La confesión
Por David Alberto Muñoz —Te tengo que confesar algo Padre… —Ave María purísima—sugiere el sacerdote. —Disculpe Padre, yo no soy católico. La mirada del Padre Abel, quedó clavada en aquel individuo que parecía ser un hombre vividor y de mundo. Iba elegantemente vestido con un saco de terciopelo negro, una camisa color guinda, y unos pantalones Jeans, negros, mientras que podía ver el sacerdote, unos zapatos de charol, cuidadosamente voleados, y relucientes de brillo. —¿Entonces?—preguntó con cierta curiosidad. —Necesito decirle a alguien lo que he hecho, o lo que voy hacer. Si no, pienso que me voy a volver loco. Ustedes están bajo la obligación de no decir nada, ¿no? Es el secreto de confesión ¿o no? El Padre Abel alzó los ojos como buscando respuesta en el mismo aire que se antojaba ser frío y algo seco durante aquel mes de octubre, cuando las lunas, decía la gente, se ven más hermosas. —Mira hijo, si necesitas hablar, podemos platicar, pero la confesión es un sacramento para todos los católicos, y es la forma en la cual tú buscas el perdón de Dios, y la absolución de pecados. Aquel individuo de edad mediana sonrió, dejando brotar un aire a ironía, a burla, algo de frustración revuelto con experiencia. —Padre, por favor, no tengo tiempo para desperdiciarlo en debates teológicos. Necesito que me escuche solamente, y nada más. Aquel hombre habló con tanta autoridad, que el Padre Abel, se resignó, y se dispuso a escuchar lo que tenía que decirle aquel hombre. —Me llamo José Barboza, soy sicario, he matado a más de 200 personas en toda mi vida. He violado mujeres, niñas, ante la misma presencia de sus esposos o padres, he acuchillado a más de 30 individuos, le he metido una bala en la cabeza a más de 70 sujetos. Y nunca, créame, nunca, en toda mi pinche existencia había tenido temor hasta esta noche. Sus ojos parecían temblar. —¿Qué pasó esta noche hijo? —¡Yo no soy su hijo, soy un criminal sin conciencia alguna! —Está bien. ¿Qué pasó? Barboza se levantó de la banca dónde estaba sentado. Miró a su alrededor como si alguien anduviera detrás de él. Se limpió la garganta antes de regresar a sentarse junto al Padre Abel nuevamente. —¿Alguna vez ha deseado a una mujer Padre? —¡Cómo se te ocurre hijo, los sacerdor…! —¡No me venga con chingaderas!—interrumpió Barboza— Dígame la verdad. ¿No hubo una mujer que realmente lo volvió loco? De seminarista, o ya siendo usted sacerdote…piense con cuidado Padre, todos ustedes los religiosos se esconden detrás de su sotana, pero por dentro son hombres como cualquier otro. Con mirada de culpabilidad, el sacerdote afirmó con la cabeza. —Yo he hecho cosas terribles, desde niño, no sé por qué. Nunca he tenido conciencia o sentimiento de culpabilidad. Me di cuenta a corta edad de que a nadie le importa nadie, lo único por lo que debemos preocuparnos es por nosotros mismos, punto. Mujeres me han rogado que nos las mate, madres han ofrecido su vida por sus hijos, pero como que mí me gusta la crueldad, me gusta hacer sufrir al ser humano. ¿Te crees la gran chingadera? Yo te voy a enseñar lo que es sufrir, y te va a costar, tardo en matar a mis víctimas, porque me gusta, porque quiero, porque lo gozo…me gusta oler la muerte, la sangre derramada por todos lados…me alimenta, ¿sí me entiende padrecito? El Padre Abel, ya con voz de insistencia le pregunta nuevamente: —¿Qué pasó hoy? —Nosotros no le tememos a nadie, ni a nada, tal vez, si acaso, a caer en las manos de otro sicario, porque él sí nos va hacer ver nuestra suerte…Ya tengo como dos años saliendo con esta mujer, Yaretzi se llama. Es una mujer alta, de curvas, de presencia, de personalidad, una mujer muy inteligente. La conocí en una fiesta a la que fui, a esos lugares dónde nos metemos los asesinos, y por unos momentos nos podemos relajar un poco si acaso. Poco a poco empezamos a salir, nos hicimos amantes, y esa hembra se metió como un gusano dentro de mi cerebro, y comenzó a carcomerme; perdí totalmente mi objetividad, para convertirme en un idiota a quien sólo le importaba complacer a Yaretzi. Barboza, sacó de su sacó una pachita de alcohol, y bebió casi con desesperación. —¿Usted gusta Padre? El Padre Abel tomó el envase, y bebió saboreando el fino whisky que llevaba