La cita perdida
Un relato Por David Alberto Muñoz Siempre me dijiste ¿por qué no nos cocimos antes? Yo qué sé. Te conocí en el momento preciso, o tal vez simplemente ignoré esa cita que el destino me tenía preparada. Recuerdo tu rostro cuidadosamente maquillado, tu cutis fresco y juvenil, ante la mirada recia de tu madre, que parecía cortarme las venas con la mirada, mientras yo intentaba acercarme. Habíamos quedado de vernos a las doce medio día. Enfrente de la escuela, dónde el señor Ruperto vendía licuados y panes dulces. ¿Recuerdas? La primera vez que te invité un licuado, pediste uno de mamey, con un chorrito de jerez y poca canela. Me impresionó tu atrevimiento, te atrevías a beber ya un poco de alcohol mientras que yo apenas me escapaba de mi casa a media tarde para verte detrás del árbol que estaba plantado en el parque a media cuadra de tu casa. La señora Ocejo, la perfecta de la escuela, nos cachó una vez, ¿lo recuerdas? A mí me puso una regañada de los mil demonios. Tú poco a poco nada más te fuiste, desapareciste de la escena, fue como si nunca hubieses estado; mientras que aquella mujer me decía que yo no la miraba a ella con el amante, y lo puedo hacer decía, porque no tengo marido, pero no me vez ¿o sí? Sra. Ocejo, yo solamente me salí a tomar un licuado con Beatriz. Creo que así te llamabas… Ese día, cuando debí de haberte conocido, me enfermé, me dio temperatura y estuve ausente por varios días. Lo único que pensaba era en decirte lo que me había pasado, no quería que pensaras mal de mí; pero en esa época no había celulares, ni mensajes de texto, sólo teníamos un teléfono en la casa, y eran nuestros padres los que por regla general contestaban… Y tu mamá nunca me quiso, ni yo a ella, no sé por qué. Creo que fue ella la que impidió aquella cita. Cada vez que te hablaba y contestaba ella, podía oír ese respirar de enfado, coraje, casi odio para conmigo. ¿Qué le hice señora? Yo solamente quiero hablar con su hija. Me gusta mucho y a lo mejor podemos ser novios. Porque en esa época era el deber del muchachito pedirle a la jovencita si quería ella ser su novia. Yo inventaba un sinfín de escenas en mi mente y hablaba como los actores de cine que había visto y según yo era el gran conquistador, pero a la hora de la hora me quedaba mudo ante tu presencia. Tal vez por eso no asistí a la cita. Años después nos conocimos. Ya siendo adultos, yo estaba terminando la carrera en la universidad mientras que tú aprendías contabilidad para llevarle las cuentas al negocio de tu padre. Él tampoco me caía bien. Sé que son tus padres, pero tú tenías tu destino y de alguna manera la providencia determinó que finalmente nos conociéramos años después de salir de la misma escuela secundaria. Ya nos habíamos visto, ambos simplemente pretendimos no conocernos, nos hicimos tontos, porque ya sabíamos que nuestros destinos estaban enlazados, aunque hubiésemos perdido aquella cita. Tú lo sabías muy bien. Es raro cómo termina uno con gente que quizás jamás se imaginó. Yo cada vez que conocía a una mujer inventaba en mi mente, esta es con la que me voy a quedar, pero no… no era así… ¿Tú qué pensabas? ¿Imaginabas igual que yo que estaríamos juntos? ¿Repasabas la escena de la primera vez en el lecho? O quizás simplemente te decías a ti misma ¿a ver qué pasa? Fue precisamente aquella fecha, la primera vez que nos miramos a los ojos directamente, ¿te acuerdas? El cuerpo se me puso de gallina y la voz no me salía. Tú no parabas de hablar y yo simplemente afirmaba con los ojos llorosos y las muecas de mimo que siempre he tenido. Fue una escena boba. Dos adultos jóvenes conociéndose casi 10 años en que en verdad debieron haber platicado el uno con el otro. Creo que desperdiciamos 10 años de vida, 10 años de aprender más el uno del otro, aunque ya sabes lo que dice la gente, al final de cuentas, con el paso del tiempo, las parejas deciden simplemente solventarse el uno al otro. ¿Has logrado desenredarme? Te miro, y te veo igual como aquella tarde, o mañana, o noche, o madrugada, cuando te toqué por primera vez, y reaccionaste como cualquier otra mujer… No, no es ofensa, es mi verdad, la tuya ya la conozco, aunque la conocí diez años después de que