Una familia bonita
Por David Alberto Muñoz La niña se miraba preciosa, con su pelo chino y su rostro de dulzura. El padre de familia era un distinguido individuo de unos 35 años de edad, con barba bien rasurada y ojos de color verde claro, mientras que su esposa era una mujer de pelo castaño, y rostro redondo. Hacían buena pareja. Era una de esas familias que lucen bien juntas, daba gusto mirarla, parecían ser muy agradables, además de poseer “ángel”, como en ciertas ocasiones solemos decir. De pronto, la madre se levanta y se dispone a salir de aquel restaurante dónde habían pintado un mural de Frida Kalo. Descubrimos entonces que la que pensamos era una hermosa niña, no era otra cosa que un niño chiqueado que hizo berrinche cuando se dio cuenta que su mamá lo iba a dejar. Le dije: —No te apures, tu mamá va a regresar. Cuestión a la cual el susodicho gritó literalmente un chillido que nos aturdió los oídos a todos los presentes. El padre literalmente tuvo que arrastrarlo hacia fuera del lugar con una sonrisa que no supe si era de vergüenza, orgullo, o de a mí me vale madre. De esa forma despareció la susodicha familia que nos había impresionado tanto. Cómo pueden cambiar las cosas es unos cuantos segundos, así como la vida se te puede ir de pronto, súbitamente, casi sin anunciarse, nuestras percepciones cambian como en este caso, era una familia muy bonita, unos niños ejemplares, hasta el muchachito que parecía ser una niña, resultó no serlo, era una familia moderna, donde a los niños ya no se les educa, es una batalla a gritos por el poder, y el mentado chamaco por poco y se sale con la suya. Mi madre me hubiera dado una cintariza que todavía me acordaría. —A los niños no se les debe educar a golpes Señor. —¿No? —¡No! Pues a mi generación si nos daban nuestras buenas nalgadas, pero aprendidos a nunca ser groseros ni hacer berrinche. Pinche chamaco malcriado. Pero eso, tampoco se dice. © David Alberto Muñoz
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El perro de los señores Rodriguez
Por David Alberto Muñoz Aquel ser despertaba lentamente a su propia conciencia. Se daba cuenta de que estaba vivo cuando observaba la grandeza del cielo, y lo amplio de aquel parque que miraba a lo lejos. Niños corrían con sus mochilas yendo a la escuela, imaginó. Mientras que los padres, vigilaban con ojo paterno a sus crías que no paraban de correr. Estiraba su cuerpo poco a poco, dejando que sus propias extremidades alcanzaran su total extensión. Sacudía sus patas como si fueran alas. Pareciera que tuviese mil ojos. Al menos sentía que podía mirar a su alrededor completamente. Un olor a pasto recién cortado lo hizo experimentar una agradable sensación de paz, seguido por una aromática fragancia a comida que le despertó el apetito. De pronto, entraba en una cocina. —Debe ser la mía—se dijo así mismo. Sobre la estufa, un sartén contenía un delicioso bistec encebollado, que estaba junto a una olla que cocinaba una sopa de fideo que despertaba el paladar. En la mesa, no muy lejos de la estufa, una ensalada de verduras adornaba la escena, con lechuga, tomate, hongos, espárragos, con pedazos de queso fresco, y un líquido que estaba en una botellita, que al menos al mirarlo, parecía ser aceite de oliva. Miraba de un lado a otro, deseaba literalmente montarse sobre cada uno de los alimentos a su vista. —¿Quién hizo todo esto? Es un verdadero manjar…—se preguntó. De pronto…un matamoscas aplastó a ese ser que era una mosca que se había metido a la cocina. —Pinche mosca cochina, qué bueno que te maté—dijo una ama de casa después de haber cometido su crimen. Yo lo vi todo…soy el perro de los señores Rodriguez. © David Alberto Muñoz La Madre