Barboza. —Hoy me di cuenta que Yaretzi, estaba contratada por un cartel para eliminarme. Desde hace tres años ha andado acernadándose a mí, buscando el momento preciso, y por supuesto, colectando información…Estábamos tendidos en la cama, acabábamos de hacer el amor, fumábamos un cigarro tranquilamente, cuando vi por el espejo que estaba sobre el tocador, cómo tomó su pistola y la apuntó a mi cabeza…Temblé de terror, por unos segundos no supe que hacer…logré lanzarme al piso, y de alguna manera quitarle el arma…pero…una vez que la tuve de frente, así como estaba, desnuda y mirándome directamente a los ojos…yo esperaba que me explicara, que se disculpara, que como muchos otros pidiera por su vida…pero no…solamente me miró directamente a los ojos, y sonrió con una risa burlona que me llegó hasta lo más profundo de mis entrañas… —¿La mataste? —No Padre…está amarrada metida en la cajuela de mi carro…tenía que decirle a alguien… ¿Qué hago Padre? ¿Me puede usted decir qué hago? No sé qué hacer…siento que no voy a poder matarla…nunca antes había sentido esto por nadie…ni por mi propia madre… El Padre Abel suspiró largamente, y como meditando pensó su respuesta con cierta cautela. —Entrégate a la policía, y entrégala a ella también, es lo correcto, lo que Dios desearía de ti…de ambos. José Barboza solamente se río como el mismito Diablo lo hubiera podido hacer, la misma iglesia se tambaleó ante la carcajada de aquel hombre. —Gracias por escuchar Padre…que la suerte me socorra… Se levantó de prisa y salió hacia el estacionamiento donde había dejado su carro, y a la susodicha Yaretzi. Abrió la cajuela con mucha precaución, apuntando en dirección hacia la hembra…mientras ella, sin darle tiempo, le disparó tres balazos en el pecho, con un arma que tal vez, ni ella misma supo de donde salió, desplomando el cuerpo de aquel sicario que vio su suerte aquel extraño día. Salió de la cajuela, con una risotada de burla. —Cómo eres pendejo Barboza, nunca te diste cuenta de nada… El Padre Abel salió con mucha calma y se acercó a Yaretzi. —¿Nunca se dio cuenta hija? —No Abel…jamás sabrá que fuiste tú quien lo mandó matar…pero…¿Por qué lo hiciste? El Padre Abel se acercó y puso su brazo sobre los hombros de Yaretzi. La besó en los labios. —Porque me quiso robar a mi mujer… © David Alberto Muñoz
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¿Estaba soñando?
Por David Alberto Muñoz Despertó con dolor en sus coyunturas. Exhaló aire mientras se destapaba, y miraba el lugar donde se encontraba. Era una recamara de color azul cielo, un pequeño buro color madera antigua oscura, descansaba en la parte izquierda junto a la cama, una lámpara colgaba en el centro de la habitación, y un espejo del tamaño de un inmenso cuadro que le permitió ver su propia imagen reflejada, estaba colocado frente a ella. —¿Doña Reyna? Aquella voz dulce la asustó momentáneamente. Volteó su rostro mientras elevaba sus manos para cubrir su pecho. Se percató que traía puesto un camisón de color blanco. Era de esos que se ponía su abuela cada vez que iba a dormir con ella. Aunque recordó haber visto que en ciertos lugares les ponían ese tipo de camisón a las prisioneras. —¿Estoy soñando o despierta? Se preguntó. “Creo que estoy dormida. Todo es demasiado irreal”. Pensó —¿Dime Ramona? Habló finalmente con la voz cortada por el sueño. —Doña Reyna, es hora de levantarse. La esperan. —¿Quién?—preguntó sorprendida. La joven Ramona sonrió con aire prepotente. —Usted debe de saberlo Doña Reyna. ¿Qué acaso no es usted la señora de la casa? —¿Yo? Ramona hizo una pausa larga observando la mirada de Reyna que buscaba algo que le diera coherencia a su sentir. —Hoy se casa usted señora. —¿Me caso? ¿Yo? —Así es…bueno, tiene usted la oportunidad de contraer nupcias, si así lo desea… —No entiendo Ramona. ¿Cómo sé tu nombre? ¿Te conozco? ¿Dónde estoy? —El día de hoy comienza usted una nueva vida. Dejará atrás las vivencias de su juventud, para adentrarse a este nuevo espacio que le ha dado albergue. —No entiendo Ramona… La ama de llaves sonrió nuevamente. Le ayudó a levantarse y la llevó a sentarse frente al inmenso espejo que parecía tener una superficie de agua. Comenzó a peinarla. —Recuerda que usted nació en tierras del sur Doña