debimos habernos encontrado. ¿Tuviste miedo? Yo sí, creo que todos sentimos miedo. ¿A qué? Yo qué sé… a la inseguridad, al verme humillado ante los demás, a no querer que vean realmente al niño que quiere ser muy hombre pero que llora en la oscuridad porque le dijeron que hay que dormir con la luz apagada. ¿A que le tienen miedo las mujeres? Mi tía Alicia me decía que cuando empezó a vivir sola, ella tenía miedo a que la fueran a violar al entrar a su casa, ya que trabajaba por las noches. No entiendo por qué hay gente así, mala, solamente buscando hacerle mal a los demás. Tal vez por eso no nos cocimos cuando debimos. Ambos no sabíamos lo malo que puede ser la gente. Yo no quería que tú pensaras mal de mí. Creo que todos somos así ¿no crees? Pero el miedo es una emoción horrible, te paraliza, te hace temblar, tus mismos adentros se congelan, y es simplemente el imaginar lo que la demás gente te pude hacer. Puede ser una emoción aterrorizante. Después con el tiempo, todo eso se borra. Nos acostumbramos a estar el uno con el otro. Ya sin pleitos de niños, sin reproches, solamente viéndonos envejecer el uno al otro. Ya casi sin deseo, ¿cómo dice el Eclesiastés?, porque en esos días ya no hay complacencia, o algo así. El cabello se pone blanco. Recuerdas esa vez cuando comíamos en un restaurant en Las Vegas, y vimos una pareja ya grande frente a nosotros, y estaban totalmente callados, sin decir una sola palabra. Y nos dijimos, o están tan conectados que no hay necesidad de hablar, o cada uno de ellos vive su propia realidad. A veces pienso que es cierto, cada uno de nosotros nos refugiamos en nuestros pensamientos, en nuestras esquinas solitarias, negras, llenas de maldades que siempre quisimos hacer pero que nunca nos atrevimos. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiéramos hecho? ¿Nos hubiésemos conocido? ¿Hubiésemos compartido momentos el uno con el otro? No sé… el tiempo no perdona. A mí me gustaría poder vivir la vida nuevamente, y no necesariamente para cambiar mis decisiones, sino para repetir los momentos de placer que he vivido. Dice Platón que el comportamiento humano deriva de tres fuentes, el deseo, la emoción y el conocimiento. Yo le agrego una, la ignorancia, y mi ignorancia al no tenerte es la prueba más grande de mi estupidez. ¿Sí me explico? Cuando los infiernos dejan de ser de entregas en los hoteles, con amantes perdidos, mordiscos y cuerpos metidos uno con el otro en las sábanas de una cama, sin tiempo siquiera para comer, posesionados simplemente por el deseo de poseerse mutuamente, aunque sea sólo en la imaginación, es cuando descubro que nunca realmente nos hemos conocido. No, al contrario, somos carne encontrada en lienzos de carnalidad que se rehúsan a pensar, y solamente desean sentir. Como aquella película que nunca vimos, pero sí entramos al cine, para pasar las siguientes dos horas besándonos y acariciado nuestros cuerpos en total perdición. El tiempo pasa, pasó, ya no me gusta pensar qué pasará. Descubrimos que la vida es cruel, que suda dolor y sangre, y aunque desprende también sonrisas de sus entrañas, deja tu cuerpo acabado, arrugado, sin la virilidad poseída hace ya algunos años. De pronto, te descubres simplemente meditando, reflexionando, la vida se convierte en recuerdo, y ya no puedes salir de ahí, pasas días enteros añorando, evocando esos momentos que siempre quisiste tener, y que ahora son simplemente remordimientos, pesadumbres que ya no puedes resolver. Siempre me dijiste ¿por qué no nos cocimos antes? Yo qué sé… porque, aunque tenemos libre albedrio, la vida te lleva y hace contigo lo que le dé su regalada gana… y lo qué pasa, ya nunca lo podremos cambiar. El motivo por el cual no fui a aquella cita que teníamos, fue porque tenía fiebre y estaba enfermo de temor. No era nuestro tiempo, teníamos que conocernos 10 años después… ¿Qué hubiese pasado si nuestros tiempos no hubiese concordado? Creo que nunca lo sabremos… Ayer fui nuevamente a la escuela dónde ambos asistimos. Y el señor Ruperto todavía vende licuados a la salida. Ya es un hombre viejo. Le tiemblan las manos cuando atiende a la gente. Pero posee una especie de dignidad que le cubre todo su cuerpo. Cuando me vio, se sonrió y me dijo: —Joven Néstor—creo que así me llamo—¿no trajo a Beatriz? ¿Le preparo su licuado de mamey con un chorrito de jerez y canela? La última vez no vino, no vino a la cita con la joven Beatriz. Se acordó, él se acordó de esa maldita cita a la cual yo no asistí. Me tomé el licuado y te recordé. Ya no estabas presente… desapareciste de pronto, sin explicación alguna… ya no estás… unos me dicen que ya estás muerta… ¿Por qué no nos conocimos antes? Siempre solías decirme… © David Alberto Muñoz
