El concurso
Un cuento Por David Alberto Muñoz Su padre le hablaba todos los días para desearle buenas noches. Desde que ella era chiquita, cuando le leía un cuento, o jugaba con ella a la comidita, siempre tuvo esa buena intención, dirían algunos, de estar en contacto permanente con su hija. Aunque después de muchos años, aquel detalle se hubiese convertido en una verdadera tortura para Amalia Contreras Tapia, hija de uno de los más ricos empresarios de México. —Nunca llené las expectativas de papá. Traté, pero no me gustaba hacer lo mismo que él. —Debiste de haberlo hecho Amalia, ya conoces a tu padre. Además, sé inteligente, todo su dinero será para ti. Lo único que tienes que hacer es complacerle, aunque lo hagas nada más por interés. Él mismo ha dicho eso. La madre de Amalia hablaba con voz de aristócrata y señora de sociedad sin dejar duda alguna. Era la típica mujer de empresario, aquella que se juntaba tres veces por semana a jugar canasta con sus amigas, que pasaba el tiempo organizando actividades para levantar fondos para los niños huérfanos, la gente en África que se está muriendo de hambre, o cualquier otra cosa que le beneficiara no solamente a ella sino también a su marido. Cuando Amalia lo pensaba bien, no había sido sólo su padre, sino casi toda su familia, la que se empeñó en destruir sus sueños de escribir, sí, a ella le gustaba contar historias fantásticas que se le venían a la mente desde muy temprana edad. —Yo quiero escribir papá, de todo corazón, escribir, contar historias, es algo que no sé, me llena el corazón, el alma, no puedo explicar cómo. El padre la miraba con ojos de enfado. —Cómo se le ocurre a esta chamaca pensar tal pendejada. ¿Escribir? Con eso no se come muchacha, necesitas tener dinero y posición dentro de la sociedad para lograr no sólo el éxito económico, sino también el éxito moral de la admiración de las personas. Hasta ya había pensado en el muchacho que debería de ser su esposo. Adalberto Núñez Posada, hijo del Lic. Núñez, posible candidato a la gubernatura del Estado de México, además de ser padrino de la joven Contreras Tapia. —Mira bien muchacha, te dejé que estudiaras esas cosas de literatura nada más para complacerte. Pero yo necesito alguien que ocupe mi lugar cuando ya esté viejo o me muera. ¿No quieres quedarte con toda mi empresa? Con todo el poder y las prestaciones que tengo. A mí me costó mucho trabajo llegar a dónde estoy, pero a ti, se te va a regalar, solo necesitas tener experiencia y conocimiento en los negocios, para poder administrar la empresa como se debe. No me vas a negar que hasta he hecho a un lado mi machismo porque deseo que mi hija mayor, la única hembra que Dios me dio, sea la primera en beneficiarse de todo mi trabajo. Tus hermanos son un par de pendejos que nada más andan de niños chillones sin entender las cosas. Pero tú, tú eres una mujer inteligente, hermosa, capaz, ya me lo has demostrado, por eso quiero que te encargues de mi empresa. ¿Entiendes? Amalia lo miraba con expresión de culpabilidad. Nunca había podido entender por qué siempre sintió culpa al no hacer la voluntad de su padre. Rodrigo, su novio, era la única persona que la entendía. Al padre le caía el tipo como un ladrillo a la cabeza. Era un simple trabajador sin escuela, de una familia humilde, eso sí, muy trabajador, pero no llenaba nuevamente las expectativas del Sr. Contreras Gallardo. Pero la muchacha, se entercaba más solamente para llevarle la contra a su padre. —Yo cogo con quién yo quiera, y punto—se decía ella misma. —Amalia, escucha por favor, tu padre solo quiere lo mejor para ti. Ese muchacho es muy corriente, no es de tu clase. —A lo mejor lo que ustedes quieren es que sea igual que tú mamá. Una mujer sumisa que abre las piernas cada vez que el jefe lo desea. —¡Chamaca grosera! ¡Seré eso pero no ando de puta como tú!