La mentada frontera
Un cuento Por David Alberto Muñoz Yo no recuerdo cuando me di cuenta de que existía una frontera. Todos jugábamos igual de un lado que del otro. Nunca pensamos que estábamos invadiendo un territorio ajeno. Esta siempre ha sido nuestra tierra. Nunca la vi, de verdad, al contrario, crecí en medio de dos culturas, una pegada a la otra. Mi niñez está dividida entre dos idiomas, dos formas de ser que ahora me doy cuenta son completamente distintas, pero iguales a la vez. Pero en aquella época, cuando yo era niño, la única diferencia es que a veces torcía más la boca para hablar. De este lado todos en la cuadra decían: —¡Chinga su madre el que raje! De otro lado everyone said: “Eat shit.” Desde que estaba chico iba yo de arriba para abajo. Pasaba temporadas en el mentado “otro lado”. Yo me decía a mí mismo, el otro lado de qué. Si acaso era cierto que las ciudades eran distintas, yo siempre pensé que eran barrios diferentes. Para mí todo era Nogales. Después descubrí con el paso del tiempo, que uno era Nogales, Arizona, y el otro Nogales, Sonora. Tendría unos 10 o 11 años cuando eso pasó. De pronto, me di cuenta que la gente empezaba a tratarme diferente. Porque al principio, todos nos conocíamos. Nogales era como un pueblo no muy grande, extendido, pero no muy grande. Nosotros íbamos de aquí para allá, y gente venía de allá para acá, pero era lo más normal, ni siquiera te pedían papeles al pasar. Eran como dos vecindades, dos comunidades pegadas. Claro, había gente que tenía más dinero, y otros que no tanto, pero eso es normal en todas partes. Pero cuando las dos ciudades empezaron a crecer, comenzó a llegar mucha gente, ya no conocías a nadie, crecieron los hijos de los hijos, se perdieron los nietos de Don Pedro, y del Mister Williams, ellos se llevaban muy bien, pero sus descendientes resolvieron encontrar pretextos para odiarse a muerte. De pronto fue, como que un ambiente de desconfianza comenzó a surgir. Los güeros no les tenían confianza a los morenos, y los morenos igual. Los gringos empezaron a poner condiciones para pasar al otro lado. A nosotros nos dieron unas identificaciones especiales, de locales, porque vivíamos en la mera frontera, y se nos permitió entrar y salir, con más facilidad, pero nada más hasta ahí, hasta Nogales, si queríamos ir más lejos, nos detenían, y nos decían que debíamos conseguir una visa para poder pasar de turistas. ¿Turistas? Yo toda la vida he cruzado de un lado a otro. Todos los días iba a la escuela, a los parques, a las tardeadas que había en el Nogales americano. Había una muchachita que mí me gustaba mucho, se llamaba Natalie, y según yo era mi novia, aunque una vez sí le di un beso en los labios, y me sonrojé todo que me fui corriendo a mi casa. Mi mamá, compraba ciertas cosas en el Nogales gringo, la ropa era mejor, los aparatos eléctricos y demás. Las verduras y las frutas, eso, claro, siempre las compró del lado mexicano. Pero además, había personas especiales que vivían del otro lado de la mentada frontera. Como Paco, que tocaba mariachi en un restaurante, pero casi no hablaba español. La mayoría de la gente le hacían burla, pero cantaba bien bonito, y su español, al cantar era perfecto, como el de Selena, ¿sí me explico? Dice la historia, que el Virreinato de la Nueva España, ya había establecido el poblado de Nogales, compuesto por partes de lo que hoy es el sur de Arizona en los Estados Unidos y el norte de Sonora en México, era una población española, que se convirtió en Mexicana, y finalizó siendo estadounidense, bueno, la mitad. Pero no sé qué lío pasó y cambiaron todo, crearon la mentada frontera. A mucha de mi familia la frontera los saltó. De la noche a la mañana, pasó de ser México, para ser