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Conversaciones
Un cuento Por David Alberto Muñoz “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Jeremías 17:9 Cada mañana de su vida, José Andrés Escalante se levantaba de madrugada para ir a tomarse un café y desayunar en un restaurante que estaba en el centro de Azcapotzalco, el mentado Once28. Era una panadería, con pastelería, café gourmet, que servía desayunos, comidas y cenas. Siempre se preguntó porque le pusieron el Once28, pero la verdad la pregunta se le iba de la mente cada vez que olía el aroma de la mantequilla orneada con azúcar, o su pan de muerto, relleno de trufa de chocolate de leche con un chorrito de tequila, que él siempre pedía fuera un doble. Le gustaba sentarse a leer con su café a un lado. Desde chico había adquirido el amor por la lectura. Incluso, cuando era niño, no salía a jugar con sus hermanos, su madre siempre le decía vete a jugar, sal a tomar aire muchacho, pero él, prefería permanecer frente a un libro. Se la pasaba leyendo en la oficina de su padre, quién era maestro, y cuando se le acabaron los libros, fue a la biblioteca y se los robaba, porque tenía un verdadero vicio de leer. Poco a poco fue leyendo las grandes obras literarias de los grandes maestros. Le gustaba ser el primero en llegar al Once28, porque de esa manera tenía más tiempo de leer sin ser interrumpido. Por las mañanas la gran ciudad era como cualquier otra. Despertaba con algunas lagañas provocadas por las copas de más, que los rascacielos habían compartido con las alcantarillas, mientras escuchaban el paso de millones y millones de personas que iban caminando huyendo no del “otro”, sino más bien de ellos mismos. Era notorio aquella mañana, el aire fresco que se respiraba en medio del smog que literalmente se podía ver con el simple ojo. A él, no le importaba. Tomaba aliento permitiendo que sus pulmones sintieran la frescura de otro amanecer. —¡Buenos días José Andrés!—lo sorprendió una voz conocida—Como siempre, eres tú el primero en llegar. ¿Ya terminó con Marguerite Duras? Era Venancio Echevarría, el abogado aprendiz de filósofo, quién pensaba conocer todas las ideologías humanas, así como la literatura universal en todas sus dimensiones. Vestía como era su costumbre. Un traje negro, camisa blanca y corbata de cuadros, de color verde blanquizco, y su característica más peculiar, siempre llevaba puestos, unos guaraches. A José Andrés le causaba mucha risa, porque parecía ser una verdadera caricatura sacada de algún comic de antaño. —Buenos días Venancio, te amaneció más temprano hoy. ¡Joder! Echevarría siempre se las daba de ser de origen vasco, pero la verdad, era más mexicano que el molcajete, su nombre se lo dieron porque su abuelo, quién sí vino de España, era como el patriarca de la familia, y al santo niño de Atocha le tocó el nombre, pero ni siquiera tenía acento vasco, era más defeño que el mismo José Andrés, quién enseñaba en la UNITEC, comercio internacional, pero muy dentro de él, le hubiera gustado enseñar su verdadera pasión, la literatura. —No sé por qué no estudié literatura como mi padre. Siempre me gustó. En mi mente, al leer, creo metrajes enteros. Mi imaginación trabaja, logro ver no solamente los espacios geográficos de una novela, también en ocasiones, me adentro en el mismo corazón humano, y de esa forma logro al menos tratar de entenderme un poco más—se decía así mismo. Esa alborada, José Andrés estaba terminando El amante, de Marguerite Duras; le daba mucho coraje que Echevarría supiera que estaba leyendo, de alguna extraña forma, siempre le daba el nombre del libro antes que Andrés lo mencionara; no sabía cómo le hacía, trataba de ocultar el cuerpo del delito debajo de un periódico o algo así, pero el susodicho niño de Atocha, porque así le decían por los guaraches que invariablemente traía puestos, siempre descubría el título y el autor que deleitaba en esos momentos a José Andrés. —No empieces a joder Andrés. Mejor dime, ¿te gustó el amorío del chino con la jovencita bella? Es medio morbosa la novela ¿no? Escalante lanzó un gesto de enfado en medio del aire. —No te enojes, solamente deseo conocer tu perspectiva. A ti siempre te han gustado las jovencitas ¿no? Bueno, por no decir las niñas… —¡No empieces pinche niño de Atocha!