llamado la atención es la forma de reaccionar de la gente, del pueblo en general. Se paniquean todos, a veces al mismo tiempo. Yo no sé usted compadre, pero yo con esta mente de conspiracy theories que tengo, a veces pienso que el gobierno no nos está diciendo todo. Debe de haber algo atrás que no quieren decir por algún motivo. Ya saldrá, todo sale a superficie. Porque fíjese bien compadre, que dizque todo está bien, que deben de calmarse. Hay que tener cuidado, todo bajo control. Yo me pregunto, cuidado de ¿qué? Pues que hay que lavarse las manos más seguido, que hay que desinfectar el espacio dónde estamos trabajando. Esto debemos de hacerlo todos los días, con la amenaza de un virus o sin la amenaza. Manteniendo limpios nuestros lugares de trabajo, y desinfectando nuestras manos lo más posible, eso mantiene la salud en las comunidades. ¿O no? Es mejor, por lo tanto, no ir a restaurantes, porque al estar en comunión con los demás, los microbios se comparten. Por lo mismo, hay que tener cuidado. —Las cosas están muy raras compadre. Por momentos, la realidad, la verdad, ese elemento en el cual todos creen, parece desaparecer. Vea simplemente a nuestro emperador, una sola verdad, un solo punto de vista, una sola realidad. A veces pienso que es quizás las generaciones. ¿Cómo dicen por ahí? Generation gap, creo que en México le dicen, una brecha generacional. ¡Ah! Las cosas han cambiado, somos gente de una generación ya pasada. Pero eso no quita nuestro deseo de entender qué está sucediendo. —¿Quién sabe compadre? ¿Quién sabe? De lo que sí podemos estar seguros, es del cariño de nuestras familias y de nuestros amigos. A veces nos metemos demasiado en toda esa mierda que nos dan, de que algo va a pasar, de que el mundo se va a terminar, de que todo se está desvaneciendo. Bueno ¿y? Si se va acabar el mundo, nadie puede hacer nada para cambiar eso. Si los gobiernos ya están encontrando resistencia interna, cuidado compadre, pueden venir cosas feas, la verdad. Pero por el momento, creo que lo que debemos de hacer es simplemente disfrutar de nuestros seres queridos. Ya mañana, los dioses dirán. Ambos hombres guardaron silencio mientras sus miradas se encontraron en medio de un soplo al corazón. Esas realidades vividas, esas verdades encontradas, aquellas mentiras aprendidas, esas formas de ser, quizás, impuestas por nuestra cultura, invadida por la que descubrimos al entrar a suelo de nuestros ancestros. El planeta se confundía al querer cargar el peso, la necesidad de desnudar lo que esté sucediendo. Aunque quizás, ya no pasaba nada, todo ya estaba escrito. Tal vez, esta civilización desaparecerá, pero lo que permanecerá es el poder de la vida. —Así es compadre. El mismo aroma de vida despertará futuras generaciones que seguirán haciendo lo que nosotros hemos intentando: explicar más lógicamente, nuestra compleja experiencia humana. —Bueno compadre, me retiro. A ver hasta cuándo nos vemos. —Me parece bien compadre. ¿Nos damos la mano? ¿El abrazo? —Aunque digan que hay que tener cuidado. Yo no puedo decirle buenas noches a mi niña, sin darle un beso. —El beso está bien para su chamaca. A mí, deme un abrazo. —¿Oiga? —Oigo… —¿Por qué le abran puesto corona? —Para joder y seguir el chiste. —¿Cuál chiste? —El del meme del virus, creo que es el más popular, donde ves la imagen de un virus acompañado de la cerveza corona. No sé porque le pusieron así. Pero ya hasta piñatas tenemos sobre el mentado virus. —Así es… el corona virus… —COVID-19. —Chingada… a ver ¿qué pasa? © David Alberto Muñoz La Choles y el Sr. Benavidez