—gritaba su madre mientras le daba una fuerte cachetada a la joven mujer, quién ya estaba acostumbrada, y no le dolían los golpes tanto como la indiferencia de sus padres. En ocasiones se cuestionaba intentando comprender por qué su papá siempre la criticaba. Se sentía que nunca iba a poder llenar las expectativas de su progenitor. Todo lo que hacía no satisfacía los deseos del susodicho Sr. Contreras Gallardo. —Lo hiciste bien, pero fíjate, es mejor así… Pon atención chamaca, ya deja de pensar en ese tal Rodrigo que nada más te está llenando la cabeza de idioteces. —¡Pues hazlo tú entonces! Si tanto sabes… Rodrigo es el único que ve lo bueno en mí, porque todos ustedes nada más saben ver lo malo—reaccionaba con cierta furia en algunas ocasiones. Todo, absolutamente todo estaba mal hecho. —No te vistas así, estás provocando, ese escote muestra mucho; traes la falda muy corta y cuando cruzas las piernas todo mundo se te queda viendo. Córtate el pelo un poco más, hoy en día las mujeres deben de verse profesionales. No te pintes tanto, pareces payaso y no una ejecutiva. ¿Por qué entregaste los reportes así de rápido? ¿Los revisaste? —Sí papá, revísalos tú, están correctos. Tenía un compromiso nada más, por eso en lugar de entregarlos a las 7 de la noche como es costumbre, los entregué a las doce medio día, es todo. —De seguro andabas con el tipejo ese de Rodrigo. Además, traes esa loca idea de que te publiquen un libro ¿verdad? Ya te dije, yo te lo publico, pero solamente has tu trabajo bien aquí en la empresa. —No, así no papá, quiero lograrlo por mí misma. —¡Chamaca estúpida cuándo vas a entender! *** Aquella noche, Amalia había ganado un concurso de escritura. Los jueces expresaron en relación a su escrito: —Contreras Tapia ha logrado proyectar el sentimiento de orgullo que muchos hijos sienten por sus padres por medio de una apología escrita magistralmente en su relato. Mostrando de esta forma, que en ocasiones los padres, a pesar de amar mucho a nuestros hijos, carecemos de una mentalidad profunda, sabia, dónde ofrecemos la oportunidad para que sean ellos los que creen su propio futuro, sin juicios dogmáticos por parte de nosotros, ni por parte de la sociedad. Una verdadera muestra de honestidad en busca de comprensión. ¡Felicidades Amalia Contreras Tapia! La muchacha corrió literalmente a su casa para informarle a su padre de su logro. Iba emocionadísima. El corazón se le salía del pecho. —Tal vez, por primera vez mi padre sepa lo que realmente necesito, lo que realmente quiero. Creo que esta vez sí va a estar orgulloso de mí. Lo sé. Llegó a su casa. Su padre estaba en el despacho personal que tenía en su hogar. Al entrar, la vio con ojos de asombro. Ella corrió hacia él para abrazarlo con mucho cariño. —¿Qué pasa Amalia? —¡Papá, gané, gané, gané! Totalmente sorprendido, el Sr. Conteras no pudo más que emitir un sonido que pareció ser el eco de una duda jamás explicada. —Papá, gané el concurso de escritura. Me dieron el primer premio. Mira… ¡Papá gané! —¡Lo qué te vas a ganar son unas buenas nalgadas, aunque ya no tengas edad para eso! ¡Dejaste la empresa sola todo el día! ¿Y por esto? —señaló el diploma que hacía a Amalia ganadora de una beca para estudiar en España, escritura creativa por todo un año. —¡Mejor vete… que si no de verdad te voy a dar tus buenas nalgadas por ser tan irresponsable! Y vete olvidando del dinero que te doy todos los meses. Trabaja si quieres tener coche y ropa. Yo ya me cansé de estarte nada más consecuentándote. ¡No es justo Amalia, no es justo! *** Nunca llené las expectativas de papá… traté… pero no pude… Cuántas veces quise decirle, pero él no escuchó. Todo era él nada más, él sí sabía, él sí entendía, él sólo lo hacía porque deseaba lo mejor para mí, y yo era solamente una jovencita loca, acelerada, caliente, que no tenía paciencia para hacer las cosas como a él le gustaban. Por eso me quité la vida. Para no fastidiarlo más, para dejar de ser una molestia en la vida de mi padre. Él