—gritó bastante molesto José Andrés. —Tranquilo compañero, no te alebrestes, es guasa… bueno… eso digo yo. En realidad, no conocemos el interior de la mente de nuestro prójimo. Tú puedes tener una mente sucia, o una mente podrida. Echevarría soltó una burlona carcajada, sabiendo de antemano que sus comentarios molestaban bastante a José Andrés. —¡Mejor cállate Venancio! No sabes lo que dices. —¡Uy! ¡Qué genio! Nada más estoy jugando. —Siempre tienes que llegar con tus comentarios pendejos. ¿Qué sabes tú de la novela erótica? Venancio, se sentó en la mesa dónde estaba José Andrés. Llamó a la mesera para pedirle un café americano, para luego tomar el libro que estaba leyendo Escalante. —El erotismo es una expresión amorosa sexual, una emoción del que se siente atraído por otra persona que le produce placer, deleite, satisfacción. Se presenta como un amor físico, carnal, algo que es sensual. ¿Sabes? El texto erótico requiere un tipo particular de exhibicionismo, sí, así es, siempre busca sugerir más que mostrar, su propósito es el de estimular la imaginación y los sentidos del que lee. Y es que el erotismo suele adoptar dos procedimientos que conllevan dos estilos totalmente diferentes, por una parte, puede emplear la sobre determinación concreta, y pone de relieve la vertiente más baja de la sexualidad humana, sí, hablo de la pornografía. Por otro lado, puede seguir la tradición clásica y literaria para lo cual emplea un lenguaje refinado y distanciado de lo real. No es mi literatura favorita, pero eso ya lo sabes. La mirada de Escalante reflejaba disgusto, y esa común envidia de saber que el vasco niño de Atocha tenía hasta cierto punto razón. —¡Buenos días caballeros!—anunció una voz femenina—¿Tan temprano y ya peleando? Era Lilia Sandoval Zollino, diputada al congreso de la Unión, representando al partido Verde. Mujer relativamente joven, inteligente, de unos 43 años de edad a quién le gustaba vestirse sexy y provocar al varón para luego echarles en cara su comportamiento machista. A José Andrés… le gustaba. A Venancio, le caí muy mal. —Señores tranquilidad, ¿a qué se debe tanto escándalo? No creo que sea para tanto ¿o sí? La ciudad empezaba a cobrar vida. Murmullos adornaban la escena. Camiones cruzando, gente transitando, taquerías abriendo temprano, mujeres barriendo las entradas de sus casas o sus negocios, regando con la manguera la tierra acumulada, niños rumbo a la escuela, pordioseros en busca de comida, voces de una ciudad resucitando. —Ya llegó la licenciada Sandoval Zollino. Por cierto, Lilia, ¿de dónde viene ese apellido medio raro? ¿De la palabra zorrillo? Lilia simplemente sonrió sin parecer haberse ofendido. —No Venancio, Zollino es una pequeña población al sur de Italia. Te lo he dicho mil veces, pero a ti te encanta repetir tus propias pendejadas. —¿De veras? Algo me huele mal aquí. —Ha de ser tu aliento que nunca cepillas con un buen razonamiento. —¿Zollino? —Sí, de veras. Está casi en el tacón de la bota. ¿Sí sabes que Italia tiene la forma de una bota verdad? —¡No empieces pinc…! —¡No enfades Venancio! Ya mejor cállate—finalmente intervino José Andrés—No le hagas caso Lilia, ya sabes cómo es. ¿Cómo estás? ¿Qué dice la política nacional? La mujer, quien vestía un bello vestido color violeta, asimétrico, de manga larga tipo camisero, con detalle de listón a la cintura formando un moño que hacía lucir muy elegante a la licenciada, se sentó y cruzó la pierna subiendo su vestido a la altura adecuada, suficiente para que el varón vea, pero no demasiado para ser juzgada por la sociedad. —Cómo hemos de estar. Sin gasolina, con