The United States of America. Yo no sé, ni entiendo, pero me imagino que debió de ser feo, que de repente te cambiaran la forma de hablar, el dinero, las mismas reglas a las que uno estaba acostumbrado. Me acuerdo que mi abuelo me contaba, que, en la escuela, les pegaban si hablaban español, y el pobre abuelo no sabía nada de inglés. pero ahora que ha entrado ese nuevo presidente, al que le dicen el Pato Donald, las cosas se han puesto muy feas. El racismo ha crecido. No entiendo por qué la gente se puede creer más que otra. ¿No se habla tanto en los Estados Unidos de igualdad de derechos civiles? Si alguien me pregunta que es la frontera, la mera verdad no sé cómo contestar. A veces pienso que la frontera es una invención humana para separar a las familias, a la gente. Se crean muros, bardas, se utilizan ríos para separar incluso pobres de ricos. Aunque eso también tenemos en México. La frontera bien puede ser un sentimiento, una forma especial de ver ciertas diferencias, de aceptarlas y vivir nada más así, sin tanto problema. Aquí nació y murió mi abuelo, mis padres, y yo también aquí quedaré sepultado. Esta es mi tierra, Nogales, ni Arizona, ni Sonora, simplemente Nogales, la tierra que me vio nacer. Eso de la mentada frontera…creo que todavía no lo puedo entender. © David Alberto Muñoz
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Profecía
Un cuento Por David Alberto Muñoz Alfredo leía con mucha intensidad su biblia. Deseaba de todo corazón encontrar la respuesta que le diera tranquilidad a su alma. Viajaba desde el libro de Romanos hasta el Antiguo Testamento, pasando por la profecía de Ezequiel, y cruzando por Proverbios y el mentado libro del Apocalipsis. —¡Tiene que haber una respuesta! Se decía él mismo. —La Biblia dice que si le preguntas a Dios de todo corazón, él te dará la respuesta. Ya tenía varios días trabajando de esa forma. Casi no dormía. Se la pasaba en medio de comentarios bíblicos, documentos de la iglesia primitiva, diccionarios de hebreo y griego, artículos escritos por los mejores maestros escolásticos. Pero al final de cuentas, seguía en las mismas condiciones, sin encontrar muchas respuestas. —Alfredo por favor, tienes que comer. Ya llevas más de una semana metido ahí con tus libros y tus preguntas. —Tú no entiendes Isabel. Necesito encontrar la respuesta. —¿La respuesta de qué? Hay cosas que no sabemos. Te lo he dicho más de mil veces, pero no me quieres hacer caso. —¡Eres una incrédula mujer! Déjame trabajar por favor. Los ojos los tenía rojos de no dormir. No se había rasurado ya en varios días, solamente se lavaba la cara de cuando en cuando para despertar. Estaba literalmente obsesionado con descubrir algo, que ni él mismo sabía qué era, pero él, estaba totalmente seguro que lo encontraría en el libro sagrado cristiano. —¿Qué es exactamente lo que estás buscando Alfredo? —No sé…muchas cosas…cuándo será el fin del mundo…saber si Juan el Bautista era Elías…descubrir qué pasó exactamente con Luzbel…reforzar el argumento de la trinidad…descubrir cosas… ¿Me entiendes? ¡Tengo que descubrir las cosas de Dios! Para decirle al mundo lo qué Dios quiere de ellos. —¡Ay Adolfo! Estás obsesionado. No solamente sabes lo que Dios quiere de ti, también deseas saber qué quiere Dios de toda la humanidad. ¡Óyeme! Eso ya es de genios ¿no crees? —¡No te burles Isabel! Hablo en serio. —Yo también hablo en serio Alfredo. Todos ustedes los religiosos son iguales. Dicen haber encontrado la verdad absoluta. Tener la respuesta para el ser humano. Haber descubierto los secretos de Dios. Pero yo pregunto: ¿Cuál Dios? Elohim, Jesucristo, Alá, Shiva, Tao, Ahura Mazda, ¿no crees que todo depende de qué perspectiva tengas? —¡NO! ¡Sólo hay un Dios, Jesucristo