Un cuento por David Alberto Muñoz —Dile a la Choles que ya mero llega el patrón Benavidez. —Hasta el nombrecito de patrón tiene el jefe ¿no? —¡Pinche nombre de farmacia! —¡No manches! Pero su buena feria que se carga. —¿Don Paco? La Choles quiere ir a ver al patrón. —¡Pues siempre quiere ver al mero mero! Esa niña es terca, una mula diría mi señora madre. Más bien lo que quiere la nena es enseñarle al patrón. ¡Sí! Quiere enseñarle, ¿ya sabes por qué le dicen la Choles verdad? —¡Ah Don Paco! Todo mundo sabe eso. A la chamaca le gusta enseñar. Y cuando conoció al patrón, y vio cómo le entretenía al señor “jefe”, ver todo eso, pues nada más le enseñaba los chones cada rato que podía, y el mentado señor Benavidez, nada más se carcajeaba de lo lindo de la muchachita, tenía 14 años apenas. Ambos estaban simplemente jugando, coqueteando, pero en buena onda, el jefe Benavidez era su abuelo. La chamaca tiene sus propios problemas. Así lo ha decidido la gente. Y bueno, la han llevado al médico, pero sí han dicho que la Choles tiene un pequeño problema mental. —Lo que pasa es que no la conocen como yo. Es bien buena onda. Don Paco, encargado de seguridad de la fábrica Familia Benavidez, se carcajeó de lo lindo y estiró los brazos viendo hacía los pocos cables que quedaban conectados, colgando del aire. Pensó que tal vez nuevos tiempos se hacían presentes. Y por lo tanto, las nuevas tecnologías ya habían aterrizado. Aquel futuro del cual había leído y especulado, ya estaba con nosotros; como se hablaba de carros que volaran entre nuestros edificios, de poder ver a la persona en vivo en una llamada telefónica. A veces era increíble pensar que todo lo que podemos necesitar esté metido en un teléfono. Una computadora que anda por dónde a mí me gusta andar, y me provee toda la información necesaria, para actuar e influenciar incluso mi vida privada. —Hoy en día ya no es tan sencillo como antes. Si tú tenías el poder, hacías lo que se te daba la gana. Y el abuso siempre ha sido de ambos géneros, es verdad que los varones somos más culpables que las hembras, pero éstas, no se han quedado atrás, al contrario, pueden ser más crueles que nosotros, como lo de la chamaquita, la Choles, y el Benavidito… bueno el Benavidez, para que no se vayan a enojar, ya ven que en México le ponemos diminutivo a todo. Y pues el chamaco era sobrino del jefe. —Don Paco, yo creo los que trabajamos o hemos trabajado en la fabrica en los últimos años, tenemos derecho a saber lo que realmente pasó. Con sus detalles y demás, ya ve usted como es la gente de chismosa. Todo lo demás es un montón de verborrea, de babosadas que la gente le encanta inventar para ganar audiencia y público. Luego luego quieren que se haga una serie de Netflix para contar lo que les pasó. Egoístas. —¿Qué pasó Don Paco? Se han dicho tantas cosas, buenas y malas. Es cierto que aquellos que tenemos años por acá, podemos simplemente especular. Porque estuvo de miedo la cosa. Como de ciencia ficción. ¿No cree usted? El hecho de que se haya ido la luz, la forma tan rara en la que aparecieron el Benavidito, la Choles, y el chamaco aquel que acabábamos de contratar para que nos ayudara con la limpieza general de la fábrica. —¿Julio? —Sí, ese… —Al menos Julio dijo que sí a todo lo que se le pidió. A veces creo que ni él estaba seguro de qué sucedió. Don Paco simplemente afirmó con la cabeza, intentando salir corriendo. No le gustaba hablar de lo sucedido. Todo mundo le ponía de su cosecha. Sin embargo, en aquella ocasión, con rostro recio, simplemente alzó la cabeza y permaneció junto con aquellos. El día terminaba, la fabrica tenía que ser cerrada. Cada uno de los trabajadores lentamente dejaban su puesto de trabajo para salir y descansar de un día normal de trabajos físicos. La Choles, nieta del dueño de la empresa, quién andaba todo el día por la fábrica, decidió quedarse e ir a la oficina del Sr. Nava para ver que se traía el susodicho señor. —¿Qué quieres muchacha? Ya es hora de irse a casa. —¿Quieres ver?