personas muertas, yo no entiendo a esa gente que nada más se metió a querer llevarse la gasolina, y bueno… también con individuos como el licenciado Echevarría diciendo pendejada y media. —Silencio, que la gallina va a hablar. —¡Ay corazón, el gallo será muy gallo, pero la de los huevos es la gallina! Todos rieron casi al mismo tiempo. De pronto, se pudo sentir un ambiente de verdadera amistad entre estos tres individuos que una mañana tomaban café en un lugar céntrico de Azcapotzalco. —El profesor Escalante me estaba diciendo que a él le gusta las jovencitas, las niñas prácticamente. ¿Has leído El amante Lilia? Un chino rico de 26 años, que se mete con una jovencita de 15. Hoy en día eso lo llamamos pedofilia ¿no? —A ti nada más te gusta enfadar a la gente Venancio. Marguerite escribe con un estilo refinado, y definitivamente plasma la hipocresía de la sociedad colonial, cuestión que bien puede ser nuestra propia sociedad de principios de siglo. Venancio la observa con recelo, haciendo gestos de tú lo has de saber todo. —Esa adolescente no deja de ser una niña de 15 años. ¿No tienes tú una hermanita de esa edad? ¿Te gustaría que se metiera con un hombre de 26, vivido, con dinero y demás? —No reduzcas los argumentos a la simplicidad Venancio. El hecho de que a mí me guste eso o no, no le quita el propósito y el valor a la escritura de Duras. —¡Uy! ¿Cuál fue ese propósito? —¿No has leído la novela? Cito: “Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde… A los dieciocho años envejecí”. Es una historia de amor y odio, de cómo una familia se desgarró, y todo esto en medio de una apasionada relación sexual. Es pseudoautobiográfica, una niña que quedó permanentemente marcada por la madurez a corta edad. ¿Me vas a decir que tú no tenías deseos sexuales a los 15 años? —¡Tú qué sabes Lilia! Venancio se levantó y se alejó de José Andrés y la licenciada Sandoval Zollino, éstos dos, simplemente se miraron a los ojos para sonreír con mucha complacencia. —¿Qué piensas tú de verdad Lilia? Como mujer que eres. No voy a negar que hasta cierto punto es verdad lo que Venancio dice, a mí me gustan las mujeres jóvenes, pero eso es lo que hace la literatura por mí, vivir idilios prohibidos, nunca imaginados, crear personajes abstractos que se muevan a su antojo, provocar reacciones en la gente de enojo, atrevimiento, escándalo, asco o dulzura. ¿Me explico? Lilia sacó un cigarro de su bolsa. Andrés de inmediato se lo encendió con un encendedor que siempre cargaba, aunque él no fumaba. Permitió que la mujer meditara brevemente en su respuesta. Ella, alzó los ojos para ver a Venancio que estaba obviamente molesto y platicando con una mesera que simplemente escuchaba las palabras quizás vanas del mentado abogado, aprendiz de filósofo, a quién le decían el santo niño de Atocha porque siempre traía guaraches puestos, y además, les llevaba comida a sus clientes que estuvieran prisioneros. —Mira José Andrés, todos los humanos tenemos un despertar sexual. Quince años es más o menos la edad en la cual todos descubrimos la atracción que podemos sentir por el sexo opuesto, o por el mismo hoy en día. Nuestros cuerpos están cambiando, las hormonas nos vuelven locos. Es esa época difícil cuando no somos niños ni adultos. A ustedes les cambia la voz, a nosotras los pechos comienzan a crecernos. Pero lo que yo veo, sobre todo en El amante, es que es muy difícil separar a la niña de la dama del sombrero de ala plana. El deseo llega y no pregunta, en ocasiones te controla, y sí, es verdad que muchas cosas no las hacemos por el freno que nos pone la sociedad, pero sí hay algunos que se entregan al deseo sin medir consecuencias. Eso es una desgracia, ¿no crees? —¿Por qué desgracia? —Préstame ese libro. Escalante le da la copia de El amante que ha estado leyendo. —Escucha: “Su desgracia es evidente. Abocadas las dos a la difamación debido a la naturaleza del cuerpo que poseen, acariciado por los amantes, besado por sus bocas, entregadas a la infamia del goce hasta morir, dicen, hasta morir de ese amor misterioso de los amantes sin amor. De eso es lo que se trata, de esas ganas de morir”. Tal vez, ese es el tema del libro… Todos quisiéramos tener cuerpos