Por David Alberto Muñoz Cuando mi madre falleció quise escribirle algo muy especial. Dude entre poesía, relato, incluso cuento, de pronto, me percaté que mi ego de escritor no me iba a permitir escribir desde lo más profundo de mi corazón, y decidí, que sería mejor dejar que de mis sentimientos nacieran palabras con la mayor sinceridad posible. Es difícil para un hijo hablar de su madre quien murió tan sorpresivamente, apenas hace unos días. Si alguien me lo hubiera dicho hace sólo una semana, no lo hubiese creído. Su muerte fue muy rápida e inesperada. Mi madre no era una mujer muy grande de edad, tenía enfermedades normales por decirlo de alguna manera, pero era una mujer muy fuerte, y creo que quizás, como todo hijo, pensé que mi madre siempre iba a vivir. Pero no, mi hermosa progenitora se nos fue dejando un vacío que creo va a ser muy difícil de llenar. Y ahora, que estamos aquí, me pregunto con toda la honestidad que puede brotar del corazón de un hombre de 57 años de edad: ¿Qué debo decir? ¿Qué quiero decir? ¿Cuáles serán las palabras apropiadas para expresar lo que mi corazón siente en estos momentos tan difíciles? La realidad de la muerte a veces la dramatizamos demasiado. Sobre todo, en nuestra cultura mexicana. El estereotipo de la calaca, el día de muertos, la forma en que el mexicano se ríe de la misma muerte, nos ha dejado una percepción muy negra del significado de morir. Incluso, en nuestra cultura cristiana protestante, se habla de resignación, de allanamiento, de consuelo. Yo creo con todo el corazón que la muerte debe de ser vista como parte integra de la vida humana, como un componente más, que totaliza la compleja experiencia humana. Es por eso, que deseo celebrar la vida de Elma Muñoz Salazar, mi madre, recordándola como fue, una mujer llena de vida, una mujer alegre, que vivió toda su existencia en toda su plenitud, sin desperdiciar un solo segundo. Elma se casó joven, a la edad de 19 años, por cierto, a mí me contaron las malas lenguas, que ella dijo que tenía 20 para poder casarse. Quería aparentar más madurez, pero en realidad era una joven enamorada que decidió hacer su vida con mi padre. Y cuando uno es joven, no piensa en absolutamente nada, sólo se desea vivir. Un año más tarde, me tuvo a mí, su hijo mayor, convirtiéndose en madre, posteriormente tendría a mis hermanos Alfonso, Pablo y Elma, sin olvidar a Mireya, que pasó a ser otra hija, como ella mismo lo dijo, "por derecho propio". Cómo recuerdo la historia que me repitió miles y miles de veces, de cómo Dios me salvó la vida cuando yo apenas tenía 30 días de nacido. Contaba mi madre, que de pronto me enfermé, no podía mantener alimento en mi estómago, todo lo vomitaba. Me llevaron con el médico y en aquellos tiempos no había una pronta solución a lo que me acongojaba. En términos médicos, tenía el píloro tapado, hoy en día es un problema que se resuelve con mucha facilidad. Pero en 1959, era una condena de muerte. Me operaron, mi operación se abrió de lo mal que la hicieron, me volvieron a coser, pero pensando en que iba yo a fallecer. Los médicos les dijeron a mis padres: “Me temo que su hijo va a morir”. Y me cocieron a la carrera como pensando “qué caso tiene hacer un buen trabajo si el mentado chamaco va a fallecer”. Por eso tengo una cicatriz muy grande en mi estómago, que parece un ciempiés, para mí es normal, ha estado ahí toda mi vida. Se las enseñaría, pero no quiero que me acusen de acoso sexual. En aquel momento, fue cuando mi madre se enojó mucho con su Dios, le dijo: “¿Para qué me lo diste si me lo ibas a quitar?” Elma, era una joven mujer, inexperta, y su hijo casi recién nacido estaba al borde de la muerte. Entonces, mi madre contaba esta parte del relato con mucha convicción. “Cuando te vi salir mijito, la segunda vez de la sala de operaciones, y vi que casi no podías respirar, fue cuando le dije a Dios, si mi hijo va a sufrir, mejor llévatelo…y fue entonces cuando Dios decidió dejarte conmigo”. Y aquí estoy todavía dando lata. Mi madre era una mujer muy alegre. Su vida siempre fuimos nosotros, sus hijos. Nos quiso a todos por igual. Tenía un carácter de fiesta, de gozo, de júbilo. Era una mujer muy bonita. Tenía porte de hembra. Y debo de reconocer que también mi madre era tremenda, no era ninguna santa, como a veces queremos ver a todas las personas que fallecen. Pero eso sí, siempre fue una mujer muy decente, muy apegada a su hogar, y una mujer de mucha fe, alguien que creyó en su Cristo hasta el día de su muerte. Siempre fue defensora de sus hijos. “No le hagan nada a mis hijos porque se las ven conmigo”. Anunciaba de cuando en cuando. Durante nuestra infancia, realmente fue