lloró, claro que lloró, de pronto me convertí en la mejor hija del mundo. Pero, aun así, mi padre siempre dijo esas palabras que escuché desde que era una niña hasta el último día de mi vida: —¿Amalia, por qué no puedes aprender a hacer las cosas bien? A veces la gente no sé da cuenta del poder de sus palabras, sobre todo los padres, si le decimos a nuestros hijos que no saben hacer una cosa, tal vez, les vamos a creer. ¿Era tan difícil darme un poco de aliento papá? ¿Hacerme sentir que lo que yo quería valía la pena? Sólo una vez, solamente una vez deseé escuchar esas palabras. Pero nunca lo hiciste... —Deseo expresar en esta ocasión, que yo, el Sr. Contreras Gallardo, dueño de la empresa que son los líderes del sector financiero y minero en nuestro país. Estaba muy orgulloso de mi hija, de mi niña Amalia, que pereció a una joven edad. Ya es muy tarde papá. Ya no estoy… ya no soy… preferí irme… ojalá hubieras escuchado antes. Y fue precisamente con este cuento, el que le dio a Amalia el primer lugar en aquel concurso de escritura. Descanse ella, finalmente en paz. © David Alberto Muñoz
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Rosa y Silvestre
Un cuento algo fantástico Por David Alberto Muñoz Rosa vio a Silvestre desde lejos. Le dio mucho gusto, ya tenía varios meses de no verlo. Deseaba no sólo preguntarle que le había pasado, sino también contarle de su odisea. Ella también se había perdido. —¡Silvestre!—le gritó saludándolo con los brazos abiertos, invitando el abrazo. Él volteó y la vio como siempre, una hermosa hembra. “¿Dónde se habrá metido?” Pensó. Ambos acudieron al centro de aquel cuarto que parecía ser una canasta con ropa recién lavada. Un aroma a limpieza brotaba de las mismas paredes de aquella extraña habitación. Se abrazaron con mucho cariño. Eran más que amigos, eran amantes. Habían pasado por tantas cosas juntos. Desde que se conocieron atravesando por aquella especie de túnel, dónde todo parecía dar vueltas y el agua les caía como si la tormenta fuese a acabar con la misma tierra, para después, poder oler aquella fragancia nítida, fresca, y ese calor muy especial que los excitaba a ambos por dentro y por fuera, dejando un muy peculiar sabor cuando finalmente se encontraban sobre aquella cima, real o imaginaria, viendo simplemente un hermoso atardecer, y oliendo la esencia el uno del otro. —¿Qué pasó Rosa? ¿Dónde te habías metido? —¿Y tú? ¿Dónde andabas? —No estoy seguro… pasó algo muy raro. Creo que me secuestraron. —¿Qué? —Sí… creo que me secuestraron. —No es posible… Yo también tengo algo que contarte. —¿Qué te pasó? Dime tú primero. Rosa apartó a Silvestre de la presencia de todo ser que por casualidad, o riendas del destino, compartía con ellos aquel preciso momento. —Creo que me perdí. No estoy segura de cómo. Ese día fue como cualquier otro. Habíamos quedado de vernos como siempre. En el mismo lugar. Creo que la noche anterior había soñado con estar contigo, el compartir lo que compartimos cada vez que nos vemos. Pero al salir de esa especie de túnel en el que entramos cada vez que estamos juntos, creo que me caí o algo así. No sé por cuanto tiempo perdí el conocimiento. Fue como que alguien me levantó y me aventó por detrás. Sentí que ese alguien simplemente no supo qué hacer conmigo. Me extravié por varios días, días que se convirtieron en meses. Observé cómo me caía polvo por todo mi cuerpo. Advertí manos extrañas sobre mí, me tocaban y yo no quería. Me levantaba, jugaba conmigo, para después aventarme nuevamente al suelo o yo no sé dónde… Creo que perdí la conciencia por todo ese tiempo… de la noche a la mañana, sin saber cómo, aparecí aquí, y fue cuando te vi… fue algo muy raro Silvestre… muy extraño… tuve mucho miedo a la soledad… a perderme eternamente. Silvestre quedó blanco del susto. Los labios se le resecaron, sus pupilas crecían con el paso de cada instante, algo muy raro había pasado, con