hombre! —Así no dice, dice que sólo hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. —¡Ya vas a empezar con tus cosas! —Y luego tienes también a los cristianismos alternativos, los mormones, los testigos de Jehová, los sabatistas, hay un sinfín de creencias, y cada una de ellas, todas Alfredo, dicen ser la verdad absoluta. Alfredo detuvo su rápido actuar momentáneamente. Un silencio aturdidor callaba tal escena. Alfredo se acercó a Isabel. La tomó del rostro para besarla con mucho cariño. Y después, mirándola frente a frente le preguntó: —¿Por qué estás conmigo si piensas tan distinto a mí? Los ojos de Isabel sonrieron junto con sus labios, al igual que una niña al descubrir que realmente no existe Santa Clós. —¡Ay Alfredo, Alfredo! Eres un niño…te escogí porque eres tan diferente a mí. Y eso me gusta. Yo no creo en toda esa narrativa que traes de Dios, de los ángeles, del infierno y todo eso, para mí es solamente un mito. Pero cuando te veo con tanta pasión leyendo, intentando descubrir no sé qué, me provocas mucho cariño. Es todo… ¿Entiendes? —Creo que sí… —¿Y tú, por qué estás conmigo? —¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti Isabel? —No, dime. —Tu inteligencia, la forma en la que todo lo que digo me lo refutas con argumentos. Eso me provoca, me erotiza, me encanta. Acabaron en los brazos el uno del otro, y ella con los labios húmedos le murmuró calladamente al oído. —Ah Alfredo…eres un niño tonto, pero también divino, sigue con tus cosas… —¿Sabías que la Biblia explica lo que está pasando actualmente en Siria? —¿De qué hablas? —Todo reino de Siria dejará de existir, al igual que la ciudad de Damasco; además, las ciudades del norte, que son el orgullo de Israel, se quedaran sin murallas. Yo soy el Dios todopoderoso, y juro que así será. Lo encuentras en la profecía de Isaías —Esa no es la traducción correcta. Además, que Dios tan prepotente ¿no crees? —¡Tú no sabes nada! —Olvídalo Alfredo, tú ya no cambias. Sigue con tus cuentos de hadas. Cuando el hambre te gane, ahí te dejo un sándwich para que comas algo. —Algún día tú veras que yo tenía toda la razón. —Sí Alfredo, algún día…ya me voy a trabajar. Y Alfredo siguió estudiando “la palabra de Dios”. © David Alberto Muñoz No entiendo
Un cuento Por David Alberto Muñoz Me llamo Maricela Felmeier Orozco. Tengo 47 años de edad. Llegué a los Estados Unidos hace ya más de 30 años. Estaba jovencita, inmadura hasta cierto punto. Ya poseía todas mis idiosincrasias. No era una niña, pero tampoco era una mujer. Estaba en esa edad difícil, cuando nos cae la mentada “choca”, y vamos del monte de la trasfiguración a las profundidades del Sheol en sólo un segundo. La gente me pregunta cada vez que me conoce: “¿Por qué te apellidas Felmeier?” Porque me casé con un gringo. Orozco es el apellido de mi padre. Me enamoré, y pues así fue. A él no le importo de dónde era, ni el color de mi piel, ni nada de eso. Hemos sido felices, sí, con sus problemas como todos los matrimonios, pero somos uno de esos casorios interraciales que dicen. ¿Cuándo me preguntan qué pienso de la discriminación en los Estados Unidos? Pues eso es algo que me llega muy de cerca. Vengo de México, del estado de Hidalgo, de Real del Monte, es un pueblo mágico, una bella ciudad dedicada a la minería, que siempre ha mantenido la belleza de sus calles y callejones. La gente es muy humilde. Así me criaron a mí. Cuando vivía allá, todos teníamos una imagen de lo que era los Estados Unidos. Siempre pensábamos todos que Gringolandia, era un país de igualdad, de justicia, de equidad, pero de a verdad; y si acaso existía la susodicha discriminación, era en lugares del sur, como Alabama, Misisipi, Tennessee, esos lugares donde mataron al Dr. Martin