la que nos crio. Mi padre viajaba constantemente y fue ella, la que se dedicó en alma y cuerpo a darnos una vida de hogar, a enseñarnos a hacer las cosas como deben de hacerse, a pedir las cosas por favor, a dar las gracias en todo momento, a mostrarnos con su ejemplo, que existen ciertos principios que debemos llevar en alto. Recuerdo su risa, enérgica, contagiosa, recuerdo los cintarazos que me llegó a dar, y pongo en claro, bien merecidos. Fue ella, quién cuando llegué a la adolescencia, decidió introducirme al mundo de la cultura, especialmente del teatro. Me empezó a llevar a ver obras de teatro, le gustaba mucho; recuerdo como en cierta ocasión tuve el gusto de conocer a Luis G. Basurto, en persona; y esas experiencias despertaron en mí una curiosidad por conocer más la compleja experiencia humana. Yo me sentía tan orgulloso de ir con una mujer tan hermosa de mi brazo. Sí, con ella fui a lugares donde empecé a ver que era realmente la vida humana, centros nocturnos, teatros de variedad, obras de los clásicos griegos y demás, y creo que, durante esta época, mi madre y yo nos convertimos en grandes amigos. Era más que mi mamá, era mi amiga. Cuando crecí, siguió su presencia afectando mi vida. Tuvo tres nietos, Mirita, Monika Elma y Alonsso Nikolas, "Nemesis". ¿Saben? Quería a sus nietos tanto como a sus hijos. Y siempre nos dijo: “Si hay algo que nos les gustó que nosotros hicimos con ustedes, no lo repitan con sus hijos”. Y al menos yo, si he seguido este consejo. No estoy seguro qué deseo expresar, que quiero decir exactamente, las palabras se bloquean dentro mí mismo llevándome al mismo lugar. Pero les juro que desde las entrañas de mi corazón brota un gemido de dolor porque mi madre ya no está conmigo, y sí, me duele, pero a la misma vez, el legado que nos dejó es una inmensa paz que no tiene descripción. La muerte es parte de la vida. Si hay algo que he aprendido, es que no debemos de ver la muerte con temor, como el fin de algo, al contrario, es el principio de lo venidero; no hay que verla como una sombra negra que eventualmente nos llevará a todos. No, veámosla como parte de la misma existencia humana, como parte del vivir nuestro, como una etapa la cual todos atravesaremos. No hay que temerle, al contrario, hay que mirarla de frente y agradecerle a los dioses del maíz, la oportunidad de haberla tenido como madre. Por eso en este día celebro la vida de Elma Muñoz Salazar, celebro todas sus luchas, sus logros, las metas que pudo realizar, cada uno de esos momentos donde todos hemos sentido nuestra propia humanidad, destilando sangre que fluye por las venas de las avenidas humanas, haciéndonos ver que al final de cuentas todos somos simples seres humanos, y como seres mortales, todos pasaremos por esta experiencia que tal vez ahora puede ser algo dolorosa, para los que nos quedamos, porque ella ya está en mejor lugar. La quise mucho, la quiero mucho, y la querré mucho, porque el tiempo es una dimensión infinita, dónde las emociones viven, donde los sentimientos fluyen por medio del corazón humano, y a pesar de que hay muchas cosas que el ser humano todavía no entiende, la muerte debe de ser un momento de celebración y regocijo. Un segundo en la inmensa dimensión del tiempo, dónde agradecemos el poder haberle tenido entre nosotros por 77 años. Hasta siempre Madre…así le decíamos nosotros, la Madre…descanse en paz. © David Alberto Muñoz La mentira
Por David Alberto Muñoz Doris se había engañado toda la vida. Siempre pensando que vivía en los mejores barrios de la ciudad, que tenía el dinero suficiente para comer langosta todos los días, pretendiendo que no necesitaba amor, cuando todos sabían que le hacía falta, mintiendo que le encantaba su trabajo, cuando lo odiaba con todas las fuerzas de su corazón. Ya se lo había dicho Laura. —Préstame atención Doris, por favor. Yo misma he estado a punto de dejar mi chamba. Pero cada quince días, cuando me pagan mi cheque, me aguanto, y decido seguir, porque si no trabajo, no como. ¿Me entiendes? Doris nada más la miraba con rostro de recelo. Se estaba maquillando nuevamente como muchas mujeres lo hacen a diario. Retocando simplemente el color de sus