ambos, algo fantástico quizás… —No me vas a creer… pero algo similar me pasó a mí. —¿Cómo dices? No puede ser… Cuéntame… —Lo último que recuerdo fue cuando estuvimos juntos la última vez. Fue igual que siempre, tú ya sabes. El estar contigo me hace olvidarme de todo. Despiertas la pasión en mí. Me enloqueces, me gustas… como alguien ha dicho, “me encantas en pocas palabras y con muchas también”. ¡Ah Rosa! Esa experiencia de estar juntos, de literalmente ser revolcados, ligados el uno al otro por esa fuerza tan rara, que a veces pienso bien puede ser divina, que nos limpia, nos purifica dejando ese aroma a yo no sé qué… Cuando íbamos hacia la cima, creo que alguien me detuvo. No estoy seguro de quién era. Simplemente escuché una extraña voz que dijo: —Este se parece a uno que tengo en mi casa. —Volteé y dos manos me tomaron con mucha firmeza. Creo que literalmente me secuestraron como te decía, me metieron en una especie de bolsa. Me costaba mucho trabajo respirar, sentí a otros que iban junto conmigo. ¿Qué está pasando? No entendía nada. Después de cierto tiempo que para mí fue una eternidad, nos aventaron a todos en una especie de celda. Todos éramos distintos, gente de distintos colores, con tatuajes raros, olores que nunca antes había percibido. Un señor, con rostro de ser el jefe me saca y me dice: —¿Eres un huerfanito? —No supe qué decirle. Traté de correr, pero me detuvo con sus manos que eran manos rudas, con callosidades, a todos nos sacaban de la celda a cada rato, nos comparaba con otros individuos, a algunos se los llevaban, a otros los regresaban a la celda, en fin… Nos pateaban, nos tiraban, se burlaban de nosotros, y creo que a todos nos decían “huerfanitos”… no sé por qué… Después de varios meses creo, oí la voz de la señora Carolina, la Doña, como le decimos nosotros. Esa mujer que siempre nos ha querido tanto Rosa. La que siempre nos ha acogido y que nunca se ha escandalizado de nuestra relación. Cuando me vio, corrió y me abrazó con mucho cariño. No sabes el gusto que me dio verla. Me llevó a su casa me imagino. Y hoy por la mañana pasé por esa experiencia que siempre habíamos tenido tú yo. Y entonces fue cuando escuché tu voz… —Silvestre… —Rosita… yo te quiero mucho, de verdad, créeme… —Lo sé Silvestre, eso sí lo sé. —¡Qué raro! ¿No? —Sí… muy extraño… no entiendo… Ambos se abrazaron fundiéndose literalmente el uno con el otro. Estaban limpios, saturados con un aroma a pulcritud que brotaba de esos dos seres que habían sido amantes ya por muchos años. Ellos, Rosa y Silvestre, eran el par de calcetines favorito de la señora Doña Carolina Franco, que se le habían extraviado, eran de un color rosa silvestre, y la Doña los quería mucho. Sí… eran un simple par de calcetines… pero aun así, pudieron ser amantes… © David Alberto Muñoz Guadalajara en un llano, México en una laguna…
Por David Alberto Muñoz Guadalajara y Tequila, Jalisco.- Me imaginé de pronto, que la ciudad descansaba sobre el lago de Chapala, el mariachi, tocaba a distancia, y los tequilas simplemente volaban uno tras otro sin darse uno cuenta. Tlaquepaque con sus olorosos jarritos, cantaba a son de celebración, mientras el agua de pozo bañaba a las hembras con esa belleza descrita por Pepe Guizar en su canción, que casi es un segundo himno nacional. Guadalajara, en esta ocasión, me recibió dulcemente, meneando la cabellera a son de música jalisciense. Aquella estatua de Miguel Hidalgo y Costilla, erguida en una plaza del centro histórico, con esa mirada de endemoniado, me recordó, la furia de los jaliscienses, la alegría de ser mexicano, ese pueblo que todavía sueña, espera y desea el bienestar para con su gente. El México que encontré es un México con esperanza, deseoso que las últimas elecciones le den lo que siempre se ha deseado, seguridad, trabajo, dignidad. Un taxista me dijo en camino del aeropuerto al hotel: —Ahora con López Obrador, las cosas van a cambiar. Les