—le sugiere coquetamente mientras levanta su falda un poco—Nada más no le digas nada al abuelo. —¡Ah Choles! Mejor vete a la oficina de tu abuelo. La vida no es solamente andar enseñando calzones. Necesitas prepararte, tener una educación, saber qué vas hacer, de qué vas a vivir, aunque tu abuelo tenga toda esta empresa. Tiene que haber una mente detrás de todo. ¿Sí me entiendes? —A lo mejor… sí… a lo mejor no… Con eso de que mi papá falleció… Lo entiendo, pero a la vez no tiene sentido. —Así es, todos en tu familia dicen que fue lo mejor, lo de tu padre. No estoy seguro de por qué, pero, en fin. —¿Crees que soy tonta Don Paco? —¡Ah señorita! Así como me lo pregunta, tengo que decir que no, al contrario, se me hace ser usted una chamaca con bastante inteligencia. —¡Ándele Don Paco! Cuéntenos… Aquí estamos la mayoría de las personas que estuvieron aquella noche, ¿qué chingaos pasó de verdad? —Creo que ya todos hemos inventado nuestra propia historia al respecto. La Choles llegó y nada más andaba enseñándole su ropa interior al patrón, y al mentado Sr. Nava, ¿o no Ricardo? Quién por coincidencia del destino es hermano del dueño de una las empresas, de los Benavidez. Uno de tantos, a cada quién le dieron su porción. Ya ves cómo se trabaja eso de las fabricas y demás por acá. —Cada quién agarró lo que pudo y punto. —Pero de eso no queremos saber. Necesitamos entender ¿qué pasó Don Paco? Usted debió haber estado aquí. Nunca falla, siempre está presente. No sólo es el encargado de seguridad, sino también creo que tiene los mismos años de construcción que la empresa. Además, de ser considerado un amigo íntimo de la familia. —¡Sí cómo no! Miembro íntimo, si no es que la ovejita negra entre todos. Paco se levantó con cierto hastío. Ya tenía más de 30 años de trabajar en aquella fabrica que contenía todo el dinero y el poder de aquella población. Una y otra vez le preguntaban: ¿Qué pasó Don Paco? ¿Quién se metió a la fábrica? ¿O hubo traición y mala onda? ¿Quién mató al Benavidito? Dicen que andaba por acá con malas intenciones. Se ha dicho que el Benavidito llegó con dos armas, cargadas, y que nada más iba cuarto por cuarto disparando a quién estuviere ahí. —A la gente le encanta hablar de las cosas mal hechas por los demás. Es tan difícil que todos aceptemos que quizás, todos fuimos culpables de la muerte del jovencito. Pero para que el humano acepte su propia imperfección, sus errores… eso si se puede llamar milagro. —Pero no fue él, fue la Choles—dijo una voz ausente. Todos los presentes quedaron atrapados en aquella burbuja de tiempo. Don Paco comenzó a narrar con voz de seguridad lo sucedido. —Mira Ricardo, las cosas en la vida pueden ser muy adversas, raras, contrarias a lo que nosotros pensamos o queremos. A veces, no no salimos con la nuestra. Nunca pienses que todo se va acomodar en su lugar y que todo se va arreglar. Esos son mitos, creaciones humanas inventadas por nosotros mismos con la idea de satisfacer nuestros propios deseos y llenar esa rara necesidad que tenemos de pelear los unos con los otros. Aquella noche, la Choles llegó con un carácter mal alterado. Es posible que haya bebido, pero en fin… Todos le conocíamos esa maña, por