Reyna. —Sí, en Tenochtitlán. —Recuerda que sus padres la trajeron vivir en tierras del norte. —A la tierra del águila calva. —Así es…entró de forma ilegal. Nunca se lo dijeron hasta que era usted ya grande. Sus padres la protegieron de la mejor manera. Jamás de los jamases le dijeron que no tenía usted papeles. Es curioso no cree, unos papeles que pueden darle legalidad. Pero el tiempo ha llegado, si usted no se casa con el dueño de la hacienda, con el empresario del negocio, con el güero que la mira a cada instante deseándola como mujer, con aquel ser seco, sin color, con sabor amargo, usted no podrá seguir viviendo en estas tierras. —¿Pero, por qué? —Porque esa es la ley y los profetas. —Eso no tiene sentido, soy de estas tierras, yo sé que no nací aquí, pero mi cultura es de este lado, no he vivido en ningún otro lugar, toda mi vida, hasta me hacen burla mis connacionales de no saber hablar igual que ellos. No conozco a nadie de aquel lado de la frontera, soy americana, soy estadounidense, tengo derechos… Esos derechos ya habían sido borrados por el nuevo emperador de las tierras rojo azul, que con voz de profeta profetizaba: —Deportaré a todo aquel que no tenga documentos, a todos aquellos que hayan tenido la osadía de cruzar el río sin autorización. Separaré familias, mandaré padres a su suelo natal, y buscaré la manera de deshacerme de aquellos hijos que hayan nacido en tierras rojo azul. Porque soy el amo y señor del universo, a quién Dios todopoderoso le otorgo el poder. Todo aquel se me oponga, no es digno de mí, no es fiel, es un traidor a quién debo destruir. Esta es la voz del rey del imperio. Reyna despertó de su extraño sueño. Volteaba para todos lados. No vio a Ramona. No había ningún inmenso espejo frente a la cama. Corrió, y pudo ver que sus padres dormían en su recamara como siempre lo habían hecho por los últimos 23 años. Todo parecía normal. Pero no…no estaba soñando, el nuevo emperador ya había comenzado a cumplir su palabra profética. —Desterraré a todo aquel que haya violado la ley de mi pueblo, escrita por Dios. —Pero a mí me trajeron aquí, yo no tenía consciencia. No importa, parece ser que el odio será más grande, y la palabra del emperador más poderosa. ¿Qué pasará con nuestra gente? © David Alberto Muñoz Brown
By David Alberto Muñoz He didn’t know what happened. Utterances of anxiety surrounded his ears as he struggled to concentrate his sight in the nurse’s skirt that was rather short for her business—he thought—he could feel her breast when her hands touched his shoulders, and she tried to listen to his heart by placing her ear down his chest. “You are always thinking about sex Roger.” “What else is there?” It all came down so fast that when they gave him the news about his condition all he could do was to pretend everything was going to be OK. He was not certain what was going on. “What are you going to do Roger?” “I don’t know. It is all so unexpected.” He began to sweat. “Have you told Audrey?” “Are you crazy? I just found out myself! I’m not even sure it is true!” The sound of a door closing very slowly could be heard by anyone who didn’t want to listen. His eyes were burping like a stomach full of gas while the feeling in his left arm paralyzed him and his heart stopped. He didn’t know what he was feeling. “Roger?” It was her voice. He turned his head to his right side and saw her. She looked just the way she appeared when they first meet each other, young, beautiful, stunningly attractive, with the scent of a girl attempting to become a woman. He could reach with his right hand and touch her face. It was soft, smooth and silky. “It that you Audrey?” Suddenly, he felt like a leaf being thrown around by the wind. He didn’t mind. He could breathe. “Audrey?” “Yes.” “I think I’m dying.” Her expression wondered. “Everyone is going to die.” “I know that! That’s not what I mean…I think I am dying right now.” Audrey looked at him with eyes of awe and surprise. She knew something was going on. She wasn’t sure what it was. It reminded her of how he used to play games every time he wanted to be with her. If she refused, he would act as if nothing mattered at all. But if she showed a minimal amount of interest, he would dive into the sea