va a quitar los choferes a todos los diputados y senadores, y les va a aumentar el sueldo a los policías, a las enfermeras. Todos necesitamos justicia. “Ojalá así sea”. Pensé muy dentro de mí. El mercado de San Juan de Dios me despertó una mañana con esos olores a tacos, birria, tortas ahogadas, pescado, antojitos; vendedores ofreciendo sus productos mientras decidimos tomarnos un tejuinio, manjar de los dioses huicholes, hecho a base de maíz, con piloncillo, un sabroso tequila, para consumirse con sal, limón y chile pequín. Bebida refrescante. Toda la gente jalisciense está llena de amabilidad, incluso esos jovencitos tercos que te siguen casi toda una cuadra, ofreciéndote papas con limón y chile. —¡Papas! ¡Papas! ¡Papas con limón y chile! ¡Lleve sus papas! Al entrar a los locales del mercado, todo mundo te ofrece comida. —Pásele pa acá güerito, ¿qué necesita? ¿Güerito? ¿Yo? Nada más por eso, me quedo a comer aquí. —Estamos a sus órdenes. Usted nomás diga. —¿Qué le damos? Todos en México nos hacen llorar, desde el niño que vende mazapanes, hasta la mujer que intenta vender mezclas fantásticas que darán salud. El hombre mesero que ya lleva más de medio siglo atendiendo mesas. Los cantantes que ofrecen una canción por 300 pesos. Viajamos al pueblo mágico de Tequila, cuna de la mentada bebida, que al menos cuando yo era chico, era corriente, la tomaban los albañiles, y hoy en día el tequila es la bebida que representa culturalmente a México en el mundo. Además de ser, el lugar de nacimiento de mi abuelo, a quién entre paréntesis, un cantinero conoció, Ricardo es su nombre, hombre nacido en el mismo año que su servidor y que al escuchar el nombre de mi abuelo dijo: —Sí yo lo recuerdo, Víctores Prieto Llamas, llegó a ser gobernador interino del estado de Jalisco. Él era masón, igual que mi padre. Para mí, fue un orgullo el poder estar en el lugar de nacimiento de mi abuelo, y el haber llevado a mi hija para que lo conociera. ¡Brindamos a su salud! Tequila, sí es en realidad un pueblo mágico, dónde siempre hay fiesta. Existe un sortilegio especial sobre aquella pequeña población llena de un mito seductor, que llevó a mi abuelo hasta la gubernatura del estado de Jalisco. Me sentí muy orgulloso de él. Dentro de su pequeño mercado, pese a ser chico, llena el ambiente con el calor de su gente, mientras por las noches llueve a cántaros, como le gustaba a mi madre, y por las mañanas se respira un ambiente de total paz. Fue muy curioso darnos cuenta de una tradición muy particular. Todos los días a las 9:00 de la noche, el sacerdote del pueblo ofrece una bendición tocando tres campanadas, en ese preciso momento todo mundo detiene sus actividades, si están sentados se ponen de pie, si son dos jóvenes echando novio, dejan de besarse y se ponen de pie, en las casas la gente apaga el televisor, toda actividad se suspende, para encomendar a Dios y al Señor de los Rayos, para que llueva, pero sin tempestades, ya que la mayoría de los locales trabajan en la cosecha. En este viaje reencontré mis raíces. Y aunque ya viva en otro país, y mi cultura quizás haya cambiado, México siempre estará en mi sangre. Guadalajara en un llano, México en una laguna… © David Alberto Muñoz A mi hermano…
Por David Alberto Muñoz Qué difícil puede ser la muerte, sobre todo, cuando no las esperas, cuando llega de repente, sin avisar, como un ladrón en la noche, con la intención de quitarte algo muy valioso para ti. Creo que todos hemos estado alrededor de la muerte, pero cuando es una persona tan cercana a ti, menor que tú, de tu sangre, duele mucho. A mí me ha dolido mucho, como a todos los miembros de mi familia, la muerte de mi hermano Pablo. Pero en esta ocasión yo deseo celebrar su vida, recordar todas aquellas cosas que han permanecido en nuestra mente y nuestro corazón. Los momentos de alegría, de risas y juegos. Yo crecí con Pablo, Polo o Pequeño como le decíamos en la