Curas de mi abuela
Un cuento Por David Alberto Muñoz Recuerdo muy bien que una vez al año visitábamos a mi abuela Lilith. Viajábamos en tren por varios días. Atravesábamos desiertos, zonas montañosas, sierras, incluso playas, cada año hacíamos un viaje largo para ver a mi abuela. Siempre le pregunté qué quería decir su nombre. Escuchaba muchas historias de la gente que vivía a su alrededor. Unos decían que era una bruja, y que sería mejor que nadie se le acercara, porque por las noches solía salir de su casa volando, y seducir a los hombres que se dejaran. Otros, sobre todo los varones, parecían enamorarse perdidamente de ella. Expresaban incluso en poesía, que era una mujer bellísima. Siempre andaban detrás de ella. Mi madre fue quién me la presentó. Tendría yo unos cuatro o cinco años. Me dijo: —Esta es tu abuela, se llama Lilith. El nombre de mi madre era Inkla. Yo no he escuchado que otras gentes tuvieran nuestros nombres, el de mi madre, el de mi abuela, incluso el mío propio. A mí me pusieron Lamia, que de acuerdo con mi madre es el nombre de mi abuela en latín. La abuela Lilith solía decirme que su nombre significaba “mujer de la noche”. A mí me daba mucha risa escuchar eso, porque ya que fui adolescente se me venían pensamientos carnales. Creo que todo mundo los tiene, pero pocos son los que los expresan abiertamente. Mi abuela me dijo que ella dejó a su primer marido, y fue porque éste siempre quería que ella estuviese debajo al tener relaciones sexuales. Ella le decía: —Yo también fui creada del polvo de la tierra. Por lo tanto, soy tu igual. Quiero estar sobre tu cuerpo, porque eso me complace. Su esposo nunca quiso, entonces ella clamó a los dioses y elevó su cuerpo para escapar de un supuesto paraíso creado por los machos y que se llamó: matrimonio. Desde entonces mi abuela se entregó a la lujuria y el placer. Disfrutó del semen de los hombres, buscaba todo aquel esperma desperdiciado por los hombres para dar a luz eternamente y producir demonios entre adulterios, fornicaciones y demás. Yo al principio me asusté mucho. Sobre todo, cuando miraba lo que quería decir lujuria, adulterio y fornicación para la demás gente. Pero también escuché de mi abuela, cómo ella adoraba a sus hijos, y constantemente deseaba que cada uno siguiera sus propios pasos, aunque esto la contradijera a ella. No entendía con exactitud las palabras de mi abuela. Cada año que la veía me contaba una historia, y yo me la llevaba muy metida no en mi mente, sino más bien en mi vientre, del cual brotaba un gran deseo sensual. Cuando murió la abuela, a mí me dio mucha tristeza. Era una mujer especial, diferente, rara… confundía, en fin, no sé cómo describirla. Poco a poco, sin saber cómo, pasé a ocupar su lugar. Mi madre siempre tuvo otras cosas en la mente, pero a mí, la abuela me dio todos sus hechizos, sus curaciones, cómo mezclar plantas, sus brebajes y pócimas, de ella brotaban efluvios, misterios, fantasías, sabía la mezcla perfecta de la belladona o la mandrágora que, con sus efectos narcóticos, daban la impresión de que levitaba. Y pues, todas esas realidades que mucha gente no desea conocer. Pero yo sí, desde que era muy niña le puse mucha atención a mi abuela Lilith. Y de ahí surgió todo esto que vivo, mis curaciones, mis medicinas, mis hechizos, me dicen curandera, Lamia, la Curandera. He aprendido a curar el mal de ojo, doy limpias, curo aires, me acuerdo que mi abuela tomaba copitas de alcohol cuando alguien le llegaba con la queja de que les dolía el estómago o cualquier otra cosa. Ella repetía una especie de brindis-hechizo, lo usaba para todos los casos que se le presentaban, yo me lo aprendí: Un doble y un sencillo Quitan cualquier resfrío Si es grande la pena, Copa llena; Si no se quita Que se repita Contra todo mal, mezcal. Contra todo bien también. Desde entonces uso las curas de mi abuela. Es verdad que todo el barrio me ha condenado. Todos dicen al igual que le decían a mi abuela, esa mujer es una pervertida, por las noches vuela y busca a los hombres en sus propias camas, para profanarlos con sus falsas seducciones. Son ellos los que me buscan a mí, día y noche, no hay uno sólo que no haya intentado acostarse conmigo. Los hombres son así, falsos, los más honestos al menos te dicen la verdad de qué es lo que buscan de ti. Pero a mí y a mi abuela, nos condenaron no solamente por acostarnos con la persona que nosotros deseamos, sino también, por haber roto las reglas de una sociedad sacro-santa, que vive en un mundo de falsedad, de hipocresía. Se convence a sí misma que sólo por medio de la moral, moral que todos los hombres rompen, se puede tener una sociedad en armonía. ¿Cuál armonía? Todos buscan amantes en la oscuridad, sentir el cuerpo de alguien ajeno junto a uno; todos desean lo que no tienen, todos anhelan el éxtasis, nadie decide por voluntad propia sus deseos y escogen, como lo he hecho yo, y lo hacia mi abuela, por gusto, por placer, por necedad, por cabronas, si tú quieres, por lo que usted desee, pero es la verdad. Sí, yo sigo las curas de mi abuela, y soy libre, aunque todos los demás me condenen. Me llamo Lamia, y soy nieta de Lilith, la primera esposa de Adán. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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