of pleasure with lust and covetousness; he needed it some much. She always thought he was a child pretending to be an adult. “Silly man…” She grabbed his hand tenderly and kissed him on the forehead. “Roger?” “What?” “Are you OK?” He looked at her and tried to discover who that woman standing next to his bed was. “I don’t know. I can’t remember much. I know you and I met after I came to this city…Where do I live? Do we live together? All I can remember is the chaos in the streets, the hate of so many people towards my family and me. Why are people so angry at me? What did I do to them? I am not an illegal. I was born here. This is also my nation, but they don’t want to listen. My name is Roger, Rogelio Garcia, I am not as white as you are, but I am a kid, just like you. That is what I used to say to those kids in school that used to make fun of me. I remember I used to believe I was white like them, but one day, a teacher, Mrs. Wilson, took me into the bathroom. I was embarrassed because she came inside the boy’s restroom, but she did. She put my face in front of the mirror and almost screamed at me.” “Look at you Roger, and look at me. What is the biggest difference between you and me beside our breed?” “It all became very clear that day. I was brown…my skin was darker. I never thought about it before. I was just a kid of 10 or 11 years old who didn’t know the color of his own skin…it didn’t matter to me. I haven’t it even figure it out at all. But that day I began to see many differences between them and me. My Dad used to call them los Gringos. He worked as a custodian in a big building in downtown. He didn’t wear a suit and a tie; he didn’t take his briefcase to work. He was a blue collar worker. Why do we make such a big deal about colors? White collar, even my father used to talk about white women, las gringas están bien buenas…He never talked like that about my Mom…My friends used to tell me that a gringa will go to bed with you on the first date, but a Mexican girl would not do it unless she was a puta, a whore. I still don’t understand that. If I go to bed with many women, I am a real man, but if my sister does the same she is not a real woman…They, los Gringos, have reminded me of the fact that I am brown every single day of my life in this nation that says it’s the land of the free…Chingada…I remember I used to think I looked just like them, but I do not.” His head was full of contradicting images he could not understand. “Everything is so blurry. It is like a big dagger has taken control of my life. I tried to understand, but it is just like a stupid myth, like a play, like a short story that makes no sense. I can still see you Audrey sitting next to me…You are so beautiful; you always were, but you never believed my words. I don’t know why. Maybe you were just playing with me…I don’t know...” “I don’t care about your color Rogelio.” “My hands were always caressing your face, your body, what happened? All of the sudden my heart starts pumping harder and harder; it is like its swelling; you know what I’m trying to say? ¿Me entiendes?” “No baby…I don’t understand.” “My head hurts; I cannot feel my left arm. All I do is try to turn around and see you but I cannot do it. I don’t know why.” “You want another drink?” “I didn’t know I was drinking.” “You always drink Roger…I think you will drink the day of your last breath… Are you OK baby?” “No, I am not OK…Where are we?” “At the hospital.” “What?” “We brought you here. I think you had a heart attack.” “What?” “A heart attack…at least that’s what the doctor said. You have to take it easy and rest for the next couple of weeks. By the way, did you notice the Dr. was a white man? He was very nice don’t you think?” “No, pinche gringo, why can we have brown doctors in the hospital? Nothing made sense for Roger. He could see only imageries, bodies, conversations spoken through a glass that was not there. He felt good but at the same time, he didn’t feel that well. That didn’t make any sense at all. He could not turn around; his back was hurting; his hand did not respond. He could see himself moving, but he didn’t feel anything. His family was there. His mother was crying; his father was facing the wall. His sister