regla general cuando tomaba se ponía muy de malas, pero en esa ocasión, su enojo era demasiado. Total, para no hacer el cuento largo, cuando llegó el Benavidito con sus niñerías como siempre lo hacía, ésto, hizo que la Choles explotara, dejando brotar el peor coraje que yo le he visto. Simplemente tomó una pluma, y se le lanzó sobre Benavidito descargando todo ese odio que por algún motivo traía por dentro. Todos quedamos paralizados. Sin saber qué hacer. Recuerden, la Choles tenía 14 años. Sus padres fallecieron cuando ella tenía una corta edad. Quedó en el cuidado de su abuelo, y ya ves cómo era el viejo con la chamaca. La adoraba el hombre, y la Choles también lo quería mucho. Pues aquella noche, no descansó hasta que no vio todo el oxígeno fuera del Benavidito. Y no estoy diciendo de que se fue al hospital con el niño, porque para cuando finalmente ya estaban en el lugar y habían analizado todo, simplemente le dijeron a Julio qué decir, a Ricardo, tenga cuidado señor, y a la Choles, ya ni la chingas. Pues la Choles no descansó hasta que un total silencio fue lo que hubo entre el Benavidito y todos los que estábamos ahí. Fue como un asesinato en grupo, pero no material, más bien todos fuimos testigos de lo sucedido. Y le metimos a Julio la mentira de que fue el Benavidito el culpable… Que había llegado de pronto y que fue él mismo quien comenzó a herirse con esa pluma. De acuerdo con los presentes, nadie pudo detener al muchacho de ya más de 18 años de edad, con problemas mentales también. Pues querían llevárselo a un manicomio, a una clínica de enfermos, por no decir de locos, pero ya era demasiado tarde, la Choles ya se había encargado de todo. —¿Pero luego qué pasó? La policía, los agentes que vinieron a investigar, ¿qué pasó Don Paco? Nadie dijo nada. Todo parecerse convertirse en un letargo que invadió cada esquina de la fábrica y al final de cuentas todo permaneció pegado en contra de la pared, pero pegado no en voces, sino en cuerdas de sangre que nunca sangraron y permanecerán hasta el día en que se decida que la verdad salga de dónde esté enterrada. —¡Pues no la estás viendo en tus narices! Ricardo se alteró bastante. —La otra solución es ir y hablar con las autoridades correspondientes al caso, permitir que el mismo proceso de ley nos guie. —¡Ah Ricardo! Ahí vas otra vez… —Es que la Choles sigue ahí. Como si nada hubiera pasado. Eso no está bien. Don Paco suelta una contagiosa carcajada y pretende estar boxeando con alguien. —Escúchame bien por favor Ricardo. Si hablamos, nos estamos poniendo en contra de la fabrica y de los intereses de los mismos trabajadores. —¿Pero? ¿Cómo? —Tú ya has visto lo que los abogados pueden hacer. Pero los trabajadores, estamos hablando de sus familias, del sostén diario. Eso no lo podemos destruir. Es mejor dejar las cosas como están. La Choles está creciendo, ya tiene 16 años, y ya han hablado de ponerla en un lugar especial, de psiquiatría, ¿Ya sabes no? No es que sea tonta la niña, es muy… muy… manipuladora, y la verdad cada vez que llega, nos hace que a todos nos dé un miedo. Aunque a todos nos gusta verla, con esa actitud de prepotencia, bañadita y maquillada simplemente con la idea de que ella es la reina de todo el lugar. Y Ricardo… yo también volteo cuando la chamaca nos quiere enseñar. Soy hombre. Aunque creo que lo puedes imaginar después de haber sido testigo de lo que pasó. —¿Qué pasó Don Paco? —La Choles mató al Benavidito, todos estuvimos presentes. No te hagas. Tomó esa pluma y no dejó de encajarla en el cuerpo de Benavidito. A la hora de la hora, todos permanecimos detrás