casa, en un hogar dónde se nos dio amor. Él fue el menor de tres hermanos varones, aparte de mí, David, Josué Alfonso y por supuesto, mi hermana Elma, la única mujer, y la más chiquita de la familia. Es curioso cuando recuerdo cómo crecimos en la ciudad de México, en aquella casa que fue la casa de nuestra infancia, en Cuarta calle de Cajamarca, número 12, Fraccionamiento las Américas, Naucalpan, Estado de México. Cuyo teléfono todavía recordamos, 5-60-31-79, aunque hoy en día, no podamos recordar nuestro propio número celular, porque la tecnología lo hace por nosotros. Más aún, tengo recuerdos de cuando vivíamos en aquel apartamento de Coyoacán, Miguel Ángel de Quevedo número 976 Departamento 2. Recuerdo una tarde cuando todos estábamos comiendo, en aquella época, Polo era un niño, que todavía comía en una silla especial para poder alcanzar la mesa. No sé de qué tanto hablábamos el uno con el otro, el escándalo normal de una familia disfrutando de los alimentos juntos, de pronto, nos dimos cuenta, el Pequeño se había bajado de su silla y se había ido. Nos causó mucha risa, porque no nos dimos cuenta cuando lo hizo, y después, descubrimos que siempre fue así, se iba de repente de la mesa y no nos dábamos cuenta. Cuando mi papá nos preguntaba ¿qué queríamos ser cuando fuéramos grandes? Pablo respondía, ingeniero, y mi hermana casi de inmediato decía, yo quiero ser ingeniera. Cuando llegamos al otro lado, nos contaba Mita, mi hermana y él, que el primer día de clases en la escuela, cuando llegaron a casa, ambos se preguntaron: ¿Entendiste algo? Nada, dijeron los dos. Una vez Polo estaba haciendo una obra de teatro, era en la Jr. High School, y fuimos a verlo. Pero parece ser que nadie se había aprendido las líneas, Polo estaba bastante molesto, porque él, desde chico fue muy responsable. Y en lugar de seguir con la obra, hizo un show que para que les cuento. Nadie puso atención a los diálogos de la obra, todo mundo estaba atento a ver qué le pasaba a Pablo, quien de pronto, parecía estar malo, enfermo, lo podíamos ver detrás de una puerta, tratando de alcanzarla, cayéndose en forma medio dramática, y cuando un maestro quería cerrar la puerta, él lo detenía, porque quería que todo mundo lo viera. Le preguntamos después qué pasó y nos dijo, es que nadie se sabía sus diálogos y no iba a desperdiciar esa oportunidad de hacer mi show. Siempre le gustó mucho Elvis Presley, lo imitaba desde chicho. Y lo hacía muy bien. Quizás algunos de ustedes tuvieron la oportunidad de verlo ya de grande hacer esta imitación. Una vez hizo un show en la casa de un amigo, y le dijo a mi papá que llegara a una hora exacta, porque quería salir corriendo y subirse al carro como lo hacía Elvis. ¡Pequeño viajero! La primera vez que participó en un concurso de oratoria en la High School, nos informó, y la verdad, todos medio incrédulos, no pensamos que pudiera ganar. Le dimos ánimo, claro, como debe de ser, pero al menos yo pensé, no va a ganar mi hermano. Fuimos al concurso, y ¿qué creen? Ganó, sí ganó, fue el primer lugar en oratoria, y bien recuerdo que cuando salió con la placa que le otorgaron, le decía a mi mamá, llorando de emoción: “La hice madre, la hice”. Creo que, entre todos nosotros, él fue el mejor orador de la familia, muy bueno para hablar en público, talento que le heredó a mi padre, quién como algunos de ustedes han de saber, fue predicador por muchos años. Bailaba muy bien, tocaba las congas y la batería, era muy buen actor, en fin, un estuche de monerías. :-) También recuerdo una grabación que tengo todavía la esperanza de encontrar en algún lugar, dónde Polo estaba entrevistando a mi hermana Mita, Y le decía, vamos a entrevistar a la Mita Muñoz, ¿cómo se llamaba usted Mita Muñoz? Mi hermana no decía nada. ¿Cómo se llama usted Mita Muñoz? ¿Cómo se llama usted Mita Muñoz? Y mi hermana finalmente responde quizás por caridad, Mita Muñoz. Son las voces de