was kissing him on the lips, and his brother was weeping like a child who just lost his Mom. He could not understand. “What is going on?” Episodes of his life began to appear. His parents came to the United States many years ago. His father shared with the entire family how difficult it had been to leave your nation, your language, everything you knew, and wonder into a new land that promised freedom and equality. But very soon he realized he could not fit the pattern; mainstream was not for him. “What about Audrey?” He questioned himself. “She is over there…in the corner…she was the first to get here but I don’t think anyone has noticed…Audrey has always been here…I remember no one in my family liked her at first. Especially my Mom, she wanted me to find a good wife, someone who would take care of me in the traditional way. When she discovered that Audrey and I went to bed together she almost kicked me out of the house.” “How can you do that Rogelio? Eso es un pecado delante de Dios. It is a sin in the eyes of God. I could never understand why everything that makes you feel good is a sin, and everything that is oppressing is good, the will of God. I felt good every time Audrey and I had sex together, but my Mom wanted me to feel guilty. Don’t you do it with Dad Mom? How do you guys do it? Do you have a secret that makes it good?” “We are married in the eyes of God.” “OH, you need a piece of paper that says the union is sacred; it was a sin, she told me. Everything I did was a sin, from the moment I became conscious of my life my parents have told me I need to be careful with what I do. Because I am the oldest in my family and my little brothers, want to imitate what I do. I am responsible before God all mighty. I always wonder, one day I am going to hear a trumpet, like in the races, and out of heaven, Christ is going to come down like as Superman and save the entire world. Is this a joke? Just think about it seriously…Eventually, I believe they accepted her…Time changes people… Audrey? You were very kind to my family and me. Gracias.” “We are gathered here today to say goodbye to a son, a brother and a husband who by the designations of God had to leave this world early…” “Audrey and I never married. I bet he is saying that because she told him to do it. She never wanted to be embarrassed in front of her friends. What would they say? ¡Qué diría la gente!” “But perhaps we need to be aware that right now, it is too late.” “I hate to be late! I remember my father was always getting late to his obligations. Well, not to work, he was always very responsible but to other social commitments. He loved to make entrances. And my mother always had to wait for him. I never liked to be late. I felt embarrassed if I was late. I hate to be late!” “Rogelio’s life is full of moments of compassionate actions, because even when he was angry, he was able to give more of himself to others. He was a kind man willing to take away his own jacket and give it to a stranger.” “You are making that up jerk! I don’t know why when somebody dies he becomes the best human being in the face of the planet. Goddammit, I am imperfect like everybody else. Stop making things up! I am not a Saint.” “Today we wish to say to Roger Garcia, Rest in Peace. God in his almighty wisdom, who is in the heavens and the earth, and yet he moves upon the face of the waters has decided he should leave us for a better place.” “A better place? It is the same shit! People are gossiping about each other. Envying, desiring what the other one has, sometimes wishing to destroy your neighbor, lying, hating, why is there so much hate on this earth? “ “If anyone wants to share some words about Roger this is the time to do it. If not, forever hold your peace.” “Isn’t that what they say in a wedding?” Audrey got up and walked to the front of the funeral home named: Los muertos. “I met Roger when he came to this city, America’s finest city as is known. He was a very sweet and intelligent man. He was so shy that I was the one that approached him. Although, when I asked him out he panicked. He didn’t know how to react. I guess he was raised in the ways of his culture. He used to tell me he was always the one to ask the lady out