de esa arma que poseen las hembras y puede destruir muchas cosas: el silencio. Es mejor callar hasta que se descubra algo. Es mejor saber esperar el poder del silencio. --Ayer vino el inspector principal, el que está encargado del caso de Benavidito. —Desearía saber cuál fue el motivo. ¿Alguien le ha preguntado? Don Paco se alejó de la escena. Tomó su lonchera, y salió del lugar… Hoy en día ya no es tan sencillo como antes. Si tú tenías el poder, hacías lo que se te daba la gana. Y el abuso siempre ha sido de ambos géneros, es verdad que los varones somos más culpables que las hembras, pero éstas, no se han quedado atrás, al contrario, pueden ser más crueles que nosotros… —Nunca sabré si la historia es verdadera o no. Pero es la fábrica de mi abuelo, al menos es lo que siempre me han dicho a oscuras, cuando todo ya está cerrado, y yo… yo puedo hacer lo que se me dé la regalada gana. Me llamo Patricia, pero de chica me decía las Choles, porque según ellos me gustaba enseñarle mis calzones a mi abuelo. Están locos, pero mi abuelo es tan lindo, él y yo tenemos una relación a todo dar, si le enseñé o no mis prendas privadas, no me importa, fue un juego inocente, y nada más. Sí… este es el cuento de la Choles y el señor Benavidez. Todo mundo se sigue preguntando: ¿Qué pasó Don Paco? Y todos siguen hundidos en el silencio. © David Alberto Muñoz 100 botellas
Un cuento Por David Alberto Muñoz Mi tío Lencho, hermano de mi papá, había fallecido la noche anterior, antes de que César, mi primo hermano, saliera para su viaje de mochila a Europa. Me acuerdo que hasta se enojó. ¿Qué culpa tiene mi tío, César? Le dijimos todos, la gente no se muere a propósito, aunque en la familia ya estaba bien sabida la historia de mi prima Ximena, quién según las malas lenguas se suicidó un santo día de la virgencita de Guadalupe, porque ella se llamaba precisamente Ximena Guadalupe, y fue una verdadera vergüenza para toda la familia, así dijeron mis padres, porque el suicidio es pecado delante Dios, de acuerdo con la Biblia. Yo alguna vez leí que el rey Saúl, se había suicidado. ¿Eso quiere decir que el pobre no alcanzó cielo? Total, nos llegó la mentada llamada por medio de mi hermano Octavio Augusto; no sé por qué mi madre se entercó en ponerle así. Ya después me di cuenta que ese era el nombre de un tal general romano; a todos nos caía gordo en la casa, porque yo me llamo Paco Francisco, y sí, ya sé, que a los Francisco les dicen Paco, pero así me pusieron a mí qué quieren que haga. Mi hermana se llama María del Rosario Almudena, Almudena es la virgen patrona de Madrid, y pues María del Rosario significa la guirnalda de rosas escogida por Dios. Creo que mis papás fueron medio melodramáticos al ponerle el nombre a mi hermana. Y a mi hermanito, le pusieron Felipe, que porque dizque mi abuelo fue el abogado defensor de Felipe Ángeles, el general de la revolución. En fin, lo que quiero decir es que el mentado Octavio Augusto siempre nos sonó a todos muy prepotente. Y pues ni modo, era el más grande de todos los hermanos. Pero bueno, fue él quien nos dio la noticia del fallecimiento de mi tío Lencho. A Lencho todo mundo lo quería. Era muy bueno, nunca se casó, pero todos los hijos en la familia éramos como sus hijos. Siempre cuidó de mis abuelos hasta que ellos murieron. Trabajó toda su vida en un taller de llantas, y ya que se jubiló, no sé cómo le hizo, pero tenía siempre buena feria, y a todos, la mera verdad a todos, nos ayudaba y nos daba nuestros buenos regalos. Sobre todo a mí, me ayudó a pagar la escuela, a comprar mi primer carro, y hasta cooperó