dos niños de no más de cuatro años. Mi hermana siempre le celebraba todo, cualquier chiste que decía mi hermano se reía, aunque fuera un chiste sangrón. A veces era medio sangrón el Pequeño. Pero siempre fue muy lindo y muy buen hermano. Cuando éramos chicos, recuerdo que escuchábamos mucho a Cri-Cri, y la canción de los 3 cochinitos. Y no sé si mi padre o mi madre decían que Polo era el cochinito lindo y cortés que sólo soñaba con trabajar para ayudar a su pobre mamá. Estás son historias que han circulado por mi familia desde siempre. Cuando crecimos, y nos hicimos adultos, nos conocimos mejor. Es muy curioso cuando te haces adulto y logras platicar con tu hermano de tantas cosas. Yo podía platicar con el Pequeño de lo que fuera, sin juicios de ambas partes. Todos los viernes iba a desayunar a la casa de mis padres y siempre subía a su cuarto a platicar con él. Esos recuerdos los llevaré toda mi vida. Una vez fuimos ya siendo grandes a San Diego, y pudimos convivir, platicar, reírnos, y sí, también pistear, disfrutar de ser hermanos y poder estar juntos. Pablo fue un hombre muy especial, trabajador, nunca se dio por vencido. Siempre pensando en el prójimo, y sobre todo, en la niñez, en los jóvenes que ayudó mucho. Muchos de ustedes están aquí presentes y lo han dicho. El Pequeño era un hombre inteligente, capaz, que supo contribuir no solamente a las vidas de aquellos que navegan en el mar hispano en este país, con sus retos y obstáculos, sino también, en la vida personal de muchos niños y jóvenes, que creo que lo recordaran con tanto cariño como lo hacemos su familia. Y sí, Pablo no era perfecto, al igual que yo, no quiero idealizarlo, y crear un santo, deseo simplemente expresar lo que mi corazón siente por mi hermano Pablo Armando Muñoz Salazar, a quien quise, quiero y amaré siempre con todo mi corazón. Era tremendo, cuidado con el Pequeño, era cosa seria, y le gustaba tomar Jack Daniels, en las rocas, with a twist of lemon; no me hubiera gustado tenerlo como enemigo, y lo digo en serio, pero gracias a los dioses del maíz era mi hermano, mi hermanito, pero más que nada era mi amigo, a quien tuve la oportunidad de conocer, y con quien tuve la oportunidad de convivir por tantos años. Esa noche él no pudo dormir… no intentó siquiera conciliar el sueño, prefirió perderse entre todas aquellas ambiguas lobregueces detrás de su propia inconciencia. Sólo un recuerdo lo ahogó, haciéndole sentir casi ansiedad. Miedo a existir o a no ser. Era simplemente el recuerdo de ese ser querido a quién ya no podría ver. Aquel ente, que sin avisar los abandonó heridos, frente aquel perdido recuerdo que nadie enmendaría ya más. Esa noche se dio cuenta, que cuando partimos, ya no podemos regresar. No fue él… más bien fue el fin… sí… el fin… fin que llega junto con la muerte. Porque ni siquiera la esperábamos Esa noche se percató cómo duele la muerte… no tanto para aquellos que se van, sino más bien para aquellos que permanecemos. Por eso ahora solo deseaba declarar Descansa en paz… Cede simplemente tus recuerdos Tus memorias que harán que tu presencia perdure En medio de este complejo aguijón llamado vida. Descansa en paz… Tu presencia siempre permanecerá Porque el amor nunca muere Y tu existencia siempre con nosotros estará Descansa en paz... © David Alberto Muñoz La muerte
Por David Alberto Muñoz “Estoy a punto de emprender mi último viaje; voy a dar el gran salto en la oscuridad.” Thomas Hobbes, sus últimas palabras (1679). Cfr. Watkins, Anecdotes of Men of Learning. No compadre, yo nunca había pensado en eso. Yo sé que todos nos vamos a morir algún día, pero la mera verdad nunca antes se me había ocurrido pensar que hay detrás de la muerte. Ya ve usted cómo es la gente, unos dicen que el cielo y el infierno, otros que vamos a rencarnar, otros que ahí se va acabar todo, total, no podemos ponernos de acuerdo. Lo que sí sabemos es que para allá vamos todos ¿no? Tal