Luther King Jr. Fue difícil para mí el acoplarme. Tenía 17 años cuando llegué. No hablaba ni una palabra de inglés. Hoy ya lo hablo, pero tengo mucho acento, y aun siendo ciudadana, hay personas que me discriminan. Soy morena de piel, por no decir prieta como me decía mi abuela, eso no es ningún secreto. Mi tez es de color café oscuro. Así es, punto. Es algo que no puedo cambiar, aunque yo quiera. Al principio, cuando la gente me miraba, como que se molestaban. Yo trataba de pedir direcciones de cómo usar el camión, los medios de trasporte públicos, y la gente se enojaba conmigo. — Why don’t you go back to your nation? La verdad ha sido muy difícil entrar en el main stream de esta cultura. Tengo muy presente en mi mente la forma en la cual mis compañeros de escuela, cuando estaba en la High School, se burlaban de mi forma de hablar. Me esforzaba tanto por crear mis oraciones de una manera aceptable, y trataba de pronunciarlas lo mejor posible. Pero siempre esa risa burlona que tienen los gringos. Se burlaban de mi forma de pronunciar, me acusaban de ser una idiota. — You are so stupid! You know what? I think you are an idiot! You don’t even know how to speak. Why don’t you learn how to speak English! No sé si la gente se da cuenta hasta qué grado puede dañar a una joven comentarios como ese. ¡Yo trataba! De verdad, pero no se puede aprender todo un idioma de la noche a la mañana. ¿O sí? Luego la forma en la que se relacionaban conmigo. Cada vez que había un grupo de jovencitas reunidas en el lonche o a la salida, yo me acercaba para platicar, para ver cómo estaban ellas, o para ver cómo estaba la cosa, nada más. Y siempre, siempre cada una de ellas hacía una cara de asco, y me llegaron a decir, al menos yo creo haber escuchado: — Here comes that damn Mexican girl! Esas cosas duelen, por más que uno diga que no. Soy mujer morena, estoy orgullosa de mis raíces, de mi pueblo, agradezco lo que este país ha hecho por mí, adoptarme, darme la oportunidad que quizás en mi propio suelo no tuve. Pero si me preguntan si todavía existe discriminación en suelo del tío Sam, les diré que sí… sí, sí y sí… No entiendo por qué. Cuando nacieron mis hijos no a todos los discriminan. A los que salieron güeritos, los tratan mejor, se parecen a su padre, pero a mi Robert, mi Robertito, quién tuvo la suerte de salir igual de prieto que su madre, a él sí lo discriminan. No entiendo, ¿qué tiene que ver el color de la piel? ¿Qué tiene que ver de dónde venimos? Creo que nunca lograré entender. Espero que con el tiempo las cosas cambien para mis hijos… Pero la verdad, en este momento, a principios del siglo XXI, las cosas se miran igual, o quizás peor, que en los años 60s. Creo que nunca entenderé por qué… © David Alberto Muñoz El cepillo de dientes
Un cuento Por David Alberto Muñoz A veces, hay cosas que te recuerdan el porqué de ciertas cosas… ¿Sí me explico? Creo que no… Me cuesta mucho trabajo entender cómo pasó todo, pero Rocío y yo...pues ya tenemos varios años juntos, y nuestra relación ha sido como muchas otras, anormal, complicada y bonita. Ya sé que todas las parejas dirán lo mismo, pero en mi caso es la pura verdad. —¡Tú y yo no somos pareja! Rocío es una mujer de muchas envolturas. Es muy dulce, pero puede ser extremadamente salvaje, y cruel. Contradice todo lo que le digo. Hace todo lo que hago nada más porque sí. —Si tú lo haces yo también, ¿por qué nada más tú? Es como que todo mundo está compitiendo con todo mundo. Para ella, la vida parece ser una carrera dónde existen umbrales, y el que llegue al último, algo malo le va a pasar. Siempre anda a mil kilómetros por hora. Intenta hacer tres cosas al mismo tiempo. Cuando se le mete algo en la cabeza, no hay poder humano, ni divino, pienso