because that is the way his father did it with his Mom, and all his uncles and relatives have done it the same way. Silly Roger, she met a woman that was his equal and he didn’t know how to deal with it. But he was always willing to listen. He had a big heart and his own imperfections as well. Nobody is perfect. But somehow, he managed to teach me how to enjoy life more. How to smile in the midst of difficulties. How to live the moment to its fullest and forget about the problems of life, because tomorrow, when we wake up, our problems will be there. After a few dates he became my man, we became a couple. I have to be honest our cultures were so different. I remember one time he and his family were going to go and visit Old Mexico with their relatives, and I became so upset because he didn’t invite me. He used to come all the time and spend the night in my house. My parents liked him a lot, and I could not understand why he would do something like that. It was my Mom the one that told me. In their culture Audrey, they invite the girlfriend to meet the parents only if it is a serious relationship; you would have to be engaged…I didn’t know that. I’m really going to miss him.” “Thank you, Audrey, for sharing that. Anybody else wants to share some thoughts about Rogelio?” The place was in complete silence. “On behalf of Roger I want to thank you, I thank you for remembering who he was, and one day we will follow in his steps. In the name of the Father, and the Son and the Holy Ghost. Amen!” “What seems to matter is the memory we leave behind…does anyone care? Why do we have to be concerned when someone dies? We are all going to the same place. And it won’t matter whether we are brown or white. We are all going to die.” Roger was dead. He didn’t even know it himself. It was all in the mind…life is all in the mind…it is an image, a film showed in a Sunday afternoon for a couple of kids who are touching each other in the last seat of the movie theater. Audrey cried…Roger was death. “I don’t understand…it all seems to be the same…I am dead, and they don’t even speak about me anymore… yet… I’m still here… yes… I’m still here… well…I’d like to believe I am still here…I don’t know… I think I can still feel my body…or maybe not…but I’m still thinking.” Audrey wept…she was the only one that went to the cemetery…no one, absolutely no one came to say goodbye to him, not his family, not his friends, nobody… Rogelio was dead… and he could not understand. Audrey looked at him, and she saw the face of her lover, but she would never figure out what is like to be brown. The only thing he knew, was that he was brown, even after he died. © David Alberto Muñoz From the book: Insanities, Soundness, and Reality: A collection of short stories told perhaps by the same person. Editorial Garabatos, Sonora, México, 2016. Cuento de antaño
Por David Alberto Muñoz Presionaba con su rodilla derecha intentando empujar aquel pesado bulto que le habían asignado. —¿Qué chingaos habrá adentro? Sacó un pañuelo de la bolsa de atrás de sus pantalones. Era un paliacate de color rojo, de esos que usan los cholitos en la cabeza. Frente a él, una muchacha hermosa deambulaba por las calles urbanas de alguna metrópoli. —¡Qué piernas! —pensaba—¿Cómo no va eso a llamar la atención? Me dan ganas de agarrárselas. De momento sacudió su cerebro provocando que sus pensamientos regresaran a la antesala de sus responsabilidades. Se llamaba Carlos, le gustaba leer novelas de Saramago, aunque sus amigos siempre le hacían burla. —¡Cómo eres mamón! Te crees la gran chingadera nada más porque lees. A mí se hace que nada más le haces al cuento. —¡Cómo creen! Ahorita estoy leyendo Las intermitencias de la muerte. —¿Las qué? --Las intermitencias de la muerte. —¡Tú lo serás, interpendejadas, interculeros, mamaletreros…! —No, es una novela sobre un país donde la muerte desaparece y todo se viene para abajo, incluso la religión, porque dice ahí que para poder tener la resurrección necesitamos la muerte. ¿Sí me entienden? Nunca pudo terminar la escuela, lo único que pudo hacer es leer los libros que su abuelo escondía en su casa detrás del armario porque a la abuela se le puso que era alérgica al papel. Además, a la abuela nunca