para mi boda con Rosita, la hija de Don Fernando, el gachupín, dueño de la tiendita en la colonia. A todos nos pudo mucho la muerte de mi tío. Cuando alguien se te muere, te das cuenta del cariño que dejó. Porque todo mundo habla bien de ti, y es más, se siente el dolor cuando das la noticia, a fe que cuando muere alguien que es mala onda, todo mundo nada más dice para quedar bien: —¡Qué Dios lo tenga en su santa gloria! Como al Herbet Mañas, me cae que así se llamaba el dueño de una vecindad en la colonia. Todos le decían el Mañoso. Y según él, su nombre propio significaba “ilustre guerrero”. ¡Ilustre mañoso! Le contestaban todos. Eran bien codo, bien canijo, y a todos nos daba lata, porque nos prestaba dinero, pero con un chingo de interés, y algunos miembros de mi familia, vivían en su pinche vecindad, y pues cuando se murió, en lugar de llorar, a todos, nos dio un chingo de gusto. ¿No sé por qué cuando alguien se muere se vuelve todo un santo? Ese era un verdadero cabrón. Y me puede usted citar si así lo desea. Pero bueno, regresando a la historia de mi tío Lencho. Después del velorio, que estuvo bien chido. Mi papá nos pidió a mis hermanos y a mí, que limpiáramos el cuarto de mi tío. Que todo lo que quisiéramos guardar, lo guardáramos nosotros, porque a él, eso le hubiera gustado. Y todo lo que no sirviera o simplemente no quisiéramos, pues que de plano lo tiráramos a la basura. Y ahí andábamos mis hermanos y yo. —Yo quiero las corbatas de mi tío—decía mi hermanito Felipe. —Yo como mujer, me corresponde sus joyas, aunque no sean de hembra. Él me dijo que las podía vender y comprar lo que quisiera—expresaba mi hermana María del Rosario Almudena. Mi mentado hermano mayor, el tal Cesar Augusto, no quiso nada. Nada más nos dijo: —¡Apúrense por favor! Tiren todo si no lo quieren. Y el Paco Francisco, según él, se estaba quedando con todos los libros del tío Lencho, que en realidad eran una colección del Playboy a toda madre. Pues buscando en el closet de mi tío fue cómo descubrimos el secreto de Eleonor. —No te entiendo. ¿Quién es Eleonor? ¿Puedes explicar bien? Verá usted, Eleonor era una mujer que venía todos los días a estar con mi tío Lencho. En buena onda, nada malo, se sentaban a platicar, a veces jugaban canasta, ajedrez, yo qué sé. La señora se iba ya tarde, y en ciertas ocasiones, amanecía dormida en el sillón que mi tío tenía en su cuarto. No le voy a mentir que la gente y la familia empezó a hablar, a decir cosas ya ve como somos los humanos. —A mí se me hace que el mentado Lencho anda ya con sus cosas dentro de la Eleonor. —No ¿cómo crees? Lo que pasa es que son buenos amigos. ¿a poco tú no tienes amigos? —Yo he llegado a oler alcohol en el cuarto del tío Lencho. —Pero Lencho no toma. Nunca ha tomado. —Pues tampoco Eleonor, ella siempre ha sido una buena mujer. —A mí se me hace que los dos son un par de pecadores. —¡Ya cállense todos con sus chismes! ¡Sean o no sean, eso es asunto de ellos y no de ustedes!—sentenció un día mi madre. Pues como le decía, aquella mañana que limpiábamos el cuarto de mi tío Lencho, descubrimos en su closet como 100 botellas de tequila. Todas estaban vacías. Sacábamos una y al rato aparecía otra, eran un chingo, como cien, o más de cien, no sé la verdad... Pero de pronto nos dio miedo. —¿Miedo de qué? No estoy seguro, en mi casa siempre se ha tomado, pero todo controlado, de verdad, no crea que todo ha sido puro desmadre, cuando a alguien se le han pasado las copas, nada más le dicen, ten cuidado, porque aquí no somos de esos. ¿Pero cien botellas de tequila? Era demasiado. Nos sentimos