vez, todavía no soy tan viejo como para imaginar lo que significa verdaderamente envejecer, mucho menos lo que significa morir. Cuando uno es joven nunca piensa en la muerte, al contrario, pensamos que vamos a vivir eternamente, que el tiempo de alguna forma pasará frente a nosotros pero nunca logrará detener la fuerza de nuestra vida. Nos la pasamos de parranda en parranda, echando desmadre y medio, y una cosa sí le digo compadre, el tiempo no nos importa, lo mandamos por un tubo sin pensar que quizás algún día desearemos tener un poco más de tiempo. Y es cierto compadre, la vida es muy corta, ¿qué son unos mugrosos 70 años, si Dios me permite vivirlos? Cuando menos lo pensamos nuestra juventud se nos fue de la mano. Dejan de pedirnos I.D. en las tiendas cuando queremos comprar alcohol, y pues claro, eso es dentro de estas tierras en las cuales vivimos. Porque en nuestros terruños, nuestro padre nos mandaba a la tiendita de la esquina a comprarle sus buenas caguamas, para que pudiera ver a gusto el juego de fútbol los domingos por la mañana. ¿A poco no? ¿Sabe compadre? La primera vez que me dijeron Sr. Como que no me gusto. Estaba acostumbrado a que me llamaran joven, y creo que hasta le dije a la muchacha que se atrevió a lanzarme tal insulto: —¡No maches maestra, yo también te puedo decir Sra.! ¿Se imagina compadre? Cuando somos jóvenes queremos ser más viejos, cuando somos viejos queremos ser más jóvenes, si estamos gordos deseamos adelgazar, y si somos flacos preferimos engordar, total, nunca estamos conformes. ¿Sabe usted compadre? A veces pienso en mis padres, gracias a Dios todavía viven, pero un día se me van a morir, y no lo digo con tono melodramático, es la purita verdad. Es entonces cuando los recuerdos me invaden uno tras otro, todos los errores que he cometido en mi vida se muestran ante mí al igual que una película. En mi mente, cambio las malas decisiones que he tomado y lo convierto todo en un perfecto cielo idealizado, donde todo está bien. ¿Sí me entiende compadre? Cómo desearía poder regresar en el tiempo y vivir otra vez, aunque una cosa sí le digo, a mí me gustaría regresar si supiera lo que sé ahora, si no, ¿para qué? ¿Qué caso tiene no? Figúrese usted compadre, ayer me habló una amiga, ya sabe usted, una compañera de estudios. Se llama Rita. ¿Se acuerda usted de los Archis compadre? Esos que cantaban “Señorita Rita”. En fin, como le decía, me habla la mentada Rita, que bien me acuerdo como un día llegamos a coquetear el uno con el otro, ya sabe usted como somos los humanos, no solamente los hombres compadre, también a las viejas les gusta, hay que ser justos ¿no? Pues la susodicha Rita tenía buena pierna lo que sea de cada quién, yo siempre he sido muy dado al placer, y al menos a mí, me encanta mirar a una mujer, sobre todo si es bonita compadre, y la Rita estaba bien buena pa que más que la verdad. En fin, me habla por teléfono, y me dice que su hermano acaba de fallecer. Yo no supe qué decir compadre, simplemente me concreté a dejarla hablar y permitir que se desahogara. Ha de ser feo eso ¿no? Que se te muera un ser querido y sobre todo que se vaya antes de tiempo. ¿Por qué algunas personas se mueren antes de tiempo? Yo no sé compadre, todos pasaremos por la muerte algún día. Es parte de la vida, nacemos para morir, vivimos para morir, construimos cosas para algún día dejar atrás lo que tanto trabajo nos ha costado realizar. Es algo así como si el vivir fuese una enfermedad cuyo alivio momentáneo es el poder dormir. Sin embargo al morir, parece ser que obtenemos el remedio permanente. ¿Usted qué cree? No compadre, yo nunca había pensado en la muerte, hasta que usted lo mencionó. ¡Qué loco compadre…la muerte! © David Alberto Muñoz Del libro, El Santo Don Patricio y otros demonios, Editorial Garabatos, 2015 |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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