le agradó el título que su nieto estaba leyendo a corta edad: Tierra de pecado. —Ya no le andes dando cochinadas a Carlitos, tira tus libros a la basura si no yo los voy a quemar, lo único que dice la verdad son las Sagradas Escrituras, La Santa Biblia, viejo cochino—le gritó la abuela a su marido. Carlos tuvo que trabajar desde los 12 años, de todo, desde cargador de bultos en la calle hasta bolero, dentro de las maquiladoras, recogiendo latas, vendiendo chucherías, cuándo la frontera cruzó a su familia aprendió a sobrevivir en las calles urbanas, entres gangas, violencia, armas de fuego y demás. Le gustaban mucho las mujeres, de curvas, con pechos grandes, pero también podrían enfadarle, era el hombre común y corriente, podía entregarse con toda su alma para una vez alcanzado el orgasmo simplemente pedir el cigarro e ignorar la presencia femenina. Ese día, su mudanza intentaba llevar seis cajas de metal, de esas que llegan en barco y luego las transportan por tren desde la costa hasta las ciudades. Hace algunos años había descubierto la forma de sostenerse económicamente. Había sacado un préstamo para comprarse una troca de mudanzas. La había mandado pintar con su nombre impreso: Carlos’s moving Company LLC. Incluso tenía su propio logo registrado. Era una montaña que descansaba sobre una mano fuerte y morena que representaba el slogan también impreso: The strength of our race. Aquellas cajas eran inmensas, ¿cómo se la había ocurrido ir solo a tratar de moverlas? Tomó su teléfono y marcó. —Johnny? Is that you? Listen carnal, necesito ayuda. Hay unas cajas de metal y están muy pesadas. ¿Puedes venir? Bueno, aquí te espero. Volteó nuevamente a sus alrededores, vio a la recepcionista de aquel lugar que era como una bodega al aire libre. Se miraba flaca y algo desnutrida. Pero parecía que le gustaba enseñar sus pequeños pechos para todos los clientes que le hacían círculo e incluso algunos, intentaban manosearla. “Se buscaran maneras de forzar a la muerte a matar aunque no lo quiera…los ancianos serán detestados por haberse convertido en estorbos irremovibles. Hasta el día en que la muerte decide volver…” De pronto, mientras sus pensamientos intentaban descansar sobre sus placeres, escuchó algo que sonaba como alguien golpeando desde el interior de una de aquellas cajas metálicas. —No puede ser posible—pensó—¿Cómo va a estar alguien metido ahí? Se acercó de inmediato y una vez que escuchó cuidadosamente, se percató que en verdad, alguien desde adentro intentaba llamar la atención. A la mayor velocidad que pudo abrió aquella caja amarilla, algo oxidada y con olor a humedad. En su interior, pudo ver el pequeño cuerpo de un jovencito que con su mano derecha golpeaba la entrada de la caja y con la izquierda abrazaba una biblia. Carlos lo ayudó a salir. El aire aunque era algo caliente se le antojó ser más fresco que el aire helado de las tierras del norte a aquel joven. Respiró profundamente mientras descansaba en los brazos de Carlos que no sabía qué hacer. —¿Estás bien? —cuestionó el susodicho Carlos. —Sí, ¿ya llegué? —Creo que sí… ¿adónde ibas? —Vengo a informarles que la muerte no quiere regresar. Lo dice la palabra de Dios. “Él sepultará la muerte en las profundidades del mar”. Tal vez Carlos en realidad leía demasiado, sus realidades se mezclaban con sus pensamientos, y los sucesos abstrusos no alcanzaban a entender las imágenes que atravesaban por su mente. Lo único que quizás comprendió en aquel instante, es que es mejor forzar la muerte que esperarla aun sabiendo que nunca llegará. —¡Carlos! ¡Carlos! Carlos volteó asustado. —Llévenselo a terapia intensiva. Ya lo conocen, está loco. Es de esos viejos que sólo saben leer e inventar tonterías. “La muerte nunca llegará…”. Yo te voy a dar muerte a ver si no te llega hijo de la chingada. Ya les he dicho que no lo dejen leer, se pone peor, más loco, más incoherente. Quemen todos los libros y póngalo frente al televisor o frente a una foto de su abuelo, lo que sea, pero ya no quiero escuchar más sus pendejadas. Carlos estaba en un asilo de locos. Su pecado, haber leído demasiado. Así era toda la gente de antaño. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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