La mentira
Por David Alberto Muñoz Doris se había engañado toda la vida. Siempre pensando que vivía en los mejores barrios de la ciudad, que tenía el dinero suficiente para comer langosta todos los días, pretendiendo que no necesitaba amor, cuando todos sabían que le hacía falta, mintiendo que le encantaba su trabajo, cuando lo odiaba con todas las fuerzas de su corazón. Ya se lo había dicho Laura. —Préstame atención Doris, por favor. Yo misma he estado a punto de dejar mi chamba. Pero cada quince días, cuando me pagan mi cheque, me aguanto, y decido seguir, porque si no trabajo, no como. ¿Me entiendes? Doris nada más la miraba con rostro de recelo. Se estaba maquillando nuevamente como muchas mujeres lo hacen a diario. Retocando simplemente el color de sus labios, o alzando las pestañas para darles una apariencia más rizada, o tal vez, poniendo un poco más de color azul, como sombra en sus párpados, para de esta manera atraer más al varón, o simplemente lucir más bella que la compañera de trabajo que tiene un cubículo junto al tuyo. —Jonatán me dijo que ya pronto nos vamos a ir a vivir juntos. No nos vamos a casar porque eso es ya de otras generaciones. Pero sí me prometió que me va a poner un apartamento, y se va a encargar de mí. Laura nada más hacía gestos de mal encarada mientras observaba como Doris, de cuando en cuando se distraía con una computadora que estaba en una pequeña mesa frente a ella, haciendo algo que nadie sabía qué era. Pudo haber sido trabajo, o pudo estar revisando el mentado Facebuk, porque si no lo revisas constantemente se te pueden juntar los mensajes, los correos, los videos, o los artículos que algún loco quiso poner para que todo mundo los lea, según él. De pronto, pasa por enfrente de su cubículo, el Sr. Armenta. Era el gerente general de la empresa. Doris, cada vez que pasaba, cruzaba la pierna y se levantaba la falda para coquetearle al susodicho. Éste, ya estaba acostumbrado, nada más cuando tenía ganas de verle las piernas a Doris, pasaba por su aposento, pero nunca le dirigió la palabra. Doris seguía engañándose a sí misma. —Ese tipo nunca te hace caso—saltó de pronto Laura—Yo no entiendo por qué sigues coqueteándole todo el tiempo. Estás provocando un hostigamiento sexual Doris, ten mucho cuidado. —¡AH, Laura! Yo sé lo que hago. —Sí, engañarte como siempre. Decirte a ti misma que las cosas van a cambiar. Que de pronto el gerente te va a pedir matrimonio. Que te van a subir el sueldo. Que mañana te ganas la lotería y entonces sí, vas a dejar este lugar, te vas a comprar una casa en Las Lomas, y vas a vivir de tus rentas…Sigues pensando que un día Jonatán te va a dar todo el cariño del mundo, y, además, te va a mantener. ¿Por qué no te gusta ver la realidad tal y cómo es? Dime por favor, ¿por qué te gusta engañarte a ti misma? Doris suspiró profundamente. Se levantó bastante molesta y camino hacia la ventana que adornada aquel pequeño cuarto dónde compartía con varias mujeres día a día, un algo que ni ella misma estaba segura qué era. Laura la observaba esperando respuesta. “O acepta las cosas o se hace pendeja como siempre.” Pensó la joven mujer. —A lo mejor tienes razón Laura. Pero me gusta ser optimista. A lo mejor nunca consigo lo que quiero, pero…no cuesta nada soñar, ¿no crees? —¡Doris por el amor de Dios! Soñando no vas a lograr nada. Si quieres realmente hacer algo en tu vida, vas a tener que ser tú la que lo haga. El Sr. Armenta no va a venir a ayudarte. Jonatán nada más te está dando atole con el dedo, si no te pones abusada te va a llevar la chingada! —No hay necesidad de que utilices esas palabras. Yo sé lo que hago. Lauro suspiró resignadamente. —Sí, Doris, tú te has engañado toda tu vida, y lo triste es que no quieres salir de tu propia mentira. Laura se levantó y después de darle un beso cariñoso a Doris, salió de aquel lugar. Se encontró con el Dr. Armenta al salir. —Parece no tener remedio Dr. —Así es señorita, su hermana Doris, no quiere hacerle frente a la realidad. No estoy seguro por qué. Me imagino que debe de haber algo en su mente que le impide ver las cosas como son. Pero si usted ve a la gente común y corriente, creo que todos nos mentimos de una manera o de otra. Si en algo la ayuda, le diré que creo que al menos en su mente, ella es feliz. —Pero eso es una mentira. Doris no es feliz, se engaña ella misma, es todo. Pretende ser feliz, pero todos nos damos cuenta de que eso no es verdad. —Probablemente señorita, pero a veces la mentira más frecuente, es aquella con la que nos engañamos todos. Un escandaloso silencio cubrió la escena. —Sí, tal vez tenga usted razón, todos nos engañamos, nos mentimos a nosotros mismos…a veces es más fácil mentir que ver la realidad…y si no lo repetimos constantemente, hasta pueda que lo lleguemos a creer…Que tenga buen día Dr. Era simplemente, una mentira más. © David Alberto Muñoz
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David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
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