yo, que la haga cambiar de parecer. Es terca, muy rara, de pronto se pone medio esotérica, es una bola de emociones andando. A veces creo que ni ella misma sabe lo que quiere. —Soy mujer… ¿Qué quieres? La observo a distancia y no puedo evitar el desearla, el querer tenerla a cada segundo, me consume de una manera diferente, excéntrica, inesperada. —Me gustas mucho Rocío. —¡Esa no soy yo! Esa la inventaste tú en tu cabeza. ¡Feo! A veces me causa risa su actitud, en otras me hace enojar. Quiere que le digas lo que ella desea escuchar. Porque en su mente ya hizo todas las conclusiones, y no hay más razón, que la que ella encontró. Te regaña si cometes alguna falta. Te hace ver cómo es tu comportamiento. El hablar con ella es como el querer entrar a saltar la cuerda y no encontrar el momento adecuado. Pero yo me di cuenta de que ella siente algo por mí de una manera muy especial. Todos han de pensar que es una estupidez, y a lo mejor sí lo es. Pero hay un detalle tan insignificante que me mostró, me comprobó, que ella siente algo especial por mí. —Yo no quiero a nadie… Andábamos de viaje, ya no recuerdo dónde ni por qué. No importa, andábamos de pleito como ya es costumbre. Todas las semanas por lo menos una vez, nos damos un entre por cualquier pendejada, no importa, el punto es contradecirnos uno al otro. En su extraño carácter, le gusta explotar de repente, y enojarse, gritando cosas que en ocasiones tiene razón y en otras no. Llegamos a un hotel y ella se fue casi de inmediato a comprar no sé qué cosa. O a lo mejor simplemente a ver la ciudad, le encanta andar de pata de perro. Yo me quedé pensando: "A lo mejor estoy perdiendo mi tiempo". Aunque si he de ser sincero, tenemos momentos muy íntimos que me llenan de gozo y de placer. Con ella realmente puedo ser tal y como soy, sin ocultar absolutamente nada. Me seduce con su cuerpo, y su mente, es una mujer inteligente. Pues aquel día descansé por una hora después de haber llegado al mentado lugar, me bañé, y cuando me iba a lavar los dientes, me doy cuenta que se me había olvidado mi cepillo. —¡Chingada madre!—grité. Ahora voy andar con el aliento de perro. Hablé a la recepción para preguntar si vendían cepillos de dientes. Ese objeto que siempre anda con nosotros y del cual asumimos estará a nuestro lado perpetuamente. —Disculpe señor, pero no tenemos. Hay una farmacia a dos cuadras, ahí puede usted comprar uno. —¡Chingada madre!—expresé de nuevo. De pronto, se abre la puerta del cuarto y entra Rocío, con ese aire de niña traviesa encerrada en el cuerpo de una mujer, con esa tendencia a verlo todo con cierto morbo, pero con una agudeza que al menos a mí, me perturba. —Toma…—dijo con una voz muy suave. —¿Qué es?—respondí a la defensiva. —Un cepillo de dientes, se te olvidó el tuyo ¿verdad? Tonto, ve y lávate los dientes para que no te huela el hocico. Y sonrió con esa sonrisa llena de malicia. Se acordó de mí, le importó el hecho de que se me había olvidado el mentado cepillo de dientes. —No quiero andar oliendo tu mal aliento, Tontín. Todavía lo tengo conmigo, el cepillo, ya está algo viejo, pero lo uso todos los días. Y cada vez que me sale con sus locuras, con esos impulsos de hembra desbocada, simplemente recuerdo que ella me lo compró, sin que yo se lo pidiera… ¿Estoy loco verdad? Es un trastorno mental, pero aunque todo mundo se burle, por ese insignificante detalle, yo sé que Rocío siente algo por mí. —¡Ya me voy, bye! Así es ella, y pues…creo que seguiré aquí…sí…me encanta… —Tonto… Sí, soy un tonto, pero ella me gusta. A veces hay cosas que te recuerdan el porqué de ciertas cosas… ¿Sí me explico? © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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