agobiados, culpables de algo que ni siquiera habíamos hecho nosotros. De pronto Felipe encuentra una carta. Estaba dirigida a toda la familia, la familia Peralta Carbajal, así nos apellidamos. Estaba escrita con letra y puño de mi tío Lencho. Se la llevamos a mi papá sin abrirla. Teníamos miedo, no sé de qué. Él, mi papá, la leyó, y después con rostro de sacerdote le hizo lectura una tarde de domingo cuando toda la familia se juntaba a comer junta. Querida familia: Si están leyendo esta carta, es que ya estoy enterrado seis metros bajo tierra. Y también, creo que ya han de haber encontrado las cien botellas de tequila que estaban en el closet de mi cuarto. Creo que se merecen una explicación. Eleonor, mujer a quién creo todos conocen. Me acompañó en mis últimos momentos ya de viejo. Cuando todos ustedes andaban de arriba para abajo, y no se daban cuenta, de que cuando los seres humanos envejecemos, nos vamos descomponiendo lentamente. La rapidez que teníamos en la juventud desaparece. En ocasiones, como le pasó a Eleonor, nos da una enfermedad, dónde nos olvidamos de todo, y no sabemos ni siquiera quienes somos. Y si tenemos la suerte de mantener nuestra cabeza en su lugar, el dolor más grande no es el dolor del cuerpo, de los huesos o de los músculos que se van desgastando. Es más que nada, el dolor del corazón de ya no ser, lo que éramos antes. Cuando Eleonor y yo nos dimos cuenta de esto. Fue cuando empezamos a beber. No fue de un día para otro, fue poco a poco. Cuando encontrábamos en aquellos tragos de tequila, cierto consuelo. Consuelo que compartíamos el uno con el otro. Porque ya los hijos no tienen tiempo de platicar con uno. Los nietos de vez en cuando jugaban con nosotros, pero cada uno de ustedes eventualmente tenía que irse, y Eleonor y yo nos quedábamos solos. Sin tener a nadie más que aquellas botellas de tequila que ella compraba en la tienda de Don Fernando, quién nos guardó el secreto hasta este momento en el que ustedes están leyendo estas líneas. Eleonor perdió el recuerdo, y lo único que me unió a ella, en mis últimos días, fueron esas cien botellas de tequila. Y sí, quizás abusamos del licor, pero no juzguen, por favor, no nos juzguen a Eleonor y a mí. Porque como dice el dicho, nunca digas, de esta agua no beberé. Por cierto, nunca hubo nada entre nosotros, más que esa intimidad que produce los momentos de soledad en medio de la vejez. Eso es lo que deseaba decirles a todos. No sé si Eleonor esté viva todavía, tal vez no, pero si lo está, les pido su comprensión, algún día, espero, todos ustedes llegarán a viejos, y quizás también necesiten la compañía de esas mentadas 100 botellas. Siempre los quise mucho a todos. El tío Lencho Todos quedamos completamente callados. Mi padre ordenó que lleváramos todas las botellas al panteón. Eleonor murió tres días después de mi tío Lencho. No sé dónde la habían enterrado. Pero llevaron su cuerpo y lo sepultaron junto al de mi tío. Y todas aquellas botellas, las pusieron a su alrededor, de ambos. Y pusieron una placa que decía: AQUÍ DESCANSA LENCHO PERALTA CARBAJAL Y ELEONOR JUNTO A 100 BOTELLAS QUE LOS UNIÓ ETERNAMENTE. Fue cuando descubrimos que nadie sabía nada de Eleonor, ni su apellido, ni de dónde venía, o vivía, o nada. Simplemente apareció de la nada, para hacerle compañía a mi tío en sus últimos días. Esta historia de mi tío y Eleonor, todos la sabemos, y todos la repetimos en nuestras familias. Es la historia, de las mentadas 100 botellas de tequila. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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