jóvenes, sólidos. Desearía que mis pechos nunca hubiesen caído, que las arrugas jamás hubiesen invadido mi rostro. Poder experimentar el placer sexual a la luz de la experiencia, y la juventud de mi cuerpo a la misma vez. Pero no podemos, ya que maduramos, ya que entendemos el placer mucho mejor, lo abrazamos con fuerza, o quizás los rechazamos. Duras, era ya una mujer anciana cuando escribió este libro. Es una voz del recuerdo, de aquello que le hubiera gustado verdaderamente vivir. Y aunque se dio cuenta a corta edad, sólo ya estando en la vejez podemos realmente reflexionar en lo que nos hubiera gustado sentir, experimentar, conocer, saber... ¿Me entiendes? José Andrés suspiró profundamente. —¿Entonces qué Escalante? ¿Vas a aceptar que eres un depravado?—interrumpió nuevamente Venancio. Andrés lo miró con misericordia. —Sí Venancio, soy un depravado que por lo menos ha aceptado su condición, mientras que tú, solamente buscas contradicciones. Me despido. Buen día compañeros. Voy ahora a leer Estrategias del deseo de Cristiana Peri Rossi. Pero antes, tengo que dar mi cátedra de comercio internacional. Lilia lanzó una alegre y contagiosa carcajada. —Cuídate José Andrés. La vida sigue… —Yo me voy a trabajar, soy abogado pasante, y consultante jurídico, y me gusta llevarles comida a mis clientes a la prisión, como el santo…. —¡El santo niño de Atocha!—exclamaron José Andrés y Lilia a la vez. —Ya lo sabemos Venancio, ya lo sabemos. Cada mañana la escena se repetía, y la vida, parecía quedar atrapada entre recuerdos, deseos, nefastas acciones, locas perversidades morbosas, momentos incongruentes de existencia humana, dónde todos somos deseados, y dónde todos deseamos algo más. Es verdad, engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá? © David Alberto Muñoz Curas de mi abuela
Un cuento Por David Alberto Muñoz Recuerdo muy bien que una vez al año visitábamos a mi abuela Lilith. Viajábamos en tren por varios días. Atravesábamos desiertos, zonas montañosas, sierras, incluso playas, cada año hacíamos un viaje largo para ver a mi abuela. Siempre le pregunté qué quería decir su nombre. Escuchaba muchas historias de la gente que vivía a su alrededor. Unos decían que era una bruja, y que sería mejor que nadie se le acercara, porque por las noches solía salir de su casa volando, y seducir a los hombres que se dejaran. Otros, sobre todo los varones, parecían enamorarse perdidamente de ella. Expresaban incluso en poesía, que era una mujer bellísima. Siempre andaban detrás de ella. Mi madre fue quién me la presentó. Tendría yo unos cuatro o cinco años. Me dijo: —Esta es tu abuela, se llama Lilith. El nombre de mi madre era Inkla. Yo no he escuchado que otras gentes tuvieran nuestros nombres, el de mi madre, el de mi abuela, incluso el mío propio. A mí me pusieron Lamia, que de acuerdo con mi madre es el nombre de mi abuela en latín. La abuela Lilith solía decirme que su nombre significaba “mujer de la noche”. A mí me daba mucha risa escuchar eso, porque ya que fui adolescente se me venían pensamientos carnales. Creo que todo mundo los tiene, pero pocos son los que los expresan abiertamente. Mi abuela me dijo que ella dejó a su primer marido, y fue porque éste siempre quería que ella estuviese debajo al tener relaciones sexuales. Ella le decía: —Yo también fui creada del polvo de la tierra. Por lo tanto, soy tu igual. Quiero estar sobre tu cuerpo, porque eso me complace. Su esposo nunca quiso, entonces ella clamó a los dioses y elevó su cuerpo para escapar de un supuesto paraíso creado por los machos y que se llamó: matrimonio. Desde entonces mi abuela se entregó a la lujuria y el placer. Disfrutó del semen de los hombres, buscaba todo aquel esperma desperdiciado por los hombres para dar a luz eternamente y producir demonios entre adulterios, fornicaciones y demás. Yo al principio me asusté mucho. Sobre todo, cuando miraba lo que quería decir lujuria, adulterio y fornicación para la demás gente. Pero también escuché de mi abuela, cómo ella adoraba a sus hijos, y constantemente deseaba que cada uno siguiera sus propios pasos, aunque esto la contradijera a ella. No entendía con exactitud las palabras de mi abuela. Cada año que la veía me contaba