labios, o alzando las pestañas para darles una apariencia más rizada, o tal vez, poniendo un poco más de color azul, como sombra en sus párpados, para de esta manera atraer más al varón, o simplemente lucir más bella que la compañera de trabajo que tiene un cubículo junto al tuyo. —Jonatán me dijo que ya pronto nos vamos a ir a vivir juntos. No nos vamos a casar porque eso es ya de otras generaciones. Pero sí me prometió que me va a poner un apartamento, y se va a encargar de mí. Laura nada más hacía gestos de mal encarada mientras observaba como Doris, de cuando en cuando se distraía con una computadora que estaba en una pequeña mesa frente a ella, haciendo algo que nadie sabía qué era. Pudo haber sido trabajo, o pudo estar revisando el mentado Facebuk, porque si no lo revisas constantemente se te pueden juntar los mensajes, los correos, los videos, o los artículos que algún loco quiso poner para que todo mundo los lea, según él. De pronto, pasa por enfrente de su cubículo, el Sr. Armenta. Era el gerente general de la empresa. Doris, cada vez que pasaba, cruzaba la pierna y se levantaba la falda para coquetearle al susodicho. Éste, ya estaba acostumbrado, nada más cuando tenía ganas de verle las piernas a Doris, pasaba por su aposento, pero nunca le dirigió la palabra. Doris seguía engañándose a sí misma. —Ese tipo nunca te hace caso—saltó de pronto Laura—Yo no entiendo por qué sigues coqueteándole todo el tiempo. Estás provocando un hostigamiento sexual Doris, ten mucho cuidado. —¡AH, Laura! Yo sé lo que hago. —Sí, engañarte como siempre. Decirte a ti misma que las cosas van a cambiar. Que de pronto el gerente te va a pedir matrimonio. Que te van a subir el sueldo. Que mañana te ganas la lotería y entonces sí, vas a dejar este lugar, te vas a comprar una casa en Las Lomas, y vas a vivir de tus rentas…Sigues pensando que un día Jonatán te va a dar todo el cariño del mundo, y, además, te va a mantener. ¿Por qué no te gusta ver la realidad tal y cómo es? Dime por favor, ¿por qué te gusta engañarte a ti misma? Doris suspiró profundamente. Se levantó bastante molesta y camino hacia la ventana que adornada aquel pequeño cuarto dónde compartía con varias mujeres día a día, un algo que ni ella misma estaba segura qué era. Laura la observaba esperando respuesta. “O acepta las cosas o se hace pendeja como siempre.” Pensó la joven mujer. —A lo mejor tienes razón Laura. Pero me gusta ser optimista. A lo mejor nunca consigo lo que quiero, pero…no cuesta nada soñar, ¿no crees? —¡Doris por el amor de Dios! Soñando no vas a lograr nada. Si quieres realmente hacer algo en tu vida, vas a tener que ser tú la que lo haga. El Sr. Armenta no va a venir a ayudarte. Jonatán nada más te está dando atole con el dedo, si no te pones abusada te va a llevar la chingada! —No hay necesidad de que utilices esas palabras. Yo sé lo que hago. Lauro suspiró resignadamente. —Sí, Doris, tú te has engañado toda tu vida, y lo triste es que no quieres salir de tu propia mentira. Laura se levantó y después de darle un beso cariñoso a Doris, salió de aquel lugar. Se encontró con el Dr. Armenta al salir. —Parece no tener remedio Dr. —Así es señorita, su hermana Doris, no quiere hacerle frente a la realidad. No estoy seguro por qué. Me imagino que debe de haber algo en su mente que le impide ver las cosas como son. Pero si usted ve a la gente común y corriente, creo que todos nos mentimos de una manera o de otra. Si en algo la ayuda, le diré que creo que al menos en su mente, ella es feliz. —Pero eso es una mentira. Doris no es feliz, se engaña ella misma, es todo. Pretende ser feliz, pero todos nos damos cuenta de que eso no es verdad. —Probablemente señorita, pero a veces la mentira más frecuente, es aquella con la que nos engañamos todos. Un escandaloso silencio cubrió la escena. —Sí, tal vez tenga usted razón, todos nos engañamos, nos mentimos a nosotros mismos…a veces es más fácil mentir que ver la realidad…y si no lo repetimos constantemente, hasta pueda que lo lleguemos a creer…Que tenga buen día Dr. Era simplemente, una mentira más. © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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