una historia, y yo me la llevaba muy metida no en mi mente, sino más bien en mi vientre, del cual brotaba un gran deseo sensual. Cuando murió la abuela, a mí me dio mucha tristeza. Era una mujer especial, diferente, rara… confundía, en fin, no sé cómo describirla. Poco a poco, sin saber cómo, pasé a ocupar su lugar. Mi madre siempre tuvo otras cosas en la mente, pero a mí, la abuela me dio todos sus hechizos, sus curaciones, cómo mezclar plantas, sus brebajes y pócimas, de ella brotaban efluvios, misterios, fantasías, sabía la mezcla perfecta de la belladona o la mandrágora que, con sus efectos narcóticos, daban la impresión de que levitaba. Y pues, todas esas realidades que mucha gente no desea conocer. Pero yo sí, desde que era muy niña le puse mucha atención a mi abuela Lilith. Y de ahí surgió todo esto que vivo, mis curaciones, mis medicinas, mis hechizos, me dicen curandera, Lamia, la Curandera. He aprendido a curar el mal de ojo, doy limpias, curo aires, me acuerdo que mi abuela tomaba copitas de alcohol cuando alguien le llegaba con la queja de que les dolía el estómago o cualquier otra cosa. Ella repetía una especie de brindis-hechizo, lo usaba para todos los casos que se le presentaban, yo me lo aprendí: Un doble y un sencillo Quitan cualquier resfrío Si es grande la pena, Copa llena; Si no se quita Que se repita Contra todo mal, mezcal. Contra todo bien también. Desde entonces uso las curas de mi abuela. Es verdad que todo el barrio me ha condenado. Todos dicen al igual que le decían a mi abuela, esa mujer es una pervertida, por las noches vuela y busca a los hombres en sus propias camas, para profanarlos con sus falsas seducciones. Son ellos los que me buscan a mí, día y noche, no hay uno sólo que no haya intentado acostarse conmigo. Los hombres son así, falsos, los más honestos al menos te dicen la verdad de qué es lo que buscan de ti. Pero a mí y a mi abuela, nos condenaron no solamente por acostarnos con la persona que nosotros deseamos, sino también, por haber roto las reglas de una sociedad sacro-santa, que vive en un mundo de falsedad, de hipocresía. Se convence a sí misma que sólo por medio de la moral, moral que todos los hombres rompen, se puede tener una sociedad en armonía. ¿Cuál armonía? Todos buscan amantes en la oscuridad, sentir el cuerpo de alguien ajeno junto a uno; todos desean lo que no tienen, todos anhelan el éxtasis, nadie decide por voluntad propia sus deseos y escogen, como lo he hecho yo, y lo hacia mi abuela, por gusto, por placer, por necedad, por cabronas, si tú quieres, por lo que usted desee, pero es la verdad. Sí, yo sigo las curas de mi abuela, y soy libre, aunque todos los demás me condenen. Me llamo Lamia, y soy nieta de Lilith, la primera esposa de Adán. © David Alberto Muñoz Enfadó
Un cuento Por David Alberto Muñoz Esa foto es de hace muchos años. Esa mujer ya no existe. Mírenme la cara de pendeja que traigo. Sí, díganlo, así… muy mujer de su casa, muy mujercita, muy sometida ante el macho varón masculino, que solamente te buscaba para que le hagas de comer y para cogerte cuando llegaba borracho a la casa. ¿Qué fue lo qué pasó? Preguntas. Creo que siempre fui una paradoja, pero nunca me había dado cuenta, hasta que leí aquellas palabras que cambiaron mi vida. Todas las tardes me metía en una biblioteca a leer. Nunca he viajado, he pasado toda mi vida en esta pinche ciudad. La única forma que tuve de distraerme e ir a lugares exóticos, diferentes, fue por medio de los libros. Conocí Paris, Roma, Londres, Barcelona, hasta llegué a la gran muralla de China, todo con la ayuda de la imaginación. Cuando Ramiro tomó esa foto que me enseñas, hizo que yo y mis hijos nos disfrazáramos de familia buena, decente y bella. Muy a la usanza mexicana. Hasta me veo bonita ¿no crees? Ve el rostro con cuidado. ¿Qué ves? ¿Una joven esposa con sus polluelos? ¿Una mujer joven realizándose como madre? O una hembra atrapada en algo que le impusieron y de lo cual no podía escapar. Siempre quise encontrar a alguien que me cuidara. Que me valorara. Que me comprara cosas. Yo a cambio, le iba a dar un hogar de acuerdo al patrón que a todos nos impusieron. Después de todo, tenía el título de esposa. Ramiro era casi 20 años más grande que yo. Me dio todo no lo voy a negar. Según yo, era feliz, pero ya cuando me encontraba sola, conmigo misma me preguntaba: ¿Qué carajos estás haciendo aquí con este hombre? El matrimonio no es como lo pintan. Esa imagen que siempre te dio tu madre, de ser una mujer decente, sumisa, dedicada a su hogar, a sus hijos, a su marido, a reflejar todos esos principios vale-madres que la sociedad nos ha impuesto. Y sí, estaba convencida, creía que mi vida iba a ser eso, levantarme todas las mañanas para hacerle el desayuno a mi familia, ponerle unas tortas a mi marido para que comiera en el trabajo, llevar a mis hijos a la escuela. Regresar y limpiar la casa. Preparar los sagrados alimentos, y tenerlos listos para cuando llegara la familia. Comer con ellos pretendiendo que todo está bien, que no pasa nada, que no existía dentro de mí un aguijón que me quemara las venas llenas de lodo seco que me estaban matando. Para luego lavar los trastes, arreglar la cama de mis hijos, y meterme en la mía con las piernas abiertas, en caso de que el señor tuviera sus necesidades muy de varón. Creo que es cierto eso que alguien ha dicho. El amor es un juego, el casamiento un negocio. Estas fueron las reglas que a mí me enseñaron. Y quién soy yo, pensaba, para romperlas, porque hubo momentos en los cuales deseaba salir corriendo de mi casa y dejarlos a todos, sí, lo voy a decir, incluso a mis hijos, y no dudes que los amo con toda mi alma. Pero hay veces en las cuales es menester correr, gritar y hacer una locura para darse cuenta que todavía tenemos sobriedad. ¿Sí me explico? Pues una tarde estaba leyendo en la biblioteca. Estaba leyendo a Friedrich Nietzsche, lo ha de conocer. Es el filósofo alemán quién nos dijo en nuestra cara que Dios había muerto. Todos los religiosos hicieron un escándalo. De hereje maldito no lo bajaban. Lo que yo entiendo es que ese mensaje de Dios y todo lo que la religión dice, no ha sido suficiente para satisfacer los deseos y necesidades internas de los seres humanos. Puras promesas, si te portas bien, tu padre celestial te va a dar un regalo. Pero tienes que hacer todo lo que él te diga, si no, no te va a dar nada. Yo me pregunté: ¿No quiere Dios que sea yo una mujer feliz? ¿Por qué tengo que aguantar a un hombre con quién ni siquiera puedo tener una conversación? Ya éramos simplemente dos robots intentado que la maquinaria de nuestro matrimonio funcionara nada más por funcionar. Ya no existía ningún sentimiento humano verdadero dentro de nosotros. Al menos dentro de mí… y no podía decirle nada al señor, porque se indignaba, y gritaba haciendo un escándalo. Pues esa tarde leí algo que Nietzsche escribió: “El matrimonio acaba muchas locuras cortas con una larga estupidez”. Fue entonces cuando abrí los ojos, cuando volví en sí, cuando me di cuenta de que me estaba ahogando en mi misma, me estaba suicidando poco a poco por no hacer lo que realmente deseaba. Ser libre. Y claro, el juicio de los demás cayó sobre mí. Fui de ser una buena mujer, decente, recatada, a convertirme en una puta que no supo apreciar lo que tenía. Pregunto: ¿Por qué? Por haber decidido dejar a mi marido y perder a mis hijos. Por ahora irme a la cama con quién a mí me plazca y punto. Por mostrar más mi cuerpo por gusto. El hecho de que enseñe mi cuerpo más sensual, no quiere decir que te esté dando las nalgas. ¿Entiendes? La libertad trae consecuencias también. Todo lo que hacemos trae consecuencias, buenas o malas. Unos me dicen que lo que hago ahora es libertinaje. Pero no, fue simplemente el decidirme a salir completamente de esa prisión dónde estaba condenada. Salí de esa larga locura a la cual estaba penada. Por eso la de la foto esa que usted me enseñó, no soy yo… fui yo hace muchos años… y creo que hasta me miro linda, bonita, pero las que puedan ver el yugo que me ahogaba, entenderán que esa ya no soy yo. Me llamo María Guadalupe, pero desde hace años todo mundo me conoce como La Magdalena, sin el ánimo de ofender. Simplemente, toda esa vida, me enfadó… y ahora... ahora sí soy feliz... ya no le pido nada a la vida. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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